¿Quién no se ha leído alguna vez (o muchas, como yo mismo) El Señor de los Anillos? O la saga Canción de hielo y fuego, o Fundación, o Harry Potter. Son obras grandiosas, historias que han pasado a la posteridad, que marcan la literatura popular de las últimas décadas. ¿Cómo no van sus autores a estar en boca de todos? Tanto Tolkien como George R.R. Martin, Asimov o J.K. Rowling forman parte de ese tipo de escritores cuyo nombre todo el mundo conoce. Y no es para menos. Sin embargo, si no fuera por la figura de la que hoy vamos a hablar, esas maravillosas historias jamás habrían salido de sus fronteras. Hoy no conoceríamos nada del Anillo Único, ni del Muro de Hielo, la psicohistoria o el quidditch. Sus nombres no son conocidos, no ocupan portadas, pero son imprescindibles. Os presento al traductor literario. El traductor literario, ese gran desconocido Sí, nadie tiene en cuenta al traductor literario cuando se lee un libro que originalmente ha sido publicado en otro idioma. En parte, así debe ser. La misión del traductor literario, además de traducir, por supuesto, es pasar desapercibido. Cuanto menos se note que está involucrado, mejor para el lector. Significará que la obra original es tan universal que tiene menos necesidades a la hora de ser adaptada al público del país destino. Una buena traducción literaria es inapreciable, pero en cambio una mala traducción estropea la obra original. Así que imaginad la responsabilidad que recae en estos profesionales, de los que ya apuntamos algo hace unos años en este artículo sobre Las mil y una noches. Paraos a considerar la envergadura de este gremio: en 2022 fueron traducidos en España más de 6000 títulos distintos, cuyos originales se escribieron en inglés; otros 1500 llegados de Francia; y curiosamente casi los mismos del castellano a otros idiomas co-oficiales o a lenguas extranjeras. Como veis, es una parte importantísima del mercado editorial. Hay editoriales que sólo publican traducciones. Géneros como la fantasía y la ciencia ficción tienen mejor acogida en nuestro país cuando vienen del mundo anglosajón (por desgracia para nuestros autores). Así que sin la labor del traductor literario todo este ecosistema sería imposible de mantener. Los malabarismos del traductor literario Estaréis pensando que el trabajo del traductor literario no es para tanto. Al fin y al cabo, él no crea la obra, sólo la transforma. Coge lo que el autor, el gran creador, le entrega. No tiene que inventar una trama, unos personajes, unos escenarios. Sólo tiene que traducir cada frase, pasar del idioma original a otro. Hasta vosotros lo podríais hacer con el traductor de Google o alguno similar. Si pensáis así, ni os imagináis lo equivocados que estáis. Muchísimo. No llegáis a concebir lo limitado que está el traductor literario a la hora de hacer su trabajo. Hay unas líneas que jamás, en ningún caso, puede traspasar. Por ejemplo, tiene que respetar la idea original del autor, el mensaje, incluso las intenciones estilísticas. Si el creador ha utilizado una metáfora, tiene que trasladarla al idioma final manteniendo el significado, lo cuál a veces puede resultar todo un reto, porque no todas las expresiones de un idioma tienen un equivalente exacto en otro. Por si fuera poco, el traductor necesita que su trabajo tenga carácter literario. Vamos, que no es que vaya a traducir un estudio académico, sino una obra narrativa. Por tanto, el traductor literario también debe tener conocimientos y un dominio correcto de los recursos estilísticos, el ritmo y la narrativa en general. O lo que es lo mismo: el traductor debe pensar como un escritor. ¿El traductor literario modifica la obra? Sí, no le queda otra. Esa sería la respuesta corta y directa, pero que necesitaría muchos matices. Empezaremos por un ejemplo que se hizo muy famoso. Aunque surge en una serie de televisión, tiene relación directa con la literatura: me refiero a la escena de Hodor, en Juego de tronos, donde se explicaba el origen del nombre del personaje. No os haré spoilers (aunque a estas alturas ya deberíais haberla visto), pero el problema provenía de una frase que dice en un momento dado, «Hold the door», que en una traducción literal sería «Sujeta la puerta». Pero claro, esta frase en español no podría jamás dar lugar al acrónimo «Hodor», así que el doblaje tuvo que tirar de piruetas para solventar el regalo envenenado de Martin: la frase original se tradujo como «Aguanta el portón» y de ahí a «Hodor». Veremos cómo lo hacen los traductores de la novela, si es que alguna vez la termina el autor. Si el traductor hace bien su trabajo, cualquier cambio estará justificado, será coherente con la obra y por tanto el lector lo asumirá sin darse cuenta. Sin ir más lejos, a ningún fan español de El Señor de los Anillos se le ocurriría llamar Frodo Baggins a nuestro querido Frodo Bolsón. Sea como sea, casos como este suscitan un debate: ¿Hay que traducir los nombres y apellidos? En general no suele aconsejarse, pero la obra de Tolkien es muy particular: el autor británico era lingüista. El propio Tolkien elaboró una guía oficial con directrices claras para la traducción. Y entre estas dejó muy claro que los apellidos de sus personajes hobbits sí debían traducirse, ya que él los creó en base a palabras con un significado implícito. Y para que dicho significado llegue al lector de otro idioma, debe traducirse. Conclusiones ¿Entendéis ahora lo difícil que es el trabajo del traductor literario? No sólo debe conocer ambos idiomas, sino que además tiene que manejar esa lengua final a nivel literario. Pero sobre todo debe ser fiel a las intenciones del autor original y a la vez mantener el componente cultural de la obra haciéndolo comprensible al nuevo lector. La cuadratura del círculo. Es imposible conseguir todo esto sin estudiar la obra a fondo. Muy a fondo en ocasiones. No se trata por tanto de que el editor de turno te envíe el manuscrito y
La ciencia en al-Ándalus
Cuando hablamos de la ciencia en la antigüedad lo primero en lo que pensamos es en los sabios de la Grecia clásica, como Arquímedes, Pitágoras o Hipócrates. Y hay motivos para ello, pues la base de todo nuestro saber científico actual empezó a asentarse gracias a estos nombres helenos. Sin embargo, hubo otra época histórica en que la ciencia tuvo una presencia vital para la sociedad. Una ciencia que además brilló con especial fuerza en las tierras que ahora pisamos, tal y como yo mismo muestro en mi novela La predicción del astrólogo. Me refiero, por supuesto, a la ciencia en al-Ándalus. Las bases de la ciencia en al-Ándalus El movimiento científico árabe se asentó firme, sí. Y luego progresó con tanta fuerza por un motivo fundamental: no desechó todo lo que otros científicos habían descubierto antes. Esa es la medida de la auténtica sabiduría, aprovechar el conocimiento legado por quienes nos precedieron. Y, partiendo de él, ir un paso más allá. Los científicos árabes aprendieron de la cultura griega y romana, pero también supieron tomar los fundamentos nacidos en las enigmáticas regiones de Asia (especialmente China). Las teorías de unos y otros les valieron como base para sus propias investigaciones. Esta es la grandeza de la búsqueda de conocimiento: no entiende de nacionalidades ni de diferenciaciones artificiales. Tenemos el prejuicio de creer que la cultura árabe se cierra a todo pensamiento crítico, pero entre los siglos VIII y XV los sabios andalusíes se mostraban encantados de colaborar con distintas comunidades en un afán único y compartido de búsqueda de la verdad. Gracias a esta pasión por conocer los mecanismos del mundo y aplicar lo descubierto para mejorar la vida de la gente, la ciencia árabe se desarrolló hasta extremos que hoy nos siguen sorprendiendo. De hecho, al-Ándalus fue la puerta de acceso del conocimiento científico en una Europa sumida en el oscurantismo de las primeras épocas de la Edad Media. Ál-Ándalus, el centro mundial de la ciencia De este modo, el gran centro productor de conocimiento de la época fue al-Ándalus, en la península ibérica. Este florecimiento empezó en Córdoba, ni más ni menos, desde donde se extendió por el resto de territorios de las taifas. Da fe de esto que la ciudad cordobesa llegó a contar con más de setenta bibliotecas. ¡Setenta! La más famosa, por cierto, fue la de al-Hakam II, que contenía, y lo voy a escribir en cifras porque impacta más… ¡400.000 manuscritos! Allí había de todo: desde obras científicas de recién elaboración a traducciones de clásicos griegos. Porque todo saber era importante. Es más, fueron precisamente los libros los que ayudaron a que el saber andalusí se extendiera con tanta rapidez. Cuando en el resto de Europa todavía escribían en soportes tan poco eficientes como el cuero de los pergaminos, en al-Ándalus ya utilizaban uno mucho más manejable: el papel. Llegado de tierras asiáticas, junto con la tinta tal y como la conocemos hoy en día, permitió que el libro andalusí fuera mucho menos costoso de producir, lo que consiguió algo maravilloso: que los libros no fueran un objeto de lujo, que todo el mundo pudiera acceder al conocimiento allí plasmado. Una victoria de la que hoy en día nos aprovechamos todavía. Las materias más relevantes de la ciencia de al-Ándalus Las disciplinas científicas que más se desarrollaron dentro de la ciencia de al-Ándalus fueron la medicina y la astronomía, que en aquel momento estaba unida a la astrología. Si habéis leído La predicción del astrólogo ya sabéis de lo que os hablo, pues mi personaje Hasan es precisamente astrólogo. Es bueno apuntar que dentro de esta categoría también tendríamos otras que hoy en día se clasifican en sus propios grupos, como la geometría, la topografía y la trigonometría. Pero lo más importante es que todo este conocimiento no se quedó sólo en la parte teórica, sino que tuvo aplicación práctica. Se perfeccionaron fabulosos instrumentos como los ecuatorios o los famosísimos astrolabios, con los que se podía determinar la posición y altura de las estrellas sobre el cielo. No os podéis ni imaginar lo útil que fue aquello para los navegantes de la época. La medicina árabe también sufrió un avance espectacular. Algunos de los médicos más destacados fueron Averroes, En-Nadr o Abulcasis, que elaboró una extensa enciclopedia médica, el Kita al-Tasrif. Tenía un apartado sobre cirugía que fue de gran ayuda para el tratamiento de muchos males, gracias también a la elaboración de un nuevo instrumental, como el cauterio. La oftalmología nació del saber andalusí. Estos eruditos estuvieron relacionados con Córdoba, y no se limitaron a su especialidad, pues también coquetearon con asiduidad con otras materias como filosofía, matemáticas y astronomía. Aquellos científicos desarrollaron la ingeniería, por ejemplo con magníficos sistemas hidráulicos, algunos que hasta no hace mucho tiempo todavía podíamos verlos al pasear por el campo, como las norias. ¿Las acequias que aún se usan en ciertos lugares? Pues sí, aunque ya se conocían sistemas similares en Egipto y Mesopotamía, y rondaban también por ahí los acueductos romanos. Pero su aplicación masiva para el riego de huertos fue idea de los ingenieros árabes, así como su perfeccionamiento. Los resultados de la ciencia de al-Ándalus Con sinceridad, creo que no somos conscientes del impacto que tuvo para la Humanidad toda esa revolución científica que hubo en al-Ándalus en esos siglos. Como ya he comentado, en mi opinión lo que más tenemos que agradecerles es la casi universalización del conocimiento. Gracias a ellos, el saber pudo llegar al pueblo llano, hasta el punto de que el mayor grado de alfabetización en una sociedad antigua se dio durante la presencia andalusí en la península ibérica. El legado de sabiduría que nos han dejado forma la base de gran parte de lo que disfrutamos en nuestro día a día, sin que siquiera lo apreciemos.
El periodismo literario
En este blog estamos acostumbrados a hablar de la literatura desde su vertiente novelística y, por tanto, de ficción. Mis cursos están centrados en la narrativa para novela como género literario y en la ficción como herramienta para escapar a otros mundos, para vivir historias que se alejan de lo mundano, del día a día. Pero hay más literatura fuera de la ficción. Existe un género literario que se basa exclusivamente en el mundo real, que bebe de acontecimientos que ocurren en el mundo, y que además de buscar emocionarnos mediante la escritura también quiere informarnos de esos hechos. Me refiero al periodismo literario. Hoy os voy a explicar en qué consiste. Qué es el periodismo literario Pensamos en el periodismo como en las clásicas noticias que dan en los informativos de televisión o, como mucho, en los artículos de los periódicos que se hacen eco de los sucesos. Generalmente son textos formales, neutros en cuanto a la transmisión de emociones, y que se limitan a exponer unos hechos sin posicionarse (para eso están secciones como la editorial o las opiniones personales). Sin embargo, el periodismo literario, bautizado como «nuevo periodismo» por el autor Tom Wolfe, va mucho más allá. En este género se deja de lado esa frialdad para entrar de lleno en una narración tal y como la conocemos en la novela o los relatos. La base fundamental sigue siendo una noticia, un suceso, pero en esta ocasión las personas involucradas se convierten además en personajes con trasfondo. Y ya no vale con exponer lo ocurrido, sino que el periodista-escritor debe profundizar en el trasfondo, en la situación personal de los ahora personajes literarios. Y además lo hace usando el lenguaje de la narrativa, esto es, desarrollando una historia clara, una trama, mediante herramientas clásicas de la escritura literaria: diálogos, descripciones, recursos estilísticos… Los protagonistas Esto es muy importante cuando hablamos de periodismo literario: en esta modalidad se incide en darle voz a los involucrados de manera activa, incluso aunque se utilice un entorno de ficción. Sin embargo, la trama principal no puede dejar de ser verídica. A veces este protagonismo absoluto de las personas involucradas es tan grande que la voz del periodista-escritor desaparece por completo del texto. Es muy habitual que una obra enclavada en el periodismo literario reproduzca textualmente las declaraciones de los afectados, aunque también se puede crear a un personaje ficticio para enmascarar la identidad de los implicados, sobre todo cuando se trata de una historia escabrosa. En cualquier caso, es preferible poner nombre y apellidos reales a los personajes de una obra o artículo dentro del periodismo literario. Al fin y al cabo la intención del autor es conmover al lector, y para ello nada mejor por parte de este que tener la certeza de que lo ocurrido en la obra aconteció de verdad. Esto es algo que algunos periodistas comprendieron sobre todo a partir de los años 60, al comprender que la transmisión de noticias se había vuelto algo frío. Los típicos boletines eran tan anodinos que a la gente ya no le afectaba nada de lo que leía. Algunos ejemplos de periodismo literario Seguro que habéis leído un montón de artículos que podrían estar enclavados en el periodismo literario. Abundan sobre todo cuando ocurre una gran desgracia colectiva. Por ejemplo, cuando estalló la guerra de Ucrania surgieron infinidad de artículos narrando la experiencia de los civiles desplazados. Es una manera excelente de plasmar el horror de una catástrofe global: nos centramos en los efectos sobre un individuo, mostrando los terribles efectos en una sola vida, para luego entender la envergadura de que eso mismo le esté pasando a muchas otras personas. Porque contar la historia general de que hubo un terremoto en Turquía, dar datos crudos sin más, no nos afecta apenas. Por desgracia, nos hemos acostumbrado e insensibilizado a eso. Pero cuando le ponemos cara y nombre a la desgracia, eso nos ayuda a empatizar. Pero el periodismo literario también se desarrolla fuera de los medios de comunicación tradicionales. Está presente en nuestro formato preferido, la novela. Existen antecedentes de Hemingway y Orwell en sus artículos sobre la Guerra Civil española, que posteriormente se convirtieron en novela, pero la edad de oro del periodismo literario novelesco tuvo lugar en los años 60. Hay ejemplos magníficos, como la obra ganadora del premio Pulitzer en 1980, La canción del verdugo, de Normal Mailer. Una historia muy cruda sobre un condenado a muerte por asesinato en Estados Unidos. Para realizar esta obra el autor entrevistó a los testigos del caso real, lo que deja claro que el peso de la historia no está en la ficción. En España, por ejemplo, tendríamos el caso de Territorio comanche, de Arturo Pérez-Reverte, que parte de las vivencias del autor como corresponsal de guerra en los Balcanes. A sangre fría, la obra maestra del periodismo literario Aunque la obra más referida cuando hablamos de periodismo literario es sin duda alguna A sangre fría, de Truman Capote. El punto de partida no podía ser más crudo: en 1959, dos exconvictos entraron en la granja de la familia Clutter para robarles. Como no encontraron la caja fuerte que esperaban hallar, despertaron a toda la familia y les amenazaron para que les revelaran dónde estaba el dinero. Pero en la hacienda no había nada de valor, así que en un arrebato uno de ellos le cortó el cuello al cabeza de familia, y luego dispararon al resto, niños incluidos. Y esta fue la historia que Truman Capote adaptó casi de manera literal, pero utilizando todas las posibilidades que la novela brinda. Capote narra un asesinato que pasó sin pena ni gloria por los medios de comunicación, y que sin duda habría quedado enterrado en el olvido. Pero utilizando las técnicas de la literatura de ficción, dándole forma de auténtica narración (planteamiento, nudo, desenlace, descripciones, diálogos, etcétera), consiguió que aquella historia destinada a no ser recordada produjera un impacto imperecedero en la sociedad. Fue el propio autor quien se
El lineal B: la primera escritura griega
¿Os apetece un nuevo artículo sobre la Grecia Antigua? Qué pregunta más estúpida. ¿A quién no? El problema es que de la Grecia anterior a Cristo nos lo han contado todo un montón de veces. Así que he pensado que quizás podríamos ir un poco más atrás en el tiempo, hasta sus inicios. Para hacerlo, no hay mejor manera que enfocarnos en uno de los elementos clave que los historiadores utilizan para formar sus teorías: el idioma, y en concreto su manifestación física, la escritura. Así que, aprovechando que hoy es el Día Internacional de la Lengua Griega, vamos a tratar de buscar el origen del griego antiguo a través de su primer sistema de escritura conocido, el lineal B. Rastreando el griego antiguo En tiempos helénicos, la mayoría de griegos hablaban una variedad de la lengua griega conocida como koiné, que significa «habla común». Su época de máximo esplendor se dio más o menos en los tiempos de Alejandro Magno. Pero para entonces las regiones de Grecia llevaban ya muchos siglos de evolución social y cultural, por lo que ese koiné, como suele ocurrir en todos los idiomas, era el producto de un lento cambio y de multitud de apropiaciones de otros pueblos, algunos de las cuáles no tenían nada que ver con los griegos. Si hacéis memoria, ya hablamos de las apropiaciones de la Grecia Clásica (y de tantos otros pueblos), y la lengua es sin duda el aspecto cultural más importante. ¿Pero cuál fue el origen de ese griego antiguo? En primer lugar cabe decir que, en realidad, no hay un nacimiento como tal cuando hablamos de idiomas. Al igual que no se puede decir que un pueblo concreto apareció de la nada, tampoco las lenguas surgen por generación espontánea. Por eso la lingüística histórica es una herramienta tan fabulosa para trazar el pasado de cualquier pueblo, porque nos lleva de uno a otro. Aunque para eso necesitamos pruebas físicas de los idiomas, y ahí es donde entra en juego el lineal B. El descubrimiento del lineal B Suele decirse que la era dorada de la arqueología comenzó en el siglo XIX cuando, en 1870, Heinrich Schliemann descubrió las ruinas de Troya. Fue la primera vez que se constató la veracidad de un mito griego, pero no sería la última. De nuevo Schliemann convirtió en históricos dos emplazamientos míticos como Micenas y Tirinto. Aunque faltaba un lugar por descubrir: el legendario laberinto del rey Minos, morada del Minotauro. Tarea que llevó a cabo el británico Arthur Evans, quien tenía entre ceja y ceja descubrir el origen del griego antiguo. Teorizaba con que debía existir algún tipo de sistema de escritura, pues no muy lejos se encontraban los famosos jeroglíficos egipcios. El mismo Evans ya había encontrado indicios en diversos sellos con inscripciones, catalogados como fenicios, pero que él sospechaba que eran mucho más antiguos. Tal era su convicción que Evans renunció a su puesto como conservador del Museo Ashmolean (en Oxford) y viajó a Creta, el centro de los mitos de la Grecia antigua. Solo tres meses después de que comenzara el siglo XX, Evans inició las excavaciones en el actual yacimiento de Cnosos. Apenas unos días después encontraron los primeros restos de lo que hoy sabemos que fue el palacio principal de una civilización que el propio Evans bautizó como «minoica», en honor al mítico rey Minos. Un palacio de dos hectáreas de extensión y un montón de salas que comunicaban entre sí, por lo cual hoy en día nadie duda de que dicha construcción es lo que dio lugar al mito del Laberinto del Minotauro. Un hallazgo fabuloso que no habría desmerecido de haber quedado en eso. Pero había más, algo que otorgaba vida a aquella civilización minoica. Por un lado estaban los maravillosos frescos pintados en algunas paredes, que mostraban escenas de la vida de los cretenses de la época. Y por otro, una gran cantidad de tablillas de barro con inscripciones (más de tres mil). Estábamos, pues, ante una escritura antigua. Sin embargo, Evans y los historiadores posteriores advirtieron que había dos sistemas de escritura distintos, que bautizaron como lineal A y lineal B. El primero sigue siendo un enigma indescifrable, pero aún así queda claro que está relacionado directamente con el lineal B, ya que comparten 64 silabogramas. El lineal B y el griego antiguo La clave para conectar el lineal B con el griego antiguo fue el hallazgo en otros yacimientos de la Grecia continental de tablillas con el mismo sistema de escritura. Esto orientó a los expertos, que descubrieron que los signos del lineal B tenían similitudes con otros dialectos del griego antiguo. Y así, de la noche a la mañana (bueno, en realidad fue un trabajo muy complejo y largo), la civilización minoica quedó conectada con la micénica, y ésta a su vez con los griegos helénicos, descendientes de los micénicos (llamados aqueos por Homero). Esta conexión no podría ser más lógica, ya que cuando los aqueos «conquistaron» la Creta minoica, tomaron prestados muchos elementos culturales, como la arquitectura, el arte y, como hemos visto, la escritura. Como suele ocurrir, por fortuna para todos, los aqueos expandieron lo que tomaron de los minoicos allá por donde fueron. Es por eso que se encontraron tablillas de lineal B en lugares como Micenas o Pilos. Eso sí, no penséis que estas tablillas contenían grandes epopeyas ni nada de eso. No las utilizaban para esas cosas, sino para dejar por escrito simples textos de carácter comercial y administrativo, como la cantidad de grano que llegaba al palacio de turno. Aburrido, sí, pero vital para que los historiadores comprendieran cómo era la vida de aquellas comunidades. Conclusión Cabe destacar, para evitar confusiones, que el lineal B no era en realidad un idioma, sino un sistema de escritura. O dicho de otra manera: la manera en que los aqueos representaban gráficamente su idioma, y que aprendieron al hacer suya la Cnosos minoica. La lengua madre que dio lugar al griego antiguo es el
Cómo elegir editorial
Como ya os he contado en varias ocasiones, además de escritor y profesor también trabajo realizando correcciones e informes de manuscritos inéditos desde hace muchos años. Las editoriales me envían las novelas que vosotros les hacéis llegar para que valore si son aptas de cara a una posible publicación. Por mis manos y ojos han pasado libros en bruto magníficos. ¡Puedo alardear de haber sido la primera persona en disfrutarlos! Por desgracia, algunos he tenido que valorarlos como «no aptos». ¿Y por qué se rechaza una buena obra? Hoy hablaremos de uno de los motivos, que no es ni más ni menos que un clamoroso error del autor: no saber elegir la editorial adecuada. El gran error al elegir editorial Siempre señalo que la mayoría de rechazos editoriales se deben a problemas de incorrección, ya sea por mala ortografía, por temas de estilo, o por cuestiones de argumento y trama. Este tipo de problemas se solucionan con tiempo y una buena formación en talleres y cursos de narrativa adecuados (como los que yo mismo imparto). Pero hay fallos que no tienen nada que ver con estos aspectos técnicos, si no que son fruto de un absoluto desconocimiento del gremio en el que el autor inexperto quiere meterse, y que hace que falles en algo tan simple como elegir la editorial adecuada para tu novela. En todos esos manuscritos que me suelen llegar me he encontrado, por ejemplo, con novelas cuyo argumento se desarrolla a finales del siglo XX… ¡enviadas a una editorial que sólo publica novela histórica! De hecho, no hace demasiado tiempo leí un manuscrito con dos tramas en paralelo: una transcurría en eras prehistóricas y otra en nuestra época. También he visto novelas de ciencia ficción enviadas a sellos editoriales que sólo publican romántica, o historias de fantasía épica para editoriales cuyo catálogo está formado por obras de narrativa contemporánea. ¿Lo único bueno de todos esos casos? Que a los lectores editoriales y a los editores nos facilitáis mucho el trabajo de descarte. Cualquier obra que no cumple la línea de la editorial se va a la papelera de un plumazo. La clave para elegir editorial: conocer el mundo editorial Vamos a dar un paso atrás y a imaginarnos que no somos escritores, sino cualquier otro tipo de profesional que busca trabajo de lo que sea. Un soldador, por ejemplo. Destinamos un día a recorrer empresas en las que dejar nuestro currículo. La lógica nos dice que sólo deberíamos perder el tiempo en empresas relacionadas con dicho sector, ¿verdad? A nadie se le ocurriría buscar trabajo de soldador en un supermercado, así que ahí ni nos detenemos: es evidente que no podrán darnos ese trabajo que buscamos. Entonces, ¿por qué no hacer lo mismo con nuestra novela? ¿Por qué la enviamos a editoriales que no tienen nada que ver con la historia que hemos escrito? Ya os lo digo yo: por puro desconocimiento del sector editorial. Nunca nos hemos parado a pensar en cómo funciona el mundo del libro, de hecho creemos que todas las editoriales son iguales y, lo más importante, publican de todo. Enorme error. Hay editoriales que sólo sacan libros de un género concreto. Es bastante raro a día de hoy encontrar editoriales que publiquen un catálogo heterogéneo, sin restricciones. Ni siquiera los grandes grupos, ya que estos se dividen en diversos sellos. Cada uno está especializado en una temática o género, cuyas publicaciones girarán en torno a su línea editorial. Un ejemplo clarísimo: Minotauro es un sello propiedad del Grupo Planeta especializado en publicar literatura fantástica, de terror y ciencia ficción. Y nada más. Si les envías tu novela romántica ambientada en un escenario real, sin pizca de fantasía, es más que evidente que no van a querer publicarte. No porque sea una mala obra, sino porque no entra en la temática de su catálogo. Cómo elegir la editorial adecuada para tu novela Cuando alguien se plantea trabajar en una profesión, cualquiera, no basta con que sepa hacer dicho trabajo de manera eficiente. Además tiene que conocer todo lo que rodea a ese gremio lo mejor posible. Aunque suene injusto, no basta con que seas un buen escritor, también necesitas saber cosas que en principio nunca serán tu trabajo. Y conocer cómo se mueve el sector es fundamental para lograr acceder a ese círculo reservado a tan poca gente. Esto se consigue informándote, buscando información en Internet, relacionándote con otros autores más veteranos. La mayoría somos gente accesible, nos gusta compartir lo que hemos aprendido con los años (o no estarías leyendo este artículo). Es más, una parte de mis cursos de narrativa está dedicada precisamente a darte a conocer cómo funciona el mundo editorial. Pero es que ni siquiera necesitas un sesudo trabajo de investigación para saber qué hacer con tu manuscrito. El consejo que más veces he dado en este tema es muy básico y fácil de llevar a cabo. ¿Cómo sé a qué editorial debo enviar mi novela? Vete a una librería, busca la sección de géneros literarios y párate en esa temática en la que está enclavada tu novela. Luego coge un libro, anota qué editorial la publica; y luego otro libro, y otro, y otro. También puedes hacerlo a través de Google, por supuesto. En cualquier caso, cuando termines, tendrás anotados los nombres de varias editoriales que publican el mismo tipo de novela que tú has escrito. Ahora ya puedes buscar sus webs para ver qué material piden para una primera valoración, con la seguridad de que esas editoriales, en principio, estarán abiertas a tu obra. En apenas un rato te has quitado de encima una de las posibilidades de rechazo. Ahora tienes un montón de puertas a las que llamar. Conclusiones No quiero engañaros: elegir la editorial adecuada para tu novela no garantiza que te vayan a publicar. Incluso teniendo en cuenta que vuestra novela sea técnicamente un buen trabajo, hay otros factores que podrían provocar un rechazo: si tu novela tiene temática Steampunk y esa editorial
La batalla de Qadesh
¿Os apasiona el Antiguo Egipto? ¡Pues claro que sí! ¿A quién no? Es una cultura fascinante, una de las tres sociedades históricas más famosas, junto con romanos y griegos. Nos ha dado monumentos sobrecogedores como las pirámides o la Gran Esfinge, y personajes atractivos como Cleopatra o el faraón más famoso de la historia, Tutankamón. Pero es además el imperio más longevo, pues se prolongó durante más de 3500 años. Cuando Egipto nació, Grecia todavía ni existía como tal, y a Roma le quedaban miles de años para aparecer. En este blog no hemos hablado mucho de Egipto (salvo para mencionar por encima la labor de sus escribas en este artículo), así que es hora de cambiar esta dinámica. Y para empezar lo haremos con un conflicto épico que los historiadores han catalogado como el último gran acontecimiento militar de la Edad del Bronce: la batalla de Qadesh. Antecedentes de la batalla de Qadesh Viajamos al 1274 a. C., aproximadamente. El mundo está a punto de enfrentarse a un cambio radical de paradigma. La civilización, focalizada al este del Mediterráneo, está dividida por diversos pueblos que mantienen un equilibrio muy endeble: al oeste, los aqueos micénicos, herederos de la cultura minoica (y que con el tiempo derivarían en los helenos de la Grecia Clásica); al sur estaba el incombustible Imperio egipcio, que mantenía su auge como si fuera imperturbable a todo (y de hecho sería la única gran civilización de la época que sobreviviría casi indemne); y al este teníamos a los pueblos de Anatolia, entre los que destacaban los hititas de Muwatali II por encima de todos. Los hititas eran gente tan belicosa que se habían extendido por gran parte de la península anatólica. El mar y los aqueos impedían que pudiera seguir expandiéndose hacia el oeste, así que sólo les quedó una dirección que seguir: hacia el sur. En esa dirección se encontraba una región clave, un punto de encuentro y por tanto de importancia económica fundamental, Siria. Imaginaos el puerto de Ugarit, su ciudad más importante, como una especie de Constantinopla de la época antigua. Era posiblemente el enclave más importante de aquellos tiempos, con permiso de Troya. Pero claro, ocupar ese territorio acercaría mucho a los hititas al Nilo. Y eso era algo que a los egipcios no les hacía mucha gracia. Los egipcios de Ramses II El Imperio hitita se hizo finalmente con la mayor parte de Siria, incluidas algunas regiones aliadas de los egipcios, como el reino de Amurru, que hacían de colchón de defensa. Aún así, el faraón Akenatón debía estar perezoso esos días, porque no movió un dedo por recuperarlas. Quizás prefirió no romper el tratado de amistad que ambos reinos tenían suscrito desde tiempos inmemoriales. Hasta que, años después, Seti I, segundo faraón de la dinastía XIX, lanzó una campaña para recuperar las antiguas urbes aliadas, entre las que estaba la que daría nombre a la batalla de la que hoy hablamos: Qadesh. El problema vino después. Como suele ocurrir cuando una potencia toma el control de una región distante a su territorio natural (que se lo pregunten al Imperio español o el romano), lo más probable es que con el tiempo se desentienda. Los egipcios debieron pasar un poco de Qadesh y los hititas recuperaron la ciudad. Al menos hasta que llegó al poder de Egipto el otro gran faraón egipcio: Ramses II. En su quinto año de reinado (de sesenta y seis en los que se mantuvo en el trono), el faraón inició una expedición que partió de su capital, Pi-Ramsés (en el delta oriental del Nilo), y avanzó por la costa de Gaza con la intención de recuperar (y esta vez anexionarse de manera definitiva) tanto Qadesh como Amurru. La guerra estaba a punto de estallar. La batalla de Qadesh El choque entre egipcios e hititas merece estar en los anales de la historia tanto como otras batallas como la de Cannas, Maratón o Gaugamela. Por su envergadura, pero también por lo diferente que fue a lo que estamos acostumbrados. Los números hablan por sí mismos: dieciocho mil soldados de infantería y dos mil carros de guerra por parte de Ramses II; treinta y siete mil hombres a pie y otros dos mil quinientos carros hititas. ¿Os imagináis lo que debió ser aquello? Reíros vosotros de la escena de la carrera de carros de Ben-hur, porque esto lo superaría con creces. Aquello fue una auténtica batalla de carros épica. ¿Pero cómo se desarrolló la contienda? Resumiendo mucho, Ramses II llegó a las cercanías de Qadesh confiado en que las fuerzas hititas todavía estaban lejos. Cual fue su sorpresa cuando descubrió de la peor manera que Muwatali II en realidad estaba agazapado detrás de Qadesh. Los hititas cayeron sobre los egipcios como un alud, destrozando una de las escuadras de Ramses II, hasta casi llegar al faraón. El varapalo podría haber sido fatal, pero el egipcio logró reaccionar y posicionar sus tropas para entablar una batalla de estas que dan ganas de escribir una novela. El vencedor de la batalla de Qadesh La conclusión de la batalla fue un poco anticlimática, porque ambas fuerzas se quedaron estancadas debido a las numerosas bajas. Esto es más habitual de lo que creemos: combates tan salvajes e igualados que ninguno de los bandos enfrentados puede dar como una victoria. Así que cada uno cogió a sus supervivientes (y a sus muertos), y regresaron por donde habían llegado. Tras unos años, firmaron la paz gracias al Tratado de Qadesh, el primer texto histórico que documenta un acuerdo de cese de hostilidades. Por supuesto, el empate no vende bien, así que Ramses II se jactó de haber vencido la batalla de Qadesh, y mandó conmemorar su «triunfo» en las paredes de diversos templos y en papiros como el Poema de Pentaur. Lo bueno de esto es que, gracias a la chulería de Ramses II, la batalla de Qadash es el primer gran enfrentamiento militar descrito en cuanto a estrategias militares (tanto que es
Adverbios acabados en -mente, el horror
El ser humano busca la comodidad por naturaleza. Es cierto que a veces nos calentamos mucho la cabeza y elegimos las opciones más enrevesadas para algunas cosas, de hecho es algo que veo mucho en autores noveles en mis clases de narrativa. Lo percibo sobre todo en la construcción de frases, y de eso hablamos precisamente hace muy poco, en el artículo sobre el barroquismo. Es curioso, porque en esas ocasiones nos complicamos la vida un montón, pero luego en otras decidimos ir por el camino más rápido. El ejemplo más claro es el que hoy trataremos. ¿Te has dado cuenta de ese «precisamente» que he marcado en cursiva y negrita? Pues bien, toca asomarnos al horror absoluto, al peor de todos los males existentes en cuanto a estilo literario: los adverbios acabados en -mente. Por qué usamos los adverbios acabados en -mente Bueno, en realidad no es para tanto. Al fin y al cabo, los adverbios acabados en -mente son términos completamente correctos a nivel semántico. No hay nada malo en ellos. El problema viene cuando abusamos. Del mismo modo que tenemos tendencia a repetir ciertas palabras o grupos de palabras, o terminaciones como -aba o -ía debido al uso de algunos tiempos verbales, también es tremendamente habitual utilizar los adverbios acabados en -mente cuando escribimos. Como tantos otros, es un vicio heredado del lenguaje oral, donde no nos planteamos esas cuestiones en nuestras conversaciones informales. ¿Por qué consideramos que el uso de este tipo de adverbios afea el texto? Porque no estamos escribiendo la lista de la compra o un diario personal. Estamos haciendo literatura, una manifestación artística que busca en primer lugar transmitir una historia con la que conectar con el lector, pero además también una cierta belleza estilística. Es por tanto una cuestión de estilo: los adverbios acabados en -mente son el recurso fácil y cómodo, una salida rápida. Por eso tenemos tendencia a abusar de ellos, hasta el punto de que ni nos damos cuenta de cuánto los repetimos. ¿Hay que sustituir siempre los adverbios acabados en -mente? No, claro que no. Como digo, los adverbios acabados en -mente son correctos por sí mismos. Forman parte de la familia de los adverbios de modo, que son los que nos explican cómo se desarrolla la acción de un verbo. Y se forman a partir de adjetivos. Por tanto, están ahí para utilizarse… con mesura. En ocasiones su función es tan importante que no se pueden simplemente eliminar, porque aportan información relevante y necesaria. Por ejemplo, no es lo mismo decir «estaba gravemente enfermo» que «estaba enfermo». La segunda opción nos deja sin un dato clave, la gravedad de su enfermedad. Sin el adverbio podríamos pensar que tiene un simple resfriado, cuando la cosa es mucho peor. Aún así, es posible mejorar la frase inicial sustituyendo ese «gravemente» por algo mejor. Podemos tirar por algo sencillo aunque siempre útil, con un «estaba muy enfermo», o bien tenemos la opción de coger martillo y cincel para reescribir la frase de manera más elaborada: «La enfermedad con la que lidiaba le consumía poco a poco». ¿Lo veis? De una frase simple y anodina hemos pasado a otra que tiene un carácter más trabajado. Hemos hecho literatura. Opciones a los adverbios acabados en -mente Ya os he apuntado varios caminos para solventar el abuso de los adverbios acabados en -mente. Lo principal (además de no agobiarse con este tema) es sencillamente tener todo esto en la cabeza cuando estamos escribiendo. Sin presiones ni detener el proceso creativo, pero fijándonos mientras narramos. Cuanta más experiencia acumules, conforme pasen los años, te darás cuenta de que cada vez usas menos estos adverbios. Habrás interiorizado que no debes utilizarlos tanto y de manera natural construirás las frases de otro modo. Y si alguno se te cuela, no pasa nada, porque ya hemos dicho que no es una incorrección. En el peor de los casos, siempre te quedará el proceso de revisión para solventarlo. Cuando adviertas que has utilizado un adverbio acabado en -mente, ya sea mientras escribes o al corregir, puedes probar a eliminarlo directamente. ¿Afecta en algo a la frase? ¿Se entiende del mismo modo? Pues entonces ese adverbio sobraba, lo puedes quitar sin preocupación alguna. Pero si percibes que la oración queda incompleta en cuanto a la información que transmite, entonces hay que mantenerlo… o reconstruir la frase para decir lo mismo sin ese término. Puedes usar un verbo más conciso que ya incorpore la explicación de cómo es la acción. Por ejemplo, en vez de decir que «avanzó rápidamente para llegar a la acera de enfrente» puedes decir «corrió para llegar a la acera de enfrente». Porque «correr» ya incorpora el elemento de la rapidez por sí mismo. Otra manera es ir a lo esencial: si un adverbio acabado en -mente se forma a partir de un adjetivo, ¿por qué no lo sustituimos por ese término de origen? En lugar de «saltó ágilmente», digamos «saltó ágil como un conejo». Otras sustituciones válidas serían expresiones alternativas, como «de manera». Mejor «reaccionó de manera exagerada» que «reaccionó exageradamente»; o «hace poco» antes que «recientemente». Conclusiones Al final se trata de utilizar distintas estrategias con el fin de no abusar de los adjetivos acabados en -mente. ¡Pero cuidado! Porque de tanto querer evitarlos quizás acabemos abusando de esas otras formas alternativas. Así que utilizad la cabeza. Lo sé, a veces, escribir puede ser algo así como caminar por un campo de minas. Para acabar el artículo os voy a proponer un ejercicio: como habréis visto, a pesar de daros la chapa con los adverbios acabados en -mente, yo no me he cortado a la hora de utilizarlos en este artículo. Evidentemente lo he hecho a propósito, porque quería que participarais un poco: coged cada uno de los adverbios acabados en -mente de este artículo y buscad la manera de sustituirlos con las estrategias que os he ofrecido. ¡Convertíos en mi corrector de estilo por un día! ¡Ah, lo olvidaba! En apenas unos
Joan Prim, un personaje de novela
Hay pocas cosas más satisfactorias en la vida que ser partícipe de que otra persona logre su gran sueño. Y yo he tenido la inmensa suerte de vivirlo en varias ocasiones como profesor de narrativa gracias a mis alumnos, que han logrado el fabuloso logro de publicar sus novelas tras pasar por el curso PEN. Autoras como Concha Álvarez, Regina Román o Nieves Álvarez han publicado con grandes editoriales, pero no son las únicas. En breve, sobre marzo, será otro de mis alumnos el que se estrena, y además en la editorial más prestigiosa de novela histórica, Edhasa: Bosco Cortés está a punto de sacar Conspiración. ¡Matad al presidente! Una novela que además trabajamos mano a mano en el tercer ciclo del Método PEN. Es una historia extraordinaria que os hará alucinar. ¡Y no es porque sea su profesor! Lo comprobaréis vosotros mismos. Y una excusa tan maravillosa como esta me da pie a hablar de la época y el suceso en el que se ambienta la novela de Bosco. Se trata de un personaje fascinante de la historia contemporánea de España: el general Prim. ¡Apasionante! La España del siglo XIX Para entender la relevancia del asesinato del general Prim, antes hay que comprender cuál era el contexto en el que vivió. Pues Joan Prim i Prats nació en Reus justo después de que los franceses abandonaran España, en 1814. La guerra de la Independencia había terminado, el tratado de Valençay fue firmado y Fernando VII, el Deseado, aceptado por Napoleón como rey de una España ya independiente de nuevo. Un respiro para los Prim i Prats, pues el padre de Joan había sido capitán de la legión catalana. Sin embargo, la vida de Prim hijo no iba a ser un camino asfaltado. Al cumplir los 19 años ingresó también en el ejército para enfrentarse a los carlistas en un conflicto que, como no podía ser de otra manera, fue conocido como la Primera Guerra Carlista. Al igual que su padre, Joan Prim tomó partido por Isabel II y su madre, la reina regente María Cristina de Borbón, frente a los partidarios del infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII y tío de Isabel II, nombrada heredera por su padre Fernando. Menudo drama, ¿verdad? Joan Prim, soldado La vida militar de Prim no comenzó muy bien, pues su padre murió de cólera poco después del inicio del conflicto. A partir de ahí, la carrera de Prim fue un ascenso meteórico, aunque no sin esfuerzo. Hay que tener en cuenta que Joan tuvo que empezar desde lo más bajo a pesar de la influencia de su padre. Estuvo en primera línea de batalla, donde se ganó fama de ser un joven intrépido, hasta el punto de que a los pocos meses fue ascendido a oficial. Joan Prim se convirtió a partir de entonces en un líder al que los hombres bajo su mando no dudaban en seguir. Aquí es donde habría que buscar el auténtico germen del político que sería después. Cualquier otro se habría escudado en su rango para quedarse en la retaguardia, pero Prim no era de esos. En 1838, siendo capitán, participó en la toma de San Miguel de Serradell. ¿Sabéis quién capturó la bandera del batallón carlista? Sí, en efecto, el mismísimo Joan Prim. Y luego asaltó Solsona, en Lleida, cuyo fuerte escaló para poder abrir las puertas personalmente, lo que le valió ser nombrado comandante. Para entonces ya se había convertido en un héroe. Al finalizar el conflicto, tras participar en treinta y cinco misiones, fue condecorado y ascendido a coronel. Tenía sólo 26 años. Joan Prim, político La guerra carlista terminó con la victoria de Isabel II, pero como esta era una niña todavía, el trono siguió ocupándolo la regente María Cristina de Borbón (sí, la de la canción, aunque lo de «María Cristina me quiere gobernar» tiene doble mensaje). Ahora bien, hizo falta una sublevación (el motín de la Granja de San Ildefonso, en 1836), para que la gobernanta aceptara promulgar de nuevo la Constitución de 1812. Esto hizo posible que se convocaran elecciones para el 1841, para las cuáles los liberales se dividieron en moderados y progresistas. Joan Prim se unió a estos últimos por la provincia de Tarragona, y dada su bien ganada fama consiguió el escaño sin muchas dificultades. Los problemas vendrían después, ya que esto de la política tiene más peligro que soltarte en una trinchera (no parece que haya cambiado mucho, ¿verdad?). A algunos catalanes no les hacía mucha gracia la afiliación militar de Prim, sobre todo cuando fue nombrado gobernador de Barcelona y se vio obligado a reprimir algunas revueltas con mano dura. Prim estuvo implicado en los acontecimientos más importantes de un imperio que se desmembraba poco a poco. De hecho, fue él quien por un momento hizo soñar que se podía volver a tiempos gloriosos, cuando Marruecos atacó Ceuta y Melilla, en 1859. Junto con una compañía de voluntarios catalanes bajo su mando, Prim consiguió una victoria aplastante, lo que lo encumbró a lo más alto: fue nombrado marqués de los Castillejos y, por tanto, un Grande de España. Joan Prim, jefe de gobierno En ese instante, Prim lo tenía todo: poder político y además una popularidad enorme. ¡Hasta llegó a entrevistarse con Abraham Lincoln, durante la guerra de Secesión! Entonces llegó 1868 y el intento de cambiar a Isabel II por su cuñado, Antonio de Orleans. Eran los días de la Revolución de 1868, la Gloriosa, en la que se obligó a la reina isabelina a exiliarse. Prim optó por enfrentarse a la que en otra época tanto defendió, con lo que consiguió una nueva victoria. En honor de multitudes, su partido ganó las siguientes elecciones, convirtiéndose así en el jefe de gobierno. A partir de aquí, no voy a contaros nada más. Pues estaríamos entrando ya en el terreno que aborda mi querido Bosco en su novela, que gira en torno a la investigación sobre el atentado contra Prim. Pero os puedo
El barroquismo literario
Hoy vamos a tratar un tema que os preocupa mucho a todos los que estáis empezando en esto de escribir, lo cual es más que comprensible. Muchos autores noveles solemos adentrarnos en esta profesión con un respeto (y miedo) abrumador. Es lógico: hasta ese momento sólo hemos sido lectores, y vemos la literatura como un arte mayor, algo elitista y propio de gente muy culta. Así que lo primero que intentamos es ponernos a ese nivel que nuestros prejuicios nos indican. Es entonces cuando caemos en lo que se conoce como barroquismo literario. Qué es el barroquismo literario Hace unos cuantos años ya, conocí a un compañero escritor con un gran talento para crear historias, el cuál sin embargo estaba ofuscado porque no conseguía que esas obras fueran publicadas. Me pidió que les echara un vistazo, y pronto comprendí el motivo por el que ninguna editorial quería apostar por él: su narrativa era abigarrada, ampulosa, demasiado densa. No es que tuviera un estilo añejo, es que directamente las frases estaban construidas mediante estructuras propias de otro siglo. Vamos, que pecaba de lo que hoy estamos hablando, barroquismo literario. Porque eso es el barroquismo: sobrecargar de tal modo el texto que acabe convirtiéndose en algo artificial, espeso y difícil de leer. Se lo comenté, por supuesto. Le dije que si quería llegar al lector (y antes al editor) necesitaba que su estilo fuera más ameno, más actual. Se cerró en banda a mi consejo. Alegaba que ese era el estilo de los grandes clásicos de la literatura, y que por tanto no había mejor manera de escribir. No quiso entender que, al igual que todo en la vida, el mundo literario cambia, evoluciona. ¿A mejor o a peor? A eso os respondo después, pero la realidad es que el lector de hoy en día no acepta una narrativa rebosante de oraciones subordinadas, nexos o cuyo léxico esté anclado en otras épocas. Esto es así, y si quieres llegar al público actual, vas a tener que adaptarte a él. ¿Por qué se llama barroquismo literario? Supongo que ya imaginaréis que el término «barroquismo literario» proviene del período histórico y cultural que conocemos como Barroco. Esta época abarcó desde la segunda mitad del siglo XVI hasta la primera del XVIII, más o menos. Fue una época de gran esplendor en los movimientos artísticos, y se extendió por Europa y sus zonas de influencia. En cuanto a la literatura se refiere, el Barroco se diferenció de manera radical con el Renacimiento sobre todo por su afán de buscar la espectacularidad estilística por encima de cualquier otro aspecto. Esto se tradujo en una narrativa recargada, compleja y muy abigarrada, de ahí que la RAE defina «barroco» como algo «excesivamente recargado de adornos». Algo que por cierto también se puede observar en otras disciplinas, como la pintura. Sólo hay que ver los cuadros de Rubens, como Los horrores de la guerra, para entender a qué me refiero. Trasladado a la literatura, tendríamos a monstruos como Lope de Vega, Luis de Góngora, Tirso de Molina o Francisco Quevedo, especialmente en sus vertientes prosistas. Pero son incluso más característicos de ese estilo cargado autoras hispanoamericanas como la religiosa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, de la cual voy a poneros un ejemplo para que entendáis a qué me refiero: «Entreme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación.» ¿Lo apreciáis? Frases largas, muchas subordinadas, un montón de comas y sus respectivas pausas, con un léxico culto dentro de estructuras complejas. ¿Es una mala narrativa? ¡En absoluto! Al contrario, es una auténtica maravilla. Sin embargo, estamos ante un estilo de otra época, para otro tipo de lector. Hay que tener en cuenta el contexto histórico: la literatura de épocas pasadas era un «producto» de lujo, dirigido a gente de alto nivel social y cultural. Dicho de otro modo: no se creaba para todos los públicos, sino para una minoría. ¿Por qué el barroquismo literario no tiene cabida en el presente? Y ese es el problema. Como ya he apuntado antes, el mundo literario ha evolucionado. Ahora es cuando toca responder si para bien o para mal: ha cambiado a mejor. Por el simple motivo que hoy en día la literatura está al alcance de todo tipo de lectores. Los libros ya no son un objeto de culto, confeccionados para que cojan polvo en las bibliotecas de las catedrales o del noble de turno. Eso es una mejoría, ¿verdad? Muy grande. Por tanto, si queremos alcanzar a todo tipo de lectores, tenemos que adecuarnos a ellos. A los de hoy, no a los de hace trescientos años. Y creedme, no es fácil. Conseguir una narrativa sencilla, accesible y a la vez hermosa es un reto para cualquier escritor. ¿Cómo? Sustituyendo esos elementos que ya no funcionan, como la excesiva adjetivación o las frases enrevesadas, por estructuras más ligeras y dinámicas, además de usar un léxico más actual e incluso, por qué no, informal (que no incorrecto, ojo). Conclusiones Recordad una de las normas de oro de la escritura, que no paro de repetirle a los alumnos en mis clases de narrativa: en literatura, menos es más. Olvidad esa manía de que la belleza está en lo complicado, porque es falsa. Hay que economizar a la hora de expresarnos, y recortar, recortar como un poseso, para quitarnos de encima todo lo que sea accesorio. El objetivo es tener una narrativa limpia, natural, que se aleje lo máximo posible de ese estilo recargado del barroquismo literario. Sólo así podremos encontrar el espacio para desarrollar nuestro propio estilo personal. Para cerrar este artículo, permitidme que os recuerde un día más que estamos a las puertas de una nueva edición de la Semana del Autor Novel. A
Uluburun, el naufragio más antiguo conocido
Es inevitable: cuando hablamos de naufragios la primera cosa que nos viene a la mente es el Titanic. Como mucho, algunas personas pensarán en otros episodios históricos, como la debacle de algunos de los barcos de la Armada de Felipe II en las costas irlandesas (de los que hablamos en el artículo sobre los black irish) o el también conocido destino del H.M.S Erebus y el H.M.S. Terror, en el siglo XIX (y que ha sido inspiración de novelas y series de televisión). El Bismarck o el Lusitania serían otros candidatos a naufragios famosos. ¿Pero sabéis cuál es el primer naufragio del que se ha tenido constancia a nivel arqueológico? Se le conoce como el pecio de Uluburun, y nos hará viajar atrás en el tiempo, muy atrás, hasta la Edad del Bronce. El descubrimiento del pecio de Uluburun Érase una vez Mehmet Çakir, un pescador que buceaba en busca de esponjas de mar en el cabo de Uluburun, situado en la costa sur de Turquía. Por ahí andaba, bajo las aguas, cuando de pronto se encontró con unos objetos rarísimos que no había visto nunca antes. Eran metálicos, de cobre más concretamente, y según su propia descripción parecían «galletas con orejas». Este hallazgo llamó la atención en 1982 de Çemal Pulak, un arqueólogo submarino del Instituto de Arqueología Náutica de la Universidad de Texas. ¿Por qué? Muy sencillo: las piezas halladas por el pescador tenían la misma forma que los lingotes que se confeccionaban en la Edad del Bronce, a las que por entonces se conocía como «piel de buey». Ni corto ni perezoso, nuestro Indiana Jones marino decidió acercarse a la zona y comenzar unas campañas de prospección subacuáticas en la zona donde Mehmet había encontrado los lingotes. La búsqueda no fue fácil, dado que tuvieron que descender cada vez más hasta alcanzar los sesenta metros de profundidad, lo cuál limitaba mucho la autonomía de las bombonas de oxígeno. Pero al fin saltó la liebre. Localizaron el pecio de un barco hundido, tal y como sospechaban, y las primeras impresiones sobre el terreno, confirmadas por la datación posterior, señalaban a que, en efecto, se había hundido en el siglo XIV a.C. Hace más de tres mil años. El barco de Uluburun Estas dataciones nos remontan a una época que todavía se considera parte de la prehistoria. Eran los tiempos de esplendor de los micénicos, que dominaban el comercio por todo el Mediterráneo oriental. ¿Y quiénes eran los micénicos? En la Ilíada se los llama aqueos, y no son ni más ni menos que el pueblo que con el tiempo derivaría en la Grecia clásica que todos conocemos. Es la misma sociedad que, tras el declive de los minoicos (debido a la catastrófica erupción del volcán de Santorini), ocuparon Creta y se apropiaron de la cultura de los palacios cretenses. Es por eso que existen tantas similitudes entre ambas culturas: los micénicos tomaron todo lo que les gustó de los minoicos y lo aprovecharon, dando continuidad a dicha cultura. El nombre de «micénicos» ya podéis imaginar de dónde proviene: de su principal ciudad, la épica Micenas. Ahora bien, ¿era el barco de Uluburun de manufactura micénica? Eso es algo que los investigadores no han logrado descubrir. Se teoriza con que su origen era cananeo, así como la mayor parte de la tripulación, aunque también podía haber presencia micénica, dado que en el pecio se encontró una tablilla plegable en Lineal B, la escritura de los micénicos, así como productos de elaboración aquea. La resurrección del Uluburun Lo que sí está claro es cómo era el barco y las técnicas que se utilizaron para construirlo. El Uluburun tenía unos quince metros de eslora, y el cascarón exterior se construyó en primer lugar, para luego se reforzado con tablas de cedro transversales. Existen datos que nos permiten confirmar que esta técnica se utilizó precisamente en aquella época por parte de los cananeos, de ahí las sospechas de los arqueólogos. Por supuesto tenía un mástil y una vela, así como remos, y la capacidad de carga era de unas veinte toneladas. De hecho, se ha recuperado buena parte de lo que transportaba: más de trescientos lingotes de cobre, otros cuarenta de estaño, vidrio, marfil, oro y enormes pithoi, lo cual hace indicar que quizás se tratase de algún tipo de tributo de carácter diplomático. La cantidad de datos recogidos fue de tal envergadura que en 2006 un grupo de expertos realizaron una réplica lo más exacta posible, utilizando los mismos métodos de construcción. Fue un éxito a medias: terminaron el Uluburun II y lograron hacerse a la mar con él (como podemos ver en este vídeo), pero por desgracia el barco no soportó el ajetreo y acabó hundiéndose. Esto nos da una medida muy acertada de la impresionante capacidad de los antiguos constructores de estos barcos. Ellos, hace más de tres mil años, fueron capaces de lograr algo que nosotros hoy en día hemos sido incapaces de conseguir. Bueno, al menos la primera vez, porque tras el primer fiasco vino el Uluburun III, que funcionó mejor. Conclusiones Quizás no lo parezca, pero la importancia del pecio de Uluburun es enorme. Reafirma que ya en tiempos tan antiguos como la Edad del Bronce existía un comercio de largo alcance, que implicaba a culturas muy distintas entre sí, como lo eran los micénicos y los cananeos. Los pueblos del Mediterráneo no vivían aislados unos de otros, sino que los contactos eran frecuentes e imprescindibles para la evolución de las sociedades. Estos acercamientos entre micénicos, egipcios, cananeos y otras gentes explicaría la permeabilidad cultural que llevaría a que los aqueos, primero, y luego sus sucesores, los helenos, asimilaran y transformaran mitos y leyendas anteriores de otros pueblos, como ya vimos en el artículo ¿Heracles fue un personaje histórico? Y también, por supuesto, a que su propia cultura se expandiera, entregándonos siglos de saber y avances tan importantes como el pensamiento científico.