Si por algo se caracteriza nuestra querida península ibérica es por el crisol de pueblos que la han enriquecido a lo largo de su historia. Como sabéis, una de mis épocas preferidas es la de la ocupación musulmana. De esta pasión surgió «La predicción del astrólogo» que transcurre en el siglo XI durante el reinado de Al-Mutadid. Pero mucho antes de todo eso, en lo que se ha dado en conocer como la etapa musulmana inicial de la península ibérica del siglo VIII, hubo un personaje muy importante sin el cual tal vez los musulmanes jamás se habrían asentado en tierras hispanas. Su nombre es Táriq ibn Ziyad, el auténtico conquistador de Hispania, y hoy voy a hablaros de él. Los orígenes de Tariq ibn Ziyad En realidad, y por desgracia, sabemos muy poco sobre los primeros años de Tariq. Los historiadores no se ponen de acuerdo en si su origen era persa o bereber, como apuntan los especialistas norteafricanos. Por lo visto fue nieto de un musulmán de nuevo cuño, pero ningún texto antiguo da cuenta de su nacimiento ni acerca de su ascensión hasta el año 704, cuando Musa ibn Nusair, el caudillo yemení que gobernaba el califato damasquino omeya en el norte de África, lo puso al frente de su ejército. Su capacidad como líder y guerrero debió de ser más que destacable desde el principio, pues semejante responsabilidad vino acompañada poco después con su nombramiento como gobernador de Tánger. La caída de los visigodos Mientras tanto, en la península ibérica se vivía el declive del pueblo que había tomado el relevo de la Roma imperial. Después de casi trescientos años, los visigodos se encontraban sumidos en una lenta y agónica descomposición por todos los frentes imaginables. Los últimos reyes habían tenido que vérselas con la pérdida de poder frente a los nobles, al empobrecimiento general y, por encima de cualquier otra cosa, a una inasumible crisis demográfica causada por la peste, la sequía y el hambre. Reyes como Ervigio, Witiza o, por último, Rodrigo, se veían impotentes para cambiar el rumbo del destino, agravado además con los constantes enfrentamientos entre las familias aspirantes al trono. Los musulmanes, que llevaban suspirando por conquistar Hispania desde que se hicieron con la actual Marruecos, vieron el caos reinante en la península como su gran oportunidad. Y vaya si la aprovecharon. Sobre todo cuando al conde visigodo don Julián, gobernador de Ceuta, se le ocurrió la brillante idea de pedir el apoyo de los musulmanes para los asociados del difunto rey Witiza, frente al ya nombrado como regente Rodrigo. Musa ibn Nusair decidió enviar a un contingente armado al mando de su mejor hombre por aquel entonces: Tariq ibn Ziyad. La montaña de Tariq ibn Ziyad Algunas fuentes citan que en realidad la decisión de partir a Hispania fue del propio Tariq, pero en cualquier caso en el 710 nuestro protagonista realizó una primera expedición a las costas andaluzas con apenas cuatrocientos soldados, con carácter más bien exploratorio. Pero un año después vino lo bueno. El 27 de abril del 711, al mando de 1700 hombres a los que luego se unirían hasta un total de diez mil, Tariq desembarcó en el lado peninsular del estrecho y bautizó con su nombre la tierra que pisó: Yabal Tariq. La Montaña de Tariq. Gibraltar. Ante semejante despliegue, los favorables a Agila II (rival de Rodrigo) se dieron cuenta del enorme error que habían cometido. Ambas partes acordaron una tregua y se aliaron para acabar con el ejército de Tariq. El líder bereber se vio entonces en una situación desesperada: sus aliados visigodos lo ignoraron, mientras él se encontraba arrinconado con el mar a la espalda en una tierra ajena. Pero es en los momentos agónicos cuando los grandes hombres se crecen. Tariq no dudó en pedir más ayuda a Musa ibn Nusair, quien se apresuró en enviarle otros cinco mil hombres. Tarik ibn Ziyad y la batalla de Guadalete Y de este modo nos plantamos en julio del 711, cuando se dio el primer gran enfrentamiento entre visigodos y musulmanes. Una batalla destinada a cambiar el futuro y que se dio en las cercanías del río Guadalete (aunque la ubicación está todavía en discusión). El combate se prolongó sin que la cosa fuese más allá de ocasionales escaramuzas hasta que, para sorpresa de todos, Agila y sus seguidores, que formaban en las alas del ejército visigodo, se pasaron al bando musulmán. Con absoluta superioridad en todos los aspectos, Tariq arrasó con Rodrigo y los suyos. Según se dice, el rey fue uno de los muchos caídos en combate. Aquel fue el principio del fin del reino visigodo. El nacimiento de al-Ándalus Tariq siguió comandando las fuerzas musulmanas durante varios años, desintegrando poco a poco a las tropas visigodas y arrebatándoles plaza tras plaza. La primera fue Toledo, para desgracia de su anterior aliado, Agila. En la amurallada capital de la Hispania todavía visigoda (por poco tiempo), Tariq esperó la llegada de Musa en el verano del 713. Mérida, Astorga, Sevilla, Zaragoza, Tarragona, Pamplona y Galicia… Como si de una partida de Risk se tratara, las regiones hispanas fueron cayendo en manos musulmanas, aunque no siempre a través de las armas. Los conquistadores acogieron con gusto multitud de pactos con la élite visigoda, que marcaría un camino diplomático gracias al cual el islamismo se asentaría de manera gradual y pacífica tras estos primeros años de combates. Una de las claves fue que los musulmanes respetaron las creencias de las poblaciones cristianas y judías, así como la liberación de la opresión ejercida por los gobernantes visigodos. En el 714, Tariq y Musa regresaron a Damasco para presentar el botín al califa Al-Walid. Allí, Musa trató de llevarse todo el mérito de la conquista, lo cual provocó que Tariq se enfrentara a él y lo denunciara ante el califa y su sucesor cuando murió, Suleiman I. Por ello, Musa sería sancionado, pero la historia no nos dice qué ocurrió después
¿Los dioses griegos fueron plagiados?
Hace unas semanas compartí con vosotros un artículo sobre la historicidad de uno de los dioses mitológicos por antonomasia. En «¿Existió un Heracles histórico?» utilizaba para mi argumentación la similitud entre nuestro conocido semidiós con otro héroe mitológico muy anterior: Gilgamesh. Ya sabéis, el protagonista del primer texto de la Historia considerado una obra literaria. Ponderamos pues la posibilidad de que Heracles fuese una adaptación por parte de la cultura griega del protagonista del mito sumerio, a su vez ambientado en un rey histórico. Se podría pensar que este caso es anecdótico, pero hoy vamos a ver más ejemplos de cómo los griegos dieron forma a su fascinante mitología bebiendo de otras, más antiguas o incluso contemporáneas. ¿Se podría decir que las plagiaron? Dioses minoicos y micénicos Nuestro primer protagonista es Poseidón. Sí, el dios del mar, que desata tormentas contra los barcos de aquellos marineros que no le han ofrecido un digno sacrificio. Lo curioso es que Poseidón no fue siempre un dios de los mares. Su origen se remonta a un pasado tan remoto que por aquel entonces los griegos ni siquiera existían. La primera mención a Poseidón la encontramos en tablillas micénicas como poco contemporáneas a la guerra de Troya, bajo su forma más arcaica, Posedawone. Sin embargo, se cree que podría ser anterior, de origen minoico. La etimología de este nombre vendría a significar «esposo de la tierra», siendo la tierra una diosa en sí misma. Dicha divinidad mujer, por cierto, tiene profundas similitudes con la gran figura universal de la Madre Tierra, común en multitud de sociedades antiguas, y que derivaría en Deméter. Poseidón sería por tanto la otra mitad necesaria para crear los dones de la tierra: el que fertilizaba las cosechas. Esto lo convertía en el principal de los dioses varones del panteón minoico. Su nombre aparece con mucha más frecuencia en las tablillas micénicas que otro posible plagiado, Diuja, o Zeus. A Poseidón se lo relacionaba directamente con el animal central de la cultura minoica, el toro. Quizás por eso su genio era tan volátil que cuando se enfadaba provocaba violentos terremotos. Quién sabe cuáles serían los mitos originales relacionados con este dios, lo que no cabe duda es que cuando los micénicos llegaron a Creta para ocuparla se apropiaron de su mitología al igual que hicieron con el arte y la arquitectura. El paso del tiempo hizo el resto, convirtiendo los mitos primigenios minoicos en lo que hoy conocemos. En algún punto, Poseidón ganó su condición de dios marítimo. Los dioses de los Nart «Hace mucho tiempo, la tierra resonaba bajo el estruendo de los cascos de los caballos. En aquella época tan lejana, las mujeres ensillaban sus propias monturas, aferraban sus lanzas y cabalgaban junto con sus compañeros varones para presentar batalla al enemigo en las estepas. Las mujeres de aquel tiempo podían atravesar el corazón de sus oponentes con sus rápidas y agudas espadas, pero también podían confortar a sus compañeros y albergar un gran amor en su pecho […]» Mujeres jinetes, mujeres guerreras. Imposible no pensar en las míticas amazonas que lucharon frente a Troya, a medio camino entre los mortales y los dioses. Y, sin embargo, el texto que os he mostrado no tiene un origen griego. Forma parte de un relato de una serie de mitos de la tradición oral del Cáucaso conocidos como Las sagas de los Nart, un conjunto de narraciones que comparten pueblos de dicha área, como los circasianos, los chechenos o los abjasios. Las similitudes entre los nart (literalmente «héroes») y algunos conocidos de la mitología griega son asombrosas. Uno de los personajes de estas sagas, Nasren el Barbudo, fue un héroe que robó el fuego de los gigantes para ofrecérselo a sus compañeros Nart, y por ello fue encadenado a un monte como castigo. ¿A quién nos recuerda esta historia? En efecto, al titán Prometeo. Por si todo esto no fuera bastante, fue rescatado de su cautiverio por el personaje central de estas sagas, Sosruko (¿otro trasunto de Heracles?), quien además se decía que era invulnerable porque cada noche se bañaba en su propio sudor. Sin embargo, el barreño en el que lo hacía era demasiado pequeño y dejaba al aire sus rodillas. Y éstos eran sus únicos puntos débiles. Hola, talón de Aquiles. Los dioses del Ciclo de Kumarbi Entre las culturas antiguas más desconocidas de la histora nos encontramos la de los hurritas, un pueblo que habitó una región que comprendía el norte de Siria, el sudeste de Turquía y el noroeste de Irán. Los hititas, con quienes tuvieron una estrecha relación, plasmaron de manera fragmentaria en sus textos algunos de los mitos hurritas. Uno de los que nos ha llegado casi al completo es El Ciclo de Kumarbi, en el que se nos narra la batalla entre dos dioses, Alalu y Anu. Vencedor: Anu. Sin embargo, éste tendría que enfrentarse a su vez con el hijo de Alalu, Kumarbi. Vencedor: Kumarbi. Pero ojo a cómo lo derrota: castrándolo y tragándose sus genitales. Si conocéis medianamente bien la mitología griega habréis saltado de vuestro asiento al reconocer la Teogonía de Hesíodo. Anu sería Urano, mientras que Kumarbi ejercería el papel de su hijo Cronos. Y la continuación no lo es menos, pues Kumarbi se quedaría embarazado de tres dioses. El último de ellos es el más relevante, pues sería su perdición: Teshub, el dios de la tormenta, quien a la postre se convertiría en el dios de dioses. Anda, mira, como Zeus. Conclusiones Existen mucho más ejemplos de historias y personajes paralelos con los de la mitología griega clásica: los sumerios y su diosa del amor Innana; el Heracles fenicio al que rezó Aníbal antes de marchar contra Roma, Melkart; o la diosa Ishtar en Babilonia. Así que volvamos a la pregunta inicial: ¿Plagiaron los griegos a sus dioses y su mitología? No. En absoluto. En primer lugar porque el plagio está fundamentado en el derecho de autor de la obra original, y ningún
Servio Tulio, el rey esclavo de Roma
Cuando pensamos en los protagonistas de Roma siempre nos vienen a la mente sus grandes emperadores. Julio César, Adriano, Tiberio o Marco Aurelio aparecen en infinidad de novelas históricas, de hecho Nerón fue el emperador del Imperio Romano en la época en que se desarrolla mi novela «Muerte y Cenizas». De estos emperadores lo sabemos prácticamente todo, así como de los más importantes cónsules que dieron voz al senado durante la Roma republicana. Pero existe una época mucho menos conocida, anterior al periodo republicano, que rara vez aparece en las novelas históricas: la Monarquía. Y de entre los reyes históricos que existieron ninguno fue más admirado que el Sextus Rex, Servio Tulio, cuya fascinante vida os acerco en este artículo. Servio Tulio, hijo de esclavos El relato de cómo Servio Tulio llegó a ser el hombre más poderoso de la todavía incipiente Roma es digna de una novela histórica. Su historia empezó en la ciudad latina de Cornículo (actual Guidonia Montecelio, en la región del Lacio) en torno al 578 antes de Cristo. Esta urbe pertenecía al pueblo de los sabinos y formaba parte de la Liga latina. Una confederación de tribus que se aliaron para defenderse de los etruscos primero y los romanos después. La rebeldía de Cornículo acabó con la paciencia de quinto rey de Roma, Tarquinio Prisco, quien conquistó y destruyó la ciudad, llevándose consigo a los supervivientes como esclavos. Y entre todos ellos había una mujer, Ocrisia, y su hijo, Servio, que acabaron en el palacio real al servicio del mismísimo Tarquinio. El niño debió caer bien al monarca desde el principio, pues se ganó su favor desde el primer instante que pisó Roma. Quizás fuera porque el pequeño Servio estaba tocado por los dioses, o eso asegura Tito Livio en su crónica histórica: que una noche, en presencia de numerosos testigos, la cabeza empezó a arderle sin que ello le provocara daño alguno. Para Tanaquil, la esposa de Tarquinio Prisco, el prodigio estaba claro: eran las llamas de una corona. Así que de la noche a la mañana el muchacho fue acogido como hijo y se le reservó la mano de la hija del rey, Tarquinia. Y el trono de Roma. El complicado ascenso al trono Pero aquello era Roma, donde las cosas nunca fueron sencillas. No a todo el mundo le convencía que Tarquinio hubiese designado ya a su sucesor, y menos aún a un esclavo. Los hijos del anterior rey, Anco Marcio, y a los que Tarquinio había arrebatado la sucesión mediante artimañas, se convirtieron en los mayores oponentes de Servio. Una vez más, hizo falta una estratagema para evitar que aquellos se postularan como sucesores legítimos de Tarquinio cuando este fue asesinado (probablemente por los mismos hijos de Anco Marcio). La viuda Tanaquil fingió que su esposo, ya muerto, se estaba recuperando de la enfermedad y que mientras tanto Servio gobernaría en su nombre. Una vez con la corona sobre su cabeza, se convirtió en el primer rey que no se sometía al voto del pueblo ni tuvo en cuenta la opinión del senado. Servio Tulio, el amado rey Y aun así, Servio Tulio fue el rey de Roma más admirado de todos. Su reinado se prolongó durante 44 años, e hizo tantas reformas que se le consideró de algún modo como un segundo fundador de Roma. Entre sus políticas, que marcarían el futuro de la civilización romana más allá de la monarquía, cabe destacar un nuevo ordenamiento social basado en la riqueza, los Comicios Centuriados, que se convertiría en el germen del censo y daría lugar al concepto de la ciudadanía romana. Esto obligó también a la creación de un sistema monetario basado en una rudimentaria moneda, el aes rude (que en realidad sólo era un poco de bronce fundido en un molde rectangular). También reformó el ejército y amplió los límites de la ciudad como nunca antes. Pero aquello por lo que pasaría a la posteridad fueron las grandes murallas de Roma, los muros servianos. Fue Servio quien ordenó levantarlas. Y ahí siguen algunas partes, incluso tras la construcción de un nuevo perímetro amurallado por parte del emperador Aureliano ya en el siglo III. Estas murallas, que disponían también de fosos y rampas defensivas en algunos tramos, alojaron incluso de catapultas. Su utilidad durante los novecientos años en que se mantuvieron como el principal parapeto defensivo de Roma es innegable y vital. Fueron estas murallas las que disuadieron a Aníbal Barca de lanzar un ataque fatal sobre la ciudad, tras su victoria aplastante en Cannas. ¿Os imagináis cómo habría cambiado todo si Servio Tulio jamás hubiese existido? Servio Tulio, el Caído Lo repetiré de nuevo: en Roma las cosas nunca fueron sencillas. Da igual si eres el rey más amado, tu destino probablemente sea funesto. El final de Servio Tulio llegó de su propia sangre y de aquella que lo había adoptado. Después de cuatro décadas gobernando, un día se presentó en el senado nada más y nada menos que Lucio Tarquinio. Era el hijo biológico y olvidado de Tarquinio Prisco, al que la historia apodaría «El Soberbio». Y allí denunció como rey ilegítimo a su yerno y cuñado. Recordemos que se había casado con Tarquinia, la hermana de Lucio, y que este a su vez lo hizo con la hija de Servio; menudo jaleo. Desde luego se lo tomó con calma. Pero Servio, lejos de amilanarse, acudió a la asamblea para luchar por su honor. Durante la caótica discusión, por lo visto Lucio perdió los papeles y arrojó al rey por las escaleras que daban acceso al foro. Un poco expeditivo, desde luego. Servio Tulio quedó hecho unos zorros, tirado en la calle, pero quizás se habría salvado de no ser porque su propia hija, Tulia, lo arrolló con el carro que conducía. Con hijos así, quien necesita enemigos. Como veis no os engañaba: la vida de Servio Tulio fue apasionante, ¿verdad? Una historia más que digna de una buena novela histórica que quizás alguien se anime a escribir
¿La Inquisición española fue la única que existió?
El pasado está lleno de grandes maravillas, fascinantes personajes y capítulos asombrosos que enriquecen nuestro presente. De otro modo jamás me habría convertido en novelista histórico. Sin embargo, también está cargado de momentos horribles y prácticas despreciables de las que podemos aprender para mejorar como sociedad. De todas ellas, sin duda alguna la Inquisición española es una de las peores. Sin duda estaría en el podio de las instituciones más abominables de cuantas jamás hayan existido. Ya hemos hablado de la Santa Inquisición en varios artículos relacionados con mi última novela, «La boca del diablo». Pero en este post, lejos de tratar de blanquear ni un ápice de sus torturas, asesinatos y condenas, pretendo contextualizarlas para mostrar que la maldad no sirve a ninguna bandera ni credo, que es universal. Las otras inquisiciones En efecto, las otras inquisiciones. Porque lo que mucha gente ni siquiera sabe es que la Santa Inquisición española sólo fue una de las instituciones eclesiásticas que ejercieron una persecución de los supuestos enemigos de la religión católica. Incluso antes de que existieran con tal nombre, la Iglesia Católica ya cometió desmanes terribles en nombre de Dios (al igual que otras religiones lo hicieron y lo harían). Desde el momento en que iglesia y estado se vincularon tras el edicto promulgado en el 380 por el emperador Teodosio, los episodios violentos empezaron a sucederse poco a poco. Los primeros en sufrirlos fueron los arrianos, aunque la primera muerte por condena de herejía y brujería recaería sobre Prisciliano en el año 385. No existía entonces ninguna institución que pudiera calificarse como inquisitorial, pero la semilla había sido plantada. La Inquisición pontificia La primera inquisición como tal fue la Inquisición episcopal, surgida en el 1184 mediante la bula del papa Lucio III, que fue sustituida cincuenta años después por la Inquisición pontificia. El objetivo nos resulta familiar: perseguir cualquier forma de herejía y eliminarla en cualquiera de los territorios católicos. Al principio la pena de muerte no estaba todavía permitida, pero aún así algunos fervorosos nobles se pasaron de rosca desde el principio. Como Pedro II de Aragón, que en el 1197 ordenó quemar vivo a cualquier hereje que permaneciera en su territorio. La Inquisición pontificia tuvo relevancia en el norte de Italia y sur de Francia, así como en la Corona de Aragón, y establecía un proceso inquisitorial desconocido hasta el momento. También apareció la figura del inquisidor, un funcionario con formación jurídica cuya labor era perseguir y dar merecido castigo a cualquier crimen ideológico y teológico, siempre según la visión de la Iglesia de Roma. Porque esa fue otra de las grandes diferencias con respecto a la episcopal: los procedimientos quedaban desvinculados de la autoridad local o aristócrata y pasaba a depender del papa. No mucho después, en el 1254, Inocencio IV legalizaría el uso de la tortura como método para conseguir la confesión de los acusados. Su condenada más famosa sería Juana de Arco. La Inquisición portuguesa Unos siglos más tardes, con la Inquisición española ya en marcha, se instaura una variante distinta en Portugal. Al principio estuvo bajo la autoridad del papa hasta que en 1539, de forma similar a lo ocurrido en España, el rey Juan III vinculó la Inquisición portuguesa a su corona al nombrar Gran Inquisidor a su hermano Enrique. Sus atribuciones eran básicamente idénticas a las de cualquier otro tribunal inquisitorial, aunque al principio su principal objetivo fue la colonia de judíos españoles refugiados tras la expulsión de 1492 en España. Gran parte de su tarea de represión se ejerció en sus colonias americanas, africanas e indias. Se calcula que la Inquisición portuguesa ejecutó a más de 1100 personas entre los años 1536 y 1794. La Inquisición romana Hemos dejado para el final el organismo inquisitorial menos conocido y también el más diferente con respecto a la Santa Inquisición española. La Inquisición romana, también conocida como Congregación del Santo Oficio, era totalmente dependiente de la Roma papal, aunque tenía unas particularidades muy concretas. Fue creada en 1542 como un órgano especializado en erradicar cualquier postulado de pensamiento, fuera religioso o no, que mermara la influencia de la fe católica. No sólo eso, sino que se trataba de una congregación de carácter permanente que llegó a estar dirigida hasta por quince cardenales independientes del ámbito episcopal. Sus primeras víctimas fueron reformados italianos, pero al cabo de unos años dirigieron sus dedos acusatorios hacia sospechosos de actos heterodoxos como la sodomía, la prostitución o el pensamiento crítico. El condenado más famoso por la Inquisición romana fue Galileo Galilei. Es curioso, porque mucha gente cree que Galileo murió ajusticiado por la inquisición, pero no fue así. Se le procesó y condenó, e incluso se le amenazó con tortura si no confesaba, pero la pena máxima que cayó sobre él fue un confinamiento perpetuo en su casa de Florencia primero, y más tarde en Arcetri, donde moriría a la edad de 77 años por causas naturales. Conclusiones Tal y como hemos visto, hubo diversas inquisiciones aparte de la que se dio en el Imperio español. En cualquier caso, es lógico que sea la Inquisición española (también conocido como Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición) la más famosa de todos estos organismos represivos. Fue la más duradera en el tiempo y la que con más ahínco se aplicó. ¿Pero fue la más cruel? En términos absolutos, sí. Según el recuento del propio Santo Oficio en 1822 (poco antes de desaparecer como institución), promulgó treinta mil condenados a muerte a lo largo de su historia, el diez por ciento de los más de trescientos mil procesos que inició. Parece mucho y sin duda lo es, pero hay que tener en cuenta ciertos matices: la Inquisición española permaneció activa durante casi 350 años y tuvo jurisdicción sobre un imperio con una población superior a los 30 millones de súbditos. Comparémoslo con los más de trescientos católicos protestantes ejecutados durante los tres últimos años de reinado de María Tudor en Inglaterra, que corresponden a las llamadas «persecuciones marianas».
¿Heracles fue un personaje histórico?
La mitología de la Antigua Grecia sigue muy presente en nuestra sociedad actual. Podemos saborear su influencia en innumerables aspectos de nuestra cultura. La literatura de ficción histórica, sin ir más lejos, bebe de esas leyendas que han dado forma a muchas de las creencias de nuestra sociedad occidental. Y ninguna es tan conocida como la de Heracles, el más famoso de los dioses de la mitología griega. Seguro que si no fuera por el título de este post ahora mismo estarías pensando «vaya, otro rollo sobre Heracles». Pero en este artículo vamos a hacer mucho más que eso. Vamos a profundizar, hasta donde la mitología y la Historia nos lo permite, en una posibilidad fascinante: ¿Existió realmente Heracles? El Brad Pitt de la Antigüedad Si en aquella época pretérita hubiesen existido los paparazzi, Heracles no se los habría podido quitar de encima. Bromas aparte, el culto a Heracles era el más extendido entre los creyentes. Quizás Zeus fuera el dios del cielo y las tormentas, el que proveía las lluvias, pero Heracles era el dios del pueblo. Un semidiós y por tanto más cercano al común de los mortales. Aguerrido y aventurero, era el machote al que los hombres envidiaban y las mujeres deseaban. Que también fuera propenso a episodios psicóticos no tenía mucha importancia en aquellos días. Eran los ideales masculinos propios de la época. Heracles fue tan popular que dio origen a todo un pueblo, los heráclidas, futuros espartanos, tal y como os relato en mi novela «Hijos de Heracles» (si queréis saber más de la conexión Heracles-Esparta, visitad mi post El mito de Heracles). Para sus descendientes, pues, Heracles siempre fue un antepasado que dotaba de fuerza y derecho a los reyes que se hicieron con el control del Peloponeso durante la «invasión doria». La apropiación de un héroe o dios legendario como antepasado por parte de un pueblo era una práctica muy común en la antigüedad, y más aún entre los griegos. Vamos, que todos se daban de bofetadas por reclamar como fundador a un Teseo, un Ulises o un Perseo. Sin embargo, para encontrar a nuestro mejor candidato al Heracles histórico tenemos que apoyarnos de nuevo en la mitología. En concreto, en una figura incluso más antigua que los dioses griegos, y que ya he mencionado alguna vez en este blog: el sumerio Gilgamesh. Gilgamesh, el primer Heracles de la historia Gilgamesh tiene el honor de ser el protagonista absoluto de la obra literaria más antigua del mundo, la «Epopeya de Gilgamesh», un poema que narra sus aventuras en busca de la inmortalidad. La historia se desarrolla en una de las culturas más importantes que jamás han existido: Sumeria (más o menos, la actual Irak). Su importancia radica en que se la considera la primera civilización del mundo. Durante el período Uruk, cuando comenzó su auge, aparecieron algunas de las tecnologías que cambiarían para siempre el destino de la Humanidad. En el 3500 a.C. se introduce la rueda, seguida luego de la escritura cuneiforme en tablillas de arcilla. Visto en perspectiva, todos los escritores les debemos un brindis a los sumerios. Las primeras versiones de «La Epopeya de Gigamesh» se remontan a los dos mil años antes de Cristo. El pueblo griego todavía no existía como tal. El relato que hoy en día conocemos es una copia de doce tablillas transcrita en acadio en el 1300 a.C. Dichos textos desaparecieron hasta que, en 1850, Austen Henry Layard descubrió quince mil fragmentos de tabletas escritas en cuneiforme en la Biblioteca de Asurbanipal de Nínive (Irak). Tras más de tres mil años, Gilgamesh volvía a la vida. Heracles, ¿plagio de Gilgamesh? La importancia de Gilgamesh en la historia de Heracles es evidente a poco que se explore la narración del sumerio. Las similitudes son tantas que los mitólogos han planteado de manera seria que el héroe griego sea una adaptación de Gilgamesh. Juzgad vosotros mismos algunas de ellas: Los dos son semidioses: Heracles, hijo de Zeus y Alcmena; Gilgamesh, vástago de la diosa Ninsun y el sacerdote rey Lillah. Su fuerza era sobrehumana. Cada uno tuvo un fiel camarada: Yolao siguió a Heracles y Enkildu a Gilgamesh. Heracles se ganó el odio de la diosa Hera; Gilgamesh, el de Inanna, divinidad que daría lugar a Ishtar y Astarté. Ambos emprendieron un viaje épico. Enfrentaron rivales similares: el Toro de Creta y el gigante Cicno, por parte de Heracles; el Toro Celestial y Humbaba (que además tenía el rostro de un león, como el de Nemea). Durante la batalla con Humbaba, la cólera de Gilgamesh separa las montañas Sirara, en el Líbano; Heracles creó el estrecho de Gibraltar apartando dos montañas, sus famosas «columnas». En ambas tradiciones los dioses viven en una montaña sagrada. Ninguna de estas similitudes son extrañas en realidad. La apropiación de mitos ajenos por parte de los griegos es muy común, aunque de eso hablaremos en un próximo artículo. Pero tantos parecidos nos hacen pensar que es muy posible que ambos personajes fueran originalmente el mismo. Y esto es lo importante. Porque resulta que Gilgamesh sí existió de verdad. Heracles, rey de Uruk Así es, Gilgamesh fue un personaje histórico, al menos según la Lista Real Sumeria, una estela grabada en cuneiforme datada en el 1817 a.C. Aunque la historicidad de todos los reyes allí listados no está comprobada, la tendencia entre los historiadores es creer que Gilgamesh sí fue un rey histórico de Uruk. Lo cual, si aceptamos que el héroe griego parte de la figura del sumerio, convertiría a Heracles en un personaje real. Imagino que esta respuesta tan poco concluyente no será del agrado de muchos de vosotros. Pero debéis tener en cuenta lo complicado que resulta indagar en mitos tan ancestrales como los de Heracles y Gilgamesh. El tiempo erosiona la realidad y da paso a interpretaciones parciales, subjetivas y acomodadas a las creencias de los distintos pueblos del pasado, por lo que es casi imposible llegar a conclusiones absolutas cuando se habla de Historia Antigua. Posiblemente Heracles sea
La difícil cronología de Fidón de Argos
¿Sabes quién es Fidón? Si no lo conoces, te presento a este fascinante personaje histórico que aparece en mi novela “Hijos de Heracles”.
Novelas históricas internacionales que no puedes perderte
Leer es fundamental para todo escritor, ¡una pasión imprescindible! Por esto, en este artículo comparto con vosotros algunas novelas históricas internacionales que no podéis perderos.
El poeta y visir de “La predicción del astrólogo”: Ibn Ammar
En artículos pasados he profundizado en la vida de algunos personajes de mi novela “La predicción del astrólogo“, como por ejemplo el rey Al-Mutadid, la poetisa Wallada y el príncipe Ibn Zaydun, Como ya sabréis, la creación de los personajes es una de las partes más fascinantes en la elaboración de una obra. Especialmente, si se trata de una novela histórica. Ya que en este caso, como escritores, podemos comenzar a partir de la vida real de alguien. Descubriendo lo que queda de su biografía nos damos el lujo de construir el mundo de aquel personaje, la realidad de su época y de contar cómo vivió a lo largo de su existencia. Por ello, me parece sumamente interesante contaros la vida que hay detrás de los personajes históricos de mis novelas, y hoy he escogido para vosotros al poeta y visir andalusí Ibn Ammar, también conocido con su nombre completo Abu Bakr Ibn Ammar al-Mahri. ¿Quién fue Ibn Ammar? Para responder a esta pregunta es necesario profundizar en el origen de este personaje. A partir de su nacimiento, pasar por el desarrollo de los acontecimientos que dieron lugar a su historia y finalmente llegar a las consecuencias con las que tuvo que enfrentarse en el final de su vida. Empecemos por el comienzo. Ibn Ammar nació en 1031 en la actual ciudad portuguesa de Silves. Venía de una familia musulmana de la Península Ibérica. Era un muladí de orígenes humildes. No obstante, tuvo la suerte de ser visir del reino taifa de Sevilla gracias a su amistad con Al-Mutamid, el hijo del rey. Desde muy joven decidió irse a estudiar a Córdoba. Al destacar en seguida en la literatura y la poesía, empezó a emplear su talento en la creación poética para ganarse la vida entre los nobles de aquel entonces. Así fue como consiguió entrar en el mundo político y social de la nobleza árabe andalusí, estableciéndose en la corte de Al-Mutadid. El poeta se ganó la admiración del rey Al-Mutamid. De hecho, no obstante sus orígenes humildes, este poeta consiguió atraer la atención del hijo del entonces rey Al-Mutadid, transformándose en su gran amigo y amante. Este acontecimiento romántico lo hizo avanzar en el desarrollo de una carrera política como visir. Y tras la muerte de su padre, Al-Mutadid ejerció una influencia favorable hacia él en la corte, le encomendaba tareas de embajadas, así como la ejecución de proyectos importantes y le reveló gran parte de sus secretos más íntimos. Amores y desamores en el reino Ibn Ammar no pudo entrar en la vida política de la corte hasta la muerte de Al-Mutadid. El cual desaprobaba la relación de su hijo con el poeta, hasta tal punto que lo envió al exilio. Por lo tanto, solo tras su deceso, Al-Mutamid pudo volver a su tierra y nombrar a Ibn Ammar visir de la taifa de Sevilla. No obstante todo lo que había puesto en juego Al-Mutamid por Ibn Ammar, el poeta aprovechó de su nueva posición y del amor que el rey novicio sentía por él y se dejó llevar por sus deseos de poder. Llegó incluso a traicionar a su amigo, amante y rey. Poesía, estrategia y lógica de Ibn Ammar Durante sus años de actividad política consiguió la anexión de la taifa de Murcia al reino de Sevilla y convenció a al-Mutamid para que lo nombrara gobernador. Una vez logrado, aprovechó de la oportunidad y se autoproclamó rey. Entonces cortó súbitamente las relaciones con al-Mutamid, se dedicó a la bebida y escribió un poema en el que se burlaba de al-Mutamid. El verdadero rey, como cabe de esperar, no estaba muy feliz de esta triple traición y no tardó poco en hacerlo caer del poder. Ibn Ammar fue capturado en una emboscada y encarcelado en Sevilla. No obstante, el corazón de Al-Mutamid seguía latiendo por Ibn Ammar y se inclinó inicialmente por el perdón. Pero más tarde el poema satírico en su contra terminó en sus manos y no obstante los poemas en los que el poeta pedía que lo perdonara fue inclemente y tomó la decisión más drástica de todas. Así fue que el rey mató al poeta con sus propias manos a finales del año 477. Leyendas e historias alrededor del poeta Ibn Ammar además de ser poeta y amante, era un hombre con una gran lógica y capacidad estratégica. De hecho, fue también ministro, dirigente y un brillante diplomático que contribuyó al crecimiento del reinado. Gracias a sus habilidades se hizo famoso en Andalucía y en los reinos cristianos. Incluso llegaron a formarse leyendas alrededor de su persona. La más famosa está relacionada con una partida de ajedrez. Los rumores dicen que el poeta era invencible a este juego de estrategia. Ibn Ammar al responder a la campaña de Alfonso VI contra Sevilla, aprovechó de la afición de Alfonso por el ajedrez. Mandó a hacer un elaborado y bellísimo tablero de ajedrez hecho con partes de oro, y le dijo a Alfonso que haría lo que le pidiera si le ganaba. Pero Ibn Ammar ganó el juego y consiguió adjudicarse la campaña militar. Por ello, Ibn Ammar siempre fue admirado por Alfonso VI. Además, se dice que el poeta fuera especialmente bueno en la poesía satírica y que hasta los príncipes de Andalucía temían a la obscenidad de su lengua. Uno de sus poemas más famosos Esta breve historia sobre Ibn Ammar no podría estar completa sin compartir uno de sus poemas, así que aquí viene una de las elegías en las cuales pidió perdón al rey Al-Mutamid antes de morir por su propia mano: ¿Acaso Silves no ha llorado por el que sufre y Sevilla no ha suspirado por un arrepentido? La lluvia cubrió el manto de nuestra juventud en un país donde los jóvenes rompían los amuletos de la infancia. Al recordar el tiempo de mi juventud, es como si se encendiese el fuego del amor en el pecho. 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