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Numancia, del asedio al mito

Tan grande fue el amor a la libertad y el valor existentes en esta pequeña ciudad bárbara. Pues, a pesar de no haber en ella en tiempos de paz más de ocho mil hombres, ¡cuántas y qué terribles derrotas infligieron a los romanos.

Épica narrativa, ¿verdad? Pues esta es la voz de Apiano de Alejandría, uno de los cronistas antiguos más importantes de la historia. ¿Y de qué ciudad del pasado está hablando? Podrían ser muchas, pues Roma se las ha visto con infinidad de pueblos “bárbaros”. Obviamente, ya sabéis a cuál se refiere dado el título del artículo. Exacto, Apiano habla con admiración palpable de una urbe que dio tantos quebraderos de cabeza a los romanos que tuvieron que llamar a su mejor general para hacerla caer. Una ciudad cuya defensa fue tan brava que pasaría a formar parte del mito de la resistencia nativa ante un opresor. Hoy hablamos, al fin, del asedio de Numancia.


La ciudad de Numancia

A pesar del carácter épico, tan cercano a la grandiosidad de los mitos, la existencia de Numancia ha estado clara desde siempre. Plinio el Viejo asegura que sus habitantes eran del pueblo de los pelendones, mientras que Estrabón y Ptolomeo creían que pertenecía a los arévacos. En cualquier caso, fue algo así como nuestra Troya legendaria (con el permiso de El Argar), pues sus restos sí estuvieron envueltos en el misterio durante siglos hasta que resurgieron como una realidad física en el siglo XIX. Antes de eso, su carácter de símbolo patriótico español fue apuntado nada más y nada menos que por Miguel de Cervantes, con su obra trágica El cerco de Numancia.

Numancia permaneció en el imaginario colectivo como un relato informe hasta que, en 1860, y coincidiendo con la Edad de Oro de la arqueología, fue despertada por completo. La culpa de este resurgimiento se la tenemos que echar a Eduardo Saavedra, un ingeniero de caminos apasionado por las crónicas históricas, precisamente, de Apiano. Dos años después de licenciarse, se marchó a Soria desde su Tarragona natal para empezar a trabajar, y así fue como dio con los restos de una vía romana de los tiempos del emperador Antonino. Aquello le condujo a una zona donde, al excavar, encontraron algo que cuadraba a la perfección con el relato de Apiano: ceniza. O lo que es lo mismo: los restos del incendio que los numantinos causaron para inmolar su ciudad.

Las guerras numantinas

¿Cuál es la historia del asedio de Numancia? Para apreciar lo ocurrido hace falta un breve resumen de los antecedentes del tercer conflicto de las llamadas guerras celtíberas que enfrentó a la República romana y las tribus celtíberas que ocupaban la región del Ebro. Me refiero a la guerra numantina, cuyo nombre lo dice todo. Está enclavada en la larga, larguísima campaña de conquista de la península ibérica por parte de Roma. Sólo este tercer enfrentamiento se prolongó durante veinte años, entre el 154 a. C. y el 133 a. C.

Veníamos de la contienda contra los lusitanos, encabezados por nuestro ya viejo conocido Viriato, que ya os comenté cómo terminó en un artículo anterior. Ya antes se había intentado tomar Numancia, pero los intentos del cónsul Cecilio Metelo, tanto con las armas como a través de la propuesta de una alianza, fracasaron. Y a Roma se le metió entre ceja y ceja que no podían permitir semejante desprecio. Que una urbe de bárbaros pusiera en jaque el prestigio militar y diplomático de la gran república era inadmisible.

Roma envió a sucesivos generales que, como los anteriores, no lograron nada. Los defensores numantinos no hacían más que repeler cualquier ataque a sus murallas, aumentando la ofensa que eso significaba. Los fieros guerreros de Numancia incluso lograron rodear al líder romano del momento, Cayo Hostilio Mancino, y forzar un tratado de paz a cambio de dejarlo con vida, a él y a sus veinte mil soldados. Y Numancia sólo contaba con cuatro mil hombres. Todo un milagro.

Yacimiento Numancia


El asedio de Numancia

Pero a Roma se le acabó la paciencia. Tiró de apellido insigne y nombró como nuevo general de la conquista numantina a Escipión Emiliano, el nieto adoptivo de Escipión el Africano. Y aunque no compartía su sangre, algo de su genio militar debió legarle su abuelo, porque Escipión armó un ejército sólido y disciplinado, y siguió una estrategia mucho más razonada que sus predecesores. En vez de enzarzarse en una guerra de guerrillas que beneficiaba a los defensores, comenzó a rodear la ciudad para algo tan simple que parece increíble que no se le ocurriera a nadie más: cortar la entrada a Numancia y evitar su abastecimiento. Vamos, un asedio de toda la vida.

Para ello creó un muro con hasta siete torres que encerró la urbe numantina a cal y canto. Y ni aún así los defensores de Numancia se amedrentaron. Unos cuantos, al mando del mejor de los guerreros de la tribu, Rhetogenes, lograron salvar la empalizada romana con escalas, tras lo cual viajaron hasta los enclaves de los arévacos para suplicarles su ayuda. Apenas lograron la ayuda de cuatrocientos soldados de Lutia, pero Escipión había sido advertido y logró capturarlos, con lo que el intento de romper el sitio se desvaneció.

Escipión asedia Numancia


El trágico final de Numancia

Desesperados, angustiados por el hambre y la sed hasta el punto de comerse a sus muertos, los numantinos no tuvieron más remedio que enviar embajadores para negociar una claudicación, aunque lo hicieron sin el consenso del pueblo. Libertad a cambio de la rendición, esa fue su propuesta, pero Escipión se negó en redondo. Siguiendo la misma premisa que ocurriera décadas antes en Sagunto, al regresar a Numancia estos embajadores fueron asesinados por sus propios vecinos. También de manera similar que ocurrió con la ciudad saguntina, algunas familias se suicidaron antes que aceptar la rendición o seguir sufriendo el hambre. Los que quedaron, al final, bajaron la cabeza, no sin un último acto de rebeldía: incendiar Numancia. Por si acaso, Escipión arrasó con lo que quedaba, y prácticamente no dejó piedra sobre piedra.

Tras entre ocho y dieciséis meses, Numancia dejó de existir como tal, aunque luego fue reconstruida por Augusto. Pero aquel nuevo asentamiento con trazado romano (que fue el que descubrió Saavedra) no tenía nada que ver con la anterior. La auténtica yacía bajo tierra, viva sólo en los textos de cronistas como Apiano, que hacían gala de esa admiración que los romanos acostumbraban a mostrar para engrandecer sus victorias. Y arqueólogos como Saavedra la devolvieron a la luz.

Suicidio Numancia asedio

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Sobre mí

Teo Palacios

Hace 10 años yo era como tú, un autor más con una novela bajo el brazo que nadie quería publicar. Hoy tengo cinco novelas publicadas por editoriales internacionales en ocho países, tengo firmados los contratos de dos novelas que aún no he escrito y ¡vivo de la literatura!

Teo Palacios

Escritor y creador del Método Pen

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