Es inevitable: cuando hablamos de naufragios la primera cosa que nos viene a la mente es el Titanic. Como mucho, algunas personas pensarán en otros episodios históricos, como la debacle de algunos de los barcos de la Armada de Felipe II en las costas irlandesas (de los que hablamos en el artículo sobre los black irish) o el también conocido destino del H.M.S Erebus y el H.M.S. Terror, en el siglo XIX (y que ha sido inspiración de novelas y series de televisión). El Bismarck o el Lusitania serían otros candidatos a naufragios famosos. ¿Pero sabéis cuál es el primer naufragio del que se ha tenido constancia a nivel arqueológico? Se le conoce como el pecio de Uluburun, y nos hará viajar atrás en el tiempo, muy atrás, hasta la Edad del Bronce.
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ToggleEl descubrimiento del pecio de Uluburun
Érase una vez Mehmet Çakir, un pescador que buceaba en busca de esponjas de mar en el cabo de Uluburun, situado en la costa sur de Turquía. Por ahí andaba, bajo las aguas, cuando de pronto se encontró con unos objetos rarísimos que no había visto nunca antes. Eran metálicos, de cobre más concretamente, y según su propia descripción parecían «galletas con orejas». Este hallazgo llamó la atención en 1982 de Çemal Pulak, un arqueólogo submarino del Instituto de Arqueología Náutica de la Universidad de Texas. ¿Por qué? Muy sencillo: las piezas halladas por el pescador tenían la misma forma que los lingotes que se confeccionaban en la Edad del Bronce, a las que por entonces se conocía como «piel de buey».
Ni corto ni perezoso, nuestro Indiana Jones marino decidió acercarse a la zona y comenzar unas campañas de prospección subacuáticas en la zona donde Mehmet había encontrado los lingotes. La búsqueda no fue fácil, dado que tuvieron que descender cada vez más hasta alcanzar los sesenta metros de profundidad, lo cuál limitaba mucho la autonomía de las bombonas de oxígeno. Pero al fin saltó la liebre. Localizaron el pecio de un barco hundido, tal y como sospechaban, y las primeras impresiones sobre el terreno, confirmadas por la datación posterior, señalaban a que, en efecto, se había hundido en el siglo XIV a.C. Hace más de tres mil años.

El barco de Uluburun
Estas dataciones nos remontan a una época que todavía se considera parte de la prehistoria. Eran los tiempos de esplendor de los micénicos, que dominaban el comercio por todo el Mediterráneo oriental. ¿Y quiénes eran los micénicos? En la Ilíada se los llama aqueos, y no son ni más ni menos que el pueblo que con el tiempo derivaría en la Grecia clásica que todos conocemos. Es la misma sociedad que, tras el declive de los minoicos (debido a la catastrófica erupción del volcán de Santorini), ocuparon Creta y se apropiaron de la cultura de los palacios cretenses. Es por eso que existen tantas similitudes entre ambas culturas: los micénicos tomaron todo lo que les gustó de los minoicos y lo aprovecharon, dando continuidad a dicha cultura. El nombre de «micénicos» ya podéis imaginar de dónde proviene: de su principal ciudad, la épica Micenas.
Ahora bien, ¿era el barco de Uluburun de manufactura micénica? Eso es algo que los investigadores no han logrado descubrir. Se teoriza con que su origen era cananeo, así como la mayor parte de la tripulación, aunque también podía haber presencia micénica, dado que en el pecio se encontró una tablilla plegable en Lineal B, la escritura de los micénicos, así como productos de elaboración aquea.

La resurrección del Uluburun
Lo que sí está claro es cómo era el barco y las técnicas que se utilizaron para construirlo. El Uluburun tenía unos quince metros de eslora, y el cascarón exterior se construyó en primer lugar, para luego se reforzado con tablas de cedro transversales. Existen datos que nos permiten confirmar que esta técnica se utilizó precisamente en aquella época por parte de los cananeos, de ahí las sospechas de los arqueólogos. Por supuesto tenía un mástil y una vela, así como remos, y la capacidad de carga era de unas veinte toneladas. De hecho, se ha recuperado buena parte de lo que transportaba: más de trescientos lingotes de cobre, otros cuarenta de estaño, vidrio, marfil, oro y enormes pithoi, lo cual hace indicar que quizás se tratase de algún tipo de tributo de carácter diplomático.
La cantidad de datos recogidos fue de tal envergadura que en 2006 un grupo de expertos realizaron una réplica lo más exacta posible, utilizando los mismos métodos de construcción. Fue un éxito a medias: terminaron el Uluburun II y lograron hacerse a la mar con él (como podemos ver en este vídeo), pero por desgracia el barco no soportó el ajetreo y acabó hundiéndose. Esto nos da una medida muy acertada de la impresionante capacidad de los antiguos constructores de estos barcos. Ellos, hace más de tres mil años, fueron capaces de lograr algo que nosotros hoy en día hemos sido incapaces de conseguir. Bueno, al menos la primera vez, porque tras el primer fiasco vino el Uluburun III, que funcionó mejor.

Conclusiones
Quizás no lo parezca, pero la importancia del pecio de Uluburun es enorme. Reafirma que ya en tiempos tan antiguos como la Edad del Bronce existía un comercio de largo alcance, que implicaba a culturas muy distintas entre sí, como lo eran los micénicos y los cananeos. Los pueblos del Mediterráneo no vivían aislados unos de otros, sino que los contactos eran frecuentes e imprescindibles para la evolución de las sociedades. Estos acercamientos entre micénicos, egipcios, cananeos y otras gentes explicaría la permeabilidad cultural que llevaría a que los aqueos, primero, y luego sus sucesores, los helenos, asimilaran y transformaran mitos y leyendas anteriores de otros pueblos, como ya vimos en el artículo ¿Heracles fue un personaje histórico? Y también, por supuesto, a que su propia cultura se expandiera, entregándonos siglos de saber y avances tan importantes como el pensamiento científico.