Continuamos la serie sobre poetisas de la Antigüedad grecolatina. Nos acercamos, en esta segunda entrega, a una figura difusa: Corina de Tanagra, sobre cuya biografía arroja la historia más sombras que luces. Los escasos versos que se nos han conservado adjudicados a su autoría permiten, sin embargo, entrever una cualidad y calidad poética dignas de la anécdota que la hace vencedora en varios certámenes poéticos del mismísimo Píndaro.
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ToggleBiografía de Corina de Tanagra: inciertas pinceladas
El problema de la incertidumbre con respecto a los autores antiguos, que ya veíamos en la entrega anterior con respecto de Safo, se vuelve más grave en el caso de Corina, menos valorada y casi soslayada, si la comparamos con la de Lesbos. Al ser menos célebre su obra, en el paso de los siglos, su nombre y biografía resultan más susceptibles de confusión. Tan es así que todo lo que tenemos, incluso su datación, es confuso: hay noticias que la sitúan como contemporánea de Píndaro (es decir, a finales del siglo VII a.C.) y otras que la llevan cinco siglos más allá, al siglo II a.C., en pleno periodo postclásico. Tal amplitud cronológica se debe, fundamentalmente, a una considerable multiplicidad de testimonios con los que contamos desde la propia Antigüedad. En efecto, una de las noticias más relevantes es la que se encuentra en la enciclopedia del siglo X d.C. denominada Suda. En este compendio, encontramos, aparentemente, a tres mujeres diferentes bajo el nombre de Corina: una originaria de Tanagra, de la que conocemos el nombre de sus padres; otra de la ciudad de Tebas, a la que se otorga el sobrenombre de “mosca” y una tercera, de la que sí se dice que es poetisa lírica, originaria de Tespias y llamada “la corintia”. Hoy en día, y salvando algunas excepciones que no merece la pena señalar en este artículo, se está de acuerdo en englobar a las tres en una única personalidad, Corina de Tanagra, poetisa.
A tal efecto, la fuente más relevante parece ser Pausanias, que, en su magna obra acerca de la geografía y etnografía de Grecia entera, habla de un monumento dedicado a la poetisa, situado en la ciudad de Tanagra, todavía visible en los tiempos de dicho autor. También él es quien pone a Corina en relación con Píndaro, a quien habría vencido en varias ocasiones en certámenes poéticos, no sólo en virtud de su particular dialecto sino también por su femenino encanto. Se trate o no de una visión algo misógina, perfectamente esperable en Pausanias, la relación entre el célebre poeta Píndaro y Corina también es un punto discutido entre los estudiosos. Resulta sencillo comprenderlo si tenemos en cuenta las dudas razonables sobre la propia datación de la autora: para los que consideran que es contemporánea de Píndaro, no es inverosímil que lo superase cinco veces (de nuevo según la Suda) en los citados concursos. Si, por el contrario, se piensa que Corina habría vivido en torno al 200 a.C., es lógico considerar la comparación entre su obra y la del cantor tebano una maniobra tardía, orientada a resaltar la calidad y la perpetuidad de ambas en plano de igualdad; no es la única relación fabricada a posteriori con éste o similares objetivos en fuentes biográficas antiguas. Con todo, a pesar del maremágnum de dudas y de sospechas, hay algún dato claro: no hay fuentes secundarias que se refieran a una Corina helenística (así lo afirma A. Ortolá en su artículo “Corina y su poesía. Una revisión”). Para tener más datos sobre su vida nos queda, sin remedio, acudir a su producción poética.
El corpus de Corina de Tanagra. Algunos aspectos de su poesía
A juzgar por la ausencia de ediciones helenísticas de sus textos, los filólogos de la Biblioteca de Alejandría no parecen haber conocido a Corina de Tanagra. Las primeras referencias de nuestra autora las encontramos en el siglo I, a cargo de Antípatro de Tesalónica y del elegíaco latino Propercio. El primero incluye a Corina como autora de una obra llamada El escudo de Atenea, en una lista de nueve poetisas, en número equivalente a las musas, junto con Práxila, Moero, Anite (a quien llama “Homero femenina”), Safo, Erina, Telesila, Nosis y Mirtis. La mayor parte de ellas, por desgracia, nos resultan poco más que perfectas desconocidas, salvando a Safo, “gloria de Lesbos”, y a Mirtis, a quien las fuentes consideran maestra de Corina. Por lo que respecta a Propercio, su referencia antiquae Corinnae nos permite reafirmar la idea de una sola autora, muy anterior a él y, por tanto, no helenística.
Otras fuentes muy minoritarias nos ofrecen títulos posibles de sus obras: Siete contra Tebas, Yolao o El regreso son algunos de los títulos que nos han llegado; la obra, lamentablemente, apenas pasa de unos pocos fragmentos y numerosas referencias indirectas. No obstante, a partir de dicho material pueden reconstruirse algunos de los aspectos más interesantes de su producción poética. Para empezar, hay una jugosa anécdota de Plutarco que señala a Corina como autora de una crítica contra Píndaro, a quien habría afeado la escasez de ejemplos míticos en sus poemas. Según esto, el tebano, para refutar la opinión de la poetisa, habría llenado de mitos un poema, exceso que ella habría reprendido con la siguiente reflexión: “no hay que sembrar con el saco, sino con las manos”.
En cuanto al contenido, lejos de la lírica intimista que veíamos en Safo y de acuerdo con el carácter de competidora de Píndaro que la tradición le atribuye, los temas de la obra de Corina son similares a los de la lírica coral, orientada a la celebración conjunta y pública en la ciudad y no al canto en espacios reducidos y fiestas privadas. Así, en uno de sus fragmentos, celebra alegóricamente la victoria del monte Citerón sobre el Helicón como morada de las sagradas Musas; ensalza, de esta manera, su tierra natal, Beocia. En otro fragmento se ensalza la condición divina de las hijas del río Asopo, un personaje-dios-río relacionado directamente con el mismo ámbito geográfico. También responde la poetisa a la petición de su ciudad de resaltar las muchas virtudes de las tanagresas, cosa que hace para disfrute y solaz de su público, en otro de los pasajes que se nos conservan de manera parcial.
La figura y la poesía de Corina de Tanagra nos es menos conocida que la de Safo; resulta, además, completamente obviada en el canon, salvo en las menciones aisladas que hemos señalado. Fue admirada por los poetas latinos. En concreto, Ovidio bautiza con su nombre a la amada de su poesía erótica, en un proceso similar a lo que ocurría con la Lesbia de Catulo. Su obra merece, sin embargo, ser recordadas en la medida de nuestras posibilidades. En su figura, tan misteriosa como sugerente, hallamos una nada desdeñable fuente de inspiración para artistas de todo tiempo. ¿No crees que merece la pena conocerla un poco? ¡Comparte este artículo si te ha gustado!