Napoleón aún no era emperador, pero ya tenía la idea en mente y conseguiría su objetivo tres años más tarde. En España gobernaba Carlos IV, o sería mejor decir que lo hacía Manuel Godoy, valido del rey y, según muchos, amante de la reina María Luisa de Parma. Lo importante para esta historia es saber que, por entonces, Francia y España estaban aliadas y que en el tratado de Aranjuez, firmado en febrero de 1801, ambas naciones habían acordado la creación de una flota conjunta que operaría en el Mediterráneo. Esa flota fue la que protagonizó la batalla de Algeciras. Descubriréis que, para los españoles, esta batalla, aunque se inició con victoria, terminó peor que aquella guerra que se provocó por un panfleto y nunca llegó a iniciarse.
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ToggleLos motivos de la flota hispano-francesa
La idea de una flota hispano-francesa respondía a varias necesidades: Por un lado, los ingleses tendrían que realizar un mayor esfuerzo en el Mediterráneo, lo que relajaría su presión en el Atlántico, cosa que permitiría que los buques aliados tuvieran más facilidades para el comercio en Ultramar. Por otra parte, el hecho de tener superioridad naval en el Mediterráneo permitiría que los franceses continuaran con su campaña en Egipto, o incluso que repatriaran al ejército si lo creían conveniente. Además, se evitarían en parte las actividades de corso por parte de los ingleses, que estaban haciendo estragos.
Esa nueva flota estaría formada por dos contingentes franceses, comandados por Linois y Dumanoir, que se unirían en Cádiz a la flota del almirante Moreno, que habría de dejar su base habitual en Ferrol.
Charles Linois, contraalmirante francés, había partido de Tolón el día 13 de junio de 1801 con destino a Cádiz. Bajo su mando se encontraban tres navíos, a saber: Indomptable, bajo las órdenes del capitán de navío Moncoure; Formidable, comandado por el capitán Aimable-Gilles Troude, ambas naves de 80 cañones cada una. El tercer navío era el Desaix, de 74 cañones, bajo el mando del capitán Palliere. Estos tres barcos estaban acompañados por la fragata Muiron, de 44 cañones. Era una flota pequeña, más bien una división de la escuadra del almirante Ganteaume, y transportaba unos dos mil hombres que servían como fuerza de desembarco.
El primer encuentro con los ingleses y el acantonamiento de tropas para la batalla de Algeciras
A la entrada del estrecho de Gibraltar, la flota francesa se topó con un barco inglés, el Speedy, que realizaba tareas de corso en la zona. De hecho, su comandante, lord Cochrane, había capturado más de treinta barcos en tan solo diez meses. Sabía, por tanto, que esa fama como pirata podía resultar su perdición. Intentó librarse de los navíos franceses, pero no lo consiguió y finalmente hubo de rendirse. Sin embargo, se batió con tal entereza, que el capitán del Desaix, barco al que se rindió, le permitió conservar su espada. Una vez en Algeciras, los españoles quisieron juzgarlo y llevarlo a la horca, pero Linois se opuso, alegando que era prisionero francés puesto que se había rendido a ellos.
En parte debido a esta captura, y en parte por los informes de los propios españoles, al llegar el 1 de julio Linois ya sabía que el puerto de Cádiz se encontraba bloqueado por una escuadra inglesa muy superior a la que se encontraba bajo su mando, por lo que no podría ofrecerles batalla para cumplir sus órdenes, motivo por el que decidió fondear en el puerto de Algeciras, con Gibraltar a la vista.
Tan pronto como el contraalmirante Saumarez, al mando de la flota inglesa, se enteró de esto, envió a la bahía de Algeciras a los buques Caesar, de 80 cañones, Pompée, de 74, Venerable, Audacious, Spencer y Hannibal junto con la fragata Thames. El motivo por el que Saumarez actuó así fue simple: Si bien su flota era superior a la francesa, lo cierto es que era muy inferior a la unión de las escuadras francesa y española. Si Linois hubiera mostrado tener mayor arrojo, la flota combinada habría puesto en graves aprietos a los ingleses, pero el comandante francés dio, una vez más, muestras del carácter precavido y timorato que ya había mostrado en otras ocasiones. Saumarez sabía que solo tenía una oportunidad: enfrentarse a las escuadras por separado. Y eso fue lo que hizo.
Los preparativos de la batalla de Algeciras
Los ingleses tenían, por tanto, superioridad marítima contra los franceses. Pero Linois tenía una baza a su favor: la alianza entre España y Francia y la presencia de tropas y fuertes españoles en la bahía.
En Algeciras se encontraba el conde Saint-Hillaire, Domingo Izquierdo, en calidad de Comandante General, mientras que los ejércitos estaban mandados por el mariscal de campo Adrián Jácome. Con ellos se reunió el 4 de julio, a su llegada a Algeciras, para exponerles su plan: aprovecharían el poderío de los fuertes, acantonarían a los soldados españoles de los batallones cercanos y presentarían una batalla defensiva.
Todas las fuerzas españolas se pusieron a disposición de aquel combinado hispano-francés preparándose para la batalla de Algeciras. Contarían con los tres fuertes de la bahía de Algeciras, el Isla Verde, el Santiago y el San García, cuyas defensas dejaban bastante que desear pero que contaban con un total de veintinueve cañones de 24 libras, cinco cañones de 18 libras y diez morteros, que serían usados solo en caso de desembarco enemigo. Todas esas piezas de artillería se encontraban en perfecto estado. En realidad, eso era algo sorprendente, pues poco tiempo antes se encontraban depauperadas. Y los espías ingleses lo sabían. Sin embargo, el comandante de artillería Juan Riosoto había sido destacado a la plaza y se ocupó de recuperar todas las piezas de artillería y dotarlas adecuadamente en un tiempo record.
El ejercito hispano-francés también podría utilizar todas las tropas disponibles de infantería y caballería: los regimientos de Ronda y Jerez completaron las dotaciones destinadas a los cañones de los fuertes, que se encontraban bajo el mando de Riosoto. Esas baterías estaban manejadas por hombres experimentados, la mayoría salidos de academias militares, y cruzaban los fuegos, de manera que cualquier objetivo podía ser alcanzado por, al menos, dos baterías. Los cañones de 24 libras podían llegar hasta los tres mil metros de distancia, lo que le daba una maniobrabilidad superior a la de cualquier navío de guerra. Para completar las fuerzas, desde Jaén se hizo venir a marchas forzadas a todo un batallón.
Linois contaba con trescientos dieciséis cañones, mientras que Saumarez tenía a su disposición cuatrocientos noventa. Eso sin contar con que el comandante inglés era conocido por su arrojo y valentía y por ser un gran navegador, mientras que Linois tenía un carácter bastante más pusilánime. Así las cosas, y con el apoyo de las fuerza españolas, Linois tuvo claro que lo mejor que podía hacer era ofrecer una «batalla al ancla», o lo que es lo mismo: fondear los barcos en la bahía y luchar desde ella, protegidos por la potencia de los cañones españoles. Así dispuso su flota para la batalla de Algeciras.
El inicio de la batalla de Algeciras
Y así esperaron al primer barco inglés, que estuvo a la vista hacia las siete de la mañana del siete de julio de 1801, pero es sorprendente que otras baterías de la zona, las del Tolmo, San Diego y Punta Carnero, no abrieran fuego contra la flota inglesa cuando pasó frente a ellas, aunque parece que sí avisaron de su llegada.
La táctica de Saumarez pretendía remontar la línea franco-española en toda su longitud por el lado de la costa, mientras que el resto de su flota atacaba desde mar abierto, tomando así a su enemigo entre dos fuegos. No era una disposición nueva, ni mucho menos; ya se había visto a los franceses luchando al ancla unos años antes en Aboukir, donde Nelson venció a los franceses que pretendían invadir Egipto. Así que Linois usaba una táctica con la que años antes la flota francesa había sido derrotada mientras que Saumarez se basaba en la Historia Naval para elegir la táctica ganadora. Pero la Historia no siempre se repite.
Linois esperaba a los ingleses con los barcos bien dispuestos y protegidos por las diferentes baterías de la zona. Las que había intentado poner bajo el mando de un francés, a lo que Riosoto se negó en redondo. Además, contaba con las cañoneras españolas, que causaban estragos incluso en grandes navíos de guerra gracias a su rapidez, movilidad y el cañón de gran calibre que portaban; Linois las destinó a proteger los flancos norte y sur.
Se tomaron otras disposiciones: las tropas de tierra francesas, puesto que no se iban a encargar de las baterías, formaron a fin de evitar desembarcos ingleses. Todos los fuertes fueron reforzados con tropas de caballería o infantería.
No pasó ni una hora desde que se avistó el primer navío ingles cuando las baterías del fuerte San García ya habrían fuego. Pero los ingleses no respondieron. Saumarez hizo que su flota rebasara el fuerte y se colocara frente a las naves enemigas. Los cañones ingleses empezaron a tronar hacia las ocho y media de la mañana, y las crónicas indican que las explosiones eran tan intensas que “el ruido de los cañones era continuo y terrible”. Una sola andanada desde un barco inglés, veinticuatro cañones, podía caer sobre alguna batería española y dejarla completamente inutilizada.
Los caprichos del viento en la batalla de Algeciras
Linois se dio cuenta de que de seguir así las cosas no podrían con su enemigo. Pero el viento se puso de su parte, pues amainó, de modo que ordenó cortar los cables que fondeaban los barcos y dirigirlos hacia la costa, hasta que encallaran. De este modo quedaban completamente resguardados por el fuego de las baterías situadas en los fuertes españoles. De manera que los franceses se encontraban inmóviles, mientras que los ingleses podían maniobrar por la bahía. Sin embargo, lo hacían contra el viento, y empujados solo por una floja ventolina que no les daba ninguna ventaja. Los ingleses se encontraban a merced de los cañones españoles.
Aun así, Saumarez tardó varias horas en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, en parte seguramente porque no esperaba tal respuesta por parte de unas, en teoría, paupérrimas baterías españolas. Para cuando quiso reaccionar ordenando que se levaran anclas para ponerse al viento, el Pompée estaba destrozado. Sus mástiles y velas habían quedado inutilizados, por lo que fue necesario remolcarlo por medio de botes. Su intención era la de desembarcar para tomar el fuerte Isla Verde, que estaba causando estragos entre sus barcos, pero no le fue posible efectuar la maniobra porque los hombres que deberían haber desembarcado se encontraban en los botes remolcando al barco medio deshecho.
Para colmo de males, el Hannibal, que remontaba la línea francesa por el norte en un intento de atrapar entre dos fuegos a sus enemigos, encalló. En Algeciras se llama desde entonces “roca del navío” a una roca que casi emerge de las aguas. Sobre ella se construiría más tarde el “muelle del navío” del puerto de Algeciras. De modo que el Hannibal estaba, al menos por el momento, inmovilizado y por tanto no podía defenderse de ningún modo del fuego que recibía sin descanso desde el fuerte Santiago. Y tampoco podía recibir ayuda de ningún tipo, puesto que las pequeñas baterías que se situaban al este del fuerte creaban un muro de fuego infranqueable.
Los estragos de los cañones españoles sobre los navíos ingleses
Saumarez reunió entonces a sus tres barcos indemnes y decidió acercarse a los franceses. Se situaron apenas a tres cables. Pero de nuevo la potencia de fuego de los fuertes protegió a los navíos de Linois. Los ingleses intentaron un nuevo desembarco, pero fue un movimiento inútil: para entonces, el daño que habían sufrido era excesivo y, puesto que casi no había viento, habían perdido casi toda su movilidad.
El cañoneo era continuo por parte de unos y otros. El Hannibal estuvo intercambiando disparos con el fuerte Santiago durante cinco o seis horas, aunque finalmente tuvo que rendirse. Su capitán, Ferris, ordenó retirar la bandera y rendir buque y tripulación, incluyendo a los hombres de los botes que Saumarez había enviado para tratar de desencallarlo. Era alrededor de la una de la tarde.
Por su parte, el Pompée estaba condenado. A pesar de los esfuerzos que se habían realizado para remolcarlo y sacarlo de la bahía, terminó por embarrancar cerca de Isla Verde, lo que supuso su perdición. Con todo, para evitar que se perdiera otro barco, Saumarez destinó aún más hombres y botes a su rescate. Los marinos ingleses consiguieron su objetivo: sacaron al navío de la trampa en la que se encontraba y lo llevaron hasta Gibraltar; sin embargo, el coste en vidas humanas de esa operación fue terrible.
Saumarez entendió a esas alturas que la batalla de Algeciras está perdida. Solo en el Hannibal se habían sufrido las bajas de 140 marinos. Sabía que podría hundir a los barcos franceses, pero no podría hacer nada contra los fuertes españoles. De hecho, los ingleses habían centrado desde hacía tiempo el fuego en el fuerte Isla Verde, pero sus muros no cedían, mientras que el maderamen de los navíos ingleses estaba cada vez en peor estado. Los cañonazos de los ingleses quedaban fuera de rango y las balas de cañón caían sobre la ciudad. Los vecinos de Algeciras habían abandonado sus casas y miraban, entre atemorizados y sorprendidos, la matanza que se estaba produciendo cerca de la orilla desde la seguridad que les brindaban los cerros circundantes. Hay que tener en cuenta, además, que los hijos, primos, amigos o familiares de muchos de ellos estarían combatiendo en la batalla, lo que contribuiría a su inquietud.
Así las cosas, Saumarez solo pudo dar la batalla por perdida y poner rumbo a Gibraltar, lo que provocó el clamor de las baterías aliadas, que celebraban su victoria.
Continuación de la batalla de Algeciras
Tan pronto como terminó la batalla de Algeciras, Linois envió mensajeros a Cádiz para solicitar la ayuda de la flota española, comandada por el almirante Moreno, para que se reuniera con ellos en Algeciras, y se aprestó a reparar los numerosos desperfectos que habían sufrido sus barcos. Saumarez hizo lo propio en Gibraltar. Con el Pompée destrozado, y el Caesar sufriendo graves daños, Saumarez ordenó que se les fondeara en el puerto y que sus dotaciones fueran distribuidas a bordo de los restantes barcos con el fin de que las reparaciones fueran rápidas y efectivas.
Saumarez también envió un barco a Algeciras, portando bandera blanca, con la intención de recuperar al capitán Ferris, del Hannibal, y a sus hombres. Ferris y Cochrane fueron enviados a Gibraltar, y más tarde los franceses también devolvieron a todos sus hombres. Cuando regresó a Inglaterra tras su liberación, Ferris, así como sus oficiales, fueron juzgados por la entrega del barco al enemigo, aunque quedaron absueltos de todos los cargos.
Por su parte, Moreno zarpaba de Cádiz el día 9 de julio al mando de dos de los tres barcos más grandes de la flota española, el Real Carlos y el San Hermenegildo, que equipaban ciento doce cañones cada uno, y otros cuatro barcos de noventa y seis, ochenta y setenta y cuatro cañones cada uno de ellos, además de dos fragatas y un lugre.
El capitán Keats, que se encontraba a bordo del Superb, vio cómo zarpaba la escuadra española y envió mensaje inmediato a Saumarez para informar de la situación. La flota de Moreno ancló en Algeciras, frente a Gibraltar, pero fuera del alcance de sus cañones. Y Saumarez, pensando que la flota francesa tardaría al menos dos semanas en realizar sus reparaciones, solicitó ayuda al comandante de la flota del Mediterráneo, lord Keith. Pero estaba en un error, puesto que Moreno había decidido zarpar tan pronto como los barcos franceses pudieran navegar. Esto ocurrió la mañana del 12 de julio.
Los ingleses persiguieron de inmediato a la flota combinada, y cuando Moreno viró bruscamente en busca de mar abierto para dirigirse a Cádiz, Saumarez envió al Superb, su barco más veloz, a que lo atacara por retaguardia. El primero en ser alcanzado fue el Real Carlos, al que varias andanadas provocaron un incendio importante en la cubierta. El siguiente en ser atacado por el Superb fue un navío francés, el Saint Antoine. La batalla entre ambos se prolongó durante algo más de media hora, hasta que finalmente los franceses se rindieron.
El desastre de los barcos españoles
Los daños en el Real Carlos fueron tan importantes que arremetió contra el San Hermenegildo sin saberlo. La batalla entre los dos barcos hermanos fue cruenta. La confusión había sido tal que las tripulaciones de ambos barcos se abordaron. Se reconocieron de inmediato, pero para entonces el mal estaba hecho, pues acabó con la explosión del Real Carlos. No tardó en hacer lo propio el San Hermenegildo después de que sus velas hubieran prendido fuego. Algunas crónicas hablan de que la explosión fue de tal magnitud que pudo sentirse en Cádiz, donde se tomó por un pequeño terremoto. Unos dos mil quinientos marineros españoles murieron en la explosión de ambos buques.
El Formidable, en cambio, bajo el mando del capitán Amable Troude, tuvo mejor suerte. Se enfrentó, a eso de las cinco de la mañana, contra el navío inglés Venerable, al que destrozó el mástil principal, con lo que no pudo continuar en la lucha. Troude pudo escapar así y reunirse con el resto de la flota de Moreno, que estaba ya en Cádiz. Saumarez, satisfecho con lo ocurrido y habiendo tomado el Saint Antoine y destruido dos de los mayores buques españoles, dejó a tres navíos en la bahía para retomar el bloqueo de Cádiz, con lo que se retomó el estatus previo a la batalla.
Una victoria que terminó en rendición
En Francia, esta batalla se vendió como una auténtica proeza. Lionis se convirtió en un héroe. La defensa de Troude y su Formidable en la bahía de Conil fue exagerada, y se proclamó como un enorme éxito francés contra una escuadra inglesa muy superior. Y sin embargo, el plan inicial de unir ambas flotas para reforzar el ejército destacado en Egipto no pudo llevarse a cabo. Eso provocó que unos meses más tarde los ejércitos franceses en aquel país se rindieran a las fuerzas inglesas y otomanas.
En Inglaterra, Saumarez también recibió grandes elogios por la segunda parte de la batalla. A nadie pareció importarle demasiado lo ocurrido solo unos días antes en la bahía de Algeciras. Fue nombrado Caballero de Bath. Cincuenta años más tarde, los hombres que participaron en aquella batalla y que aún seguían vivos fueron condecorados por el Naval General Service Medal. La consecuencia directa fue el fortalecimiento de la marina británica.
En España… En España las cosas tuvieron un cariz diferente. El gobierno enfureció por lo que había ocurrido, de tal modo que las relaciones con los franceses se deterioraron significativamente. Las autoridades españolas pidieron que los barcos bajo su bandera que se encontraban en Brest, en la costa del Atlántico francés, fueran devueltos de inmediato, no en vano habían perdido dos grandes navíos. El comandante Moreno tuvo que aguantar el chaparrón de culpas, entre otras cosas porque nadie podía entender cómo era posible que no se hubieran transmitido Santo y Seña alguno para indentificarse entre los navíos de su flota.
Pocos se acordaron de las baterías de los fuertes de la bahía de Algeciras, de Riosoto y sus hombres, cuya valentía y profesionalidad salvó a Linois de caer a las primeras de cambio ante Saumarez.