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NOTA: No pongáis en práctica ninguno de los consejos/ideas/pautas que aquí describo y que están sacados de mi cruda realidad. Haced caso a los maestros que os llevarán por el buen camino, NO me hagáis caso a mí ahora que os voy a hablar de lo que no debes hacer para gestionar tus redes sociales como autor.
Permitidme que os cuente una historia. Me dedico a eso, ¿no? A escribir. ¿O no?
Yo he venido hasta aquí para leer un artículo sobre escritura, ¿no? Me diréis con toda la razón. Sí, sí… sobre escribir va el asunto. Dejad que hoy os ofrezca un artículo algo peculiar, pero que me va a servir de desahogo. Cuando terminéis de leerlo, me contáis si os habéis identificado en algo. ¿Os atrevéis a hacerlo?
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Tabla de contenidos
ToggleLa historia de alguien
Érase una vez alguien al que le burbujeaban las ideas en la mente y le cosquilleaban los dedos porque necesitaba sacarlas de ahí. Ese alguien se sentaba en los ratos libres y escribía con letra apretada en hojas que guardaba en un cajón. O llenaba el ordenador de archivos sin nombre.
Esos momentos eran suyos, entraba en su mundo y se perdía en él. Disfrutaba de la soledad, de descubrir zonas inexploradas en su cabeza, aunque muchos caminos se quedaban a medias y eso le frustraba. Aún así, necesitaba seguir escribiendo.
Un día acabó una historia. La idea tomó forma, maduró y fue capaz de expresarla como quería. Sus personajes vivieron en ella y se quedaron en ese mundo que había creado, ya inmortales. Alguien suspiró satisfecho y, tras un gesto de su mentón que se podía traducir como un “yo puedo”, se dijo que le gustaría que muchos álguienes conocieran su historia. Ese sería su segundo paso, porque el primero ya lo había hecho. La felicitación de sus amigos por su logro le había dado alas para abrirse al mundo.
Alguien probó lo normal: concursos, editoriales…
¡Ah! Pero enseguida le dijeron que los escritores con una historia eran legión. Debía destacar, que su nombre resonara en el mundillo, sacar la cabeza del pelotón. ¿Qué pasó entonces? Se adentró en el lado oscuro.
La jungla de las redes sociales
Facebook, Twitter, Instagram, foros, blogs… La red es algo vivo que se alimenta de las publicaciones. Alguien comenzó a escribir cosillas para mantenerla contenta. Al principio fueron pequeñas historias, relatos que presentaba a concursos, descartados que retomaba y retocaba, ideas que cazaba en los ratos libres. Pero la red cada vez exigía más: esos retazos no le sacaban del anonimato. Era una hoguera descontrolada, devoradora de cualquier ofrenda, siempre hambrienta. Más “me gusta”, más corazones, más interacción. Nunca era suficiente. Artículos, reflexiones, alguna bronca (el público del circo romano necesita algún león y algún sacrificado de vez en cuando), fotos personales, que no solo de escritura viven los escritores.
Alguien comenzó a pensar que los días deberían tener treinta horas o más; el tiempo se convirtió en un enemigo. Alguien era más bien introvertido, pero tenía mil quinientos amigos en las redes a los que debía dar de comer. Alguien necesitaba tiempo a solas para escribir, pero escribía para los demás. Alguien hacía encaje de bolillos entre el trabajo, su círculo social y la promoción de su obra. Sus amigos le miraban raro cuando no dejaba de consultar el móvil, sinfonía de diferentes pitidos y alarmas. Alguien, el calmado y tímido alguien, enviaba mensajes agresivos para publicitar su historia. Nadie sabía que cada vez que lo hacía, una parte de sí mismo moría. Es lo que había que hacer: lo leía en un blog de otro alguien que había destacado recientemente del pelotón tan solo por media cabeza. Lo siguiente era fabricar una marca de autor.
Intentó ordenar sus tareas ineludibles, sus encuentros con la familia y el alimento para las redes. ¡Un hueco el sábado por la mañana para escribir otra historia! ¿Y cuándo leo? Se preguntó mientras miraba la pila de novelas pendientes que crecía a un lado del ordenador.
Ya no había ratos de calma, dejaron de existir los momentos a solas para explorar su mundo. Fechas de entrega, días programados para publicaciones, notificaciones que debía contestar. El caos en el que la red se movía, siempre hambrienta, le obligaba a innovar para no caer en el olvido.
Pero un día, alguien sacó un momento para sentarse frente al teclado. Encendió la pantalla y, como ella, el mundo al que recurría para sus historias, estaba en blanco. ¿Qué había pasado?
Sobre cómo te fagocitan las redes sociales
Es tan solo una relato, ¿verdad? Nada que ver con la realidad. Yo una vez fui alguien que gracias a la planificación, terminó una historia. Y aquí os lo cuento, pero yo solo quería escribir… ¿Cómo acabé en las redes de la red? Pues como todos: ahora, para que te lean, no solo debes terminar esa historia, debes realizar un curso acelerado de márketing.
Confieso que yo no me identifico por completo con este alguien porque aún (sí, digo aún) no he sufrido un bloqueo creativo. Un bloqueo creativo es la incapacidad para idear, desarrollar y plasmar una historia. Y lo veremos en el siguiente capítulo. Pero sí que me identifico con el resto de lo que he escrito y soy consciente de que, si sigo a este ritmo, me puede pasar. Y eso que no he hablado de otra parte que, hasta hace poco, desconocía: lidiar con editoriales, publicidad, distribuidores y librerías. Aunque eso da para otro artículo. Ya os contaré, ya…
Hemos hablado en otros artículos del momento de desnudarnos y exponer nuestro trabajo. Primero tiramos de amigos y lectores cero y después intentamos ampliar el círculo y darnos a conocer lo más posible. Ay, compañeros… con las REDES hemos topado. Lo que debería ser un recurso estupendo para llegar a más lectores, se convierte muchas veces en fuente de estrés y disgustos. ¿Quién no ha discutido en Facebook? ¿Quién no ha perdido una tarde entera delante de una pantalla sin escribir ni una palabra?
Hay muchos artículos que nos hablan de la gestión del tiempo. Igual les sirve a alguien más organizado, yo soy caótica. No solo en mi vida personal: el trabajo que me da de comer es a turnos y tengo una familia que también necesita que le dedique tiempo. Es imposible que yo programe un día para publicar un artículo, otro para una entrada del blog y otro más para darme autobombo en las redes. Y eso que la era digital también tiene sus ventajas. Por ejemplo todas estas herramientas que podemos usar para escribir, o mi adorado Scrivener para organizar el material.
¿Cómo es el oficio de escritor hoy en día?
Según las últimas tendencias, el escritor solitario y malhumorado está obsoleto, como bien señalan en este artículo. Ahora lo que debes hacer es vender tu producto, vender tu imagen, vender lo que tienes dentro. ¿Y quién lo compra? Esto parece la caza del lector despistado como en El disputado voto del señor Cayo. ¿Es mejor ser comedido y no tener opinión, no posicionarte para no perder apoyos? Imposible ser neutral en un tren en movimiento, como diría Howard Zinn.
Así que NO hagas lo que hago yo porque NO te irá bien.
NO realices publicaciones impulsivas
NO trabajes de forma caótica
NO dejes las cosas para el último momento
NO escribas a golpes, ten una continuidad (disciplina)
NO aparezcas y desaparezcas de las redes cuando te de la gana
NO actúes sin una estrategia comercial
NOTA: Y a esta, por favor, sí que debéis hacerle caso. ESCRIBID lo que sentís. Y que le den a las redes si no cazan nada.
Si estudias detenidamente los artículos que te enlazo, igual puedes diseñar tu propia marca de autor y ganar el pulso a las redes. Alimentarlas lo suficiente y manejar a tu antojo el lado oscuro. Yo me confieso incapaz de llevarlo a cabo. Seguiré mi antimétodo caótico, luchando contra la voracidad de las redes a mi manera. Pero aquí estoy, escribiendo un artículo de más de mil palabras porque si escribo menos, tengo menos visibilidad. Lo sé, soy un oxímoron.
¿Qué harás tú?
Imágenes del texto de Iria Blanco Barca
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