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Las sabinas: el mito de un rapto

Últimamente hemos estado dedicándole varios artículos a la mitología, especialmente a la de la Grecia Clásica. Como ya os he dicho, para mí los mitos son el complemento ideal con el que entender a los pueblos de la antigüedad. Y entre mis sociedades preferidas del pasado está, por supuesto, la romana. Qué os voy a contar sobre esta pasión que no sepáis al leer mi novela Muerte y cenizas. La mitología romana bebe sin lugar a dudas de la griega, todos lo sabemos. Sin embargo, también hay leyendas de cosecha propia que no están conectadas con la helena, al menos no de manera directa. La más famosa de todas es por supuesto la de la fundación de Roma por parte de Rómulo y Remo. Pero hay otra que personalmente me fascina, y es la que voy a acercaros hoy: el rapto de las Sabinas.


El rapto de las sabinas, un mito fundacional

Esta leyenda es consecuencia de la fundación de Roma. Tras ganarle a su hermano Remo el derecho a elegir el lugar donde debía ponerse la primera piedra de la nueva ciudad, Rómulo no descansó hasta que ésta se convirtió en una realidad. Pero una vez termino la faena se dio cuenta de que tenía un pequeño gran problema: toda su colonia estaba formada por varones. Vamos, que aquella era una auténtica ciudad de maromos y había que resolverlo o tendrían menos futuro que un jabalí paseándose por cierto pueblecito galo.

El rey Rómulo y sus hombres (nunca mejor dicho) tampoco se calentaron mucho la cabeza. Podrían haberse ido a por algunas guapas fenicias o unas íberas irreductibles. Pero en lugar de marcharse a buscar a las tan necesarias féminas en lugares exóticos prefirieron lo conocido. A tiro de piedra de Roma, no mucho más allá de las colinas del Lacio, habitaba una tribu de ganaderos: los sabinos (y sus correspondientes sabinas). Esta buena gente llevaba en tierra itálica más años que Matusalén (además de verdad), pues era uno de los pueblos antiguos asentados desde la prehistoria, junto con los umbros, los etruscos, los picentinos y un montón más.

fundación de Roma


Y todo por culpa de un botellón

En honor a la verdad, los romanos fueron a buenas al principio. Intentaron pactar alianzas matrimoniales con los sabinos, pero estos tenían la mosca tras la oreja desde que vieron cómo se levantaba semejante ciudad tan cerca. Por lo visto ya se olían que esos romanos no se iban a conformar con quedarse detrás de sus murallas. Así pues, ante el temor de una eventual conquista, se negaron a entregar a sus hijas en matrimonio.

A Rómulo aquello le sentó como una patada en salva sea la parte (que además debía estar sensible por la inactividad). Y ya sabéis cómo son los romanos: cuando algo se les mete entre ceja y ceja… Por tanto, urdió un plan infalible para salirse con la suya. Celebraron un gran festival durante la fiesta de Neptuno Ecuestre con el que mostrar y ya de paso alardear de la nueva ciudad ante las tribus vecinas. Los sabinos y, lo más importante, las sabinas, acudieron sin dudarlo alguno, pues quién podía resistirse a un banquete donde en cuanto vaciabas tu copa de vino te la llenaban de nuevo al instante. La borrachera que se pillaron fue de tal magnitud que, a una señal del rey, los romanos tomaron cada uno a una sabina. Para cuando los hombres se dieron cuenta de lo que pasaba ya habían sido desarmados y echados a patadas de Roma. La peor resaca de la historia.

rapto sabinas


A la guerra por las sabinas

Después de eso, a los romanos les faltó el aire para casarse con las muchachas sabinas. Sólo tomaron a las vírgenes solteras, salvo una de ellas, Hersilia, quien precisamente se casó con Rómulo. Las sabinas al principio no se mostraron muy contentas con este arreglo, hecho con engaños y sin su consentimiento, pero los romanos las convencieron diciéndoles que aquello era el mayor de los honores: iban a convertirse en las madres de un pueblo elegido por los dioses. Al final las sabinas cedieron, pero con una condición: no pensaban hacer ninguna tarea pesada en el hogar, salvo ocuparse del telar. Chicas listas.

Pero en tierra sabina, el rey Tito Tacio estaba que trinaba por semejante afrenta y armó un ejército con el que atacó Roma. Los sabinos lograron incluso traspasar la muralla gracias a Tarpeya, una romana que traicionó a los suyos por amor hacia Tito Tacio (que ordenó matarla porque despreciaba la deslealtad). La batalla fue tan cruenta como indecisa su resolución, lo cual planteó un dilema entre las sabinas raptadas. Llamémosle amor o síndrome de Estocolmo, las nuevas romanas no estaban dispuestas a perder a sus recién estrenados maridos, de los que se habían enamorado en tiempo récord. Pero tampoco querían perder a sus padres y hermanos sabinos. Así que optaron por el más valiente de los caminos: se interpusieron entre ambos bandos y detuvieron la batalla en una escena convertida en clásica en multitud de pinturas.

sabinas paran la guerra


Las sabinas, mensajeras de paz

Conmovidos por el acto de las jóvenes, romanos y sabinos se pararon un momento a pensar en lo que estaban haciendo y, al fin, pactaron la paz. Qué pena que esto no ocurra más veces. Y ya sabéis lo que viene después: otro banquete y una nueva borrachera, sólo que esta vez nadie se llevó nada, si no que se establecieron las bases para la unión de ambos pueblos, el romano y el sabino. Rómulo incluso permitió que, hasta su muerte, Tito Tacio fuera co-gobernante de la ciudad.

Una historia apasionante y con final feliz, ¿verdad? Ahora bien, ¿tiene algún fundamento histórico? Pues por mucho que cronistas antiguos como Tito Livio aseguren que todo esto es real, los historiadores del presente ven esta posibilidad como algo poco probable. Es más factible que se trate de una fabulación de la asimilación que Roma realizó con pueblos como los samnitas, o incluso que no fuera otra cosa que un mensaje para cualquier posible enemigo: sométete, únete a nosotros y seremos generosos contigo; resiste, y caerás. En cualquier caso, conseguiremos lo que queremos. Porque somos Roma.

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Sobre mí

Teo Palacios

Hace 10 años yo era como tú, un autor más con una novela bajo el brazo que nadie quería publicar. Hoy tengo cinco novelas publicadas por editoriales internacionales en ocho países, tengo firmados los contratos de dos novelas que aún no he escrito y ¡vivo de la literatura!

Teo Palacios

Escritor y creador del Método Pen

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