El último artículo de la serie dedicada a poetisas de la Antigüedad grecolatina viene protagonizado por una romana, una cultivadora del género lírico y elegíaco. Sulpicia comparte algunos rasgos con autoras tratadas en entregas anteriores: al igual que Corina de Tanagra, es prácticamente una desconocida en el canon poético. Salvando algunas excepciones notables, como Safo de Lesbos, los registros canónicos conceden prioridad absoluta a autores masculinos. Tan es así que, como vamos a comprobar, la obra de Sulpicia se nos ha conservado integrada en la de Tibulo, autor contemporáneo, amigo y cultivador del mismo género, la elegía. En estas líneas vamos a examinar la biografía de Sulpicia al tiempo que los poemas que nos han llegado atribuidos a ella.
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Toggle¿Quién es quién? Dos Sulpicias y un solo texto. Notas sobre la segunda Sulpicia
Sulpicia es el nombre de la única poetisa romana cuya obra se nos ha transmitido. Sin embargo, las fuentes hablan de dos autoras, separadas por varios años, con el mismo nombre. Durante algún tiempo, existió cierta confusión en torno a ambas, debida, como de costumbre, a la escasez de información sobre la segunda de ellas, por un lado, y a las condiciones en las que se ha transmitido el texto de la primera, por otro. Contamos con más datos directos de la primera Sulpicia, la más antigua, en quien nos vamos a centrar a partir del siguiente epígrafe. Sobre la segunda, llamada también “la otra Sulpicia”, nos ha llegado más bien información indirecta.
Ubicada en plena época imperial, a finales del reinado de Domiciano, “la otra”, o la Sulpicia posterior, vivió, por tanto, a finales del siglo I d.C. El poeta Marcial, contemporáneo suyo, la conoce y la aprecia, a juzgar por los elogiosos términos en los que habla de ella al compararla con Safo en sus poemas 35 y 38 del libro 10 de epigramas. Sabemos, de manera indirecta, que esta Sulpicia compuso un libro de poemas eróticos dedicado a Caleno, su esposo. Las fuentes se refieren a la libertad de lenguaje, impropia para lo que se espera de una honorable mujer romana, seguramente, con que refiere los métodos para mantener el amor de su esposo. “Desnuda, acostada con Caleno”, dice uno de los escasos versos que se han conservado.
Muy fragmentaria, también, es la evidencia de un poema hexamétrico de setenta versos. Planteado como un diálogo entre ella y la musa Calíope, se trata de la “Queja”, una crítica al edicto imperial del 94 d.C. por el que Domiciano expulsaba de Roma a los filósofos. Poetisa y musa están de acuerdo en considerar que con esta ley Roma se acerca indefectiblemente a la barbarie. Este poema debió de valerle la admiración del poeta tardío Ausonio, que habla de las cualidades críticas de esta Sulpicia. El manuscrito tiene una historia curiosa, cuando menos: se descubrió en la abadía de Bobbio en el año 1493. Los expertos consideran que el texto con el que contamos data de una fecha muy posterior, siglo V d.C., por lo que el poema de Bobbio está irremisiblemente perdido. Para más citas de la segunda Sulpicia en fuentes latinas, puedes ver esta página, si lees inglés.
La Sulpicia augústea: datos biográficos
Sulpicia deja constancia de su filiación, con más o menos claridad, en alguno de sus versos. Servio Sulpicio Rufo es el nombre completo de su padre. Su madre, Valeria, es hermana de Marco Valerio Mesala Corvino, conocido por su actividad militar como general, pero, sobre todo, por ser el fundador del Círculo de Mesala, un grupo de autores reunidos bajo la batuta del noble epónimo. Nos movemos, por tanto, en el siglo I a.C., en los comienzos de la época imperial de Roma y en los albores de la explosión cultural que terminará por generar la edad de oro del latín y de su literatura.
Huérfana de padre, Sulpicia quedó muy pronto bajo la tutela de su tío materno. Ello, además de una posición social sin apreturas, debió de facilitar su integración plena en un ambiente de creación literaria y su contacto con algunos de los poetas más relevantes del momento, como el elegíaco Tibulo.
Aquí acaban los datos biográficos ciertos de nuestra poetisa. El resto adquiere un tinte especulativo aún más potente que el de la amistad con Tibulo, que deducimos gracias a las condiciones especiales en las que se ha transmitido su texto, que en seguida vamos a comentar. Su historia de amor con Cerinto, un romano del que desconocemos condición, origen, dedicación e incluso nombre auténtico, se extrae de la lectura de sus poemas. En ellos, el éxito y el fracaso de su relación, las desastrosas consecuencias de una relación que parece prohibida, se plasma según la tradición de la poesía elegíaca, con un pseudónimo, y de una manera incierta, plenamente literaria, que aporta pocos datos objetivos, en la misma medida en que dispara la imaginación.
Los textos de Sulpicia y su transmisión
Hemos señalado más arriba la importancia de la relación entre Sulpicia y el poeta Tibulo. Se piensa que debió de existir al menos un contacto frecuente, facilitado por la pertenencia de ambos al círculo del tío de Sulpicia. Además, ocurre que un grupo de poemas del Corpus Tibullianum, el conjunto de composiciones firmado por Tibulo, concretamente los que van del 13 al 18, contienen una declaración indudable de autoría: aparece claramente su nombre, alude a su momento vital concreto y, a la manera de los demás elegíacos, incluye el nombre de su amado. Escritos con el tono y la forma de cartas breves amatorias, tienen por tema el amor de la autora por Cerinto, a quien se ha tratado de identificar con el aristócrata Cecilio Cornuto, a quien alude Tibulo en dos de sus poemas.
La historia de amor
Resulta sugerente reconstruir parte de la historia de amor de Sulpicia a la luz de sus versos. Desde la consumación del amor, contada, de una manera similar a lo que ocurría con la autora homónima posterior, con términos poco adecuados a la modestia esperable de una romana:
“Al fin me llegó el amor, y es tal que ocultarlo por pudor
antes que desnudarlo a alguien, peor reputación me diera.
Citerea, vencida por los ruegos de mis musas, me lo trajo y lo puso en mi regazo”.
Así exclama en medio de la euforia de la consecución del ser amado. Pero, en algún momento, la relación con Cerinto se tuerce. Tanto, que la autora reprocha a su amado haberla olvidado y recordarla sólo porque ha estado cerca de la muerte por unas fiebres:
“¿Tienes, Cerinto, una devota preocupación por tu chica,
porque ahora la fiebre maltrata su cuerpo cansado?”.
Los altibajos continúan y no sólo por el rechazo del amante, a juzgar por otra serie de versos en los que Sulpicia reprocha a su tío haberla apartado de Roma, precisamente en su cumpleaños. ¿Con qué intención? La imaginación vuelta también en este punto. ¿Es que su pariente y tutor estaba en contra del amor entre ambos? De ser así, ¿cuáles habrían sido los motivos? ¿Una diferencia de clase social? ¿Tal vez Cerinto era un hombre casado? El lector es libre de decidir y dejar volar su pensamiento. Tal vez esta página pueda orientarle un poco, dentro de lo posible. (incluye textos traducidos de la autora). También puede ampliar información en este enlace.
La importancia de esta poetisa
Durante mucho tiempo, los estudiosos consideraron a Sulpicia una autora aficionada, sin valor literario. Es muy reciente, de las últimas décadas del siglo XX, el cambio de enfoque, hacia una nueva valoración en tanto que genuina expresión literaria. No falta quien señala, todavía, lo audaz de las expresiones sexuales de sus versos y lo esgrime como argumento en contra de una autoría femenina. En esta página podrás acceder a un estudio más filológico y especializado de la obra de nuestra poetisa.
La figura y la poesía de Sulpicia nos es menos conocida que la de Safo; resulta, además, completamente obviada en el canon, como ocurriera con Corina. Sin embargo, la admiración de algunos poetas latinos desdice, en cierto modo, el desprecio academicista que se le ha profesado por tradición, hasta los años setenta del siglo pasado. Con su nombre, la Historia nos ha legado una interesante colección de versos. A pesar de su índole fragmetaria, resultan inspiradores. Tras ellos se descubre una voz que se eleva con fuerza por encima de las convenciones y del “qué dirán”, además de infinitas y sugestivas posibilidades interpretativas.