Así que voy a tirar de un recurso fácil y voy a colgar un relato.
Hace cosa de un año, una amiga me comentó que para el proyecto de fin de curso necesitaba ilustrar un cuento, pero no encontraba nada que la convenciera. Entonces me pidió que le escribiera uno. Las únicas premisas eran que debían aparecer una bruja y una hada.
Me puse manos a la obra y escribí el cuento aquella misma tarde. Se lo envié, le gustó y lo ilustró. Los dibujos que acompañan al texto son algunos de los originales que realizó esta amiga. Cuando los vi, me quedé maravillado.
Espero que disfrutéis de ellos, y del texto al que acompañan.
Hace mucho tiempo, cuando el mundo aún no tenía colores, habitaba en él un hada llamada Naria, pequeña y juguetona. Los dioses andaban muy ocupados y no tenían tiempo para realizar todo el trabajo pendiente, por lo que hablaron con ella para que les ayudara. Querían que se encargara de hacer crecer flores y plantas por doquier, pues Naria era especialista en todo tipo de vegetales. Entusiasmada, comenzó a viajar por el mundo, y creaba árboles enormes como montañas o plantas minúsculas como pulgas, de colores vivos, o lánguidos, según su estado de ánimo. Viajó y viajó sin descanso, ayudada por sus delicadas alitas amarillas. Al cabo de un año volvió al lugar de origen, pensando en que después de tanto trabajo podría, al fin, tomarse un respiro.
Pero al regresar, resultó que gran parte de la hierba y las flores, los árboles y las plantas, se veían tristes y apagados, chamuscados por un calor excesivo. Las hojas caían mustias mostrando colores muertos, y Naria se puso a llorar, pues le dolía ver que sus criaturas sufrían tanto.
Entonces, le preguntó a una flor que antaño había tenido hermosas hojas violetas y a la que sólo le quedaba una casi negra:
-Dime, hermana flor. ¿Qué os está pasando? ¿Hice algo mal?
-No, madre hada. Alguien pasó por aquí destruyendo todo lo hermoso -contestó la flor mientras caía su última hoja.
De modo que Naria comenzó a volar, buscando al ser que destrozaba su creación. Al cabo de unos días encontró a una bruja, que reía con fuerza mientras maltrataba un soberbio parterre de tulipanes por medio de un poderoso rayo de calor de su varita.
-¿Quién te crees que eres para estropear esas flores?- La increpó Naria, muy enfadada.
-Soy Malvada, la Bruja. Y hago lo que me place, pues soy el ser más poderoso de la Tierra.
Por supuesto, ese comentario inició una discusión. Mucho pelearon Naria y la bruja sobre quién de las dos era más poderosa. Pero no llegaban a un acuerdo. Por fin hicieron un trato.
-Nos encontraremos dentro de 30 días –propuso Naria-. Entonces, si eres capaz de destruir lo que haya creado, tú serás la más poderosa y yo desapareceré para que puedas hacer lo que quieras. Pero si no lo consigues, perderás tus poderes y nunca más volverás a hacer daño.
-De acuerdo -dijo Malvada. Y se marchó.
Naria trabajó mucho durante los 30 días. Dibujó y dio forma a Luna, que todavía no iluminaba las noches. Terminó justo en el plazo y cuando Malvada apareció, Luna flotaba inmensa y amarilla sobre el oscuro cielo, radiante en su hermosura.
-Esta es mi creación, Malvada. Si eres capaz de lograr que pierda su brillo, yo desapareceré y podrás hacer lo que quieras. Pero si no puedes, perderás tus poderes de inmediato.
Malvada comenzó a lanzar hechizos, uno tras otro, bufando y aullando sus encantamientos en la noche. Cada uno de los conjuros provocaba una herida en el rostro de Luna, que terminó con cicatrices por todo su hermoso semblante. Cuando estaba a punto de amanecer, Naria le habló:
-Ya ves, Malvada. No has podido. Ahora perderás tus poderes.
-No es justo. Tú has dedicado todo un mes para crearla. Deja que mis hechizos trabajen durante 15 días y entonces veremos.
-Muy bien. Dentro de 15 días nos encontraremos de nuevo.
Así se despidieron. Los días fueron pasando y Naria cada vez se preocupaba más, pues Luna empezó a desaparecer, haciéndose más y más delgada. Cuando se reunieron de nuevo, Malvada reía mientras volaba sobre su escoba y le gritó a Naria:
-Te lo dije, ¡soy más poderosa que tú!
Pero el hada le contestó:
– Hemos esperado 15 días para ver el resultado de tus hechizos. Esperemos otros 15 para ver si son duraderos.
Y Malvada aceptó, segura de su victoria.
Lentos pasaron los días y, sobre todo, las noches, y con cada una de ellas, Luna volvía a engordar hasta que retomó su forma original. Cuando Naria y Malvada se reunieron por última vez, Luna volvía a resplandecer, iluminando el cielo. En ese instante, Malvada dio un grito y sus poderes se evaporaron en una tenue voluta de humo que desapareció en la oscuridad. A partir de aquel día no fue más que una anciana que caminaba cansada durante la noche, mirando a las estrellas sin recordar su pasado.
Naria, por su parte, comenzó de nuevo a trabajar, arreglando todo lo que Malvada había estropeado.
Desde entonces se afana sin descanso, cuidando los bosques, las montañas y los prados, pues es bien sabido que cuesta más arreglar algo que crearlo.
Pero, todos los años, durante el verano, cuando Naria regresa al lugar de partida, llora al recordar lo sucedido: la muerte de muchas plantas y el dolor de Luna. Y podemos ver sus lágrimas inundando el cielo.
Los hombres las llamamos “estrellas fugaces”.