[et_pb_section fb_built=”1″ admin_label=”section” _builder_version=”3.22″][et_pb_row admin_label=”row” _builder_version=”3.25″ background_size=”initial” background_position=”top_left” background_repeat=”repeat”][et_pb_column type=”4_4″ _builder_version=”3.25″ custom_padding=”|||” custom_padding__hover=”|||”][et_pb_text admin_label=”Text” _builder_version=”3.27.4″ background_size=”initial” background_position=”top_left” background_repeat=”repeat”]
Hay veces que te encuentras historias así, de sopetón, sin comerlo ni beberlo. Personajes que te fascinan y que aparecen en medio de la documentación para otro tema, pidiendo paso a gritos, haciéndose un hueco en una narración a medio construir y que finalmente se apropian de ellla.
Claro, esas cosas te tienen que pillar trabajando. Como la inspiración. El trabajo del escritor es una cosa extraña. Es escribir, pero no es estar escribiendo todo el día. Es documentarse, pero no es bucear en bibliotecas o hemerotecas todo el día. Es leer para seguir creciendo, pero no es estar leyendo todo el día. Es promocionarse como autor y promocionar tu obra, pero no es estar todo el día respondiendo entrevistas, o en medios de comunicación, o en redes sociales.
El trabajo del escritor no es escribir todo el día, ni documentarse todo el día, ni contestar entrevistas todo el día. Pero sí es dedicarse a dar forma al libro en el que está trabajando casi todo el día. Hay momentos de esparcimiento, claro. Momentos para la familia, para los amigos, para una película… Momentos en que la mente debe descansar de ese trabajo casi constante para retomarlo con lucidez.
Pero me encuentro con que muchos, en esos momentos que deberían ser para relajarse, para encontrar la paz que nos negamos muchas veces al darle vuelta tras vuelta a nuestras historias, para disfrutar de un rato amable con los amigos, o incluso para disfrutar de los logros que va consiguiendo por el camino, los malgasta en discusiones, en disputas inútiles, en críticas a los compañeros, en quejas de que tal o cual no me hace caso, no me hace publicidad, no saca una reseña de mis obras, no me apoya en las redes sociales; los que pertenecen a lo que se ha llamado Generación Kindle suelen despotricar de los que no se sienten dentro del grupo; los que no están dentro del grupo ven con suspicacias a quienes sí lo están. Si alguien consigue un logro le llueven críticas; si alguien publica cincuenta veces en sus redes sociales temas relacionados con su obra se convierte en un indeseado; si alguien logra un contrato editorial se le felicita por delante y por detrás se le critica, tanto a él como a su obra, y poco menos que se le revuelca en el barro.
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Pensamos igual. Ahora a escribir.
Muy bien dicho, Teo. De hecho, en los últimos meses, cuando estuve escribiendo y revisando mis novelas, prácticamente me desaparecí de FB. Sin embargo, hay otra cara de la moneda, y quiéralo uno o no, está viviendo en un mundo diferente a aquel en el que se desenvolvían los escritores de antaño. Échale una mirada a este post, por ejemplo: http://www.kenatchityblog.com/2013/01/guest-post-networking-gift-or-curse-by.html
y dime si también no tendrá razón la articulista…
Totalmente, Laura. Totalmente. Es una herramienta de promoción que hay que utilizar. El problema viene cuando se utiliza para otras cosas. De ahí que diga que se mantengan las RRSS tan cerradas como sea posible…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Hola Teo, di conmigo “ohmmmmm” y haz el loto.
Las redes son una herramienta a nuestro servicio; no nosotros al servicio de las redes. Cuando yo echo un vistazo rápido y no veo más que anuncios y publicidad de “compra mi libro”, en general lo dejo y me dedico a otra cosa. Así he descubierto que todo me cunde más.
Con todo, son una excelente forma de estar en contacto con lectores y compañeros de letras, que te dan palabras de aliento cuando a veces se necesitan. Como todo: usar las herramientas sabiamente y con moderación, según opine cada uno, claro.
Un abrazo