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La beata Dolores: la última bruja de la Inquisición

«Me acuerdo muí bien de la última persona que fué quemada como herege en mi propia ciudad llamada Sevilla. Era una mujer pobre y ciega. Entonces tenia yo ocho años, y vi los haces de leña, colocados sobre barriles de brea y alquitrán, en que iba á ser reducida á cenizas.»

Así describió el escritor José María Blanco White una de las quemas inquisitoriales más significativas que hubo. La infeliz ajusticiada se llamaba María de los Dolores López, pero pasó a la posteridad como la beata Dolores. Os he hablado ya antes de casos de brujería de nuestra historia, con motivo de mi novela La Boca del diablo. ¿Pero qué tuvo de especial este auto de fe? Pues ni más ni menos que se trató de la última bruja condenada a la hoguera dictada en España. Hoy os voy a hablar de este caso.

Beata y bruja desde la infancia

María de los Dolores vino al mundo en la segunda mitad del siglo XVIII, en Sevilla, aunque no está muy claro en qué año. Lo que sí quedó registrado en los anales es que provenía de una familia de cristianos viejos afín al clero, ya que su hermana era una carmelita descalza y su hermano sacerdote. Con semejantes antecedentes estaba claro que la niña iba a acabar relacionada de algún modo con la Iglesia, a pesar de que ya desde su más tierna infancia se le achacó cierta rebeldía.

El primer embate que le propinó la vida fue a los doce años, cuando la viruela la dejó ciega. Debido a ello pasó a vivir con su confesor. En este punto el relato se vuelve truculento, pues dicho reverendo, luego de varios años y a punto de morir, acusó a María de los Dolores de ofrecerle su cuerpo por las noches para tentarlo, para «quitarle el frío», como ella misma confesó. Podríamos creer en la culpabilidad de la chiquilla si no fuera por los antecedentes que, ya por entonces, existían acerca de abusos entre el clero. Pero ya se sabe que el pecado siempre estuvo en la mujer, y rara vez en el hombre.

virgen

Bruja o mendiga

Cuando su primer confesor falleció, María de los Dolores se quedó sola, pues ya por entonces la familia renegaba tanto de ella como la muchacha de sus parientes. Ingresó en el convento carmelita de Nuestra Señora de Belén, donde empezó a ganar fama de santa debido a diversos episodios supuestamente místicos. Que hablara con la Virgen y el Niño Jesús (al que llamaba Tiñosito) era casi lo de menos. Lo que empezó a escandalizar a propios y extraños era, según ellos, su comportamiento libidinoso.

Las habladurías que la señalaban como una bruja no se hicieron de esperar. Se decía de ella que, además de la lujuria que constantemente provocaba entre los religiosos, sabía preparar brebajes milagrosos, capaces de sanar cualquier mal físico y mental. Esto dividió a la gente que acudía a ella: por una parte la buscaban para solventar sus dolencias, pero por otra temían con desespero que esas artes provinieran del demonio. De ella se llegó a decir incluso que ponía huevos.

Fue inevitable que María de los Dolores, ya convertida en la beata Dolores, fuera expulsada del convento. Pero no tardó en rehacerse del único modo que sabía. Para evitar caer en la mendicidad, buscó siempre el amparo de otros confesores, mientras sus extravagancias crecían hasta devorar a cuantos estuvieron a su lado. Curas y al mismo tiempo amantes fueron pasando, uno tras otro, hasta que en 1779 uno de ellos la denunció ante la Inquisición. Su suerte estaba echada.

santa

La brujería siempre fue lo de menos

El proceso contra la beata Dolores no fue rápido, a pesar de que nadie testificó en favor de la mujer. Los autos de fe hicieron hincapié en la maldad que poseía, ofrecida por el mismo diablo a cambio de sus poderes de bruja, y durante dos años tras ser detenida la torturaron para que confesara que había vendido el alma al demonio. Dolores jamás cedió. Una y otra vez insistió en que sus habilidades especiales provenían del cielo, que Dios se las había entregado para ayudar a salvar a sus hijos. Que la devoción que mostraba había sido recompensada con la amistad de la mismísima Virgen María, y que se casó con el Niño Jesús en el cielo.

Pero el verdadero pecado para la Inquisición no eran esas blasfemias. Muchas monjas solían asegurar que Jesús las había tomado como esposas o que la Virgen se les aparecía. Además, los autos de fe por brujería eran ya por entonces anecdóticos, pues no olvidemos que en aquella época la Inquisición había iniciado ya su descomposición. El peligro real estaba en la cercanía de las prácticas de María de los Dolores con un movimiento místico tildado de hereje un siglo antes: el quietismo, propuesto por el sacerdote Miguel de Molinos (condenado en 1687), defendía muy a grosso modo que cuando un alma se une a Dios ya no necesita resistirse a la tentación. Esta idea era algo que la Iglesia no podía tolerar, pues llevaba a un libre albedrío incontrolable. Quizás por eso fueron tan duros con la beata Dolores, quien probablemente jamás supo nada del quietismo.

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La última bruja en la hoguera

El 22 de agosto de 1781, al fin, la beata Dolores fue condenada a la hoguera. Dos días después, en procesión, se la llevaron vestida de blanco hacia la plaza de San Francisco, donde como a toda bruja la esperaba la leña. Durante la lectura del proceso ante la muchedumbre, el padre Teomiro Díaz de la Vega trató de mostrar la bondad de la Inquisición para con aquella mujer, aduciendo que le habían ofrecido muchas oportunidades para reconocer sus pecados.

Entonces, ya ante la inminencia de la muerte, María de los Dolores rompió a llorar. La visión de la hoguera ya dispuesta para ser prendida hizo que estallara en súplicas de confesión. Su suerte estaba echada en cualquier caso, pero al menos logró una muerte más rápida: fue ahorcada, tras lo cual quemaron el cadáver.

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Sobre mí

Teo Palacios

Hace 10 años yo era como tú, un autor más con una novela bajo el brazo que nadie quería publicar. Hoy tengo cinco novelas publicadas por editoriales internacionales en ocho países, tengo firmados los contratos de dos novelas que aún no he escrito y ¡vivo de la literatura!

  • ANAMARIA

    Fantástica narración, transporta el lector durante el tiempo, hace que se perciba oscuridad y temor.

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Escritor y creador del Método Pen

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