Continuamos hablando sobre historias de amor en la épica homérica. El contexto es, nuevamente, la guerra de Troya. Abordaremos un momento crucial en el devenir de los acontecimientos, cuando Héctor, héroe troyano por excelencia, debe entregar la vida por su patria. En dicho relato, Homero vuelve a iluminar un poema lleno de brutalidad con una historia de amor, plagada de una sensibilidad casi contemporánea. Héctor y Andrómaca son los protagonistas de este artículo. Los vamos a tratar en pareja pero, también, dada la riqueza de los personajes, de modo individual.
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ToggleHéctor, modelo de héroe reflexivo y humano
Héctor aparece retratado con claridad desde los primeros cantos de la Ilíada. El público de Homero ya conoce al héroe para cuando tiene lugar el encuentro con su esposa. Para Andrómaca, en cambio, hablamos de la primera mención en la literatura.
Héctor se define en todo momento por oposición a Aquiles, el fiero guerrero aqueo: lejos de disfrutar la guerra, como aquel, el troyano prefiere evitar el enfrentamiento siempre que sea posible. Ello explica su negativa a acoger a Helena cuando Paris la trae de Esparta. También se define por oposición a su hermano, envuelto por la fuerza de un amor violento; Héctor, en cambio, es reflexivo y responsable. Para él, su idea de patria está por encima de todo; incluso de la familia.
El modo en que Homero establece el contraste entre ambos héroes es sutil: mientras Paris se refugia, ayudado por Afrodita, para evitar el polvo y la sangre de la batalla (canto III), Héctor afronta de manera constante la muerte, hasta las últimas consecuencias. Él instiga el combate singular entre su hermano, raptor de Helena, y Menelao, esposo agraviado, en tanto que solución extrema de la guerra de Troya. Desaparecido Paris tras recibir un rasguño, se presta él mismo a combatir contra cualquier griego que lo desee. Aquí puedes ver una semblanza sumaria del héroe y una ampliación de los episodios más relevantes en los que toma parte.
Las virtudes de Héctor
El carácter de Héctor, su disposición y entrega para con su país, son hechos palmarios también en las versiones cinematográficas. La más conocida, como comentábamos en la entrega anterior, es la Troya de Petersen. Es cierto que no son pocos los vicios o defectos que podemos achacarle. Sin duda, los más serios se producen en el tratamiento gratuito de algunos mitos: así, en la visión pacata de la relación homosexual entre Aquiles y Patroclo, puesta al servicio de una ideología made in Hollywood más o menos criticable.
Pero descubrimos virtudes apreciables en el tema que nos atañe. Es un acierto del filme el que Héctor destaque muy por encima de sus análogos y opuestos héroes, Paris y Aquiles. Su arenga inicial ante el ejército troyano lo dice todo: se define a sí mismo como hombre respetuoso de los dioses, esposo fiel y servidor de su patria. Dicha visión chocará frontalmente con la de Aquiles, en un loable enfrentamiento dialéctico: Héctor manifiesta su afán por defender su reino como un fin en sí mismo; para Aquiles no hay nada que defender ni conseguir, más allá de su gloria personal (véase el tratamiento de tales escenas y personajes desde el punto de vista ético).
Si hubiera que buscar en el desarrollo de la historia un héroe en sentido trágico estricto, se trataría, sin lugar a duda, de Héctor: idealista, sacrificado, patriota, son palabras que encarnan su autodefinición. Pero no es invento de la película. Homero proporciona ya el ingrediente fundamental: un personaje redondo con el que el hombre contemporáneo puede identificarse. Capaz de sentir piedad, de dudar entre el amor de su mujer y el ideal de la patria, de reír y llorar a la vez delante de su hijo pequeño. En seguida vamos a verlo.
De nuevo el amor “duradero”: Héctor y Andrómaca, un matrimonio ejemplar
El canto VI de la Ilíada ha sido llamado “coloquio de Héctor y Andrómaca” por ser su episodio central el encuentro y conversación de ambos personajes. Comentaremos sobre todo la llamada escena de “la despedida”, que se encuentra en los versos 392-481. Por razones de economía, no presentaremos el texto íntegro, sino sólo algunos pasajes relevantes; el lector curioso puede y debe acudir a la traducción clásica de Luis Segalá y Estalella, disponible aquí. En wikisource, además, se puede encontrar la traducción de cada canto (el enlace para el que nos ocupa es este)
Héctor y Andrómaca protagonizan un amor memorable, que cumple las condiciones para el amor “duradero” que expusimos en el artículo precedente. Repasamos: estamos ante una relación voluntaria, entre iguales; Andrómaca no procede de un botín de guerra y su relación con Héctor no está basada en el interés económico ni en la obligación. Su amor aparece en el texto como sincero, estable. La tradición, además, los hace padres de un niño en el que yacen las esperanzas de un futuro truncado por la guerra.
La despedida entre Andrómaca y Héctor
En el texto de “la despedida” somos testigos del último encuentro entre Héctor y Andrómaca. El héroe sale en busca de su esposa. La encuentra cuando, desesperada, mira desde la torre el avance imparable de los aqueos. En líneas generales, la escena parte del temor de la mujer, que le ruega que deje la batalla por miedo a perderlo. Así le dice:
“—¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiadas del tierno infante ni de mí, desdichada, que pronto seré viuda […] Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares, pues ya no tengo padre ni venerable madre”.
Tras relatar cómo perdió a su familia, incluidos sus siete hermanos, Andrómaca continúa:
“Héctor, tú eres mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Ea, pues, sé compasivo, quédate en la torre, ¡no dejes a tu niño huérfano y viuda a tu mujer!”
Héctor confiesa a su mujer que él también teme el destino cruel de Troya. Nada bueno le traerá a su mujer la derrota frente a los aqueos, presagia. Pero para un patriota sacrificado, como él, el honor, la vergüenza, son más fuertes:
“Todo esto me preocupa, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de vistosos peplos si como un cobarde huyera del combate […] Lo presiente mi corazón: día vendrá en que perezcan la sagrada Ilión, Príamo y su pueblo armado con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos […] No me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos, de broncíneas corazas, se te lleve llorosa, reducida a esclavitud, para tejer en un telar de Argos a las órdenes de otra. […] Pero que un montón de tierra cubra mi cadáver antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto”.
Andrómaca y Héctor, un amor contemporáneo.
El parlamento se cierra con una afirmación contundente. Dejando de lado cualquier sentimiento patriótico, Héctor declara que prefiere la muerte antes que contemplar la esclavitud de su mujer. El duro Homero de la Ilíada nos sorprende de nuevo con una emoción delicada, propia de un amor cercano a la sensibilidad de hoy.
Pero la ternura alcanza su punto culminante en la escena cuando el héroe trata de coger en brazos a su hijo. El poeta describe de manera muy plástica cómo el bebé lo rehúye, asustado del brillo de las armas y del casco. Héctor y Andrómaca intercambian una sonrisa en medio de su dolor. El guerrero se vuelve padre: deja el yelmo en el suelo y toma al niño en brazos.
El arte pictórico se ha dejado influir por este tierno relato desde la propia cerámica griega. En algunas de las piezas que recogemos aquí casi podemos oír la oración que Héctor dirige a los dioses. Desea que su hijo reine algún día sobre Troya; algo que está muy lejos de serle concedido, pues al pequeño le espera una muerte inminente a la caída de la ciudad.
Andrómaca y el dolor de las cautivas
Podría achacársele a Andrómaca, en el pasaje examinado de la “despedida”, un cierto interés en la relación con Héctor. Es cierto que, tal como declara, hay una relación de dependencia entre ellos. Se trata de algo natural, dada la consideración de la mujer en el mundo antiguo: siempre menor de edad, debía estar bajo la tutela de un varón, padre, hermano o esposo. Y ya sabemos que ella lo ha perdido todo. Pero pensamos que no hay sólo dependencia en esta relación: la culminación del pasaje, con Andrómaca refugiándose a llorar junto al resto de mujeres, así parece corroborarlo. De esta emotividad, interpretada como patetismo, se hace eco Julien de Parma en su cuadro “Héctor y Andrómaca”, que guarda el Museo del Prado y representa a la heroína arrojada al suelo para intentar frenar al esposo
Como Héctor mismo augurase en el pasaje de la despedida, la vida de una mujer vencida es cualquier cosa menos grata. Reducidas al concubinato y a otras diversas formas de esclavitud, todas las troyanas sufrieron los más diversos destinos a la caída de Troya: así lo plasma Eurípides en su estremecedora tragedia Troyanas. Arrancadas de sus familias, arrastrada con sus nuevos dueños a países extraños y, allí, obligadas a afrontar toda clase de dificultades. También las retratan magistralmente ciertos fragmentos de poesía épica alusivos a los acontecimientos posteriores a la Guerra de Troya.
El destino final de Andrómaca y las troyanas
Algunos de los ejemplos más notables de la violencia contra la mujer derrotada son los siguientes: Casandra, violada por Áyax cuando se acogía a asilo en el templo de Atenea, tomada luego como concubina de Agamenón y asesinada por la esposa de éste. Políxena, sacrificada en la tumba de Aquiles por orden de Odiseo y Agamenón. Y, por supuesto, Andrómaca, obligada a convivir con Pirro después de asesinados su marido y su hijo. En ese momento de su historia la presenta otro tragediógrafo, Sófocles, en la tragedia Andrómaca: casada por la fuerza con el hijo del asesino de Héctor y sometida a las constantes humillaciones y amenazas de la otra esposa; sólo la intervención ex machina de Tetis la salva.
Si las relaciones amo-esclava tienen un interés y un atractivo considerable, es porque en ellas se manifiesta con gran fuerza la relación entre sexo y poder, frecuente en contexto bélico y postbélico; un tipo de relaciones que se halla en las antípodas de las relaciones que venimos examinando.
El estudio de Héctor y Andrómaca, juntos y por separado, nos ha permitido asomarnos a dos personajes de riqueza inusual en la literatura aristocrática. Es llamativa también la presencia del amor en una relación matrimonial: sabemos que históricamente la esposa nunca estaba en plano de igualdad. Nuestra heroína, con Héctor, sí parece estarlo. Su relación nos descubre una finura psicológica ausente en otros episodios épicos. Y nos permite constatar que el amor no es siempre una locura reservada a las mujeres: su fuerza desmedida es capaz de romper por la mitad a todo un héroe, de escindirlo entre su deber y su deseo.