En este blog estamos acostumbrados a hablar de la literatura desde su vertiente novelística y, por tanto, de ficción. Mis cursos están centrados en la narrativa para novela como género literario y en la ficción como herramienta para escapar a otros mundos, para vivir historias que se alejan de lo mundano, del día a día. Pero hay más literatura fuera de la ficción. Existe un género literario que se basa exclusivamente en el mundo real, que bebe de acontecimientos que ocurren en el mundo, y que además de buscar emocionarnos mediante la escritura también quiere informarnos de esos hechos. Me refiero al periodismo literario. Hoy os voy a explicar en qué consiste. Qué es el periodismo literario Pensamos en el periodismo como en las clásicas noticias que dan en los informativos de televisión o, como mucho, en los artículos de los periódicos que se hacen eco de los sucesos. Generalmente son textos formales, neutros en cuanto a la transmisión de emociones, y que se limitan a exponer unos hechos sin posicionarse (para eso están secciones como la editorial o las opiniones personales). Sin embargo, el periodismo literario, bautizado como «nuevo periodismo» por el autor Tom Wolfe, va mucho más allá. En este género se deja de lado esa frialdad para entrar de lleno en una narración tal y como la conocemos en la novela o los relatos. La base fundamental sigue siendo una noticia, un suceso, pero en esta ocasión las personas involucradas se convierten además en personajes con trasfondo. Y ya no vale con exponer lo ocurrido, sino que el periodista-escritor debe profundizar en el trasfondo, en la situación personal de los ahora personajes literarios. Y además lo hace usando el lenguaje de la narrativa, esto es, desarrollando una historia clara, una trama, mediante herramientas clásicas de la escritura literaria: diálogos, descripciones, recursos estilísticos… Los protagonistas Esto es muy importante cuando hablamos de periodismo literario: en esta modalidad se incide en darle voz a los involucrados de manera activa, incluso aunque se utilice un entorno de ficción. Sin embargo, la trama principal no puede dejar de ser verídica. A veces este protagonismo absoluto de las personas involucradas es tan grande que la voz del periodista-escritor desaparece por completo del texto. Es muy habitual que una obra enclavada en el periodismo literario reproduzca textualmente las declaraciones de los afectados, aunque también se puede crear a un personaje ficticio para enmascarar la identidad de los implicados, sobre todo cuando se trata de una historia escabrosa. En cualquier caso, es preferible poner nombre y apellidos reales a los personajes de una obra o artículo dentro del periodismo literario. Al fin y al cabo la intención del autor es conmover al lector, y para ello nada mejor por parte de este que tener la certeza de que lo ocurrido en la obra aconteció de verdad. Esto es algo que algunos periodistas comprendieron sobre todo a partir de los años 60, al comprender que la transmisión de noticias se había vuelto algo frío. Los típicos boletines eran tan anodinos que a la gente ya no le afectaba nada de lo que leía. Algunos ejemplos de periodismo literario Seguro que habéis leído un montón de artículos que podrían estar enclavados en el periodismo literario. Abundan sobre todo cuando ocurre una gran desgracia colectiva. Por ejemplo, cuando estalló la guerra de Ucrania surgieron infinidad de artículos narrando la experiencia de los civiles desplazados. Es una manera excelente de plasmar el horror de una catástrofe global: nos centramos en los efectos sobre un individuo, mostrando los terribles efectos en una sola vida, para luego entender la envergadura de que eso mismo le esté pasando a muchas otras personas. Porque contar la historia general de que hubo un terremoto en Turquía, dar datos crudos sin más, no nos afecta apenas. Por desgracia, nos hemos acostumbrado e insensibilizado a eso. Pero cuando le ponemos cara y nombre a la desgracia, eso nos ayuda a empatizar. Pero el periodismo literario también se desarrolla fuera de los medios de comunicación tradicionales. Está presente en nuestro formato preferido, la novela. Existen antecedentes de Hemingway y Orwell en sus artículos sobre la Guerra Civil española, que posteriormente se convirtieron en novela, pero la edad de oro del periodismo literario novelesco tuvo lugar en los años 60. Hay ejemplos magníficos, como la obra ganadora del premio Pulitzer en 1980, La canción del verdugo, de Normal Mailer. Una historia muy cruda sobre un condenado a muerte por asesinato en Estados Unidos. Para realizar esta obra el autor entrevistó a los testigos del caso real, lo que deja claro que el peso de la historia no está en la ficción. En España, por ejemplo, tendríamos el caso de Territorio comanche, de Arturo Pérez-Reverte, que parte de las vivencias del autor como corresponsal de guerra en los Balcanes. A sangre fría, la obra maestra del periodismo literario Aunque la obra más referida cuando hablamos de periodismo literario es sin duda alguna A sangre fría, de Truman Capote. El punto de partida no podía ser más crudo: en 1959, dos exconvictos entraron en la granja de la familia Clutter para robarles. Como no encontraron la caja fuerte que esperaban hallar, despertaron a toda la familia y les amenazaron para que les revelaran dónde estaba el dinero. Pero en la hacienda no había nada de valor, así que en un arrebato uno de ellos le cortó el cuello al cabeza de familia, y luego dispararon al resto, niños incluidos. Y esta fue la historia que Truman Capote adaptó casi de manera literal, pero utilizando todas las posibilidades que la novela brinda. Capote narra un asesinato que pasó sin pena ni gloria por los medios de comunicación, y que sin duda habría quedado enterrado en el olvido. Pero utilizando las técnicas de la literatura de ficción, dándole forma de auténtica narración (planteamiento, nudo, desenlace, descripciones, diálogos, etcétera), consiguió que aquella historia destinada a no ser recordada produjera un impacto imperecedero en la sociedad. Fue el propio autor quien se
Cómo elegir editorial
Como ya os he contado en varias ocasiones, además de escritor y profesor también trabajo realizando correcciones e informes de manuscritos inéditos desde hace muchos años. Las editoriales me envían las novelas que vosotros les hacéis llegar para que valore si son aptas de cara a una posible publicación. Por mis manos y ojos han pasado libros en bruto magníficos. ¡Puedo alardear de haber sido la primera persona en disfrutarlos! Por desgracia, algunos he tenido que valorarlos como «no aptos». ¿Y por qué se rechaza una buena obra? Hoy hablaremos de uno de los motivos, que no es ni más ni menos que un clamoroso error del autor: no saber elegir la editorial adecuada. El gran error al elegir editorial Siempre señalo que la mayoría de rechazos editoriales se deben a problemas de incorrección, ya sea por mala ortografía, por temas de estilo, o por cuestiones de argumento y trama. Este tipo de problemas se solucionan con tiempo y una buena formación en talleres y cursos de narrativa adecuados (como los que yo mismo imparto). Pero hay fallos que no tienen nada que ver con estos aspectos técnicos, si no que son fruto de un absoluto desconocimiento del gremio en el que el autor inexperto quiere meterse, y que hace que falles en algo tan simple como elegir la editorial adecuada para tu novela. En todos esos manuscritos que me suelen llegar me he encontrado, por ejemplo, con novelas cuyo argumento se desarrolla a finales del siglo XX… ¡enviadas a una editorial que sólo publica novela histórica! De hecho, no hace demasiado tiempo leí un manuscrito con dos tramas en paralelo: una transcurría en eras prehistóricas y otra en nuestra época. También he visto novelas de ciencia ficción enviadas a sellos editoriales que sólo publican romántica, o historias de fantasía épica para editoriales cuyo catálogo está formado por obras de narrativa contemporánea. ¿Lo único bueno de todos esos casos? Que a los lectores editoriales y a los editores nos facilitáis mucho el trabajo de descarte. Cualquier obra que no cumple la línea de la editorial se va a la papelera de un plumazo. La clave para elegir editorial: conocer el mundo editorial Vamos a dar un paso atrás y a imaginarnos que no somos escritores, sino cualquier otro tipo de profesional que busca trabajo de lo que sea. Un soldador, por ejemplo. Destinamos un día a recorrer empresas en las que dejar nuestro currículo. La lógica nos dice que sólo deberíamos perder el tiempo en empresas relacionadas con dicho sector, ¿verdad? A nadie se le ocurriría buscar trabajo de soldador en un supermercado, así que ahí ni nos detenemos: es evidente que no podrán darnos ese trabajo que buscamos. Entonces, ¿por qué no hacer lo mismo con nuestra novela? ¿Por qué la enviamos a editoriales que no tienen nada que ver con la historia que hemos escrito? Ya os lo digo yo: por puro desconocimiento del sector editorial. Nunca nos hemos parado a pensar en cómo funciona el mundo del libro, de hecho creemos que todas las editoriales son iguales y, lo más importante, publican de todo. Enorme error. Hay editoriales que sólo sacan libros de un género concreto. Es bastante raro a día de hoy encontrar editoriales que publiquen un catálogo heterogéneo, sin restricciones. Ni siquiera los grandes grupos, ya que estos se dividen en diversos sellos. Cada uno está especializado en una temática o género, cuyas publicaciones girarán en torno a su línea editorial. Un ejemplo clarísimo: Minotauro es un sello propiedad del Grupo Planeta especializado en publicar literatura fantástica, de terror y ciencia ficción. Y nada más. Si les envías tu novela romántica ambientada en un escenario real, sin pizca de fantasía, es más que evidente que no van a querer publicarte. No porque sea una mala obra, sino porque no entra en la temática de su catálogo. Cómo elegir la editorial adecuada para tu novela Cuando alguien se plantea trabajar en una profesión, cualquiera, no basta con que sepa hacer dicho trabajo de manera eficiente. Además tiene que conocer todo lo que rodea a ese gremio lo mejor posible. Aunque suene injusto, no basta con que seas un buen escritor, también necesitas saber cosas que en principio nunca serán tu trabajo. Y conocer cómo se mueve el sector es fundamental para lograr acceder a ese círculo reservado a tan poca gente. Esto se consigue informándote, buscando información en Internet, relacionándote con otros autores más veteranos. La mayoría somos gente accesible, nos gusta compartir lo que hemos aprendido con los años (o no estarías leyendo este artículo). Es más, una parte de mis cursos de narrativa está dedicada precisamente a darte a conocer cómo funciona el mundo editorial. Pero es que ni siquiera necesitas un sesudo trabajo de investigación para saber qué hacer con tu manuscrito. El consejo que más veces he dado en este tema es muy básico y fácil de llevar a cabo. ¿Cómo sé a qué editorial debo enviar mi novela? Vete a una librería, busca la sección de géneros literarios y párate en esa temática en la que está enclavada tu novela. Luego coge un libro, anota qué editorial la publica; y luego otro libro, y otro, y otro. También puedes hacerlo a través de Google, por supuesto. En cualquier caso, cuando termines, tendrás anotados los nombres de varias editoriales que publican el mismo tipo de novela que tú has escrito. Ahora ya puedes buscar sus webs para ver qué material piden para una primera valoración, con la seguridad de que esas editoriales, en principio, estarán abiertas a tu obra. En apenas un rato te has quitado de encima una de las posibilidades de rechazo. Ahora tienes un montón de puertas a las que llamar. Conclusiones No quiero engañaros: elegir la editorial adecuada para tu novela no garantiza que te vayan a publicar. Incluso teniendo en cuenta que vuestra novela sea técnicamente un buen trabajo, hay otros factores que podrían provocar un rechazo: si tu novela tiene temática Steampunk y esa editorial
Microeditoriales: la alternativa
Un año más, se acerca una nueva edición de la Semana del Autor Novel. A partir del 29 de enero, de manera gratuita, hablaremos de diversos aspectos que, como autor que aspira a publicar su primer novela, necesitáis conocer y nadie os explica (recordad que las plazas son limitadas, apúntate en este enlace: https://teopalacios.com/semana-del-autor-novel/ ). En cada temporada no sólo os doy un montón de información muy valiosa, sino que además me trasladáis vuestras dudas y preocupaciones. Una de las que con más ahínco trato de rebatir, tanto en mis talleres de narrativa como por redes sociales, es que las editoriales odian a los autores noveles, que no quieren publicar sus obras. En un artículo anterior ya vimos que esto no es cierto, ni siquiera en las editoriales grandes. Pero es que incluso en caso de que sí lo fuera, hay alternativas como las que vamos a ver hoy: las microeditoriales. No todo son grandes editoriales El ser humano tiende a simplificar. Es un mecanismo instintivo para enfrentarse y comprender con mayor facilidad las cosas, y lo vemos en todo tipo de situaciones u opiniones: cuando hablamos de política, cuando discutimos sobre deporte o debatimos acerca de cualquier situación social que nos afecte… A los escritores también nos pasa, por supuesto, y más aún cuando somos autores noveles. Tiene sentido, ya que acabamos de aterrizar en un mundo nuevo para nosotros y del que apenas conocemos la superficie, lo que antes experimentamos como lectores. ¿Y qué veíamos entonces? Pues librerías con mesas y estanterías repletas de las novelas de las mismas editoriales, las grandes corporaciones, las que tienen potencial y ventas para conseguir esa visibilidad tan deseada. Como estas editoriales copan el mercado debido a su poderosísima maquinaria de distribución, son las que más compramos. Si eres un ávido lector y vas a tu biblioteca personal es muy probable que la mayor parte de tus libros sean más o menos de las mismas editoriales, ya sabes a cuáles me refiero. Y claro, estas editoriales son también las que publican a los autores consagrados. La mayor parte de su plantilla de escritores son nombres ya conocidos, y por eso nos puede dar la impresión de que el mundo editorial discrimina a los autores que empiezan. Pero os contaré un secreto: detrás de todas estas editoriales hay otras, menos visibles, más pequeñas, aunque posiblemente mucho mejores para empezar vuestro camino como escritores. Son lo que llamamos microeditoriales o editoriales independientes. Qué son las microeditoriales El propio nombre con el que definimos este tipo de editoriales es bastante explícito, ¿verdad? Sin embargo, lo explicaremos un poco más. Las editoriales independientes son empresas muy pequeñitas, con un grupo de trabajo formado por pocas personas. Las plantillas de estas editoriales no suelen sobrepasar los cinco empleados, y en muchas ocasiones ni eso: las gestiona una única persona, que hace todas las tareas posibles. El dueño es también el editor, el maquetador, el que se encarga de la promoción, etcétera. Si está especializado, porque quizás ya ha trabajado en otras editoriales, o tiene formación literaria de algún tipo, también hará la corrección ortotipográfica y de estilo. Estresante es decir poco. Para las tareas que no controle, tendrá que contratar a especialistas freelance. Huelga decir que las microeditoriales no pueden acceder a los escaparates o las mesas de novedades de las grandes cadenas de librerías, pero si se lo montan bien es posible que sí puedan tener presencia en librerías más pequeñas, las de barrio. Es un hogar perfecto para estas editoriales independientes, sobre todo si el librero es de los que aman de verdad los libros y les gusta descubrir historias nuevas y originales para recomendarlas a sus clientes. ¿Por qué las microeditoriales son buenas para los autores noveles? Las microeditoriales, como es lógico, no tienen la capacidad para fichar a grandes autores de prestigio. Sus beneficios no darían para pagar lo que Santiago Posteguillo o Ken Follet exigen como adelanto, se arruinarían sólo por intentarlo. Y además, su distribución minoritaria impediría que las ventas de estos autores renombrados fueran las habituales para ellos, lo cuál sería como desperdiciarlos. Para que las microeditoriales pudieran ofrecer a estos grandes escritores todo aquello que necesitan dada su categoría mediática tendrían que mejorar su distribución al nivel de las grandes, algo imposible de conseguir. Y sin embargo, las microeditoriales publican. ¿A quién? Bueno, ya os imagináis la respuesta: en gran medida, a autores noveles. Las editoriales independientes son una muy buena puerta de entrada al mundo de la publicación para los escritores cuando empezamos a movernos de manera más o menos profesional. Es evidente que si firmas un contrato con una microeditorial no aparecerás en primera línea en las librerías. Lo más probable es que tu libro esté relegado a las estanterías de género, donde haya un único ejemplar y sólo se vea el lomo (ay, con lo bonita que es la portada). Es posible incluso que la novela ni siquiera llegue a todo el país. Pero estarás ahí. Tu obra será una realidad palpable. Nada mal para empezar, te lo aseguro. Conclusiones Las microeditoriales además cuentan con otra ventaja: como no tienen la presión de publicar superventas, pueden filtrar mejor lo que les llega y buscar más la calidad. Es precisamente en las editoriales independientes donde surgen las joyas literaria, mientras que en las grandes se apuesta más por la efectividad comercial. Así que si logras que te acepten en una microeditorial es muy posible que sea debido a que tu obra es buena de verdad. Por si fuera poco, el trato con el editor será más cercano la mayoría de las veces, lo que llevará a que aprendas mucho y te vayas preparando para un futuro salto a una de las grandes. Así que ya sabéis: cuando empecéis a barajar a qué editoriales enviaréis vuestras obras, no os quedéis sólo en las cuatro o cinco más famosas. Bucead hasta el fondo, sed más incisivos. Investigad pequeñas editoriales con una imagen de profesionalidad. Intentad contactar con los
La sinopsis: importantísima
Los escritores somos una especie muy rara en muchos aspectos, pero hay uno en concreto que me fascina: somos capaces de escribir una novela de trescientas páginas, una trilogía o incluso una saga de «tropecientos» libros pero luego se nos atraganta elaborar una simple sinopsis de nuestra obra. ¿Cómo es posible que se nos dé tan mal sintetizar? Pues hoy vamos a hablar precisamente de eso, de la sinopsis, y por qué es tan importante que aprendamos a realizarlas. Pero antes, permíteme recordarte que estamos a pocas semanas de una edición más de la Semana del Autor Novel. A finales de enero empezaremos de nuevo este curso gratuito que ya es toda una tradición, y donde como en cada edición os hablaré de las mejores estrategias para poder publicar con una buena editorial. ¡Y completamente gratis! Sin obligación alguna, sólo tienes que inscribirte en el curso pinchando AQUÍ, porque las plazas son limitadas. La sinopsis, la pesadilla del escritor Si le preguntáis a diez escritores distintos cuáles son las tareas propias de su profesión que menos le gustan, estoy convencido de que nueve de cada diez te dirán: «corregir, poner título a la novela y hacer la sinopsis». Como decía en la introducción, los escritores somos bichos raros por muchas cosas, y una de ellas es lo mucho que nos cuesta sintetizar. Tenemos tendencia a irnos por las ramas, a explayarnos a la hora de escribir. Es lógico, sin duda, porque nuestro trabajo va de eso, de desarrollar tramas, de profundizar en ellas y elaborar una historia extensa, compuesta por diversos elementos que exigen una extensión: argumento, personajes, ambientación… Por eso nos cuesta tanto elaborar una sinopsis. Estamos acostumbrados a desarrollar historias largas, con tantos elementos implicados que nos vemos incapaces de condensarlos en unas pocas líneas. ¡Y eso que conocemos la historia mejor que nadie! Sabemos qué queremos transmitir, cuáles son los puntos fuertes que marcan la novela, conocemos a los personajes… Aún así, nos parece imposible dejar fuera un montón de datos y, por tanto, ofrecerle al potencial lector sólo lo relevante. Y además de una manera que les enganche. La sinopsis: algo más que un resumen ¿Pero qué es una sinopsis exactamente? No es la primera vez que hablamos de este tema. Es más, hace unos años elaboré un artículo sobre cómo realizar una buena sinopsis, que sigue siendo vigente (y podéis ver AQUÍ). Pero hoy no vamos a hablar de cómo hacer una sinopsis, sino de lo importante que es hacerla bien. Y creedme, es muy importante. Para empezar hay que evitar confundirla con un resumen. El único punto en común es la necesidad de sintetizar la historia, nada más. Parece obvio, y sin embargo no os imagináis cuántas veces he visto a autores cometer dicho error en mi trabajo como lector editorial. De hecho es algo de lo que hablo con los alumnos de mi curso de narrativa del Método PEN, donde también tratamos varios aspectos del mundo editorial. El diccionario de la Real Academia Española es muy claro cuando buscamos el verbo «resumir»: «Reducir a términos breves y precisos, o considerar tan solo y repetir abreviadamente lo esencial de un asunto o materia». ¿Es eso lo que hace una sinopsis? En parte sí, no hay duda alguna. Pero una sinopsis va más allá. Cautivar al lector En efecto, esa es la clave de la sinopsis y lo que la aleja del simple resumen: cautivar al lector. La función de la sinopsis no es condensar toda la historia en unas pocas líneas. Es más, debemos tener mucho cuidado de no contar de más, para evitar los temidos spoilers. En un resumen no te preocuparía nada de eso, te dedicarías a desarrollar con brevedad toda la novela: el argumento, los giros narrativos, la personalidad de los personajes y cómo cambian… Algo que ni por asomo puedes hacer en una sinopsis. La sinopsis va más de sugerir, de ser sutil, de darle al lector la información adecuada para que se haga una idea de qué se va a encontrar al empezar a leer. Hay que ser inteligente a la hora de mostrar esas pequeñas perlas que despertarán el interés del lector potencial. En unas pocas pinceladas debes decirle dónde se desarrolla la historia, mostrarle unos personajes potentes, y descubrirle las posibilidades fascinantes de tu argumento. Todo eso sin revelar demasiado, planteando preguntas que se responderán al leer la obra. Porque, si se lo cuentas todo, ¿qué motivo tendrá nadie para comprar el libro? Hay que jugar con el lector, sí, y despertar su interés. ¡Pero cuidado! No podemos engañarle. La sinopsis jamás debe ofrecer algo que el lector no encontrará en el interior del libro. No puedes decirle que «es una novela que profundiza en la realidad social de los aztecas» cuando la obra apenas se desarrolla en dicho territorio. Con este tipo de estrategias, quizás consigas un comprador, pero perderás un lector, y será para siempre. La importancia de la sinopsis Hay tres elementos que harán que un lector potencial quiera comprar tu libro cuando lo vea expuesto en una librería. El primero es el nombre del autor, pero esto lo vamos a obviar porque sólo se aplica a los autores ya consolidados. El siguiente factor a considerar es la portada. Una buena ilustración, llamativa e impactante, hará que nuestro futuro lector coja el libro de la estantería. Bien, hemos captado su atención. Lo siguiente que hará, no lo dudéis, será darle la vuelta al libro y leer el texto de la contraportada, nuestra querida sinopsis. Y os digo desde ya mismo que de nada servirá la portada más espectacular del mundo si lo que el lector lee en ese pequeño texto de presentación no le cautiva. Y de ahí la importancia de elaborar una buena sinopsis. ¿Queréis saber más sobre la sinopsis? Pues sólo tenéis que descargar mi ebook Cómo aumentar las posibilidades de ser publicado, disponible en descarga gratuita. No os lo perdáis, porque todo lo que os cuento
El informe editorial
Si de algo hemos hablado a lo largo de la vida de este blog es del mundo editorial, ¿verdad? Y vamos a seguir haciéndolo, porque por muchos artículos que dediquemos al tema siempre se nos quedarán cosas en el tintero. El tapiz literario y editorial es tan amplio que nunca lograremos mostrarlo por completo. En todos los artículos que os he ofrecido hemos hablado de figuras claves como el editor o el lector editorial. Y hay un elemento específico que une a ambos, y que hoy voy a desarrollar: el informe editorial. Qué es un informe editorial Lo primero que tenemos que aclarar es qué no es un informe editorial: una opinión. A ver, sí, en parte sí es una opinión, ya que cualquier valoración de una obra literaria es subjetiva por definición. La literatura no se basa en conceptos calculables, no estamos hablando de matemáticas o física cuántica. Aún así, el informe editorial profundiza más allá de donde lo haría una simple opinión. Mucho más. Un informe editorial atiende a elementos que un lector común no tiene por qué valorar, al menos de manera consciente. Elementos digamos técnicos, especializados, y dirigidos desde una perspectiva más profesional, dirigidos a un receptor último: el editor (aunque también puede encargarlo un autor a título personal). En un informe editorial se tienen en cuenta aspectos de calidad literaria, por supuesto, pero también, como es lógico, se estudia la viabilidad comercial de la obra analizada. Nunca olvidemos que toda editorial, como empresa privada que es, necesita tener en cuenta las posibilidades de sus inversiones. Porque, de nuevo, hay que ser conscientes de que producir un libro es tremendamente caro. ¿Invertirías tu dinero en un negocio sin antes estudiarlo muy a fondo? Lo normal es que te informes de dónde te metes, que te asesores de algún modo. Pues eso es justo lo que hacen las editoriales a través del informe editorial. Informe editorial vs reseñas Ni siquiera podemos decir que un informe editorial se equipare a una reseña. Y cuando hablo de reseña no me refiero al típico post de un lector diciendo «la novela me enganchó, es maravillosa». Eso no es una reseña, es una simple opinión, lo cual no tiene nada de malo, al contrario. Al fin y al cabo el auténtico objetivo del autor al escribir es que su novela provoque tales emociones. A mí personalmente lo que más me gusta es ese simple «tu historia me atrapó». Desde luego eso no es lo que quiere un editor cuando te contrata para que le hagas un informe editorial. Ni siquiera le vale con una reseña literaria pura, que son más analíticas. Lo que necesita de ti es un informe pormenorizado, que disecciones la obra en todos los niveles, casi con microscopio, pero siempre enfocándote en las necesidades de la editorial. Para empezar, debes desarrollar una sinopsis argumental de la obra, para que el editor tenga una visión global de la novela. Pero es que luego además tienes que desgranarle aspectos fundamentales como los personajes, el estilo literario, la corrección ortográfica y gramatical, la estructura narrativa, y, por supuesto, la viabilidad comercial del proyecto. Con esto último nos referimos a si la obra tiene cabida en el mercado y podría suscitar el interés del posible lector. Hay que valorar si la temática de la novela sigue las líneas editoriales de la casa o si el enfoque que el autor ha hecho de la historia es el adecuado para cautivar al lector. Como podéis imaginar, todas estas premisas exigen a un tipo de lector muy especializado. Alguien experto no sólo en literatura pura y dura, en el proceso creativo, si no que también conozca el mercado y, más importante incluso, a la editorial para la que trabaja. Por eso es imprescindible que lector y editor tengan cierta sintonía. Por qué se hace un informe editorial La explicación es tan sencilla que cae por su propio peso, y de hecho hemos hablado de ello en más de una ocasión: las editoriales reciben tal cantidad de manuscritos que no pueden leerlos todos contando únicamente con el trabajo de su plantilla fija. Menos aún teniendo en cuenta que deben atender a sus autores ya contratados, preparar los lanzamientos, las campañas promocionales, así como otros aspectos tangenciales pero vitales como el aspecto económico del negocio. Es por ello que necesitan recurrir a lectores editoriales, generalmente freelance, que elaboran dichos informes editoriales. Estos análisis facilitan muchísimo el trabajo de los editores, ya que de este modo se ahorran tener que leerse todo el manuscrito al principio. En cuatro o cinco páginas tienen condensada la esencia de la obra aspirante y pueden emitir un juicio de valor. Y no siempre coincide con lo que el lector aconseja en el informe editorial. A veces el editor decide saltarse esa recomendación porque, quizás, el instinto le susurra que puede merecer la pena el riesgo. Pero en cualquier caso se ahorra de inicio un montón de tiempo gracias al trabajo realizado en el informe editorial. Si gracias a este deciden darle una oportunidad a la obra, entonces sí lo leen entero. Conclusiones El trabajo editorial es intenso, duro, con una carga de estrés que desde fuera no se aprecia. Las editoriales tienen que lidiar con una carga de trabajo brutal provocado por el ritmo de publicación trepidante que exige el mercado actual. Las editoriales medianas y grandes deben satisfacer el ansia lectora de sus clientes publicando una o incluso dos novedades al mes, lo cuál exige una dedicación absoluta. Os prometo que no exagero cuando digo que la profesión de editor desgasta mucho. Lo sé porque yo mismo trabajo para las editoriales elaborando informes editoriales, por eso entiendo la necesidad de esta magnífica herramienta. El tema del informe editorial, así como muchos otros, podéis encontrarlo desgranado en profundidad en mi ebook Cómo aumentar las posibilidades de ser publicado, disponible en descarga gratuita. Imprescindible si queréis potenciar vuestras posibilidades de ser publicados. No basta sólo con mejorar tu
Los scouts, los espías literarios
Hoy te toca visita a tu librería favorita. Saludas al librero, que como cada vez que acudes te recomienda las novedades que sabe que te pueden gustar. Pero por ahí también ronda un libro que te llama la atención. Es inevitable que destaque, ya que tiene un montón amontonados. Aunque no fuera así, lo reconocerías porque es ese libro del que no paras de oír hablar: en las redes sociales, en los blogs literarios… ¡Incluso en la televisión! Es el gran bombazo de la temporada, el superventas que nadie esperaba. O no. Porque aunque no te lo creas, este tipo de éxitos no siempre son cosa del azar. Detrás de ellos puede estar una figura enigmática del mundo del libro, un auténtico agente secreto que ríete tú de la CIA. Pero hoy los vamos a sacar a la luz en este artículo. Me refiero a los scouts, los espías literarios. Los scouts, cazatalentos en la sombra Pues sí, quizás sea la mejor manera de definirlos: los scouts son cazatalentos cuyo trabajo se centra en encontrar el próximo gran éxito literario. Y estaréis pensando que bueno, que eso es lo que hacen los editores. Sí y no. Porque un editor tiene muchas más tareas que simplemente buscar éxitos que publicar. Los editores son algo así como administradores cuya máxima preocupación es conseguir que un libro sea una realidad física, y eso les obliga a preocuparse de infinidad de cuestiones: encontrar un autor nuevo, sí, pero también organizar el trabajo del corrector, el traductor, el portadista, el maquetador… Vamos, que le queda más bien poco tiempo para ir buscando a su próximo autor. Por eso valoran tanto a los agentes literarios, que ya les sirven de filtro a la hora de valorar las propuestas literarias que les llegan. Por tanto, los editores, aunque estén al tanto de la situación del mercado literario, no pueden centrarse exclusivamente en analizar lo que está de moda. Pero hay alguien que sí. Los scouts representan una figura dentro del gremio que está especializada en analizar las tendencias editoriales y comerciales, y sobre ellas valorar ese tipo de historias con potencial para convertirse en grandes éxitos. Se pasan los días investigando en todos los mercados editoriales del mundo para ver si lo que funciona en un país puede hacerlo también en otro, y cuando encuentran un posible bombazo, se lanzan a por él como si de tiburones se tratara. Pero tú, mi querido lector, jamás sabrás que han estado ahí, detrás del éxito de ese libro que sostienes ahora en tus manos. La jungla de papel Los scouts son lo que consideramos «agentes libres». Sus clientes no son los autores, por supuesto, sino las editoriales y en menor medida las agencias literarias. La mayoría de ellos no son novatos en el gremio: editores, agentes literarios, periodistas, críticos… Tienen experiencia de muchos años, y lo que es más importante si cabe, una red de contactos enorme, kilométrica, forjada a pulso de pasearse por las ferias internacionales. Para ellos, un viaje a Frankfurt es como un día en la oficina. Eso sí, no suele gustarles estar en el candelero mediático, hasta el punto de que prefieren trabajar en la sombra, de ahí todo el hermetismo que suele rodear su trabajo. Buscan la discreción, algo en realidad bastante habitual en el mundo editorial, donde los distintos profesionales que intervienen en la elaboración de un libro suelen pasar desapercibidos. Salvo, como mucho, el autor, por supuesto. El motivo de tanto secretismo resulta obvio: es un trabajo muy competitivo, y aunque entre ellos todos se conozcan, la realidad es que si uno de ellos puede arrebatarle un posible superventas a un compañero, no dudará en hacerlo. Son negocios, ni más ni menos, y ellos depredadores en mitad de una jungla donde escasean las presas. Cómo trabajan los scouts Generalmente la labor de los scouts es una constante lectura de manuscritos. ¿Decenas? Ya querrían ellos que con eso bastara. Al cabo del año pueden estar leyendo entre doscientos y quinientos, si sumamos lecturas profundas y simples vistazos. Recordad siempre una cosa: a los scouts no les importa en absoluto la calidad literaria de las obras que caen en sus manos. Eso se lo dejan a los editores de líneas y sellos no comerciales. A un scout lo que le importa es si esa historia aún por publicar, o publicada en un país diferente al que ellos representan, puede ser un éxito. Si eres un romántico defensor de la alta literatura, siento decirte que nunca serás un buen scout. Pero lo bueno empieza cuando, a través de sus contactos o de su propio análisis de un mercado concreto, los scouts descubren una obra literaria con potencial para ser comercial. En ese momento, se pone en marcha la caza: llamadas telefónicas, e-mails, videoconferencias… El scout empieza a pulsar todos los hilos a su alcance para valorar si ese manuscrito que le ha llegado puede ser vendible a una de las editoriales para las que trabaja. Debe hilar fino, ya que es mucho más fácil perder la confianza de las editoriales que ganarla. Los scouts, creadores de tendencias Para los scouts es fundamental adelantarse a las modas. Cuando estalló el boom de Cincuenta sombras de Grey, aparecieron infinidad de novelas clónicas. Y lo mismo ocurrió cuando Dan Brown destrozó las listas de los más leídos con El código Da Vinci. Ni hablemos de Harry Potter. ¿Pero cuántas de estas copias baratas repitieron el éxito de las obras en las que se basaron? Exacto: cero. Por eso los scouts no pueden trabajar a rebufo del éxito. Deben ir siempre un paso por delante, lo cuál exige un profundo conocimiento del mercado. Y aún así, es casi imposible lograrlo. ¿Alguien esperaba que Harry Potter fuera un fenómeno mundial? Fue algo completamente imprevisto. La única manera de preverlo un poco es mediante esa mezcla entre el conocimiento, el análisis de la información y una buena porción de intuición. Algo que, a diferencia de las técnicas literarias que un
Los negros literarios
«El hecho de que seas un escritor no significa que tengas que negarte a ti mismo el placer humano ordinario de ser elogiado y aplaudido». Esta frase tan significativa la encontramos en la novela The Ghost Writer, de Philip Roth. Quizás os suene más por su adaptación cinematográfica, dirigida por Roman Polanski y protagonizada por Ewan McGregor y Pierce Brosnan, y que se llamó El escritor fantasma. La historia giraba en torno a un autor desconocido que debía escribir las memorias de un ex Primer Ministro británico. Lo cuál, por supuesto, pondrá en marcha un thriller dado los secretos que oculta el político. Esto hila muy bien con el tema del que quiero hablaros. Hoy os descubriré los recovecos que se esconden tras una profesión que todo el mundo sabe que existe pero que poca gente conoce de verdad: los negros literarios. Qué son los negros literarios Su acepción es bastante elocuente, ¿verdad? Un negro literario, también conocido como escritor fantasma, es ese autor que es contratado para escribir un libro para otra persona. Trabajo para el cual renunciará a la autoría de ese texto y lo cederá para que quien le ha contratado lo haga pasar por suyo. Por eso se le llama «negro», porque trabaja desde las sombras, sin darse a conocer (contrato de confidencialidad por medio). Estos autores ocultos renuncian no sólo a sus creaciones, sino también a todo lo que envuelve el aspecto público de un escritor: no acuden a las ferias de libros ni hacen presentaciones, no se preocupan ni por la promoción, ni las malas críticas ni, por supuesto, por las ventas. Les da igual que el libro sea un éxito o un fracaso, porque ellos ya han cobrado por su trabajo. Todo ventajas, al menos a primera vista. Nada de estrés ni de estar constantemente agobiado por si aparece una mala reseña; nada de sufrir por si los libros no se distribuyen bien, por estar todo el tiempo promocionando en redes sociales… Se entrega el trabajo y, tras la corrección, a otra cosa. Pero como dice la frase de la novela de Roth con la que abro el artículo, no siempre es tan sencillo. Algunos negros literarios acaban echando de menos el reconocimiento que reciben los autores que firman con su nombre, sobre todo si también publica libros como un autor convencional y no tiene mucho éxito. Imaginad lo que debe ser que una historia que has escrito para otra persona triunfe y en cambio tus propias novelas no vendan nada. Buscando negro literario La existencia de los negros literarios viene de tan lejos que es posible que sea tan antigua como la propia literatura. Y no os creeríais qué autores los han utilizado, porque algunos de ellos son bastante renombrados. Por ejemplo, Alejandro Dumas, del que hablábamos en el anterior artículo sobre los mosqueteros, usó a varios nègre littéraire para escribir algunas de sus novelas de aventuras más famosas. El más conocido fue Auguste Maquet, al que se le atribuye su «colaboración» en sus obras más conocidas: Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo. Luego estaban los escritores que se vieron obligados a trabajar ellos mismos como negros literarios, como Vicente Blasco Ibáñez o Paul Auster. Sea como sea, en la mayoría de los casos tanto los escritores fantasma como los autores firmantes (o sus editoriales) guardan con celo la identidad o siquiera la existencia de estos escritores ocultos. ¿Y cómo se convierte uno en negro literario? Habitualmente se requiere tener ciertos contactos en el mundo editorial. Es muy común que sea una editorial la que contacte con alguno de sus escritores de fondo, aquellos en cuya calidad literaria confía pero que por el motivo que sea no son muy conocidos. Se elige en función de multitud de aspectos: que el estilo del autor esté en consonancia con el proyecto; que el escritor sea de fiar a la hora de mantener el secreto; su eficacia y rapidez, ya que suelen ser trabajos con fecha de publicación… No es algo que se le ofrezca a alguien que todavía está aprendiendo en un curso de literatura, sino que se busca a autores que ya están rodados. El libro puede ser de cualquier tipo, incluso novelas, aunque lo que más abundan son las biografías. No podéis ni imaginaros cuánta gente hay que cree que su vida es lo bastante interesante para ser convertida en un libro. Gente que quiere dejar un legado escrito a sus hijos, como un album de fotos literario en el que plasmar sus recuerdos. Pero, por supuesto, cuando pensamos en negros literarios no podemos dejar de imaginar los libros de los políticos y famosos de turno. Todos los presidentes que hemos tenido en España han sacado su libro de memorias, y nadie duda de que no los escribieron ellos. O los de esas celebridades de la farándula, o de los youtubers. Sí, hay mucho trabajo como negro literario, os lo aseguro. Cómo trabaja un negro literario ¿Y compensa en lo económico? Pues eso depende del tipo de proyecto. Si hablamos de, por ejemplo, un libro biográfico de un famoso, con una gran tirada y muchas ventas aseguradas, desde luego que sí. El negro literario recibe en primer lugar un innegociable adelanto, que puede rondar unos cinco mil euros, a lo que se le sumaría un tanto por ciento por ejemplar vendido en algunos casos. Este porcentaje nunca será tan alto como el que recibiría un autor firmante, obviamente, pero como las ventas sean altas, podríamos estar hablando de unos quince mil euros. Eso sí, el firmante, dependiendo de su fama, puede llegar a cobrar la de Dios. Se habla de cifras que rozan el millón de euros de adelanto. Cantidades que no se recuperan, porque para ello habría que vender millones de ejemplares. Ahora bien, para ser justos hay un montón de trabajo detrás para el pobre negro literario. No se trata simplemente de ponerse a escribir. En el caso de una biografía, hay que documentarse. Lo habitual es
Los seudónimos en la literatura
Ricardo Eliécer tuvo claro que quería ser poeta desde su más tierna infancia. En su mente bullían versos a todas horas, y nada más impulsaba su ánimo que volcar todo aquello a través de la poesía. Pero había un problema: su padre, un obrero ferroviario, era de esos hombres cuadriculados y conservadores que no sólo no se tomaba en serio las inclinaciones artísticas en general, si no que despreciaba en particular la poesía. «Un artista en la familia, eso jamás», solía decirle al joven Ricardo. Pero el muchacho no podía escapar de lo que sentía en su interior, así que tras varias publicaciones con su nombre real, que encendieron los ánimos del progenitor, decidió con dieciséis años adoptar un seudónimo para evitar sus iras. Y así, ese adolescente se convirtió posiblemente en el mejor poeta que haya existido jamás: Pablo Neruda. Y de eso vamos a hablar hoy, si os parece, de los seudónimos. Seguro que como escritores os habéis planteado alguna vez la necesidad de utilizarlos. ¿Cuáles son las razones para usarlos? En general, siempre por lo mismo: por cuestiones comerciales. Pero hay más donde rascar. Lo veremos en este artículo, utilizando ejemplos que os van a sonar mucho. Seudónimos por discriminación Por desgracia, tradicionalmente la literatura ha sido un gremio donde la condición de género del autor es relevante a la hora de publicar. Quizás algunos creáis que esto es un tanto exagerado, pero los datos y los casos están ahí. Cientos de mujeres han sido obligadas al anonimato, como en el caso de Jane Austen en Sentido y sensibilidad. Aunque al menos ella pudo dejar clara su condición femenina gracias al seudónimo «by a lady» («por una mujer»). El primero de los ejemplos que os pondré es de sobras conocido. Se trata de Joanne Rowling, una escritora británica que creó la saga más famosa de la literatura: Harry Potter. Si hubiese sido por ella, jamás se hubiese llamado J.K.Rowling, pero la editorial que iba a publicar la primera novela del joven mago le «recomendó» que utilizara un seudónimo. ¿El motivo? Temían que los lectores jóvenes fueran reticentes a una novela escrita por una mujer. Lo gracioso fue que muchos años después, ya como autora superventas, decidiera crear otro seudónimo masculino para publicar una saga de novela negra. La acogida de ese nuevo libro fue bastante floja hasta que se desveló quién estaba detrás del apodo. Un caso más clásico es el de las hermanas Brontë, que cambiaron sus nombres de pila (Charlotte, Emily y Anne) por seudónimos masculinos (Currer, Ellis y Acton Bell). Y todo porque el poeta Robert Southey, a quien le enviaron su obra, les respondió tal que así: «La literatura no puede ser asunto de la vida de una mujer». Pero no creáis que esto ocurre sólo en una dirección. Aunque la gran mayoría de las veces se da en detrimento de las autoras, también en ocasiones el perjuicio es hacia los hombres. Ocurre casi en exclusiva en el género de literatura romántica, que tradicionalmente suele asociarse a mujeres (algo que, en mi opinión, es un prejuicio por partida doble). Muchos autores varones han tenido que firmar con seudónimos femeninos para poder publicar un libro de corte romántico. Por ejemplo, detrás de Jessica Stirling está en realidad Hugh C. Rae; o el auténtico autor que se esconde en el apodo de Jill Sanderson es Roger Sanderson. Seudónimos por nacionalidad El siguiente motivo para usar sinónimos también sería una discriminación por nacionalidad. Suele verse mucho en el género de la fantasía y la ciencia ficción. Ambos son géneros que suelen funcionar mejor cuando los autores vienen del mundo anglosajón. Y eso a pesar de los magníficos escritores que tenemos aquí. Pero las editoriales prefieren adquirir los derechos de autores extranjeros porque las cuentas no les salen cuando publican a un autor nacional. Es por eso que algunos de nuestros autores se inclinan por utilizar un seudónimo británico o americano, como un autor que ganó un premio Hugo a mejor serie europea de ciencia ficción: Pascual Enguídanos. ¿No te suena? Prueba con George H. White, creador de La saga de los Aznar. ¿Y quién se esconde tras el seudónimo Peter Danger? Pues ni más ni menos que uno de nuestros mejores autores del género, el gran Domingo Santos. Nombres poco atractivos A veces ocurre que nuestros padres nos han puesto unos nombres tan comunes que resultan poco comerciales en un ámbito como la literatura. No nos vamos a engañar: llamarse Paco Fernández no parece ser algo muy glamuroso, sobre todo si quieres dedicarte al género romántico para adolescentes, como le ocurrió al autor que todos conocemos como Blue Jeans (dicho por él mismo). Es curioso, porque algo debe tener el apellido Fernández que no gusta mucho a algunos editores, porque también le ocurrió algo similar a la autora Luisa Fernández, autora de El Círculo del Alba en Planeta, que tuvo que llamarse Luisa Ferro. Como veis, en literatura hay elementos que se escapan del aspecto creativo que también tienen mucha importancia, aunque no nos guste. Al fin y al cabo, el nombre del autor es, junto al título de la obra, lo primero que ve el futuro lector. ¿Debes plantearte utilizar uno de esos sinónimos que te dé más visibilidad? Esa es una pregunta que sólo puedes responder tú. Sea como sea, lo que jamás debemos perder de vista es que lo más importante es el contenido, lo que hay entre las páginas del libro.
Las novelas híbridas
Os he hablado en varias ocasiones lo importante que es para el escritor tener claro a qué público se dirige y en qué género se enclava su novela. Lo comentábamos en el artículo sobre la adecuación, por ejemplo, y es algo sobre lo que incido mucho con mis alumnos del método PEN. Sin embargo, una de las cualidades más fascinantes de la literatura es que, por mucho que tratemos de clasificarla y delimitarla mediante etiquetas, tarde o temprano escapa a los límites establecidos de alguna manera. Porque la pureza absoluta no existe, ni en la vida ni en la literatura (afortunadamente). Y en este artículo vamos a verlo mediante una tendencia cada día más relevante: las novelas híbridas. Géneros y subgéneros literarios Para entender a qué nos referimos con novelas híbridas primero tenemos que aclarar los conceptos de género y subgénero literario. Conceptos que en realidad no solemos utilizar bien. Yo mismo he hablado un millón de veces de género de novela histórica, de fantasía, de ciencia ficción, etcétera. Pero la verdad es que esta manera de hablar es poco apropiada y se da por pura comodidad. Porque géneros literarios sólo hay cinco, y los definió Aristóteles en su obra La Poética: Género narrativo. El clásico texto en prosa. Género dramático. El teatro. Género didáctico. Ensayos y demás textos divulgativos. Género lírico. Donde se transmiten sentimientos hacia un objeto de inspiración. Género poético. La poesía de toda la vida. En la actualidad, estos dos últimos géneros, el lírico y poético, se han fusionado en uno sólo. En cualquier caso, dentro de cada género hay más divisiones, conocidas como subgéneros. Si nos centramos en lo que nos interesa, la narrativa, tendríamos la épica, la epopeya, el cantar de gesta, el cuento o la novela. Y ahora, dentro de esta última, tendríamos más diferenciaciones, o subtipos, en función de su contenido. Ahí es donde encontraríamos, al fin, lo que siempre hemos llamado géneros: la novela histórica, el terror, la fantasía, la romántica, la bélica… Qué son las novelas híbridas La hibridación literaria, por tanto, se refiere a cualquier mezcla entre las divisiones de una misma jerarquía. Por ejemplo, una obra de género narrativo, en prosa, pero con elementos poéticos: Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud, que fusiona la prosa con ciertos elementos propios de la poesía. Pero si bajamos un grado, dentro de la categoría de narrativa también podemos hibridar y crear un cuento con toques de epopeya. Y sigamos descendiendo para llegar al tema que nos concierne en este artículo: una novela híbrida sería aquella que no está limitado a ningún subtipo, aunque pueda tener uno más relevante. Como autores somos auténticos dioses con el derecho y la capacidad de hacer lo que nos dé la gana. No hay auténticos límites, porque toda frontera puede romperse. ¿Qué nos impide que escribamos una novela histórica cuya trama principal sea el terror? Nada. Tanto es así que yo mismo lo he hecho. Ya lo sabéis: mi última novela, La boca del diablo, transcurre en un entorno histórico, el siglo XVI, con todo lo que ello conlleva, pero también narra una historia de brujas. Luego os pondré más ejemplos, pero seguro que pilláis el concepto a la perfección: la hibridación literaria dentro de la novela consiste en fusionar subtipos en una misma historia. Así de simple… y de complicado. Porque hay que poner mucho cuidado en que ninguno de esos subgéneros fagocite al otro hasta el punto de quitarle sentido. Imaginemos que creamos un híbrido entre novela histórica y ciencia ficción (no es incompatible: basta con un viajero del tiempo que llegue a la época romana, por ejemplo). Corremos el riesgo de que el componente científico y futurista solape la historicidad, así que hay que ir con mucho tiento para que no sea así. Algunos ejemplos de novelas híbridas De hecho, si lo pensamos bien, muchas de las novelas que leemos son híbridos, y la mayoría de las veces ni nos damos cuenta. Coged cualquier novela histórica actual y en casi todas os encontraréis muchas batallas, narradas en detalle, por lo que tendríamos una hibridación con el subtipo bélico. ¿Os habéis leído mi novela Muerte y cenizas? Pues aunque el escenario no puede ser más histórico, la Hispalis romana, en realidad también estamos ante una obra detectivesca. Y qué decir de una de las novelas más famosas de todos los tiempos, El nombre de la rosa, todo un thriller en el interior de una abadía del siglo XIV. ¿Queréis mezclas más arriesgada todavía? Ahí tenéis la saga de Tramorea de Javier Negrete, donde fusiona la fantasía épica con la ciencia ficción. El mismo autor, además, se atreve a dar una pátina de historicidad a mitos como los de la Odisea, al igual que hace Javier Pellicer en Lerna, donde sitúa leyendas como las del minotauro y los mitos fundacionales de Irlanda dentro de un contexto histórico fiel como la Edad de Bronce. Es obvio que hay subtipos que combinan mejor que otros. El caso de las novelas híbridas que mezclan historia y mitología es un claro ejemplo: las leyendas de los pueblos antiguos son armas fundamentales para entender su idiosincrasia. Los griegos, sin ir más lejos, creían que sus dioses eran reales y por tanto actuaban condicionados por ello. Pero, al mismo tiempo, la mitología comporta un elemento sobrenatural del que el autor no puede evadirse por completo, el cual es en principio incompatible con el subgénero histórico. Y aún así, algunos escritores consiguen que funcione. Las novelas híbridas, el futuro Decía Luis Artigue, ganador del Premio Celsius a la mejor novela de Ciencia Ficción y Fantasía de la 32ª edición de la Semana Negra, que «la nueva novela será híbrida o no será». Esta era su apuesta en 2019, y desde entonces (desde mucho antes en realidad), las novelas híbridas no han dejado de consolidar su presencia en las librerías. Lo cual es toda una bendición, porque nos permiten escapar del encorsetamiento dentro del arte
¿Español o castellano? ¿Cómo se llama nuestro idioma?
¿Cuántas veces os he comentado que la mejor característica de nuestro idioma es su variedad? Muchas, tantas que seguro que estáis hartos ya de que os lo diga. El vocabulario en español es tan rico que no existe nada a lo que no podamos referirnos, ni construcción gramatical que no seamos capaces de formar. Y tenemos alternativas de sobra para superar todo tipo de escollos a la hora de escribir (como os comenté, por ejemplo, en el artículo sobre evitar repeticiones). Fijaos si tenemos opciones que incluso disponemos de dos nombres para nuestra lengua: español y castellano. Ahora bien, ¿cuál de estas dos acepciones es la más apropiada? Pues de eso vamos a hablar en este artículo. El latín: la semilla del castellano y el español Estos debates, que demasiadas veces se empañan con visiones políticas absurdas, es importante abordarlos con la vista puesta en la historia. En el caso que nos atañe, todo comenzó con el latín que los romanos trajeron a la península ibérica, y que fue imponiéndose a las lenguas autóctonas, como el íbero. Su consolidación fue tal que incluso seguiría usándose cuando los romanos desaparecieron, con la llegada de los visigodos. ¿Hasta qué momento se utilizó? Ahí es donde residen las dudas, pero suele decirse que el latín fue la lengua comunicativa principal de nuestros antepasados hasta el siglo VII. Pero tened siempre en cuenta una cosa: la lingüística no funciona a golpes. Los idiomas no aparecen y desaparecen de un día para otro. Lo habitual es que evolucionen, que se fusionen con otros, o que al menos coexistan entre ellos. Y eso fue lo que ocurrió con el latín y las lenguas romances (que etimológicamente significa «a la romana»). En algún momento imposible de delimitar con exactitud, el latín empezó a mutar y a imponerse hacia una variante menos culta, el latín vulgar. Con el tiempo (hablamos de siglos), esta nueva forma evolucionó de tal manera que acabó por diferenciarse tanto del latín clásico que dio lugar a una serie de nuevos idiomas conocidos como lenguas romances. Y con un montón de variantes que no han dejado de separarse lingüísticamente desde entonces por una serie de condicionantes geográficos y sociales. Conocéis muchas de estas lenguas porque son las que hablamos hoy en día: español, catalán/valenciano, francés, portugués, gallego, italiano, etc… Castellano, antecesor del español Este sería un resumen tremendamente básico de la teoría tradicional en torno al origen y evolución de las lenguas romances. Bien, pues una de estas variantes evolucionadas del latín vulgar empezó a cobrar una fuerza inusitada en nuestra penísula: el romance que se hablaba en el reino de Castilla. Como resultaba redundante referirse a este dialecto como «romance castellano», pues «castellano» ya implica que está dentro de las lenguas romances, el adjetivo «castellano» cobró cualidad de sustantivo y pasó a designar a esta variante. De nuevo, fue algo gradual. Poco a poco la corona de Castilla fue ampliándose con la adhesión del reino de León durante la Reconquista, primero, y otras regiones después. El castellano fue imponiéndose en uso al resto de lenguas romances de la península ibérica en cuanto a número de hablantes. Pero no fue hasta la llegada de Alfonso X el Sabio que se convirtió en la lengua oficial de dicho reino. Cabe destacar que no siempre por las buenas, como ocurrió con los decretos de Nueva Planta en Valencia, Cataluña y Baleares. Así pues, aquel romance evolucionado hablado en la Corona de Castilla se convirtió en el idioma más utilizado de la península ibérica, y con la expansión por América cobró dimensiones colosales. Los límites del territorio hispano se hicieron tan enormes que ya no cabía hablar sólo de un reino de Castilla, y empezaron a usarse otras denominaciones ancladas en una muy vieja: Hispania. De ahí surgiría el adjetivo «español», que lo encontramos ya en tiempos de los Reyes Católicos, aunque por entonces el concepto de «nación española» estaba muy lejos todavía de ser algo firme. Una de las primeras obras escritas en usar este término fue Manual de nuestra Santa Fe Católica, en español, que data del 1495. La equivalencia entre ambas acepciones se mantuvo durante siglos, hasta que, en 1925, la RAE cambió el título de su diccionario al de «lengua española». ¿Castellano o español? Imagino lo que estáis pensando: «Ya, muy interesante todo, Teo. ¿Pero al final qué es lo correcto? ¿Castellano o español?». Pues bien, para eso basta con acudir al Diccionario panhispánico de dudas de la RAE, que deja la cuestión muy clara: ambos son válidos para referirse a la lengua que compartimos los millones de hablantes en América y España. «¡Pues podrías haberlo dicho antes!». Cierto, pero te habrías perdido una muy necesaria lección de historia. Y, en cualquier caso, hay ciertos matices que tener en cuenta. Por ejemplo, que aunque ambos términos son válidos, suele recomendarse que usemos «español» cuando hablamos en general de nuestra lengua. Por dos motivos: carece de ambigüedad y además es la denominación que se utiliza a nivel internacional. Los ingleses, por ejemplo, no dicen Castilian para hablar de nuestro idioma, sino Spanish. ¿Y cuándo es apropiado utilizar el término «castellano»? Insisto: en cualquier situación. Pero resulta más adecuado hablar del castellano como el dialecto románico que se utilizó en el reino de Castilla durante la Edad Media (¡y de ahí la clase de historia!) o el dialecto del español que se habla en la actual región de Castilla. Además, dentro la pluralidad nacional con la que tenemos la fortuna de contar se usa la palabra «castellano» para referirnos a la lengua común de los españoles y diferenciarla así de las otras lenguas cooficiales, como el vasco, el canario o el catalán. Conclusiones Como veis, el debate del nombre de nuestro idioma es, en el fondo, muy sencillo de responder: ambos son términos válidos. Pero es en los matices y en la historia de las cosas donde reside la comprensión. Espero que con este artículo veáis con mayor perspectiva una