Ricardo Eliécer tuvo claro que quería ser poeta desde su más tierna infancia. En su mente bullían versos a todas horas, y nada más impulsaba su ánimo que volcar todo aquello a través de la poesía. Pero había un problema: su padre, un obrero ferroviario, era de esos hombres cuadriculados y conservadores que no sólo no se tomaba en serio las inclinaciones artísticas en general, si no que despreciaba en particular la poesía. «Un artista en la familia, eso jamás», solía decirle al joven Ricardo. Pero el muchacho no podía escapar de lo que sentía en su interior, así que tras varias publicaciones con su nombre real, que encendieron los ánimos del progenitor, decidió con dieciséis años adoptar un seudónimo para evitar sus iras. Y así, ese adolescente se convirtió posiblemente en el mejor poeta que haya existido jamás: Pablo Neruda.
Y de eso vamos a hablar hoy, si os parece, de los seudónimos. Seguro que como escritores os habéis planteado alguna vez la necesidad de utilizarlos. ¿Cuáles son las razones para usarlos? En general, siempre por lo mismo: por cuestiones comerciales. Pero hay más donde rascar. Lo veremos en este artículo, utilizando ejemplos que os van a sonar mucho.
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ToggleSeudónimos por discriminación
Por desgracia, tradicionalmente la literatura ha sido un gremio donde la condición de género del autor es relevante a la hora de publicar. Quizás algunos creáis que esto es un tanto exagerado, pero los datos y los casos están ahí. Cientos de mujeres han sido obligadas al anonimato, como en el caso de Jane Austen en Sentido y sensibilidad. Aunque al menos ella pudo dejar clara su condición femenina gracias al seudónimo «by a lady» («por una mujer»).
El primero de los ejemplos que os pondré es de sobras conocido. Se trata de Joanne Rowling, una escritora británica que creó la saga más famosa de la literatura: Harry Potter. Si hubiese sido por ella, jamás se hubiese llamado J.K.Rowling, pero la editorial que iba a publicar la primera novela del joven mago le «recomendó» que utilizara un seudónimo. ¿El motivo? Temían que los lectores jóvenes fueran reticentes a una novela escrita por una mujer. Lo gracioso fue que muchos años después, ya como autora superventas, decidiera crear otro seudónimo masculino para publicar una saga de novela negra. La acogida de ese nuevo libro fue bastante floja hasta que se desveló quién estaba detrás del apodo.
Un caso más clásico es el de las hermanas Brontë, que cambiaron sus nombres de pila (Charlotte, Emily y Anne) por seudónimos masculinos (Currer, Ellis y Acton Bell). Y todo porque el poeta Robert Southey, a quien le enviaron su obra, les respondió tal que así: «La literatura no puede ser asunto de la vida de una mujer».
Pero no creáis que esto ocurre sólo en una dirección. Aunque la gran mayoría de las veces se da en detrimento de las autoras, también en ocasiones el perjuicio es hacia los hombres. Ocurre casi en exclusiva en el género de literatura romántica, que tradicionalmente suele asociarse a mujeres (algo que, en mi opinión, es un prejuicio por partida doble). Muchos autores varones han tenido que firmar con seudónimos femeninos para poder publicar un libro de corte romántico. Por ejemplo, detrás de Jessica Stirling está en realidad Hugh C. Rae; o el auténtico autor que se esconde en el apodo de Jill Sanderson es Roger Sanderson.
Seudónimos por nacionalidad
El siguiente motivo para usar sinónimos también sería una discriminación por nacionalidad. Suele verse mucho en el género de la fantasía y la ciencia ficción. Ambos son géneros que suelen funcionar mejor cuando los autores vienen del mundo anglosajón. Y eso a pesar de los magníficos escritores que tenemos aquí. Pero las editoriales prefieren adquirir los derechos de autores extranjeros porque las cuentas no les salen cuando publican a un autor nacional. Es por eso que algunos de nuestros autores se inclinan por utilizar un seudónimo británico o americano, como un autor que ganó un premio Hugo a mejor serie europea de ciencia ficción: Pascual Enguídanos. ¿No te suena? Prueba con George H. White, creador de La saga de los Aznar. ¿Y quién se esconde tras el seudónimo Peter Danger? Pues ni más ni menos que uno de nuestros mejores autores del género, el gran Domingo Santos.
Nombres poco atractivos
A veces ocurre que nuestros padres nos han puesto unos nombres tan comunes que resultan poco comerciales en un ámbito como la literatura. No nos vamos a engañar: llamarse Paco Fernández no parece ser algo muy glamuroso, sobre todo si quieres dedicarte al género romántico para adolescentes, como le ocurrió al autor que todos conocemos como Blue Jeans (dicho por él mismo). Es curioso, porque algo debe tener el apellido Fernández que no gusta mucho a algunos editores, porque también le ocurrió algo similar a la autora Luisa Fernández, autora de El Círculo del Alba en Planeta, que tuvo que llamarse Luisa Ferro.
Como veis, en literatura hay elementos que se escapan del aspecto creativo que también tienen mucha importancia, aunque no nos guste. Al fin y al cabo, el nombre del autor es, junto al título de la obra, lo primero que ve el futuro lector. ¿Debes plantearte utilizar uno de esos sinónimos que te dé más visibilidad? Esa es una pregunta que sólo puedes responder tú. Sea como sea, lo que jamás debemos perder de vista es que lo más importante es el contenido, lo que hay entre las páginas del libro.
Buen artículo. Nos abre los ojos.
Teo, ¿Cómo reconocemos que un nombre es atractivo o que el propio no lo sea?
Si escribimos en español, el pseudónimo debe ser en español?
Este artículo como cada uno de los que publica, es muy interesante. Le agradezco todas y cada una de las publicaciones, de las que aprendo mucho, tanto sobre narrativa como con curiosidades como esta.
Gracias profesor.
ETC
Maestro: Hay eras en que es aconsejable, aunque sufra el ego, separar al escritor del hombre que lo soporta.
Yo me llamo Belén Esteban. Ahí es nada.
Excelente vuestros artículos sobre la literatura, y la vida y experiencias de autores…
Me gustaría recibir información pertinente de la poesía.tengi un poemario en formato digital y otro en preparación.