Aunque nuestra querida península ibérica empezó a ser protagonista de la Historia con el estallido de la Segunda Guerra Púnica, en el siglo III a.C., para entonces ya contaba con un rico pasado gracias a culturas como la íbera o la argárica. De la primera os hablé en un artículo del mes pasado, y de la sociedad del Argar quizás lo haga próximamente (si os parece buena idea, indicádmelo en los comentarios). Pero hoy quería detenerme en otra sociedad fascinante que se desarrolló en esta bella Galicia donde resido. Me refiero a la cultura castreña.
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ToggleLos orígenes de la cultura castreña
Podríamos considerar que la cultura castreña empezó a tener entidad propia desde finales de la Edad del Bronce, pero al igual que la mayoría de sociedades antiguas no surgió de manera espontánea. Es el fruto de una lenta evolución de los habitantes anteriores del noroeste peninsular, los oestrimnios, «el pueblo del extremo occidente», tal y como los llamó Avieno. Pero la clave para que todo cambiara fue la llegada desde el centro de Europa de varias oleadas de inmigrantes célticos, producto de la expansión indoeuropea que se había iniciado muchos siglos antes. Como ha ocurrido desde que el ser humano apareciera en el mundo, la fusión entre ambas culturas produjo una nueva sociedad, con características heredadas de ambas.
Los castreños se extendieron una amplia zona que comprendía la actual Galicia, el norte de Portugal y la parte occidental de Asturias. Pero hay que tener en cuenta que por aquel entonces no existía concepción alguna de los límites territoriales. De hecho, existían similitudes culturales muy acusadas entre los castreños y sus pueblos vecinos, los celtíberos. Sin ir más lejos, estos últimos también levantaron las fabulosas construcciones típicas de los castreños: los castros.
¿Por qué se llama «cultura castreña»?
La cultura castreña debe su nombre precisamente a esta edificación tan característica: el castro. Se trata de toda una población fortificada, considerada la primera construcción estable en territorio gallego, dentro de la cual se levantarían viviendas unifamiliares circulares. Supone una ruptura total con cualquier atisbo de nomadismo anterior, pues no olvidemos que la trashumancia era una de las actividades económicas principales entre aquellos pueblos de pastores. Con la introducción de los castros se produce una sedentarización definitiva.
¿Y cómo eran estos castros? Lo habitual era que se construyeran en lugares de difícil acceso, como las zonas montañosas de baja altitud en el interior, aunque hay algunos que fueron erigidos en la costa gallega. Solían tener forma ovalada y estaban rodeados por una muralla y, en no pocas ocasiones, también por un foso. Disponían además de una curiosa defensa: en torno al muro, por las zonas más llanas y por tanto vulnerables, los castreños clavaban multitud de piedras para impedir cualquier carga de caballería.
La sociedad castreña
En lo básico, la forma de vida de los castreños se diferenciaba poco de otros pueblos antiguos. Su subsistencia se basaba en la producción agrícola, pero dadas las condiciones agrestes del territorio que ocuparon, la mayor parte de las cosechas se limitaban a cereales y leguminosas. Su principal actividad económica para conseguir alimentos era por tanto la ganadería y el pastoreo. Obviamente, en las zonas costeras los castreños también echaban mano de la pesca. Entre sus actividades de manufacturación, destacaba la orfebrería y la fabricación de los famosos torques, esos collares circulares, rematados en dos borlas, y que asociamos a los pueblos célticos.
El comercio, basado en el trueque, permitió que los castreños conocieran qué había más allá de sus tierras. Hay claras pruebas de que los habitantes de la cultura castreña recibieron la visita de mercaderes fenicios, por ejemplo. Incluso hay indicios de la llegada de navíos de posible procedencia micénica.
¿Y en qué creían los castreños? Su religión no difería mucho de lo habitual entre las culturas de carácter naturista. Eran, por supuesto, politeístas, y contaban con un panteón a rebosar de dioses autóctonos relacionados con todo aquello que era importante para su existencia: los bosques, la recolección, la fecundidad… Algunos de ellos eran Navia, señora de los ríos y valles; Bandua el protector de la comunidad; y Cosus, el dios de la guerra. Muchas de estas divinidades tenían un origen céltico, aunque hablar de «celtismo» más allá del ámbito lingüístico es un tema delicado para los historiadores. Por desgracia, desconocemos cuáles eran sus ritos funerarios, ya que no se ha hallado ninguna necrópolis. Pero sabemos que contaban con sacerdotes, curanderos… y druidas.
Los guerreros de la cultura castreña
Las fuentes greco-latinas siempre se esmeraron en describir a la cultura castreña como un pueblo belicoso. Los guerreros galaicos y astures, incluidos sus caballos, eran capaces de trepar como cabras por montículos y peñas, para luego abalanzarse contra sus enemigos. O se daban al pillaje contra las tribus vecinas para robarles el ganado. Todo esto debía ser en parte real, pero también nos olemos cierta exageración. Algo muy habitual entre los historiadores y geógrafos clásicos: la mejor forma de ensalzar que la suya era la civilización más excelsa pasaba por barbarizar a aquellas que no estaban bajo su influencia.
La realidad arqueológica nos dice que, a pesar de la cantidad de castros hallados (más de 3000), la proporción de ajuar funerario de ámbito militar es muy baja. Apenas se ha encontrado armas, y entre las pocas se cree que tenían una función más simbólica, de prestigio para las élites. Esto hace que, al igual que tantos otros pueblos del pasado más arcaico de la península, la cultura castreña siga siendo en buena parte un misterio. De momento.
Hola! Me encantó el relato “castrense”
¡Muchas gracias! La historia en muy reconfortante.
Muchas gracias maestro, corto y sustancioso. Esperamos más historias que nos hagan conocer el pasado de los primitivos pobladores de estas ariscas tierras. Saludos.
Gracias por tu tiempo dedicado en alumbrarnos!