En artículos anteriores, he compartido con vosotros argumentos relacionados con la sociedad espartana. Una sociedad en la que los roles estaban bien definidos y los hombres tenían como deber convertirse en fuertes guerreros.
La ciudad-estado de Esparta, al estar rodeada de aldeas, formadas por poblaciones mucho más numerosas que las propias, se vio obligada a vivir en una situación constante de conflicto. Se armó hasta los dientes y vivió, principalmente, una vida dedicada al arte de la guerra. El objetivo primordial era sobrevivir a un contexto cruel. Un paso en falso podría significar la muerte total de aquella polis. Sin dudarlo, crearon uno de los sistemas más disciplinarios y hostiles del mundo bélico. Prepararon hombres valientes que, desde los siete años de edad, no les temblaría el pulso al asesinar a alguien.
Os presento a la sociedad espartana, con todos esos rasgos que aún no he mencionado, y su representación en mi novela “Hijos de Heracles”.
Tabla de contenidos
ToggleEl sistema político
A lo largo del libro, se nombran distintos elementos que formaban la organización del gobierno de Esparta. Este sistema se dividía de la siguiente forma: Diarquía, Gerusía, Apellá y el Eforado.
La Diarquía era una monarquía hereditaria única en el contexto griego. Consistió en la unión entre dos familias reales, es decir, las que formaban la polis espartana. El fin de crear este sistema dual vitalicio basado en el compromiso de dos de las familias más importantes de Esparta era evitar los abusos de poder. Un lado estaría dispuesto a frenar los excesos del otro. Una suerte de base del republicanismo, una analogía útil de los tiempos de hoy para comprender mejor este sistema. No era una constitución republicana como se conoce hoy en día, sin embargo, acuñaba, ya desde ese entonces, la idea de la división de poderes para implementar pesos y contrapesos al poder. Ambas familias, los diarcas, poseían el mismo poder y lo compartían.
Los reyes formaban parte de la Gerusía. Ellos eran los encargados de encontrar esposos para las herederas solteras, y también de asignar familias adoptantes para los niños huérfanos. Los reyes, a su vez, estaban al mando del ejército. Un rey permanencia en la ciudad, controlando la zona, y el otro se aventuraba por el interior para dirigir las campañas militares. La autoridad de este último era total, ya que se trataba de la única figura de poder presente en las afueras y, por lo tanto, no existían límites para él.
La Apellá se componía de soldados adultos: aquellos que habían cumplido los 30 años de edad y poseían plenitud de derechos. A partir de ahí, estos habían completado todo su entrenamiento y se consideraban ciudadanos completos. Se denominaban hoplitas. Eso equivalía a convertirse en un ciudadano-soldado. Funcionaban a modo de órgano consultivo: aceptaban o rechazaban las solicitudes propuestas por la Gerusía.
Por último, el Eforado representaba a las cinco aldeas en las cuales estaba dividido el territorio espartano. Se componía de cinco magistrados que protegían la Constitución, y vigilaban a los funcionarios y a las regiones donde vivían los ilotas. Sus funciones eran principalmente de control ante el comportamiento de los reyes.
Los estratos sociales
La importancia de los soldados en la Apellá era fundamental para distinguir los ciudadanos de los no-ciudadanos, con lo cual, la estratificación social era algo muy importante en la sociedad espartana. Los ciudadanos eran los más beneficiados, ya que gozaban de derechos, y no cualquier derecho, sino los políticos. Los miembros se reunían de forma regular para tratar los asuntos de Esparta durante la luna llena.
Los ciudadanos, iguales entre sí, eran quienes estaban al mando del poder, tomaban las decisiones importantes, y de ellos dependía enteramente el futuro del resto de los espartanos. Sin duda, pertenecían a un rango de poder muy privilegiado. Además de la participación política y militar, eran dueños de parcelas de tierra, en los que se incluían los esclavos. El resto de la población, que no eran ciudadanos, se dedicaban a trabajar la tierra, tareas de aseo y administrativas, entre otras.
Existían una serie de requisitos para ser considerado ciudadano. El principal era descender de una mujer y un hombre que ya fueran ciudadanos; los niños huérfanos no se consideraban como tal. También debían formar parte de la agogé y de su doctrina militar, y, por supuesto, haberla finalizado.
Pertenecer a este grupo era prácticamente imposible si uno provenía de orígenes no-ciudadanos. Sin embargo, existía la posibilidad de dejar de formar parte de la ciudadanía. La denominada “atimia” era la categoría para los ciudadanos que habían sido infieles o habían perdido el honor de otra manera, y, por este motivo, dejaban de ser ciudadanos. Se llamaban tresantes y eran muy mal vistos. Se encontraban casi a la misma altura que los esclavos ilotas. La única diferencia radicaba en que los tresantes sí podían hacer uso del espacio público y recobrar su honor y estatus mediante una victoria en la guerra.
Vida religiosa
Como todas las ciudades de Grecia, Esparta era politeísta y creía en una serie de deidades. Contaba con muchos santuarios y templos sagrados dedicados a sus deidades, en los cuales se dejaban ofrendas y se realizaban sacrificios. Además, también estaba esparcida, por las cinco aldeas, una amplia variedad de altares y estatuas de los dioses y diosas.
El rol predominante era protagonizado por las deidades femeninas. Las más importantes eran Atenea y Artemisa, patrona de los animales. En cuanto a los dioses masculinos, y, aunque en menor medida, en comparación a las diosas, era Apolo. Él era hijo de Zeus y de Leta, y hermano gemelo de Artemisa. La importancia de Apolo era tal que tenía un papel fundamental en todas las celebraciones espartanas, y el monumento más importante a él era su trono, en Amiclas, una antigua ciudad de Laconia, al sur de Esparta.
Uno de los rituales de los espartanos consistía en un acto amoroso entre dos hombres. Los soldados pasaban una enorme parte de sus vidas entre hombres; las relaciones y vínculos eran casi exclusivamente entre ellos. Por ende, era normal que, en algún momento, entre los jóvenes, su amistad se volviera más íntima.
Dentro de la sociedad espartana, estas prácticas entre hombres tenían el visto bueno. Resultaba útil, en el joven muchacho, para poder construir su vida política e interiorizarse en estos temas. El soldado adulto asumía su papel como una suerte de figura paterna para el joven al guiarlo e instruirlo. La relación debía ser presentada ante el templo de Artemis Ortia y, de esta manera, el espartano que poseía derechos plenos, representaba legalmente a su joven amante en la Asamblea.
Una mirada al pasado
Las prácticas y costumbres espartanas resultaron ser un eficaz método de adoctrinamiento estatal. Desde la apropiación de los niños a la edad de siete años, para que formaran parte de la instrucción militar, las ofrendas a los dioses y la verticalidad del estrato social, hicieron que Esparta funcionara como un reloj.
La rigidez de la vida social fue el engranaje perfecto para que Esparta lograra su objetivo de sobrevivir como Estado, habiendo formado a los soldados más fuertes de la región. La esclavitud, la eugenesia, la homosexualidad, entre otros, solo pueden ser juzgados con ojos espartanos a los fines de lo que se proponían obtener. No se puede criticar al pasado con una mirada del hoy, con lo cual, entender los motivos y los objetivos ayudarán a esclarecer el panorama de aquel entonces.