Este artículo, el último de la serie dedicada al amor en la épica homérica, tiene como protagonistas a Ulises y Penélope. Su relación de pareja llegó a simbolizar la fidelidad recíproca en grado sumo para las fuentes literarias más relevantes. Dejando de lado el hecho de que, según el interés del autor y el contexto, en algunos casos pudieron representar conceptos del todo opuestos, vamos a acercarnos a ambos personajes desde un punto de vista que ya es familiar: el que hemos designado “amor duradero”.
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ToggleRetomando el concepto de “amor duradero”: el matrimonio de Ulises y Penélope
Dice la tradición mayoritaria que Penélope aguardó veinte años a que su esposo regresara. Los primeros diez habían transcurrido para Ulises (u Odiseo) guerreando en torno a los muros de Troya, en aquella guerra que no terminaba por inclinarse ni en una dirección ni en otra. Fue precisamente por acción de Ulises, tenido por el más astuto de los griegos, como terminaron por ganar la contienda: fue él quien ideó la archiconocida estratagema del caballo de madera. Como sabemos, de la guerra de Troya, Homero sólo contó unos pocos días. Desde luego que hubo otros poemas, pero nosotros sólo tenemos la Ilíada (una obra llena de furor guerrero, aunque no desprovista de historias de amor notables) y la Odisea, que se encargó de narrar el regreso del héroe de Ítaca a su hogar.
Los diez años restantes transcurrieron de manera muy poco tranquila para Ulises: a bordo de una nave sometida a las volubles voluntades divinas, acogido en cortes ajenas o en las variopintas islas del Egeo, donde las diosas regentes ansiaban convertirlo en su esposo. La última de ellas, Calipso, sólo lo deja ir por orden de Zeus, a pesar de la resistencia del héroe y su tristeza:
“…lo encontró tendido en la orilla; sus ojos no se secaban nunca del llanto y su dulce tiempo se iba gastando lamentándose por el regreso, pues ya no le agradaba la ninfa, sino que en las cuevas profundas debía pasar las noches con la que le quería sin que él la quisiese. Los días pasaba sentado en las rocas de la ribera… derramando abundantes lágrimas con la mirada fija en el mar” (Odisea 5.151-158)
La traducción del pasaje es mía, pero el lector podrá encontrar aquí la de Segalá y Estalella, y disfrutar de la Odisea completa.
Ulises y su tristeza al estar alejado de Penélope
Acerca de la tristeza de Ulises, cabe recordar que no es infrecuente en los fieros guerreros homéricos: Aquiles llora al morir Patroclo, Héctor al despedirse de Andrómaca, Odiseo en otros muchos pasajes de la Odisea. Pero la escena no es menos valiosa ni interesante por su frecuencia. La intensidad de la nostalgia de Ulises se refuerza apenas unos versos más adelante (216-224), cuando reconoce que, aunque Calipso es más hermosa que Penélope, más alta e inmortal (ventajas indudables de ser diosa), él no deja de pensar en regresar a su casa. Preferiría, incluso, morir en el mar intentando regresar antes que permanecer más tiempo lejos, como declara enseguida.
Tenemos, pues, una esposa que aguarda castamente y un marido incapaz de olvidarla durante veinte años. Ella teje en su telar de día y desteje de noche, con tal de no casarse con otro; él, antes de irse a la guerra, había fingido locura extrema para evitar alistarse en las filas de los aqueos. La relación es entre iguales, no resultado de un capricho y, sin duda, se extiende en el tiempo. ¿Alguien negaría que el matrimonio de Ulises y Penélope responde a las condiciones de estabilidad del que llamábamos “amor duradero? Incluso los epítetos que el poeta les aplica con más frecuencia se corresponden entre sí: él es “el rico en ardides”; ella, “la muy astuta”. Se puede decir, desde luego, que son “tal para cual”. La épica no presenta ninguna otra pareja tan sólida ni tan estable.
La astucia de Ulises
Si hay un personaje que destaca por su astucia en la mitología grecolatina, ése es Ulises. Ocasiones de demostrar esta cualidad no le faltan a lo largo de la Ilíada ni de la Odisea. En ambas obras, el héroe aparece descrito de manera muy favorable; sobre todo en la segunda, que lo tiene por protagonista epónimo. Apenas un vistazo superficial a los adjetivos que le dedica la Ilíada permite comprobar que, aparte de unos pocos relativos a su filiación, todos los demás sirven para destacar su rasgo proverbial: la inteligencia, la agudeza, el ingenio, la astucia (véase en wikipedia una lista de los epítetos más frecuentes de la Ilíada para cada héroe). Homero llega a compararlo con el dios providente, diciendo de él que es “igual a Zeus en prudencia”. Es mucho decir para un ser humano, aunque sea un héroe. Pero sus hazañas permiten corroborar lo merecido de estos apelativos. La primera, aunque no en orden cronológico, tiene que ver con el final de la guerra: se trata de la estratagema del caballo, ya mencionada, consistente en la presentación ante la muralla de Troya de una enorme figura de madera hueca. Lo que debía ser una supuesta ofrenda para la diosa tutelar de la ciudad (que, ¿casualmente?, es Atenea, la eterna protectora de Odiseo) se convierte en una trampa llena de guerreros griegos. Laocoonte, sacerdote de Apolo, se pronuncia en contra de la entrada del caballo en Ilión:
“¿Pensáis acaso que algún regalo de los dánaos carece de engaño? ¿Así conocéis a Ulises?” (Eneida 2.43-44).
Tales palabras cargan la responsabilidad del carácter engañoso de los griegos directamente sobre nuestro héroe. Virgilio, que va a narrar el viaje del troyano Eneas, adopta el punto de vista opuesto al de los griegos. Y, claro está, vista desde los ojos de los vencidos, la astucia de Ulises no presenta ni un solo rasgo positivo. A pesar de Laocoonte, el caballo termina entrando en Ilión, para éxito de la empresa aquea. El resto es bien conocido.
Las dos obras atribuidas a Homero proporcionan más ejemplos abundantes y célebres donde Ulises deslumbra con su ingenio. Citaremos sólo alguno de los más notables, como el del paso de las sirenas, donde se hace amarrar por sus compañeros al mástil del barco para que el hipnótico canto de estos seres no lo conduzca a la perdición.
El retorno de Ulises
Sorteados los innumerables peligros del mar, la cólera de las criaturas que habitan profundidades marinas y las inmediaciones de las costas, los cíclopes carnívoros y las diosas hechiceras que amenazan con quedarse al irresistible héroe para ellas, Ulises llega al fin a su patria, Ítaca. Pero encuentra su palacio invadido de varones, aristócratas de la isla, como él. El engaño y la matanza de los pretendientes, culminación de la obra y del peregrinaje del héroe, centra todo el final de la Odisea. Asistimos a la escena en la que, por consejo de Atenea, Ulises se disfraza de mendigo y busca unos pocos aliados a los que se da a conocer: su porquero, Eumeo, y su hijo, Telémaco. No revela su identidad a nadie y, para cuando Penélope lo reconoce, los pretendientes ya han sido castigados por su osadía y su soberbia para con el señor de la casa. La lectura del episodio completo, en el canto XXII de la Odisea, es una delicia.
Nos dejamos en el tintero muchos otros episodios, más o menos célebres, que ilustran la astucia de Ulises. Basten las líneas precedentes para dar una idea del carácter inabarcable del héroe “de muchos senderos” que tanto y en tantos sentidos se aleja del grueso de los combatientes de la Ilíada. En su humanidad se centra precisamente el interesante documental Ulises, el héroe astuto, que incide en el héroe y su Odisea como una representación simbólica del viaje por excelencia: el de la vida. Similar interpretación ofrece el conocido poema Ítaca, del autor heleno Constantino Cavafis, eco vivo de la Odisea en el siglo XX de nuestra era (aquí tienes una traducción del griego moderno).
Penélope, paradigma de la castidad
La lectura de la Odisea revela una clara intención apologética de la que se ha hecho eco un amplio sector de los estudios. Se puede ver un intento de defender a la mujer de la visión misógina imperante en la Antigüedad: las mujeres son volubles, caprichosas, curiosas en exceso, coquetas hasta el extremo de provocar guerras; estar sujetas a los vaivenes de su género las hace infieles por naturaleza. La mitología está plagada de ejemplos al respecto. Hasta tal punto, que la causante de la entrada del mal en el mundo, según los griegos, es una mujer, Pandora. Helena es la causante de la guerra de Troya. Clitemnestra asesina a su marido, Agamenón, al regreso de éste después de la contienda. Los ejemplos podrían continuar. Pero, en medio de ellos, como una figura de oposición, se alza Penélope. Ella es la encarnación de todo lo contrario y así lo subraya el poeta a cada paso. Después de haber prometido a sus pretendientes que escogería a uno cuando Telémaco, su hijo, se afeitase la primera barba, urde una segunda estratagema que llega a durarle varios años: asegura estar tejiendo un sudario para su suegro; cuando termine, se casará. Lo que no saben los pretendientes es que Penélope va destejiendo durante la noche.
Las representaciones de Penélope junto al telar se suceden desde la Antigüedad. En algunas de las más antiguas apreciamos el gesto de taparse el rostro con el velo, en una clara alusión a la castidad femenina:
Penélope y su astucia
Hemos aludido muy brevemente más arriba a la astucia de Penélope. El poeta presenta esta cualidad y la pone al servicio de otras que considera deseables en una mujer: la obediencia, el respeto al esposo, la castidad. Todo ello lo encarna Penélope en grado sumo, frente a otras mujeres como Helena o Clitemnesrta. Ésta constituye su contrapunto más claro en la Odisea. Tampoco Clitemnestra anda desprovista de astucia, aunque la emplea para el peor de los propósitos:
“Por cierto que no hay nada más terrible ni más despreciable que una mujer que tales cosas trama en su corazón, como el crimen vergonzoso que aquella urdió, la muerte de su esposo”. (Odisea 11. 427-430).
Pero, frente a lo que es frecuente y común en el género, Ulises puede confiar en su mujer:
“En cambio a ti, Ulises, no te vendrá la muerte de tu mujer, pues cuerda y honrada en sus entrañas es la hija de Icario, Penélope, la muy astuta”. (Odisea 11.444-446)
Como muestra de la astucia de Penélope queda, en fin, señalar el momento en que pone a prueba a su esposo, que se presenta ante ella irreconocible, disfrazado de mendigo, en el canto XXIII. Cuando Ulises le revela su identidad, ella lo pone en duda; veinte años no han pasado en balde y la imagen de Odiseo encarna ese deterioro. Pero el héroe demuestra conocer a la perfección, como sólo él podría, hasta el último detalle del dormitorio de los esposos (Od.23.174-194). Sólo entonces se le aflojan las rodillas a la honesta Penélope, dice el poeta, que se reencuentra al fin, también carnalmente, con su marido.
Penélope, paradigma de la fidelidad, no sólo es fiel: también es astuta. Del mismo modo que Ulises no es sólo astuto: también es fiel. No nos queda espacio para tratar el lado oscuro de los personajes, que tal vez vendrá en otra serie de artículos. Era amor lo que debíamos tratar y amor hemos presentado; amor a través de los años y las dificultades. Amor a prueba de dioses, de hombres… y de defectos femeninos.