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Vikingos en las cruzadas

Vikingos. Si os menciono esta antigua cultura, tan de moda desde hace unos años gracias a varias series de televisión, tengo la absoluta certeza de qué imagen os estaréis formando en vuestra cabeza: la del guerrero de melena y barba rubia, quizás portando un hacha de combate o incluso esos cascos con cuernos que hoy sabemos que nunca existieron. Algunos también os imaginaréis al clásico berserker salvaje que tanto juego ha dado en géneros literarios como la fantasía. Y desde luego, pensaréis en ellos a bordo de un grandioso drakkar, desembarcando en una costa inglesa para saquear monasterios y violar a las campesinas.

Pero los vikingos fueron mucho más que eso. Al igual que otras sociedades que el imaginario popular ha tildado de «bárbaras» (como los celtas o los íberos, de los que hablamos hace poco en este artículo), los vikingos también evolucionaron. Empezaron a hacerlo cuando al fin abrieron sus puertas a las costumbres que llegaban desde el sur. Y el principal de estos motivos de cambio fue el cristianismo. Tal fue el impacto que causó en ellos que los llevó a luchar en escenarios que rara vez solemos asociar con esta cultura: las cruzadas.

La llegada del cristianismo

 

Ni siquiera un pueblo tan apartado de lo que se consideraba el mundo civilizado, como los vikingos, pudieron evitar que aquella nueva religión se adentrara en sus tierras y lo cambiara todo. Imaginad hasta qué punto: de pronto (o no tan de pronto, pues fue un proceso que llevó su tiempo), todos esos hombres y mujeres dejaron de lado su antiguo panteón de dioses, el legado de sus ancestros. Odín, Thor, Loki o Balder fueron sustituidos por una divinidad única; una entidad que no gobernaba sobre un aspecto concreto u otro, como las tormentas o el Inframundo, sino que lo era todo, cada aspecto de la realidad.

Como decía, no fue una conversión sencilla. Los misioneros llegados a aquellos reinos escandinavos tuvieron que pasarlas canutas para hacerse oír. Algunos no acabaron muy bien, como cabía esperar: fueron asesinados, esclavizados o se los echó a patadas. En cualquier caso, uno tras otro, cada monarca fue abriéndose a la nueva fe poco a poco: el rey danés Harald Blatand lo hizo en el 965; Olaf Skötkonung, en el 1008, le siguió en Suecia.

vikingos cristianismo

Olaf I, el primero de los vikingos cristianos

 

Pero nosotros vamos a detenernos en Noruega. Allí el cristianismo fue impuesto a la fuerza por dos reyes. Los llamaremos «los Olaf», pues ambos compartían ese nombre tan común por aquellos lares: Tryggverson y Haraldsson. El primero, al que la Historia llamó Olaf I, se convirtió al cristianismo de una manera muy épica: en mitad de una razzia en las islas Sorlingas, cuando todavía era un guerrero, un profeta cristiano le predijo que sería un gran rey si abrazaba el cristianismo. Y para que le creyera, vaticinó que al regresar a su barco sufriría un motín. Sí, lo habéis adivinado: sus hombres se rebelaron tal y como había sido anunciado. Y también, por supuesto, Olaf contuvo a los amotinados. Tras aquello, le faltó aire para pedir ser bautizado, dejó de atacar ciudades cristianas y, unos años después, se convirtió en rey de Noruega.

Pero no creáis que Olaf I cambió sus modos del todo. Ya sabéis, aunque el vikingo se vista de monje, vikingo se queda. Para que todos sus súbditos se convirtieran a la nueva religión inició una campaña en la que destruyó los templos que ahora se consideraban paganos y prácticamente erradicó toda la simbología de las antiguas creencias. De hecho, a sangre y hierro llevó el cristianismo hasta las islas Feroe, Islandia y Groenlandia.

Olaf I

Sigurd, un rey vikingo en las cruzadas

 

Pero el rey noruego que llegó más lejos que nadie en su defensa de Dios fue sin duda Sigurd I, que gobernó entre el 1103 y el 1130, junto a sus otros hermanos, Oystein y Olaf (otro distinto, ya sabéis). Según cuenta la Heimskringala (Crónica de los reyes de Noruega), en el 1107 los tres reyes decidieron responder a la llamada de auxilio que el papa Urbano II había hecho durante el Concilio de Clermont, en el 1095 (sí, se tomaron su tiempo para pensárselo). Las cruzadas habían comenzado, y Sigurd partió hacia Jerusalén mientras sus hermanos se quedaban a cargo de Noruega.

Cinco mil vikingos se llevó consigo. Zarparon de Bergen en otoño del 1108 a bordo de sesenta barcos, rumbo primero a Inglaterra, donde pasaron el invierno. De ahí bordearon la costa francesa hasta su siguiente escala, Santiago de Compostela, donde también dejaron pasar una fría estación. No fue un viaje tranquilo, pues se las tuvieron que ver con los paganos que poblaban las tierras por donde pasaban. No olvidemos que en esa época la península ibérica estaba ocupada por musulmanes. Pero nada los detuvo: cruzaron el estrecho de Gibraltar y finalmente pisaron Tierra Santa en el 1110. En Jorsalaland (Jerusalén), los recibió el mismísimo Balduino. Las crónicas dicen incluso que Sigrud y Balduino se hicieron grandes amigos. Tanto que Sigurd aportó su flota y hombres para conquistar Sidón, en poder de los fatimíes. Como recompensa, se dice que Balduino le regaló una reliquia de valor incalculable: un pedazo de la Vera Cruz, en la que fue crucificado Jesucristo.

Sigurd rey vikingo

Vikingos bizantinos

 

La aventura de Sigurd en Tierra Santa terminó en Constantinopla, donde permanecieron hasta que les dio por regresar a sus frías pero añoradas tierras nórdicas, un par de años después de llegar. Pero en lugar de repetir la travesía y regresar por mar, lo hicieron por tierra, cruzando de sur a norte todo el continente europeo. Volvieron prácticamente con las manos vacías (salvo por la reliquia de la Cruz), ya que dejaron su flota y el botín conseguido como ofrenda al emperador bizantino Alejo I. Por si fuera poco, la mayoría de sus hombres prefirió enrolarse en la Guardia Varega. Esta escolta, creada por Basilio II treinta años antes, se nutrió en sus orígenes de los varegos. Hablamos de una comunidad también de vikingos (suecos en este caso) cuya lealtad se decía que estaba muy por encima de la de los bizantinos. En este nuevo ejército, los noruegos se sentirían como en casa.

vikingos bizantinos

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Sobre mí

Teo Palacios

Hace 10 años yo era como tú, un autor más con una novela bajo el brazo que nadie quería publicar. Hoy tengo cinco novelas publicadas por editoriales internacionales en ocho países, tengo firmados los contratos de dos novelas que aún no he escrito y ¡vivo de la literatura!

Teo Palacios

Escritor y creador del Método Pen

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