Aunque todavía se sigue incluyendo el álbum ilustrado en la sección infantil y juvenil, sus temáticas e ilustraciones a menudo distan de limitarse a un público en concreto. Vivimos en una era visual y quizás sea por ese motivo que la imagen va tomando un papel importante, pasando de ser un mero complemento del texto, a cómplice indispensable de la narración. Y es que cuando las imágenes se ponen a danzar con las letras, el espectáculo está servido. Sus formas, gamas cromáticas y pinceladas, comparten escena y protagonismo con el texto, creando una atmósfera mágica y envolvente capaz de transportarnos a mundos maravillosos. He aquí lo especial de los álbumes ilustrados. El álbum ilustrado: arte y emoción Ya desde la portada nos seduce: colores, texturas, tipografía del título… Todo está pensado para llamar nuestra atención y empezar a ganarnos. Al abrirlo, encontramos las guardas, las páginas que separan la portada y la contraportada del resto del álbum ilustrado, siendo a menudo una obra de arte en sí mismas, con motivos repetidos o imágenes predecesoras de lo que encontraremos en el interior. Los álbumes ilustrados estan hechos para despertar nuestra curiosidad, para hacernos pensar, para hacernos sentir emociones que quizás teníamos olvidadas y, sobretodo, para disfrutar. Hoy en día, en la era digital, parece que todo debe ser inmediato. Lo queremos todo para ya, y podría decirse que a menudo se nos olvida disfrutar de la lentitud. Estas obras de arte nos recuerdan el placer que produce tomarnos el tiempo necesario para admirarlas y emocionarnos. Algunos dicen que tan sólo son libros con dibujitos, pero nada dista más de la realidad que esa afirmación. Detrás de cada obra hay un laborioso trabajo de planificación. Hay que determinar el número de páginas, el discurso de la narración, la relación que va a tener el texto con la imagen, la gama cromática utilizada en cada escena según la dramatización que se le quiera dar, la estructura de la imagen, su punto de vista, y un largo etcétera. Y todo esta labor culmina en la belleza de los resultados. ¿De qué están hechas las ilustraciones? Las técnicas pictóricas utilizadas dependen de cada ilustrador, pudiendo ser las más comunes el collage, la acuarela, la ilustración digital, el dibujo a carboncillo, los lápices de colores, la pintura al óleo o el gouache, entre otras. Dependiendo de la tipología del texto, será más adecuado utilizar una técnica u otra. De esta manera, el trabajo conjunto y armonioso es más que necesario entre autor e ilustrador. Entre los dos deben moldear el esqueleto y el alma de la obra, y embellecerla para que sea atractiva y gustosa. Los comienzos de la utilización del término álbum ilustrado para denominar este tipo de obra data de 1960, siendo uno de sus grandes precursores Maurice Sendak, creador de Dónde viven los monstruos. En aquel entonces, Sendak intentaba reproducir las ilustraciones de antiguos grabados coloreados, típicos de los siglos XIII y XIX, aunque después fue desarrollando su técnica y experimentando con otros medios. Un autor con un marcado estilo de ilustración es Eric Carl, autor e ilustrador estadounidense criado en Alemania que utiliza el collage para crear imágenes sencillas y coloridas. Su primer libro fue Oso pardo, oso pardo, ¿qué ves?, aunque a mí me gusta especialmente El camaleón camaleónico, que narra la historia de un camaleón que estaba cansado de ser camaleón, y ansiaba ser como los animales que se iba cruzando en el camino, y termina… Mejor no os lo cuento y lo descubrís por vosotros mismos. Rienda suelta a la creatividad La riqueza creativa que despiertan los álbumes ilustrados es infinita: hay tantas posibilidades como creadores existen. Tanto es el volumen actual de obras que podemos encontrar en el mercado, que es necesario hacer una buena selección según nuestras preferencias. Lo más común es que el álbum sea el resultado de un trabajo conjunto entre escritor e ilustrador, como el ejemplo de Julia Donaldson y Axel Scheffler, que suelen trabajar juntos, teniendo todos sus libros un estilo literario y de ilustración muy característico y fácilmente reconocible. Pero también hay reconocidos autores que ilustran sus propios cuentos, como es el caso de Oliver Jeffers, para mí uno de los grandes creadores de álbumes ilustrados para niños, y no tan niños, con ilustraciones acuareladas y textos con mensajes de valores universales tales como la amistad, la aceptación de uno mismo y la importancia de aceptar las diferencias que nos hace especiales. Si bien los álbumes ilustrados suelen ir, principalmente, destinados a los niños, son los adulltos quienes tienen la responsabilidad de elegirlos. Así pues, los creadores deben tener en cuenta que ha de gustar tanto a los pequeños como a los adultos. En la amplia variedad de álbumes ilustrados que podemos encontrar actualmente en las librerías, muchos de ellos pueden ser utilizados en el ámbito pedagógico, ya que cada vez más los autores tratan temas sociales de actualidad y valores para la convivencia. Es un recurso cada vez más utilizado por pedagogos y docentes para introducir diferentes situaciones de una forma amena y divertida. Abrir un álbum ilustrado en una clase es como sacar un paquete de caramelos. Los niños se muestran interesados en la historia al instante, intentando adivinar lo que va a suceder mientras admiran las imágenes que acompañan al texto. Es maravilloso ver sus ojitos llenos de curiosidad y cómo se sumergen en la historia, para después sacar sus propias conclusiones. ¡Les hacen pensar!, y eso es lo importante. En los siguientes artículos hablaré de los álbumes ilustrados para adultos y de autores destacados en el panorama actual, y profundizaremos más en las técnicas de ilustración y las estructuras literarias más utilizadas en la creación de estas joyas creativas. Espero que os haya gustado el artículo, y si tenéis alguna aportación, duda o pregunta, sería un placer leeros. No dudéis en comentar. Y si queréis, también podéis compartirlo con esa personita a quien le gusta tanto leer en imágenes. Hasta la próxima.
Cómo reconocer la idea para escribir una novela
[et_pb_section fb_built=”1″ admin_label=”section” _builder_version=”3.22″ global_colors_info=”{}”][et_pb_row admin_label=”row” _builder_version=”3.25″ background_size=”initial” background_position=”top_left” background_repeat=”repeat” global_colors_info=”{}”][et_pb_column type=”4_4″ _builder_version=”3.25″ custom_padding=”|||” global_colors_info=”{}” custom_padding__hover=”|||”][et_pb_text admin_label=”Text” _builder_version=”4.10.7″ background_size=”initial” background_position=”top_left” background_repeat=”repeat” hover_enabled=”0″ global_colors_info=”{}” sticky_enabled=”0″] Capítulo 1 (o sobre cómo aparece la idea y no se va aunque la soples bien fuerte) Estoy escribiendo una novela. Esto no es nada novedoso ni original, lo están haciendo miles de escritores con más talento que yo en este momento. Pero es la mía y, para mí, la más importante, aunque no la lea nadie. Es mi mundo, lo estoy pariendo yo. Llegar hasta aquí no ha sido fácil. Como buena novata, he cometido muchos y variados errores (y voy a seguir haciéndolo, no lo dudéis). Esta serie de artículos nacen para hablar sobre esto, sobre cómo las páginas escritas se van acumulando y cómo se van sorteando los obstáculos que todo escritor novel encuentra en cada capítulo. Hoy quiero hablaros de cómo reconocer la idea para escribir una novela. ¿Queréis acompañarme? Un pequeño prólogo autobiográfico Un día, me dio por leer todo lo que caía entre mis manos. No, no es el comienzo de la novela, es el principio de esta adicción, la dependencia por la lectura. Esto pasó desde muy pequeña. Los Hollister, Los cinco, Los siete secretos, Puck… dieron paso a Julio Verne, a descubrir la fantasía de la mano de Ende y a pasear por Tierra media con Tolkien. Ya no pude parar. El ratoncito Perez me dejaba un libro bajo la almohada y a medio día ya lo había leído. Recuerdo que mis padres me reñían por enfrascarme en la lectura en vez de hacer los deberes. Y no he podido, ni quiero, desengancharme. Son muchos los autores que nos han dejado su opinión o su sentir sobre este tema y estarán más acertados que yo, como podéis leer aquí o también en estas citas. Dejadme que haga un inciso para contaros, a mi modo, lo que significa la literatura. Adicción “El crujir de las hojas al despegarse unas de otras rasgó el aire y se mantuvo ahí, suspendido, como las motas de polvo que se arremolinaron sobre las estanterías cuando se había abierto la puerta, momentos antes. El cliente aspiró el aroma y las moléculas de tinta se desprendieron con la cadencia de cada bocanada. Se introdujeron en su garganta, invadiendo las sinapsis neuronales y las imágenes estallaron en su cerebro: la mirada del autor penetrando en sus ojos, viendo lo que él vio, sintiendo lo que él sintió. La adrenalina palpitaba en sus venas con cada frase que murmuraban sus labios, prendidos los puntos y las comas en cada poro de su piel. Supo que no podía parar. —Me lo llevo. —Y temblaron sus dedos al dejar el billete en el mostrador. —Excelente elección, caballero, no le defraudará. Pero sus palabras se perdieron entre las motas de polvo que se levantaron al cerrarse la puerta de la librería, de nuevo”. Un día, me dio por escribir. La lectura es solo la mitad de mi camino, porque en el otro carril, y en la misma dirección, casi, casi desde el principio, está la necesidad de relatar mis propios mundos, esos que aparecen de repente en mi cabeza y no hay forma de que desaparezcan hasta que les doy forma a golpe de letra. Tras un libro que nos hace soñar, amar, llorar, odiar… está el sueño, la lucha, la pasión de otra persona. Sí, sí… yo también tuve un pasado en el que me inventaba historias como la de la imagen (es un dibujo mío del instituto). Y hablando del sistema educativo, saludos a mi profesora de quinto de EGB, que me castigó al no creerse que cierto cuento lo había escrito sola. Eso es motivar, señora, gracias. No voy a perderme en disquisiciones de por qué los que jugamos en este lado de la acera lo hacemos. No lo sé. No me considero nadie especial, ni creo que tenga una sensibilidad distinta. Es algo que necesito hacer. Si no escribiera, la vida se me quedaría corta, me ahogaría con mis propias emociones, moriría un poquito cada día. Punto. Escribir es un modo de vida, te dediques a ello profesionalmente o no. Pero si queréis leer ensayos sobre este tema, los pensadores lo diseccionan mucho mejor que yo, aquí. [/et_pb_text][et_pb_image src=”https://teopalacios.com/wp-content/uploads/2020/05/1.png” alt=”Descarga eBook aquí” title_text=”Descarga eBook aquí” url=”@ET-DC@eyJkeW5hbWljIjp0cnVlLCJjb250ZW50IjoicG9zdF9saW5rX3VybF9wYWdlIiwic2V0dGluZ3MiOnsicG9zdF9pZCI6IjIzMDYzIn19@” url_new_window=”on” align=”center” _builder_version=”4.4.8″ _dynamic_attributes=”url” global_colors_info=”{}”][/et_pb_image][et_pb_text _builder_version=”4.4.8″ global_colors_info=”{}”] Cómo reconocer la idea para escribir una novela Que de eso va esta entrada, de cuando aparece esa historia que no te deja en paz. Por un motivo o por otro, sientes la necesidad de escribirla. Y pueden pasar tres cosas: – Que te lances al teclado o al papel como si no hubiera un mañana. Primer peligro: a las pocas páginas no sabrás por dónde seguir y la frustración puede ser bastante importante. – Que intentes mirar a otro lado porque no te sientes capaz de enfrentarla. Segundo peligro: la idea te persigue y la vas dejando de lado, con el agobio de no considerarte lo suficientemente bueno. Los miedos son inherentes a cualquiera que expone una parte íntima suya (y en todos los escritos mostramos partes más o menos importantes de nosotros). Además, está ese ego que crece con las ofrendas de los demás y es tan fácil herir con una pequeña crítica. (Ya hablaremos más adelante de cómo sobrellevar las opiniones de los demás). – Que ignores las vocecitas anteriores, la del miedo y la del impulso irracional, y leas lo que tengo que contarte. ¿Cómo sabemos que es ella, la que merece nuestro trabajo y esfuerzo? ¿Cómo reconocer la idea para escribir una novela? 1- Te gusta. Parece una perogrullada, pero a veces escribimos por escribir. Por no perder la fluidez, por un reto, por encargo… Pero la pulsión y la pasión que aparecen cuando algo llega para quedarse solo se da cuando tienes ESA idea. La tuya, la que te llama. 2- Es original. Que conste que a mí la originalidad me parece sobrevalorada porque los
Todos queremos escribir un Best Seller
[et_pb_section fb_built=”1″ admin_label=”section” _builder_version=”3.22″ global_colors_info=”{}”][et_pb_row admin_label=”row” _builder_version=”3.25″ background_size=”initial” background_position=”top_left” background_repeat=”repeat” global_colors_info=”{}”][et_pb_column type=”4_4″ _builder_version=”3.25″ custom_padding=”|||” global_colors_info=”{}” custom_padding__hover=”|||”][et_pb_text admin_label=”Text” _builder_version=”4.10.7″ background_size=”initial” background_position=”top_left” background_repeat=”repeat” hover_enabled=”0″ global_colors_info=”{}” sticky_enabled=”0″] Me supera la doble moral, el veneno de la envidia de esa caterva de escritores que reniegan del Best Seller por sistema, que hablan mal de los compañeros de letras que sudan tinta para convertir sus libros en éxitos. La falsedad del escritor que dice: “Yo no quiero que mi libro se convierta en best seller. Yo quiero escribir buena literatura”. Lo único que hacen es mostrar su ignorancia Normalmente, estos autores suelen ir de iluminados de las letras, de estar por encima del bien y del mal. Se creen dignos de señalar con el dedo qué es buena o mala literatura, imponiendo su criterio por encima de todos los demás, mostrando una prepotencia más que preocupante. ¿Dónde está escrito que la buena literatura no pueda convertirse en Best Seller? Ejemplos de Best Sellers de calidad incuestionable inundan el mundo de las letras. ¿O acaso El Quijote es un mal libro? Porque desde luego es la obra universal por excelencia. ¿Y qué hay de los libros de García Márquez? Solo de Cien Años de Soledad agotó 135 ediciones, y eso allá por 2001. ¿Quizá es que Crónica de una muerte anunciada no es buena literatura? Y si hablamos de Cortázar: ¿qué hay de Rayuela? ¿Acaso no es un libro convertido en superventas? Tenemos el ejemplo de El Nombre de la Rosa: No seré yo quien diga que Umberto Ecco no escriba buena literatura, a pesar de que su libro sea una de las obras más vendidas de la novela histórica. Y podemos seguir, por supuesto: ¿Acaso Steinbeck no escribía buena literatura? ¿O Hemingway? Porque todos ellos escribieron Best Sellers. ¿Qué podemos decir de Truman Capote? ¿Y Nabokov? Asociar el término Best Seller a libros de baja calidad es un error que, en mi opinión, esconde dos cosas, cada cual más preocupante: La primera: La ignorancia absoluta; o la falta de conocimiento de la historia de la literatura, cosa que es aún peor, de aquel que asegura que un best seller, por sistema, es un mal libro. La segunda: Una envidia provocada por su propia falta de crear un libro de éxito. [/et_pb_text][et_pb_image src=”https://teopalacios.com/wp-content/uploads/2020/05/1.png” alt=”Descarga eBook aquí” title_text=”Descarga eBook aquí” url=”@ET-DC@eyJkeW5hbWljIjp0cnVlLCJjb250ZW50IjoicG9zdF9saW5rX3VybF9wYWdlIiwic2V0dGluZ3MiOnsicG9zdF9pZCI6IjIzMDYzIn19@” url_new_window=”on” align=”center” _builder_version=”4.4.8″ _dynamic_attributes=”url” global_colors_info=”{}”][/et_pb_image][et_pb_text _builder_version=”4.4.8″ global_colors_info=”{}”] Todos queremos escribir un Best Seller La primera de esas dos opiniones no es necesario explicarla. Queda claro leyendo los párrafos anteriores. La segunda sí, y es lo que voy a hacer ahora mismo. Si le preguntáramos a esos escritores que reniegan de los Best Sellers si les gustaría vivir de la literatura, dudo que encontráramos ni siquiera uno que dijera que no, que él es más feliz trabajando 8 horas en la oficina y dedicando un rato a deshoras a la escritura. No. Ese escritor querría vivir de su obra, como es lógico. Pero para ello es necesario escribir un Best Seller. Un libro que se venda hasta en la sopa. Un libro del que todo el mundo hable. Un libro que esté en las portadas de las revistas, en los escaparates de las librerías, en los carteles de los autobuses. Si no consigues eso, no podrás vivir de tu trabajo como escritor. Así que sí, incluso esos que reniegan del Best Seller, quieren escribir uno. Tal vez alguno diga: “Ah, pero yo no quiero vivir de mis libros. Yo lo que quiero es que me lean”. Y en ese caso también necesitas un Best Seller. Porque lo que tú tienes, querido compañero de letras, es un ego como un castillo (cosa que no tiene que ser necesariamente mala). Y para alimentarlo no bastan las lecturas de una tirada de 2000 ejemplares. Tú necesitas que te lea el mundo. Y eso pasa por crear un Best Seller. Así que quitaros las máscaras. No habléis mal del trabajo de vuestros compañeros simplemente porque vosotros no consigáis sus mismas cifras de venta. ¿O acaso rechazarías una oferta de Planeta o Random House para una tirada de 100.000 ejemplares? Envidia abiertamente a los que consiguen estar publicados en 15 idiomas, pero no hables mal de un trabajo en el que ponen su vida, igual que haces tú con el tuyo. Con la diferencia de que ellos consiguen lo que a ti te gustaría obtener y no encuentras el modo. [/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]
El día que no queden muertos de hambre
Esta mañana, decía mi agente, Deborah Albardonedo, en su perfil de Facebook que estaba muy enfadada porque las noticias del sector editorial son pésimas. Comentaba que hay una nueva librería que se ve obligada a cerrar. Yo comentaba en su muro que el problema de este asunto es que nos estamos quedando sin tejido empresarial. La industria editorial es un porcentaje del PIB español tremendo, una de las más potentes. ¿Qué pasará cuando todo ese entramado se venga abajo y miles de familias se queden en paro? La cuestión es que le veo difícil solución al asunto, y me explico. Ya hace algo más de un año, ABC indicaba que había más de 200 librerías en peligro de cierre solo en Castilla-La Mancha. En Sevilla se han ido cerrando algunas librerías históricas, como la librería Renacimiento. En Valencia cayó el año pasado Bibliocafé. En Barcelona, Catalonia, y así un largo etcétera. Lo peor de todo es que esas librerías no solo eran puntos de venta de libros, sino que también servían como foco cultural en sus ciudades, con lo que no solo se pierden puestos de trabajo, sino que también se pierde oferta cultural. Hay muchos factores que influyen en el cierre de las librerías. Por un lado, la competencia digital en los libros de texto, que está ahí. Por otro la piratería. ¿Cómo es posible que según se informa se vendan más lectores electrónicos (el soporte) que libros digitales? Evidentemente, la piratería es dañina. Y entonces nos encontramos con que el porcentaje que se llevan las librerías es insuficiente, porque las ventas han caído casi un 40% desde 2012, y puesto que hay menos ventas, el porcentaje de ganancia debería ser mayor para que el negocio siguiera siendo rentable. Pero, claro, el % del librero no puede subir. No es el único eslabón de la cadena, de hecho, es el último, y hay que tener en cuenta que distribuidores, correctores, portadistas, editores, impresores, agentes y, como no, escritores, deben cobrar su parte. Entonces, ¿qué solución hay? Alguno dirá que la solución ya llegó y que se encuentra en el mercado digital. Pero se equivocan. Se equivocan de arriba abajo. También esta misma mañana, Virginia Pérez de la Puente, que había publicado con éxito sus anteriores novelas en Minotauro y Ediciones B, mostraba con tristeza que su última obra, que había puesto a la venta a modo de autoedición por ¡solo 1€! ya se la había pirateado. Por tanto, si el formato digital no se vende, y me remito al ejemplo de Virginia y al dato sobre los lectores electrónicos que daba un poco más arriba, queda claro que el modelo digital no podrá salvar al lector. Así pues, el mercado tradicional ya no vale. El mercado digital tampoco. ¿Entonces? Pues entonces no hay alternativas. No hay, al menos por el momento, un tercer mercado. Quizá precisamente por ese motivo, ATres Media, que sabemos que es del Grupo Planeta, lanzó hace unos días una campaña a largo plazo, crea cultura, en palabras de sus presentadores con un espíritu similar a la de “Ponle Freno”, con la intención de educar al consumidor final, de concienciarlo sobre la importancia de respetar los contenidos con derechos de autor. Dirán algunos, siempre aquellos que no tienen nada que ver con este negocio (porque a los autores indies tampoco les hace gracia que los pirateen, por supuesto), que si el mundo editorial deben destruirse, que se destruya. Que siempre habrá gente que escriba gratis. Llevan razón. Siempre habrá gente que lo haga. Aficionados con más corazón que oficio que con dificultad serán capaces de hilar una buena trama. Sé de lo que hablo; leo gran parte de los manuscritos que llegan a las editoriales y cuyos autores pretenden que se les publique. Esos mismos autores que serán los que queden. Y entonces nos habremos cargado un poco más del espíritu del ser humano. Ya no quedará ningún muerto de hambre.
¿Tiene mala fama la novela histórica?
Hace unos días, Javier Tazón escribió un artículo en el que revisaba los que según él son los vicios de la novela histórica. Contestando a ese artículo, Sebastián Roa escribió un segundo enumerando lo que según él son los aciertos de la novela histórica. Habiendo leído ambos, planteé en mi muro de Facebook una pregunta a los que me visitan allí: ¿con cuál de las dos opiniones estás más de acuerdo? Yo no había querido poner mi propia opinión, más allá de un “no estoy de acuerdo con lo que propone Javier Tazón”, para no condicionar a nadie. Me interesa más en este tipo de cosas conocer la opinión de los que nos leen que la mía, que al fin y al cabo ya sé cuál es. Pero creo que se impone explicar el por qué no estoy de acuerdo con Javier Tazón. Vaya por delante que no lo conozco. He oído hablar de él un par de veces, pero ni hemos coincidido, ni lo he leído, ni me lo han presentado, ni siquiera, creo, hemos llegado a comentar juntos en un post de Facebook. No dudo, por tanto, de su calidad como escritor, ni como profesor. Seguramente sea hasta buena persona. Pero aun con todo eso no estoy de acuerdo con su artículo. ¿Por qué? 1) Ya la primera frase “La novela histórica tiene una bien merecida mala fama” me parece una falacia. La novela histórica NO tiene mala fama. Sus seguidores son legión; en España es uno de los géneros más leídos y por primera vez en mucho tiempo, los autores españoles empiezan a ser considerados al mismo nivel que los extranjeros. ¿Dónde está entonces la mala fama? Cierto es que se la menosprecia en los círculos más exquisitos, aquellos en los que se asegura que la novela de género está uno, o varios, escalones por debajo de la narrativa. Pero eso es algo general que sufren todos los demás géneros. Así que no, la novela histórica no tiene mala fama, y no hay nada en el artículo que indique por qué esa aseveración. 2) Menciona que “en un elevadísimo porcentaje, las obras que se publican son más dignas de kiosco que de librería”. No discuto que muchos de los libros que se publican no estén a la altura. Es un mal inherente a la edición de un libro. El editor es una persona y tiene una opinión personal sobre lo que quiere o no quiere publicar. A veces, está atado por lo que puede publicar. Pero de ahí a decir esa frase me parece, ciertamente, un atrevimiento. Incluso una falta de respeto hacia el trabajo de los demás, a los que rebaja en su categoría de escritor. Soy de los que piensan que si te dedicas a escribir ya eres escritor. Distinto es que seas escritor publicado; escritor profesional; escritor de éxito; o escritor superventas. 3) Trata a la novela histórica de “subgénero”. Mal. La novela histórica es un género literario en sí mismo, que, a su vez, ahora sí, contiene varios subgéneros: ficción histórica, thriller histórico… 4) “El autor sabe que, si hace las cosas bien, si se esfuerza y crea un producto artístico de calidad, no va a ganar ni un euro más, puede, incluso, que nadie quiera publicarle la obra.” Esta nueva aseveración tampoco me parece acertada. Volvemos a caer en la mal extendida opinión de que los editores no quieren publicar buenas novelas. No, señores, no. Si las cosas se han hecho bien, y con eso quiere decirse que se ha creado una buena historia, buenos personajes, el argumento es sólido, se tiene un buen conflicto, el clímax está bien trabajado y la novela se ha escrito con corrección, con toda seguridad será publicada. Tal vez no en Planeta, ni en Random House. Puede que ni siquiera en uno de sus sellos; pero hay suficientes editoriales en España como para encontrar una editorial decente que publique una “buena” novela. Los editores no rechazan las buenas obras porque sí. Distinto es que hayamos escrito una buena obra pero que no tenga mercado (ahora mismo, por ejemplo, todo el tema templario está más que muerto y enterrado. Nadie compra a día de hoy una novela de templarios porque se saturó el mercado hace unos años). Y otro asunto es, desde luego, que creamos haber creado una buena obra y que, sin embargo, no dé la talla. Pero eso no es problema de los editores, más bien es una cuestión de falta de perspectiva. 5) Decir que “a mayor calidad menos ventas, y a menor calidad mayor venta” es otra falacia. Suena al más que manido discurso de “yo no vendo porque soy bueno y los lectores no me comprenden”. De nuevo, me parece una falta de respeto hacia los autores que sí venden y que son MUY buenos. Y de paso, también hacia todos los lectores que los leen, que deben ser bastante tontos para no darse cuenta de que están leyendo malos libros. 6) Dice también, y se queda tan tranquilo, que hay escritores considerados “top-plus” a los que la crítica ensalza y las instituciones veneran a pesar de que “en realidad son pésimos”. Pero, son pésimos, ¿según quién? Según la crítica y las instituciones son excelentes. Son pésimos según Javier Tazón, el autor del artículo. Hace mucho tiempo que me dan escalofríos las verdades absolutas. Uno puedo tener su opinión, por supuesto. Y decir que tal o cuál escritor no es de su agrado. A mí, por ejemplo, no me termina de gustar Pérez-Reverte (y sí, sé que para muchos esto será un anatema). Pero es una opinión personal. Jamás se me ocurriría decir que Pérez-Reverte (por seguir con el mismo ejemplo) es un autor pésimo, porque no soy quien para juzgar su calidad literaria, solo para opinar sobre si me gustan o no sus libros. Un autor pésimo es aquel que no crea buenas tramas, que no maneja bien la gramática, que sus personajes son planos, o repetitivos, o… ¿De verdad
Colaboración gratis. Si no te cuesta nada…
Hace años, una de las personas más importantes en mi vida me dijo: “Teo, necesitaría un cuento para ilustrarlo en el proyecto de fin de carrera. ¿Tú me lo escribirías?”. Le dije que sí de mil amores y esa misma tarde empecé a escribirle un cuento siguiendo las dos únicas premisas que me dio: debían aparecer tanto un hada como una bruja. Hace algo más de un año me propusieron participar en una antología solidaria: todo lo recaudado iría a parar a la ONG Save the Children. Dije que sí en el mismo momento en el que me lo propusieron y a los pocos días envié mi relato solidario. El problema de la colaboración gratis En ambos casos (y en alguno más que no menciono) lo hice sin cobrar nada, de forma altruista y encantado de la vida. El problema viene cuando la gente quiere que hagas eso a todas horas. Son muchos los que dicen: “anda, pero si tú escribes 10 páginas en un rato, ¿qué te cuesta?”. Y cuesta. Cuesta muchísimo. Cuesta horrores: búsqueda de información, creación de tramas y personajes, correcciones, revisiones… Para un relato pequeño, las 15 o 20 horas de trabajo no te las quita nadie. Todas esas horas las tienes que quitar de otras actividades, ya sean de otro trabajo por el que sí te pagan, o de pasar tu tiempo con la familia, o de sentarte a ver una película con tu pareja. Pero, ¿qué es trabajar? He usado el término trabajo. Y lo repito: “trabajo”. Porque el trabajo es la “acción o efecto de trabajar”, entendiendo por trabajar cualquiera de las siguientes acepciones: 1 Ocuparse en cualquier actividad física o intelectual. 2. Tener una ocupación remunerada en una empresa, una institución, 3. Ejercer determinada profesión u oficio. A los escritores se nos pide a menudo que colaboremos gratis en muchas cosas. A mí me propusieron en varias ocasiones, tras el éxito que tuvimos en el programa de radio Apalabrados, que conduzca sendos programas de televisión dedicados a la literatura. Eso sí, de forma gratuita, “que la cosa está muy mal y no hay para pagar. Además, eso ya te sirve de promoción, la gente te conoce y venderás más libros”. Solo mi trabajo resulta en una colaboración gratis Ahora bien, el cámara sí cobra. El encargado de la iluminación sí cobra. La señora que limpia el plató cobra. La cadena cobra (por publicidad, por ejemplo). Pero el presentador, director y guionista del programa, ese no. Ese no cobra, porque la promoción ya es bastante pago. El problema al que nos enfrentamos los escritores es que la gente no suele ver nuestra actividad como lo que es: un oficio. Una ocupación habitual, una profesión. A nadie se le ocurre ir al carpintero, pedirle un mueble y decirle que nos lo haga, que no le pagaremos porque la cosa está muy mal, pero que invitaremos a nuestra familia a casa y le hablaremos del mueble y de lo buen profesional que es para darle publicidad y que otros puedan conocerlo. Con el escritor sí se hace. Es un problema de base. Y en gran parte son los propios escritores los culpables, los que regalan su trabajo para que otros se lucren sin pensar en que se están perjudicando ellos mismos y a sus compañeros de profesión. La colaboración gratis en los certámenes literarios Ocurre igual con los certámenes literarios. Hasta hace unos años, los escritores cobraban cuando asistían como invitados a un certamen literario, porque forma parte de su trabajo. Van a hablar de cómo escribir una novela, por ejemplo. Y cobramos, claro que sí; como cobra cualquier otro ponente de cualquier otra actividad. César Millán, por ejemplo, el “encantador de perros”, cobra un pastizal por la entrada a sus conferencias. Los políticos retirados ni te cuento. Los profesores de universidad, los gurús informáticos, los especialistas, los analistas, los periodistas… Todos cobran por realizar una ponencia. A día de hoy, los escritores que cobran por asistir a un certamen literario se cuentan con los dedos de una mano. Es más: a día de hoy, la mayoría de certámenes literarios te dicen que les gustaría contar contigo, pero que tienes que pagar de tu bolsillo viaje, estancia y comidas. No solo no te pagan, sino que, además, te cuesta el dinero ejercer tu profesión. Y cada vez que uno accede a algo así se rebaja un poco más la profesión, se pierde dignidad y se deprecia el valor que se le da al trabajo del autor. No te equivoques, la mayoría de los que te piden que trabajes gratis, no están dispuesto a hacerlo ellos mismos. Esa revista que te pide un relato o un artículo. Ese magazine que quieres que entrevistes a autores “porque tienes muchos contactos y no te cuesta nada”, los programas de radio o televisión que te proponen que “colabores”, cobran. Todos ellos. Les estás haciendo su trabajo. Ellos tendrán efectivo cuando el día uno tengan que pagar su hipoteca. Tú igual, con suerte, podrás pagar con el e-mail de algún seguidor al que le ha gustado mucho tu artículo.
Carta abierta a ti, que publicas mi trabajo
¿Cómo es posible que casi el 60% de la población española asegure leer de forma asidua, según el informe sobre hábitos de lectura de la Federación del Gremio de Editores y, sin embargo, el sector editorial esté tan en crisis que los grandes empresarios necesitan salir en los medios para pedir que se cuide más los derechos de autor? Ya hablé sobre la piratería (en un artículo que rompió todos los records de visitas y comentarios de la página), un tema que está haciendo mucho daño. Pero sería absurdo pensar que la piratería es el único mal que afecta al sector editorial. Porque aquí hay tres partes implicadas: Consumidor, Proveedor de servicios y Fabricante. El proveedor es el escritor, que hace todo lo que puede por ofrecer el mejor producto al fabricante. Pero la guerra está entre los otros dos extremos. El consumidor debe cambiar sus hábitos, sí. Pero el fabricante debe darse cuenta de que el consumidor demanda una serie de cuestiones que son ya una realidad y que, siendo factibles, no está recibiendo. Y así, entre consumidor y fabricante, se ha creado una guerra abierta que está amenazando al sector. Así pues, ¿qué puede, o incluso qué debe, hacer el fabricante, la editorial? ¿Qué le pide el consumidor y qué responde el fabricante? ¿Qué puede hacer el sector editorial en su lucha contra la piratería? Consumidor: Precios más económicos. Al menos en los E-books. Editorial: Imposible bajar los precios. De hacerlo, estaremos colapsando un sector que ofrece miles de puestos de trabajo. Reflexión: Es cierto. Hay miles de personas que trabajan en imprentas, almacenes, flotas de vehículos, mecánicos, libreros, etc. que dependen de un sistema establecido desde hace decenas de años. Si se bajan los precios, será necesario prescindir de muchos de esos puestos de trabajo porque, en realidad, ya no serán necesarios. Ahora bien, eso no es problema del consumidor. Al lector, el que va a comprar un libro, le importa poco el trabajo de otra persona. Él entiende, con toda la lógica del mundo, que un libro electrónico no puede costar 14€ cuando el mismo libro en pasta dura tiene un precio de 21€. No puede costar lo mismo porque hay una serie de temas, librero, almacén, flota de vehículos, repartidores, comerciales, imprenta, materia prima (papel, tinta, etc), que desaparecen del proceso de fabricación. Los problemas del resto del mundo no los hace propios, porque nadie hace propios los del consumidor. Por tanto, si el sector editorial debe cambiar el sistema, tendrá que hacerlo, y con urgencia, sin tener en cuenta otras consideraciones. Todos esos puestos de trabajo tendrán que reciclarse, tendrán que buscarse otras opciones; pero no pueden pagar por ellos los consumidores. El resultado del inmovilismo editorial es el hecho de que la piratería afecta como en ningún otro país. Y no podemos culpar exclusivamente al consumidor. La piratería es, en gran medida, una reacción a una situación que debe cambiar. Consumidor: No es posible que tenga que pagar dos veces por un mismo producto. Editorial: Los costes de un libro en papel y en digital no están unificados en una misma cuenta. Son bienes diferenciados, por tanto hay que pagar por ambos. Reflexión: Vale, son productos distintos; pero hay que saber que el lector, una vez ha pagado por el libro en papel, no comprará el libro en digital. Lo descargará, sí o sí, porque ya tiene ese libro. De este modo lo único que se consigue es tener al consumidor enfadado y de uñas, hablando permanentemente mal de la industria que le “roba” al tener que repetir compra (que además entiende que son caras, según veíamos en el punto anterior). Y de lo que se trata en cualquier sector de venta al público es de tener al cliente satisfecho. Señores, si de todos modos se lo va a descargar gratis. Si no van a ver un céntimo de esa descarga… ¿No sería más inteligente aportar una descarga gratuita con la compra de un libro en papel? ¿No tendrían al consumidor más contento y se le fidelizaría, que es justamente de lo que se trata? ¿No se le puede aplicar al menos un descuento si ya se ha comprado uno de esos productos? Replantéenselo. Problablemente encontrarán más beneficios que contras. Consumidor: Descargar libros piratas es más fácil que comprarlos. Editorial: En mi página web puedes comprar mis libros sin complicaciones, y evitando intermediarios. Reflexión: Es evidente que aquí hay un problema de comunicación: No han sabido comunicar a su consumidor que, ¡oye! No hace falta que te vayas a comprar el libro a ningún otro sitio. ¡Que yo te lo vendo! ¡Y en mi página, puesto que no hay intermediarios, lo encuentras un X% más económico! Es necesario que se realice un esfuerzo en ese sentido porque, señores editores, ¿no se dan cuenta de que están desaprovechando un nicho de mercado enorme con el que, además, se facilitaría el bienestar del consumidor? La inmensa mayoría de libros electrónicos NO se compran a través de la página de la editorial. Se compran en librerías Online. Se están dejando ustedes por el camino un dinero importante. Sean inteligentes. Sean avariciosos. Creen un método por el cual se remita al consumidor a su página a descargar su libro. Acostumbren al lector a ello. Es tan fácil como saturar de enlaces cada una de las comunicaciones que hagan al respecto. Si publican el último libro de King, o de K. Neville, o de J.K. Rowling, dirijan al lector a su página. Y facilítenle la tarea de compra, que puedan pagar con facilidad. Que no les pase lo que me ocurrió ayer mismo a mi cuando adquirí un libro en Google Play. Eso no se puede permitir. Mientras sea más fácil descargar un libro pirata que comprarlo, tendremos un problema. Consumidor: Los que más piratean a los autores son los editores, que se quedan el 90% del valor del producto. Editorial: En realidad, la editorial solo se queda en torno a un 25-30% El resto
Carta abierta a ti, que robas mi trabajo
Sí, ya sé que si eres de los que defiende que la piratería es buena para el autor, el simple título de esta entrada ya te habrá molestado y habré pasado a ser algo cercano al satanás de la libre cultura. O algo parecido. Esto pasa, claro, porque a nadie le gusta que lo llamen ladrón. Pero, ¿sabes?, a mí me enseñaron de pequeño que si no quería que me llamaran ladrón no tenía que robar. Así que voy a correr el riesgo de indisponerte contra este artículo desde el principio. Voy a correrlo porque para mí es necesario hablar de este tema. De cómo afecta la mal llamada piratería no solo al autor, sino a miles de otras personas. El pasado jueves, en Apalabrados, el programa de radio que conduzco junto a Concha Perea, empezábamos la temporada hablando de la piratería. Dábamos algunos datos escalofriantes sobre el tema. Se piratea ya el 40% de los libros. Es decir casi la mitad de lo que se lee es pirata. Las cifras de lo que se pirateó entre libros, música y pelis en 2012 fueron de 18.000.000.000. Luego nos ponemos todos las manos en la cabeza porque recortan esas cifras entre sanidad y educación. Voy a dejar clara aquí mi postura: si alguien se aprovecha de mi trabajo sin pagar me está robando. Igual que si entramos en la zapatería, me llevo unos zapatos y digo que si me gustan y son cómodos ya volveré para pagarlos. Así que lo que voy a hacer es tomar los argumentos que dan los que están a favor de la piratería y dar mi opinión sobre ellos. Empiezo. Yo, con mi libro, hago lo que quiero, que para eso lo he pagado. Cierto, lo has pagado. Has pagado por el objeto físico. Pero, amigo, el contenido de ese objeto físico no te pertenece. El contenido de ese objeto físico pertenece a su autor. Es él quien decide a quién le cede los derechos para reproducirlo, y a menos que tengas un documento firmado en el que te ha cedido los derechos de reproducción, lo que estás haciendo es ilegal. Le estás quitando algo que es suyo: el derecho a decidir quién puede y quién no puede reproducir ese texto. Y cuando se le quita a alguien algo que es suyo, se le está robando. Lo dice el diccionario muy clarito: robar. (Del lat. vulg. *raubare, y este del germ. *raubôn, saquear, arrebatar; cf. a. al. ant. roubôn, al. rauben, ingl.reave). 1. tr. Quitar o tomar para sí con violencia o con fuerza lo ajeno. 2. tr. Tomar para sí lo ajeno, o hurtar de cualquier modo que sea. Los autores desconocidos siempre han funcionado con el boca a boca. Cierto. Los autores siempre han salido adelante gracias a la recomendación de sus lectores. Pero, lo que hace la piratería no es recomendar. Recomendar es hablar elogiosamente de algo o aconsejarlo a otras personas. Lo que hace la piratería no es eso, sino colocar de forma pública, y sin tener los derechos para hacerlo, como ya vimos en el punto anterior, una obra. Si quieres ayudarme a ser conocido, recomienda mi trabajo, pero no lo regales a cientos de miles de personas. Si haces lo primero, otros tal vez sigan tu recomendación y compren mi libro. Si lo hacen, cobraré el porcentaje que me corresponde por mi trabajo. Y gracias a ese estipendio podré dedicarme a escribir otro. ¿No es eso lo que quieres si te ha gustado mi libro? ¿Leer, tal vez, otro mío? Pero si lo haces público sin tener el derecho a hacerlo lograrás que muchos (no digo todos) que iban a comprar mi libro ya no lo compren, porque este está gratis, así que comprará otro que no lo esté. Y si mi libro no genera suficientes beneficios como para superar sus gastos de producción, no volveré a publicar otro, con lo que en realidad, en lugar de ayudarme me estarás perjudicando al impedir que continúe mi carrera como escritor. No me ayudes reproduciendo mi libro sin tener derecho a ello. Ayúdame hablando bien de mi libro si es que te ha gustado. La cultura debería ser gratuita. Es un derecho. Cierto. También es un derecho la vivienda digna. Pero eso no significa que la vivienda digna tenga que ser gratis, ¿verdad? Todo el mundo entiende que hay que pagar el precio de una vivienda porque ha tenido unos costes de producción. Los albañiles, los arquitectos, las fábricas de ladrillos, las de pladur, los yeseros, las cementeras… Toda esa gente que forma parte de la industria que hace posible que tengamos una vivienda, tiene derecho a cobrar por su trabajo. Con los libros pasa lo mismo. Han tenido unos costes de producción que han de ser cubiertos: edición, corrección, maquetación, imprenta, almacenamiento, distribución… Un derecho no puede quedar por encima de otro. Tú tienes derecho a la cultura. Yo tengo derecho a cobrar por mi trabajo. Si quieres acceder a un libro y no puedes comprarlo, no lo piratees, porque me estás perjudicando tal como explico en el punto anterior. Ve a una biblioteca y pídelo. Tal vez no dispongan de él en ese momento. Tal vez tengas que esperar para leerlo. Pero eso no te da derecho a robar mi trabajo e impedir que cobre de él. No seamos utópicos, por favor… Declarar la piratería como delito es una locura. Lo único que se pretende con ello es proteger a una industria. Falso. O cierto. Es cierto que se quiera proteger a una industria y es falso que sea una locura. Entendiendo la “industria” como el conjunto de empresas que se dedican a crear determinados géneros, toda industria necesita ser protegida, porque un país, para sobrevivir, para avanzar, depende de su tejido industrial. ¿O acaso ahora queremos cargarnos también todas las empresas del país para que no estén protegidas? A nadie (a casi nadie) se le ocurre comprar un coche y hacer una copia idéntica solo porque ya tiene uno igual. Claro, aquí lo que cambia es la dificultad. Crear una copia de un coche es casi imposible.
No se trata de tener derecho a publicar un libro
Sobre mis sueños de adolescente… Y no solo esos De pequeño tenía un sueño: ser piloto de caza. Me imaginaba en un avión supersónico lanzando misiles a diestro y siniestro. Tenía derecho a ser piloto, por supuesto. Lo que no tenía eran los recursos, las aptitudes: No doy la altura mínima requerida; mi nivel en matemáticas es de 2+2=4; la agudeza visual no es lo mío, desde luego… No desde que a los dos años tuvieron que ponerme gafas porque no veía tres en un burro. Tengo derecho también a otras cosas. Por ejemplo, tengo derecho a tener un chalet. Con piscina. Cubierta, a ser posible, que mi espalda agradece la natación todas las épocas del año. Con barbacoa para invitar a los amigos. Tengo derecho a un coche de lujo. Como mínimo de gama alta. Y, ya puestos, a una Harley personalizada, que siempre he querido tener una. Joder, ¡tengo derecho! Sí, pero no tengo recursos. Durante un tiempo, en la adolescencia, pensé en estudiar cirugía. Me tragaba todos los programas y leía todo lo relacionado que caía en mis manos. Hasta que un día vi en televisión la operación de un ojo. Ahí me di cuenta de que aquello no era lo mío. Tenía el derecho a ser cirujano, pero no tenía las aptitudes para serlo. Y podría seguir. Podría hablar de uno de los artistas que más me impresionan, Mark Knopfler, y decir que tengo derecho a tocar la guitarra como él. Pero no tengo esa capacidad. Y tantas, y tantas otras cosas. Tengo el derecho a hacerlas. Pero no tengo los recursos, las aptitudes o, en muchos casos, las actitudes necesarias para lograrlo. Tener derecho a publicar un libro no te convierte en escritor Con la publicación de un libro pasa igual. Todo el mundo tiene derecho a publicar. Por supuesto que sí. Lo que no todo el mundo tiene son los recursos, las aptitudes o las actitudes necesarias para lograrlo. Hace unos días se vivieron en redes sociales diversas discusiones en torno a este asunto debido a la entrada de este blog (El blog ha desaparecido). No estoy de acuerdo con el mensaje de esa entrada, desde luego. Sin embargo, en una interesante discusión en mi muro de Facebook se defendía el derecho a publicar. No es la primera vez que encuentro este tipo de comentarios. Y, repito, cualquiera tiene derecho a publicar. Pero que tengas derecho a publicar no hace que tu texto sea publicable. Habrá quien diga que esto es un pensamiento elitista. De hecho, a mí me lo han dicho. Nada más lejos de la realidad. Si estamos de acuerdo en lo difícil de pintar un cuadro, o en lo difícil de realizar una escultura, o lo difícil de hacer música y nadie discute el hecho de que no todo el mundo vale para dedicarse a alguna de estas prácticas artísticas, ¿puede alguien explicarme, por favor, por qué todo el mundo sí vale para escribir? Lo que necesitas para publicar tu libro No me estoy colocando por encima de nadie por el hecho de publicar libros. Llevo tres años publicando novelas, dos años más escribiendo con el fin de publicar, y tengo muy claro que no todo lo que escribo es publicable. No todo lo que sale de mis dedos tiene la calidad suficiente como para llegar al lector. No se trata de que esté por encima de otros que no llegan a publicar. Se trata de usar el sentido común y reconocer que cualquier persona no vale para realizar cualquier tipo de tarea con solvencia y calidad. En el caso de escribir, no todo el mundo maneja bien las reglas gramaticales. Infinidad de personas comenten un error tan sumamente básico como colocar una coma separando sujeto y predicado, algo que no debe hacerse excepto en casos muy concretos. De ahí en adelante podemos ver mil y un errores de gramática, puntuación, etc. Tampoco todo el mundo maneja bien los diferentes recursos narrativos: narradores (que no hay solo 2 o 3, como la mayoría de la gente piensa), narratarios, descripciones, personajes, obstáculos, clímax, conflictos, argumentos, tramas, subtramas, acciones, flashbacks, recuerdos, prolepsis, sumarios, resúmenes, sentimientos, emociones, lógica interna, narración, cliffhanger, espacios, voces, diálogos, figuras literarias, comparaciones, etopeyas, analepsis, giros narrativos… Y esta es la parte fácil. Esto se puede aprender. Puedes aprenderlo a base de leer. Pero leer mucho y de un modo específico. Empieza por los clásicos: Julio Verne, Kipling, Poe, Salgari… Analiza qué hacían, por qué 20.000 leguas de viaje submarino es una novela que sigue vendiéndose cien años después de ser escrita. Qué hace que un libro trascienda al paso del tiempo. Estudia cómo lo escribió el autor, por qué cuenta las cosas como las cuentas, y no de otro modo. O busca libros de narrativa, que hay bastantes en el mercado, y empápate de los consejos de otros autores. O apúntate a un taller de narrativa, en el que, si el taller y el profesor es bueno, te enseñarán a dominar todos esos, y muchos más, recursos. No te empecines en convertirte en lo que no eres. Pero hay una cosa que nadie podrá enseñarte. Algo que o tienes o no tienes: la capacidad para generar historias. Sí, tienes el derecho a publicar. Pero tal vez no tengas los recursos para conseguirlo. Si es así, lo mejor que puedes hacer es reconocerlo. Ahorrarás tiempo, te ahorrarás disgustos y podrás dedicarte a alguna otra cosa que te llenará igual y te dará, probablemente, más satisfacciones.
El lado oscuro del mundo editorial
Lucía Etxeberría, Arturo Pérez Reverte y J.K. Rowling han sido los protagonistas de una semana sorprendente en lo que a noticias literarias se refiere. Han surgido tres bombas y cada una me ha dejado más alucinado que la anterior, porque habla, cada una de ellas, de las miserias más profundas de este mundo editorial. Empezamos la semana con la impactante imagen de un premio planeta entrando en un reality show televisivo. Lucía Etxeberría siempre ha sido una mujer polémica: ha sido condenada varias veces por plagio, ha mostrado imágenes posando desnuda en redes sociales, ha mantenido fuertes discusiones públicas con otros escritore. En fin, si os interesa aquí tenéis una recopilación de los escándalos en los que se ha ido metiendo. Pero la pasada semana se destapó subiendo una noticia a su cuenta en Facebook diciendo que Hacienda le reclamaba varios miles de euros y que no disponía de efectivo para hacer frente a la deuda. Mencionaba que tenía dos casas, una de ella en Marrakech, y que vender esta última (pues la otra es su residencia habitual) no era una opción porque tardaría mucho en venderla. Así que se le ocurrió una solución distinta: al día siguiente entraba en un reality para sorpresa de todos. Explicó que, efectivamente, entraba para ganar el dinero suficiente como para pagar su deuda. Por cierto, se quejó de que, a pesar de seguir las indicaciones de la agencia tributaria (dar de alta una sociedad, etc.) con el fin de tributar correctamente, ahora le pedían dinero. Seguro que olvidó que si le pedían dinero es porque algo no hizo bien. Lo lógico hubiera sido que vendiera los derechos de alguna otra novela, aunque, claro, como se queja de que no vende, pues eso tampoco era solución. La cuestión es que ver a una mujer que ha ganado premios tan prestigiosos como el Planeta hacer este tipo de cosas rompe por completo con la imagen que se tiene de un escritor. Soy el primero en decir que los escritores no somos culturetas, ni iconos ni tampoco custodios de una sabiduría que al pueblo le está vedada, como durante mucho tiempo ha parecido por el modo en el que se ha encumbrado a algunos autores, pero de ahí a romper moldes como lo hace Lucía Etxeberría hay un mundo. La segunda noticia dura, durísima, ha sido el hecho de que nada menos que a Pérez Reverte lo condenen a pagar una fuerte suma de dinero por plagio (200.000€). La historia viene de lejos pues el pleito se ha ido alargando durante 10 años y, a pesar de que en dos sentencias previas se desestimara el plagio, al final se le ha condenado. Tengo que reconocer que el tema del plagio es algo en lo que he pensado a menudo. Y me doy cuenta de que lo que acabo de decir suena bastante mal, así que intentaré explicarme: cuando escribes novela histórica, forzosamente, te basas en la obra de otras personas, ensayos sobre todo, así que en alguna ocasión he pensado hasta qué punto es plagio escribir novela histórica. En cambio, el caso de Pérez Reverte es especialmente sangrante por varios motivos. En primer lugar, porque Pérez Reverte tiene suficiente capacidad para generar historias nuevas como para no tener que copiar las de otro. En segundo lugar porque no lo necesita. Ni siquiera lo necesitaba hace 10 años. Hace 10 años ya era un escritor de masas y había escrito, entre otras: El húsar; El maestro de esgrima; La tabla de Flandes; El club Dumas; La piel del tambor; La carta esférica y preparaba la publicación de Cabo Trafalgar. No, no lo necesitaba en términos económicos ni de llegada al público lector. Por último, es especialmente sangrante porque fue en ese mismo año en el que se interpone la demanda, 2003, cuando se le nombra miembro de la Academia de la Lengua. Y es una pena. Es una pena por la imagen de Pérez-Reverte. Y también es una pena por el autor plagiado, Antonio González-Vigil, por más que haya visto satisfecha su demanda. Tiene que ser muy duro ver cómo otra persona te roba tu idea y la lleva adelante con éxito solo por su nombre, sus contactos, etc. Por supuesto, es una pena que esto salpique a la Real Academia, porque en todos, o casi todos, los periódicos en los que se ha dado la noticia se incide en su estatus de académico. La última noticia sorprendente de esta semana en lo literario ha sido “The cuckoo´s calling”, una novela escrita por Robert Galbraith, un policía militar jubilado. Solo que no era él quien la había escrito, sino J. K. Rowling, la autora archimillonaria de Harry Potter. La cosa ha sido como sigue: en abril se puso en venta el libro, escrito bajo pseudónimo. La crítica (qué curioso, esa gente a la que las editoriales les hace llegar sus libros) le dio una estupenda acogida, pero los lectores no, de manera que solo había vendido 1500 ejemplares en tapa dura. Y es entonces cuando se destapa la autoría de la obra a través de un abogado del bufete que representa los derechos de Rowling, quien se lo contó a una buena amiga de su mujer. A partir de ese instante, el libro rompe en superventas y se coloca en los primeros puestos de los más vendidos. Bien, pues no me creo que todo esto haya sido a espaldas de la autora, perdonad que lo diga. No me lo creo, sobre todo, a raíz de las enormes diferencias de declaraciones que se han ido vertiendo en los distintos medios de comunicación. Dejo dos muestras: En esta se explica que Rowling está muy enfadada con el destape del asunto. En esta otra se da una imagen distinta del asunto. Pero lo que más me lleva a desconfiar es que Rowling, para publicar esta obra, siguió contando con su agente habitual y que (este es el dato más revelador) el libro se publicó en el mismo grupo en