¡Ay, los cuñados! Qué especímenes tan curiosos. Los hay que son un amor, por supuesto, y otros que nos sacan de quicio cada vez que coincidimos en la cena de Navidad. Pues bien, os puedo asegurar que por pesados que sean vuestros cuñados, la relación que tenéis con ellos jamás se acercará a la que tuvieron nuestros dos protagonistas de hoy. Fijaos si la cosa llegó a estar tensa entre los dos que desembocó en una guerra civil. ¿Os apetece saber cómo acabó esta conjura de los cuñados? ¡Pues vamos allá!
Tabla de contenidos
Toggle
Constantino, despreciado por su propio padre
Esta conjura de los cuñados os va a parecer que empieza bien, con dos tipos bien avenidos, los vencedores finales de un conflicto terrible que había tenido sumido a todo el Imperio romano en el caos. Las guerras civiles de la Tetrarquía duraron varias décadas, y en su primera fase llegaron a coexistir hasta seis emperadores al mismo tiempo. Una absoluta locura, que ya os podéis imaginar por qué derroteros se desarrollaba: traiciones en cada esquina. Era un problema sistémico debido a un sistema político, la tetrarquía, con más oscuros que claros. Diocleciano lo creó en el 293 para tratar de apaciguar los disturbios fruto un siglo III que había sido bastante problemático para el Imperio.
El mundo romano había cambiado mucho con respecto a lo que os conté en mi novela Muerte y cenizas. Y entre esos cambios estaba el sistema político. La tetrarquía consistía en tener dos emperadores mayores o augustos, uno en Oriente y otro en Occidente, y otros dos copríncipes menores, o césares. Los primeros en dar vida a este sistema fueron Diocleciano y Maximiano, como augustos; y Galerio y Constancio I como césares. Tras lograr encauzar de nuevo el Imperio, los dos augustos decidieron abdicar en favor de sus príncipes, lo cuál tenía sentido. Ahora bien, los dos nuevos augustos no nombraron como sus césares a los que todo el mundo esperaba, o sea, a sus hijos (Constantino y Majencio), sino a Valerio Severo y Maximino Daya. Ya os podéis imaginar la poca gracia que les hizo a los respectivos vástagos.
Constantino y Licinio, coemperadores
Y entonces va y se muere Constancio en el 306. A partir de ese momento, la estabilidad de la tetrarquía se hizo añicos por completo. Constantino fue nombrado augusto por el ejército aprovechando la ausencia de Severo, aunque luego Galerio lo rebajó a césar, ascendiendo a Severo a augusto. Pero del pobre Majencio no se acordó nadie, así que éste, enfurruñado, dijo que por ahí no pasaba y se proclamó emperador de Roma. Lo cuál llevó a una primera fase de estas guerras civiles de la Tetrarquía donde, entre otras cosas, Majencio se enfrentó a su propio padre, Maximiano, y donde Severo fue asesinado en el 307.
Galerio murió en el 311, justo después de que fuera nombrado como nuevo augusto de Occidente un tal Licinio, uno de nuestros cuñados protagonistas. Licinio vio con preocupación la campaña de Majencio, así que decidió aliarse con Constantino, que ansiaba ser el otro coemperador. Constantino se las arregló para derrotar a Majencio en la batalla del Puente Milvio, quien murió ahogado en el río Tíber, lo cual le abrió las puertas al trono de Occidente. A partir de entonces, el nuevo rival fue Maximino Daya, que veía esta alianza de los todavía no cuñados como una amenaza, y quiso arreglarlo convirtiéndose en el emperador único. Pero Constantino y Licinio demostraron ser una gran dupla y consiguieron derrotarlo de manera definitiva, convirtiéndose en emperadores de Occidente (en el caso de Constantino) y de Oriente (por parte de Licinio).
Constantino y Licinio, cuñados a la gresca
La situación pareció volverse bucólica de repente, pero pronto veremos que era un mero espejismo hacia la conjura de los cuñados a punto de estallar. En marzo del 313, Licinio se casó con Flavia Julia Constancia, la medio hermana de Constantino. El bodorrio, por cierto, se llevó a cabo en Mediolanum, actual Milán. Justo en la misma época en que se proclamaba el Edicto de Milán, que establecía la libertad de religión, por la que se cerraba la persecución de cualquier credo no oficial, como el cristianismo. Aunque en aquel momento no se sabía, aquel sería el primer paso para que el cristianismo se convirtiera en la religión oficial, casi setenta años después.
Pero esto es Roma, y en el mundo romano no existe la calma. Y vaya si fue así, porque ahora viene lo bueno: apenas unos meses después de convertirse en familia política, a Constantino no se le ocurrió nada mejor que darle el rango de césar a un tal Basiano. ¿Y quién era este señor? No os lo vais a creer: ¡Otro cuñado de Constantino! Concretamente, el esposo de su otra hermana, Anastasia. Lo nombró césar sin el consentimiento de Licinio, y además le dio como dominio las tierras que había entre ambas partes del imperio, para que fuera una especie de barrera por si a Licinio se le cruzaban los cables y se rebelaba contra él.
La conjura de los cuñados
Lo que Constantino no esperaba es que Licinio fuera tan artero y espabilado como finalmente fue. Porque en cuanto vio el percal que se estaba organizando, no dudó en encontrarse con Basiano y empezar a comerle la oreja. Le dijo que debía ir con cuidado, que mejor no confiar demasiado en un hombre, Constantino, con cierta afición a darle la espalda a sus familiares políticos. Y bueno, no le vamos a quitar razón, pues Constantino, además de traicionar al propio Licinio, ya había hecho lo mismo con otro cuñado, Majencio, y con su suegro, Maximiano.
Tanto le dio la brasa que al final lo convenció de que lo mejor era cargarse a Constantino y aquí paz y allí gloria. Por supuesto, el intento tenía que hacerlo Basiano, Licinio no pensaba ensuciarse las manos. Basiano, que parece que estaba un poco en las nubes, aceptó hacerse cargo del asesinato. Pero Constantino descubrió sus intenciones y se le adelantó. Otro cuñado a la saca.
A partir de ahí la relación entre Constantino y Licinio se rompió por completo, dando lugar a una serie de enfrentamientos armados terribles, que concluyeron con un primer triunfo de Constantino en la batalla de Cibalis, en Panonia, allá por octubre del 314. Aún así, se estableció una tregua entre ambos que duró hasta que en el 324 Constantino dijo que se acabó. Y de hecho así fue, cuando Licinio cayó derrotado de manera definitiva en la batalla de Crisópolis. Se le obligó a abdicar y lo encarcelaron en Tesalónica, en arresto domiciliario. Licinio, consumido por la rabia, trató un tiempo después de reclutar un ejército de bárbaros, lo cual colmó la paciencia de Constantino, que ordenó ejecutarlo en el 325. Y así acabó esta trepidante conjura de los cuñados. ¡Seguro que vosotros os lleváis mejor con los vuestros!