En este artículo quiero presentaros a los personajes protagonistas de La canción de Hands. Se trata de una novela que nos sumerge en dos épocas distintas pero conectadas. En una línea temporal, seguimos la vida y peripecias de Barbanegra, desde su ascenso hasta su caída entre 1715 y 1718. En la otra, nos trasladamos a 1912, donde un grupo diverso, compuesto por Armando Villalobos, Diego Mendoza, y los hermanos Samuel y Esther, se embarca en la búsqueda del tesoro perdido del infame pirata. Contexto histórico y geográfico Desde las islas del Caribe hasta las tumultuosas aguas de las Bahamas, pasando por los pantanos de Florida y las históricas calles de Madrid, la novela nos lleva a través de paisajes ricos y variados que son tanto un personaje más de la historia como el escenario de ella. Estos lugares no solo proporcionan el telón de fondo de la aventura; también reflejan la esencia de las épocas en las que se desarrolla la novela. Personajes protagonistas de La canción de Hands Armando Villalobos Armando es un joven restaurador de arte que trabaja en un museo, en Madrid. Está especializado en la restauración de muebles antiguos. A pesar de su éxito profesional y su pasión por el arte, Armando está a punto de ver cómo su vida se desmorona por completo: una creciente adicción al juego lo ha endeudado con las personas equivocadas. Pero entonces, la vida de Armando toma un giro inesperado durante la restauración de un antiguo escritorio inglés en el museo. Mientras repara una gaveta secreta, descubre un conjunto de documentos que pertenecieron a Robert Maynard, el teniente conocido por acabar con Barbanegra. Y como no puede ser de otro modo, Armando ve en este descubrimiento una posibilidad no solo de salvar su carrera, sino también de resolver sus deudas y escapar de los peligrosos prestamistas que comienzan a acecharlo. Movido por la desesperación, se pone en contacto con Diego Mendoza, un conocido explorador, para que se una a él en la búsqueda del tesoro. La búsqueda de Armando no solo es física, sino también profundamente personal. A lo largo de la aventura, se enfrenta a los demonios de su adicción y las sombras de su pasado. Cada pista desenterrada y cada peligro superado lo llevan no solo más cerca del tesoro, sino también a una posible reconciliación consigo mismo. Diego Mendoza Diego Mendoza de la Torre es un personaje que encarna la esencia del explorador apasionado. Con una vida dedicada a la aventura y al descubrimiento, Diego aporta al grupo una experiencia invaluable que serán cruciales para la búsqueda del tesoro de Barbanegra. Su especialización, combinada con su experiencia en numerosas expediciones a lo largo de los rincones más remotos del mundo, lo convierten en un personaje indispensable en esta aventura. Desde muy joven, Diego se sintió atraído por los misterios del pasado. Viajó ampliamente y aprendió varios idiomas. Su carrera se especializó en el mundo de la piratería. Ha escrito numerosos artículos y libros sobre sus descubrimientos, y es frecuentemente consultado por instituciones y universidades de prestigio. La llegada de los documentos de Maynard a manos de Diego le otorgan una oportunidad única: la de embarcarse en una expedición que es el sueño de cualquier explorador. A medida que avanza en su búsqueda, utiliza su capacidad y conocimiento para descifrar los enigmas y mapas antiguos que encuentran. Será él quien encuentre lógica a la mayoría de los signos y símbolos que están esparcidos en el camino hacia el tesoro. Su espíritu aventurero lo ha llevado a situaciones a menudo peligrosas, y su habilidad para manejar estas situaciones es tan importante como su conocimiento. A lo largo de toda la aventura, Diego demuestra una mezcla de coraje y cautela, de arrojo y prudencia. Su pasión por la historia y la exploración es contagiosa, y siempre está listo para aprender de sus errores. Esta combinación de pasión, conocimiento y experiencia hacen de Diego Mendoza un líder natural, inspirando confianza y admiración en sus compañeros de viaje. En la búsqueda del tesoro, Diego no solo busca la gloria del descubrimiento, sino que también se enfrenta a desafíos. Samuel Davis Samuel Davis es un historiador de renombre. Educado en las universidades de Carolina del Norte y Harvard, ha dedicado su vida al estudio de la piratería en el Atlántico. Siempre desde un enfoque especial y centrado en las costas de Carolina del Norte. Sus investigaciones lo han llevado a escribir libros de referencia. A través de sus publicaciones y conferencias, ha ganado reconocimiento internacional. Sin embargo, siempre ha mantenido un profundo arraigo en su ciudad natal, Edenton, donde también juega un papel crucial en la vida económica y ecológica de la zona. Samuel aportará no solo su vasto conocimiento histórico, sino también una capacidad innata para la enseñanza. Con ella guiará al equipo a través de complejidades históricas con una mano experta y segura. Esther Davis Esther Davis, hermana de Samuel. Con apenas 20 años, aporta una combinación de juventud, belleza natural y una inteligencia aguda a la expedición en busca del tesoro. Su presencia, caracterizada por un cabello castaño claro y ondulado, ojos avellana y una figura esbelta, le confiere un aire de elegancia clásica y atemporal. Es una lectora ávida y una estudiosa apasionada, con una madurez y comprensión que superan su edad. Su habilidad para analizar y conectar pistas serán vitales para el grupo. Utiliza su constante sed de aprendizaje para ayudar a desentrañar los enigmas que encuentran por el camino. Esther aplicará su capacidad de deducción y su comprensión para decodificar los mensajes del pasado. Además, su personalidad amable y comprensiva facilita la dinámica del grupo, haciendo de Esther una figura central a la hora de mantener la moral y el enfoque del equipo. La canción de Hands explora temas de redención, la dualidad de la naturaleza humana, y la eterna lucha entre la codicia y el bien común. Conclusión A medida que las dos líneas temporales convergen, la novela nos lleva a un final sorprendente donde
He ganado el Premio Nostromo
Estoy emocionado por compartir con vosotros que mi última novela, La canción de Hands, ha sido galardonada con el XXVIII Premio Nostromo de literatura. Solo una vez antes me había presentado a un premio, fue con El trono de barro. Quedé entre los finalistas del premio Alfonso X el Sabio. Otorgado anualmente, el Premio Nostromo distingue a obras literarias que destacan por su originalidad, profundidad narrativa y capacidad para cautivar al lector, criterios que, como podéis imaginar, me honran profundamente al considerar mi trabajo merecedor de este galardón. El anuncio se llevó a cabo ayer, 7 de noviembre de 2024, en un acto precioso celebrado en un marco magnífico, las Drassanes Reials del Museu Marítim de Barcelona, y del que aún no dispongo de imágenes. Tan pronto como las tenga las subiré a mis redes sociales, así que si tenéis curiosidad, no os las perdáis. Desde luego, el Museu Marítim es una maravilla, un lugar que impresiona, sinceramente. Os dejo aquí alguna imagen de su web para que veáis que no exagero. El Premio Nostromo El Premio Nostromono tiene su origen en la pasión por celebrar obras que exploran temas marítimos. Fue fundado hace casi tres décadas. La intención de este premio es reconocer a autores que, a través de la narrativa, logran capturar la esencia de la aventura, el descubrimiento y la historia marítima. Tal como menciona la propia web del premio, “a mediados del año 1996, un grupo de marinos, miembros de la “Asociación Amigos de Nostromo” junto con otras personas relacionadas con el mundo marítimo, tuvieron la iniciativa de crear un premio literario para narraciones con ´una relación de primer orden con el mundo de la mar´, al que bautizaron con el nombre de Nostromo en honor de Joseph Conrad, capitán de la marina mercante y escritor, que supo elevar la vida y los sueños de los tripulantes de un buque a la categoría de literatura universal. La iniciativa fue apoyada de inmediato por la Editorial Juventud, el Museo Marítimo de Barcelona, la Facultat de Náutica, la Autoritat Portuària de Barcelona, asociaciones y colegios profesionales relacionados con el sector y un buen número de empresas de la comunidad portuaria de Barcelona, junto con muchos otros colaboradores a título personal.” El jurado del Premio Nostromo Los miembros del jurado son personas de diferente procedencia. Lo conforman, por un lado, representantes del Museo Marítimo de Barcelona, además de capitanes de la marina mercante, editores y agentes literarios. A nivel personal, cuando resulta que me mareo solo con poner el pie en la pasarela de un puerto, que personas involucradas de este modo con el medio marino consideren que he sido capaz de captar la esencia de la aventura en el mar es todo un honor y un privilegio. Y eso por no hablar de los agentes y editores de larga trayectoria y experiencia que han creído que mi novela estaba a la altura de un premio de estas características y con semejante recorrido. Temática del Premio Nostromo Nombrado en honor a la novela clásica de aventuras marinas, el Premio Nostromono destaca no solo por su temática, sino también por su enfoque en la habilidad para tejer historias que rompen con las fronteras del tiempo. Cada año, el premio atrae a participantes que presentan obras centradas en el enorme y misterioso mundo marítimo. En mi caso, ahora os hablaré de ello, me decanté por una novela de aventuras de estilo clásico. De modo que el Premio Nostromo no solo honra el talento literario. Lo cierto es que también fomenta la exploración de temas que han capturado la imaginación de los lectores durante siglos. De hecho, el primer relato que conocemos como tal, lo primero que nos viene a la mente cuando hablamos de “novela”, es la Odisea, que como todos sabemos está íntimamente relacionada con los viajes por mar. La portada de la novela Os dejo la imagen de portada de la novela. Alguno pensará que cómo es posible que la portada esté ya lista si el premio se anunció ayer. Esto tiene fácil explicación: el premio se hizo público ayer, pero la editorial conocía la obra galardonada desde hacía algunas semanas. Por este motivo ha podido ir adelantando fechas y trabajo. Todavía no hay fecha concreta de publicación. Tan pronto como la conozca, la anunciaremos. ¿Pero qué os parece la portada? En mi opinión, captura perfectamente la esencia de la novela, la verdad. Sobre La canción de Hands Los que me conocen saben que al inicio de mi adolescencia me encantaban las obras de piratas. Leí, por supuesto, La isla del Tesoro. Y El corsario negro, de Salgari, me lanzó a una aventura fantástica. De muy niño, dibujaba barcos piratas porque había leído estas novelas. De modo que la temática que elegiría para escribir una novela y presentarla a un premio como este, relacionado con el mundo naval, me llegó sola: la piratería del siglo XVIII. La canción de Hands navega por las aguas de la historia y la aventura. Entrelaza dos épocas separadas por doscientos años de diferencia pero unidas por un misterio común: el tesoro perdido del temido pirata Barbanegra. La novela arranca en 1912, cuando Armando Villalobos, un restaurador de muebles de Madrid asediado por deudas de juego, tropieza con unos documentos misteriosos. Estos documentos no solo revelan la existencia de un tesoro, sino que también contienen pistas cifradas esenciales para localizarlo. Junto al explorador Diego Mendoza, y los hermanos Samuel y Esther, Armando se embarca en una búsqueda frenética. Su aventura los lleva desde las calles de Madrid hasta las Bahamas, a través de los pantanos de Florida y las costas de las Outer Banks. Esta travesía no solo es una carrera por el oro, sino también una lucha contra el tiempo y contra la avaricia. Sin que ellos lo sepan, hay quien hará lo posible por evitar que logren el tesoro y quedarse con el premio. De forma paralela, la novela sumerge a los lectores en la vida de Edward Teach. Más conocido
Barbanegra: el pirata más temido de los mares
El pirata conocido como Barbanegra es uno de los personajes más icónicos, famosos y temidos de la era dorada de la piratería, y en él baso la historia para mi última novela, La canción de Hands. Aunque su leyenda está repleta de cuentos exagerados y mitos, su historia real es fascinante y nos muestra con claridad la época dorada de la piratería en el Caribe del siglo XVIII. Orígenes y ascenso de Barbanegra Edward Teach, aunque algunas fuentes indiquen el apellido como Thach, más conocido por su apodo “Barbanegra”, tiene unos orígenes inciertos. Si bien no está confirmado, se cree que nació en Inglaterra, alrededor del año 1680. No se tienen detalles de sus primeros años, pero sabemos que empezó su carrera marítima en barcos mercantes. Poco después pasaría a formar parte de expediciones de guerra. Por fin, terminaría sumergido en la vida de la piratería alrededor de 1713. Fue durante este tiempo cuando Teach se unió a la tripulación del famoso pirata Benjamin Hornigold en las Bahamas, un conocido refugio de piratas. La guerra de la Reina Ana: motivaciones y consecuencias Todo ocurrió tras la guerra de la Reina Ana (1702-1713). En Europa fue más conocida como la guerra de sucesión española. Se trató de un conflicto que no sólo remodeló el mapa político europeo, sino que también tuvo profundas repercusiones en el Caribe y propició la piratería. Esta guerra se originó tras la muerte del último rey Habsburgo de España, Carlos II, que dejó un vacío de poder y una disputa sobre la sucesión al trono español entre los Borbones de Francia y la Casa de Habsburgo. Motivaciones Lo que provocó la guerra fue el control de las enormes colonias españolas y sus rutas comerciales. Esto incluía territorios que aportaban grandes riquezas en América y Asia. Las potencias marítimas de Europa, sobre todo Inglaterra y Francia, vieron una oportunidad para expandir su influencia. Además, podrían controlar los mares y el comercio global. La guerra se libró en múltiples frentes, incluyendo Europa, América del Norte y el Caribe. Consecuencias Al final de la guerra, el Tratado de Utrecht (1713) reconfiguró el panorama colonial y marítimo. España perdió gran cantidad de territorios europeos, pero mantuvo sus colonias americanas. Sin embargo, sus rutas comerciales ahora estaban más expuestas a incursiones. Por su parte, Inglaterra ganó territorios significativos y derechos comerciales, incluyendo el asiento de negros, que le otorgaba el monopolio sobre el comercio de esclavos con las colonias españolas. Patentes de corso Durante la guerra, ambos bandos emitieron patentes de corso. Se trataba de licencias que autorizaban a los capitanes privados a atacar y saquear barcos enemigos. Esto legalizaba esencialmente actos de piratería bajo la bandera de la guerra. Las patentes de corso eran una doble ventaja: enriquecían a los corsarios y debilitaban al enemigo sin costar mucho al estado patrocinador. Se calcula que Inglaterra expidió casi 16000 patentes de corso durante esos años. Sin embargo, el fin de la guerra dejó a la mayoría de corsarios sin empleo y sin medios para ganarse la vida. ¿Qué salida encontraron? Lo único que sabían hacer: navegar y atacar barcos, de modo que se vieron empujados hacia la piratería. La transición de corsarios legitimados a piratas ilegales fue fluida y rápida. Personajes como Barbanegra emergieron en este contexto, y se aprovecharon de las rutas comerciales desprotegidas. Así, la guerra de la Reina Ana sembró las semillas para la edad dorada de la piratería en el Caribe, un periodo marcado tanto por su romanticismo como por su brutalidad. Barbanegra y Benjamin Hornigold Benjamin Hornigold fue una figura clave en la historia de la piratería en el Caribe. También desempeñó un papel fundamental en el ascenso de Barbanegra. La relación entre ellos define una época de la piratería. Ascenso de Hornigold Antes de convertirse en mentor de Barbanegra, Benjamin Hornigold ya era un pirata establecido y respetado. Tenía su base en las Bahamas, que en aquel entonces era un nido de piratas. Hornigold fue uno de los primeros piratas en aprovechar el vacío de poder dejado por las potencias europeas después de la guerra de la Reina Ana. Había sido antes mercader con su nave, pero pronto solicitó su patente de corso. Tras el fin de la guerra, se volcó en la piratería. Eso sí, tenía una norma inflexible: jamás atacaba a navíos ingleses. Esta política terminó por costarle cara. Relación con Barbanegra Por su parte, Barbanegra, se unió a la tripulación de Hornigold en algún momento alrededor de 1715. Bajo la tutela de su capitán, Edward Teach aprendió rápidamente los detalles del oficio de pirata. Hornigold no tardó en quedar impresionado por la capacidad de liderazgo de Barbanegra, su carisma y su habilidad para planear y ejecutar ataques con precisión. Pronto, Barbanegra estaba capitaneando uno de los balandros de la flota de Hornigold. Junto a otros piratas, como el sangriento Henry Jennings, se hicieron con el poder en Nassau, una colonia inglesa que estaba poco menos que abandonada por las autoridades, y establecieron en ella su base. División de caminos La alianza entre Hornigold y Barbanegra se fue degradando por a poco. La diferencia de criterios era clara: Hornigold insistía en no atacar barcos ingleses, una postura que con el tiempo le granjeó cierto respeto e incluso le ayudó a negociar su perdón en 1717. Barbanegra, en cambio, no tenía esos escrúpulos, y como él la mayoría de sus hombres. Estaban dispuestos a atacar barcos de cualquier nacionalidad, más aún con las riquezas de las colonias inglesas en juego. Esta diferencia de criterio provocó que su relación terminara estallando por los aires y separaron sus caminos. Unos meses después de que se separaran, en 1717, Hornigold aceptó el perdón ofrecido por el gobernador Woodes Rogers y se retiró de la piratería. Es más, aceptó un nuevo empleo: cazador de piratas. Por el contrario, Barbanegra se hizo aún más violento. Rápidamente ascendió como uno de los piratas más temidos del Caribe y tomó el mando del Queen Anne’s Revenge, un barco que sería el
Alexander Spotswoods, un gobernador contra un pirata
Alexander Spotswood, uno de los gobernadores más destacados de Virginia en el periodo colonial temprano, nació en la colonia británica de Tánger en 1676. Fue criado en una familia con fuertes lazos militares y gubernamentales. Su padre era cirujano y, aunque la familia estaba arruinada, sus orígenes eran importantes. Tras una ataque a Tanger, los Spotswoods regresaron a Escocia, donde Robert, el padre, murió pronto. Para Alexander la figura de su medio hermano, hijo de su madre en un matrimonio anterior, fue crucial. Spotswood fue educado en Inglaterra y comenzó su carrera como oficial en el Ejército Británico cuando solo tenía dieciséis años. A esa edad se alistó como alférez y sirvió bajo el mando del conde de Bath. Alexander Spotswoods como militar Antes de ser reconocido como un influyente gobernador de Virginia, de hecho se le considera una de las figuras más importantes de la época colonial británica, Alexander Spotswoods tuvo una destacada carrera militar. Sirvió en el ejército británico bajo el mando de John Churchill, el primer duque de Marlborough. Como viceintendente general, Spotswood desempeñó un papel crucial en las operaciones militares de Europa central, donde las tropas británicas estaban estacionadas a lo largo del río Rin con el fin de proteger a los Países Bajos. En 1704, el ejército de Marlborough llevó a cabo un movimiento estratégico que lo llevó a descender sobre Baviera, lo que sorprendió a las fuerzas franco-bávaras. La batalla de Blenheim, que tuvo lugar el 13 de agosto de ese año, se saldó con una victoria decisiva para los británicos. Ese enfrentamiento fue crucial para Spotswoods. Sufrió una grave herida en el pecho por un impacto de artillería, tanto que tuvo que ser enviado a Londres para su convalecencia. No obstante, logró sobrevivir, y se cuenta que conservó la bala de cañón, que mostraba a sus amigos cuando lo visitaban. Últimos años de su carrera militar Después de recuperarse, Spotswood regresó al servicio activo. En 1708 participó en la batalla de Oudenaarde en los Países Bajos. En esta ocasión, su caballo fue abatido y a él lo capturaron las tropas francesas. Por suerte para él, la intervención del duque de Marlborough, que había ganado la batalla, aseguró que lo liberaran rápidamente. Gracias a eso, Spotswood volvió a sus funciones como intendente general, supervisando los suministros de recursos esenciales para las tropas. Todo el mundo hablaba de su valía. Pero a pesar de su competencia y de la confianza que le mostraban sus superiores, Spotswood comprobó que su carrera militar se quedaba estancada. Aunque mantenía una buena relación con sus comandantes y había confianza en sus capacidades, no logró superar el rango de teniente coronel, lo que le provocó una evidente frustración. Sabía que estaba llamado a cosas más importantes. Recibía constantes promesas de ascenso que nunca se materializaban. Finalmente, desencantado y e intentando encontrar salida en la diplomacia, Spotswood dejó el ejército en septiembre de 1709 y regresó a Londres. De este modo cerró un capítulo de su vida que estuvo marcado tanto por el valor en el combate como por la frustración en su carrera. Gobierno de la colonia de Virginia Durante la guerra, Alexander Spotswoods había creado una buena relación con George Hamilton, primer conde de Orkney. A Hamilton lo habían nombrado gobernador de Virginia en 1704, sin embargo, no se había preocupado por su puesto. De hecho, ni siquiera había llegado a visitar la colonia que estaba puesta bajo su cargo. Para ejercer el control al otro lado del Atlántico lo que había hecho era otorgar una representación a un delegado plenipotenciario, al que nombró vicegobernador. Pero en 1707 el vicegobernador, Robert Hunter, fue capturado por los franceses, de modo que la colonia de Virginia estaba en la práctica gobernada por un consejo local. Las cosas llevaban así más de dos años cuando Alexander Spotswoods se retiró del ejército. Tal vez Hamilton incluso le había hablado de la posibilidad de entregarle el mandato de la colonia. Lo cierto es que la reina nombró a Alexander Spotswoods vicegobernador de Virgina en 1710. La colonia de Virginia A principios del siglo XVIII, Virginia era la colonia más próspera y poblada de las Trece Colonias británicas. La población ascendía a unas 80,000 personas, un 25% de ellos esclavos, empleados en las extensas plantaciones de tabaco. Estas plantaciones estaban bajo el control de una poderosa confederación de terratenientes. Aunque la exportación de tabaco seguía siendo una de las actividades más lucrativas de la colonia, la guerra de sucesión española contra los franceses había provocado el cierre de importantes rutas comerciales. Esto provocó la disminución de los beneficios y una caída en los precios debido a la sobreproducción. Además, en esta época, considerada la edad de oro de la piratería, las aguas del sur de la América británica eran asediadas por piratas y corsarios. Procedentes del Caribe, se dirigían hacia el norte a lo largo de la costa americana hasta llegar a Virginia, realizando incursiones perjudiciales. Por si eso fuera poco, las fronteras terrestres de la colonia también se enfrentaban a serias amenazas debido al comportamiento agresivo de algunas tribus nativas americanas. Llegada de Alexander Spotswoods Tras la captura de Robert Hunters, y antes de la llegada de Alexander Spotswood, la colonia de Virginia era administrada a través de un consejo local. Este consejo lo formaban miembros prominentes de la comunidad, algunos de ellos con cargos políticos previos y, en su totalidad, importantes terratenientes de la zona. Tenía la responsabilidad de tomar decisiones en nombre de la colonia y supervisar su administración diaria. Sin embargo, este era un gobierno deficiente y que se enfrentaba a desafíos que superaban sus posibilidades. Cada uno intentaba mirar por sus intereses y faltaba una dirección unificada, lo que a menudo llevaba a decisiones inconsistentes y a una aplicación deficiente de las políticas. Con la llegada de Alexander Spotswood, la estructura administrativa experimentó una transformación hacia una gestión más centralizada y eficiente, con un enfoque renovado en la seguridad y el desarrollo económico de la colonia. Alexander Spotswoods como
La batalla de Zalaca
Antes de entrar de lleno en este artículo en el que termino de hablar de la batalla de Zalaca, quiero invitarte a leer el artículo anterior, en el que os hablé de la disolución del Califato de Córdoba y cómo el surgimiento de los reinos de taifas marcó el inicio de un período de fragmentación y debilidad política en al-Ándalus. Estos reinos, aunque culturalmente fueron muy ricos, no pudieron presentar una defensa unificada frente a las amenazas que sufrían. Mientras tanto, en el sur, los almorávides empezaban a destacar no solo por su fervor religioso sino también por su ambición política, lo que los llevó a extender su influencia más allá del Magreb, hacia la península ibérica. En este artículo, quiero centrarme en el ascenso de los almorávides, analizando cómo su ideología y expansión territorial influyeron en los eventos en al-Ándalus y culminaron en la crucial batalla de Zalaca. La batalla de Zalaca: La expansión almorávide en el norte de África Los almorávides, un movimiento reformista y de corte religioso-militar de beréberes del Sahara, comenzaron a emerger como una fuerza poderosa a principios del siglo XI. Su expansión se basó en la unificación de varias tribus bereberes bajo una estricta interpretación del Islam. Esto impulsó su crecimiento y se consolidaron con rapidez en el Magreb. Los almorávides no solo establecieron su control sobre el actual Marruecos, sino que también extendieron su influencia hacia el norte, llegando a dominar importantes ciudades como Fez y más tarde Marrakech, que se convirtió en su capital en 1070. La ideología almorávide y su expansión hacia al-Ándalus La ideología almorávide estaba muy arraigada en una interpretación rigurosa y puritana del Islam. Esta forma de pensar les llevó a adoptar un enfoque reformista en las zonas que iban quedando bajo su control. Consideraban que era su misión luchar contra la decadencia y la fragmentación del mundo islámico. Como no podía ser de otro modo, esto les llevó a poner sus ojos en al-Ándalus. Y es que, como ya vimos, al otro lado del estrecho de Gibraltar los reinos de taifas experimentaban una creciente fragmentación y debilidad. Y eso por no hablar de la relajación en temas religiosos, lo que representaba una oportunidad para los almorávides. El ascenso de los almorávides coincidió con esa debilidad de los reinos de taifas, lo que aumentó las tensiones dentro de al-Ándalus. Las taifas se vieron obligadas a pagar parias (tributos) a los reinos cristianos para evitar invasiones. Es famosa la historia en la que Alfonso VI perdió una importante partida de ajedrez contra Ibn Ammar, el primer ministro de la taifa de Sevilla, lo que supuso la salvación para la ciudad. Este pago constante debilitó aún más a las taifas. Por su parte, los almorávides se presentaron como los unificadores. Eran capaces de resistir tanto a las amenazas internas como a los avances cristianos. La llegada almorávide a la península ibérica se produjo en respuesta a la llamada de ayuda de los gobernantes de las taifas, con el rey sevillano Al-Mutammid a la cabeza, pero rápidamente se transformó en una anexión de sus territorios. La batalla de Zalaca: factores que influyeron La confrontación decisiva en la batalla de Zalaca fue el resultado de una confluencia de factores políticos, sociales y militares. La presión constante de los cristianos obligó a las taifas a buscar soluciones extremas para preservar su autonomía. Y la única ayuda posible provenía del sur, de los fanáticos almorávides. A esas alturas no había quien se opusiera en la península a Alfonso VI y sus huestes. Representaba una amenaza clara que no podía ser ignorada. Los reinos de taifas, divididos y debilitados, se vieron forzados a elegir entre resistir solos o formar una alianza peligrosa. Alfonso VI había avanzado considerablemente hacia el sur, capturando Toledo en 1085 y amenazando directamente el corazón de al-Ándalus. La respuesta de las taifas fue convocar a una resistencia más unida, lo que llevó a la alianza entre el rey Al-Muttamid de Sevilla y otros gobernantes con los almorávides para presentar un frente común ante los enemigos del norte. Esta alianza fue crucial para organizar una resistencia efectiva que culminaría en la batalla de Zalaca en 1086, donde las fuerzas combinadas de los musulmanes se enfrentaron a Alfonso VI en un intento desesperado por detener su avance. La batalla no solo representó un conflicto militar, sino que también simbolizó el dramático choque de ideologías y estrategias de supervivencia en una región dividida y convulsa. Desarrollo de la batalla de Zalaca Y así, los dos ejércitos se encontraron frente a frente, el 23 de octubre de 1086 cerca de Badajoz. De un lado, las fuerzas de Alfonso VI de Castilla. Del otro las tropas musulmanas encabezadas por Yusuf ibn Tashfin, el líder almorávide. Según las crónicas históricas, la batalla comenzó con un intenso enfrentamiento entre las fuerzas cristianas y musulmanas. Alfonso VI comandaba personalmente su ejército, esperando repeler la invasión almorávide y conquistar Badajoz. Sin embargo, la superioridad numérica y la estrategia de los almorávides, que incluía una hábil combinación de ataques frontales y emboscadas, pusieron en grave desventaja a las tropas de Alfonso VI. Durante la batalla, el propio Alfonso VI fue herido y la situación se volvió tan crítica que sus guardias lo llevaron fuera del campo de batalla para proteger su vida. A pesar de sus esfuerzos, los cristianos sufrieron una dura derrota. Consecuencias de la batalla de Zalaca Este evento permitió que, poco después, los almorávides tomaran el control de los reinos árabes en la península. Algunos de los reyes de taifas, como el propio Al-Mutammid, el rey sevillano, fue exiliado y terminó sus días en cautiverio. El ascenso de los almorávides y su posterior expansión en al-Ándalus no solo redefinieron el paisaje político de la península ibérica, sino que también encendieron nuevas dinámicas de poder que serían determinantes en la historia de la región. Al desplazar a los reinos de taifas y enfrentarse directamente la expansión cristiana del norte, los almorávides no solo impusieron un nuevo orden religioso
El motín de Arganda
El motín de Arganda, ocurrido en septiembre de 1613, es un episodio con un impacto muy importante en la historia de España. No solamente por sus causas y el modo en el que se desarrolló, sino sobre todo por sus consecuencias políticas, especialmente en relación con el Duque de Lerma, valido del rey Felipe III. Este motín, aunque en un principio fue local, tuvo unas repercusiones que se extendieron a la política nacional. Terminó afectando de forma muy seria tanto a la posición como a las políticas del duque de Lerma, el más poderosos de la Corte española en aquel tiempo y al que le dedico mi novela, El trono de barro. Contexto histórico del motín de Arganda A principios del siglo XVII, España estaba atravesando una crisis. Era no solo económica, sino también social, y en realidad afectaba a todas las capas de la sociedad. Tras el apogeo del Siglo de Oro, la monarquía española se estaba enfrentado a problemas muy graves, incluidos problemas financieros derivados de las costosas guerras en Europa y el mantenimiento de un enorme imperio colonial. La economía española se encontraba debilitada por la inflación, la devaluación de la moneda y una creciente deuda pública. El duque de Lerma, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, ocupaba el puesto de valido del rey Felipe III y era el principal responsable de la administración del reino. Tanto, que Felipe III había delegado su firma en el duque. Su gobierno, sin embargo, estuvo marcado por la corrupción y el nepotismo. Francisco, de hecho, utilizó su posición para amasar una enorme fortuna personal. Por el camino, favoreció a sus amigos y familiares con cargos y concesiones, mientras que la mayoría de la población sufría las consecuencias de una mala gestión. El descontento popular crecía a medida que las políticas fiscales se volvían cada vez más opresivas, y se llegaron incluso a escribir tonadas en contra del duque. Para financiar las guerras y mantener el lujo de la corte, el Gobierno impuso altos impuestos sobre la población, que ya estaba agobiada por la escasez y la crisis económica. En este clima de tensión y descontento, cualquier chispa podía desencadenar una revuelta. El motín de Arganda: causas y desarrollo El motín en Arganda del Rey, una localidad cercana a Madrid, estalló en septiembre de 1613 como resultado directo de estos abusos. La población de la ciudad, que ya estaba arruinada, se vio al borde del abismo cuando se introdujeron nuevos impuestos que golpeaban duramente la economía. El hecho de que se impusieran estos nuevos impuestos fue la gota que colmó el vaso para los habitantes de Arganda. Los nuevos gravámenes fueron considerados terriblemente injustos y desproporcionados. Afectaban de forma muy seria a los pequeños agricultores, artesanos y comerciantes, que constituían la base económica de la localidad. Pero nadie prestó atención a esto y la recaudación de impuestos se llevó a cabo hasta con brutalidad, sin consideración de ningún tipo por las circunstancias individuales. El caldo de cultivo para el resentimiento estaba servido. El estallido de la revuelta La reacción de los habitantes de Arganda fue rápida y violenta. Sabiendo que no podían soportar más abusos, los vecinos se levantaron en armas contra las autoridades. Las tensiones acumuladas explotaron en una serie de disturbios que rápidamente se convirtieron en un motín abierto. Los que empezaron manifestándose terminaron atacando a los recaudadores de impuestos y otros representantes del Gobierno. Se destruyeron propiedades y hasta hubo edificios relacionados con la administración fiscal que sufrieron daños. La violencia de la revuelta sorprendió a las autoridades, que fueron completamente incapaces de contener el motín. Puesto que la localidad se encuentra cerca de la capital, las noticias del levantamiento llegaron a Madrid con rapidez. La intensidad de la protesta y su cercanía a la Corte llamaron la atención del Gobierno, que no podía permitirse una insurrección tan cerca del corazón del reino. Desarrollo y clímax del motín de Arganda Mientras tanto, en Arganda continuaban los actos de violencia y resistencia. Los vecinos, que ya se habían organizado en grupos armados, mantuvieron el pueblo bajo control durante varios días. Rechazaron cualquier intento de las autoridades por restablecer el orden. La resistencia de los amotinados reflejaba no solo su desesperación, sino también un deseo profundo de que se hiciera justicia y se planteara un cambio real frente a un sistema que consideraban profundamente corrupto, lo que era completamente cierto. El clímax del motín llegó cuando finalmente se enviaron tropas para sofocar la revuelta. No obstante, esta intervención militar no fue inmediata. No había unanimidad en la Corte sobre el modo de actuar y había voces que defendían diferentes posturas. Algunos proponían medidas de conciliación, mientras que otros abogaban por una represión dura para evitar que el ejemplo de Arganda se extendiera a otros lugares. Epílogo del motín de Arganda Finalmente, las tropas enviadas por la corona lograron reprimir el motín, pero no sin dejar una huella profunda en la comunidad y en el modo en el que el pueblo vio a la administración del duque de Lerma. El motín de Arganda mostró que había profundas fisuras sociales y económicas que atravesaban España en ese momento, y mostró a la vista de todos el enorme descontento que palpitaba en las calles en contra de la política del valido. Aunque es cierto que el levantamiento fue sofocado, las causas del descontento permanecieron, y el motín de Arganda se convirtió en un símbolo contra el abuso de poder que reflejaba la necesidad de reformas profundas. Sirvió como un recordatorio de que la resistencia popular podía estallar en cualquier momento, y que la estabilidad del reino dependía de la capacidad de sus líderes para gobernar con justicia. Debilitamiento de la posición del duque de Lerma Especialmente tocado con todo lo que ocurrió quedó la gestión del duque de Lerma. Su incapacidad para prevenir y gestionar la crisis en Arganda fue vista como un reflejo de su incompetencia y corrupción, por más que hubiera logrado cosas importantes en política internacional. Pero al pueblo
Los perros en la literatura
El próximo lunes 26 de agosto celebramos el Día Internacional del Perro, una fecha especial dedicada a nuestros amigos de cuatro patas (adoro los perros, por si no lo sabías. Te dejo una foto de Lolo y Bilbo, mis compañeros actuales). Los perros no solo son compañeros en la vida real, sino que también han dejado una huella significativa en la literatura. Desde héroes valientes hasta compañeros fieles, los perros han sido personajes memorables que han enriquecido muchas historias. En este artículo, quiero hablarte de cómo usar perros como personajes en tus novelas. Vamos a destacar algunas novelas famosas que han hecho esto magistralmente. Los perros en la literatura: mitología y leyendas Los perros han sido compañeros de los humanos desde tiempos inmemoriales, y su lealtad, valentía y habilidades únicas han capturado la imaginación de muchas culturas. Estos animales no solo han sido protagonistas de historias de la vida real, sino que también han dejado una marca indeleble en la mitología y las leyendas de diversas civilizaciones. Estas son algunas de las figuras caninas más emblemáticas de la mitología y las leyendas de todo el mundo. Cerbero en la mitología griega Cerbero, el perro de tres cabezas, es uno de los más famosos de la mitología griega. Este feroz guardián del inframundo, hijo de Tifón y Equidna, custodiaba las puertas del Hades para evitar que los muertos salieran y que los vivos entraran. Cada una de sus cabezas representaba el pasado, el presente y el futuro, y su presencia en las historias griegas simbolizaba la vigilancia y la imposibilidad de escapar de la muerte. Anubis en la mitología egipcia Anubis, el dios egipcio de la muerte y el embalsamamiento, es a menudo representado con la cabeza de un chacal o un perro salvaje. Guiaba las almas de los difuntos en su viaje al más allá y presidía el juicio de los muertos, pesando sus corazones contra la pluma de la verdad. La asociación de Anubis con los perros subraya la relación simbólica entre los perros y la protección espiritual. Garm en la mitología nórdica En la mitología nórdica, Garm es el perro guardián del inframundo que vigila la entrada a Hel, el reino de los muertos. Garm es mencionado en el “Völuspá”, un poema de la Edda poética, donde su liberación es uno de los presagios del Ragnarök, el fin del mundo. Garm representa la ferocidad y la inevitabilidad de la muerte en la mitología nórdica. Xólotl en la mitología azteca Xólotl, en la mitología azteca, es el dios perro que guía las almas de los muertos en su viaje al Mictlán, el inframundo. Representado como un perro monstruoso, Xólotl es también el gemelo del dios Quetzalcóatl. Los aztecas creían que los perros tenían la capacidad de acompañar y proteger a los espíritus en su travesía hacia la otra vida, reflejando la profunda conexión entre los perros y el mundo espiritual. Hécate y sus perros en la mitología griega Hécate, la diosa griega de la hechicería, la noche y los cruces de caminos, a menudo es representada acompañada de perros fantasmas. Los perros eran considerados sus compañeros leales y guardianes de los portales entre el mundo de los vivos y los muertos. Los aullidos de los perros en la noche eran interpretados como señales de la presencia de Hécate y sus espíritus. El perro negro en las leyendas británicas En las leyendas británicas, el “perro negro”, o “Black Shuck”, es una figura fantasmal que aparece en caminos solitarios y cementerios. Este espectro canino es considerado un presagio de muerte o desastre. A pesar de su naturaleza temible, algunas leyendas también lo describen como un protector, cuidando a los viajeros solitarios. Los perros en la literatura: su huella Los perros a menudo se utilizan en la literatura como símbolos de lealtad y valentía. Estos animales, conocidos por su fidelidad inquebrantable, pueden personificar estos atributos de manera que dejen profunda huella en los lectores. Un perro leal en una novela puede representar la devoción y el compromiso, proporcionando un contraste o un complemento a los personajes humanos. Por ejemplo, en “La llamada de la selva” de Jack London, Buck demuestra una lealtad feroz hacia su dueño, simbolizando la nobleza y la valentía que inspiran a los lectores. Los perros en la literatura: catalizadores para el desarrollo del personaje humano Los perros también pueden servir como catalizadores para el desarrollo de los personajes humanos en una historia. A través de sus interacciones con los perros, los personajes humanos pueden experimentar un crecimiento significativo. Un perro puede ayudar a un personaje a superar el duelo, encontrar el propósito, o desarrollar la empatía. Por ejemplo, en “Marley y yo” de John Grogan, el comportamiento caótico de Marley desafía a la familia Grogan, pero también fortalece sus vínculos y les enseña valiosas lecciones sobre el amor y la paciencia. Conexión emocional y empatía La inclusión de perros en la literatura puede agregar una capa adicional de profundidad emocional. Los lectores a menudo tienen una conexión especial con los perros, ya que estos animales son parte integral de muchas familias. Esta conexión puede hacer que los lectores sientan más empatía por los personajes y las situaciones en las que se encuentran. Un perro en una novela puede evocar una amplia gama de emociones, desde alegría y amor hasta tristeza y pérdida, creando una experiencia de lectura más rica y resonante. Los perros en la literatura: elementos de conflicto y resolución Los perros pueden introducir elementos de conflicto y resolución en una historia. Imagina a un perro perdido que necesita ser encontrado, o un perro enfermo que requiere cuidados. Incluso a un perro que defiende a su familia de un peligro. Todos ellos pueden ser puntos de conflicto que impulsan la trama. La resolución de estos conflictos a menudo resulta en momentos de gran satisfacción emocional para los personajes y los lectores. En “Lassie vuelve a casa” de Eric Knight, el viaje de Lassie para reunirse con su dueño es una fuente continua de conflicto y resolución,
La batalla de Siracusa
La Batalla de Siracusa no solo representa uno de los enfrentamientos más cruciales de la guerra del Peloponeso, sino que también marca un episodio definitorio en la rivalidad antigua entre Esparta y Atenas. Hay que entender la batalla de Siracusa para comprender qué ocurrió más tarde en la civilización. Esta batalla fue decisiva en el curso de la guerra. Al analizar la Batalla de Siracusa, se revelan no solo las estrategias y las tácticas empleadas, sino también las profundas implicaciones políticas y culturales que tuvo para el desarrollo de la civilización griega. La batalla de Siracusa: antecedentes históricos Antes de la Batalla de Siracusa, las tensiones entre Esparta y Atenas habían ido escalando durante años. Se alimentaban gracias a las diferencias ideológicas, económicas y territoriales. Esparta, conocida por su riguroso régimen militar y la sociedad austera que me fascina y desarrollé en Hijos de Heracles, veía con recelo el creciente poder de Atenas. La influencia de esta última se extendía a través de su imperio marítimo y su democracia floreciente. Este choque de ideologías puso a las dos ciudades frente a frente de forma inevitable. El conflicto se intensificó con la intervención ateniense en Sicilia, donde Atenas buscaba expandir su influencia apoyando a ciertos aliados. Esparta, aliada con Siracusa, vio esta acción como una amenaza directa a su esfera de influencia y un desafío a su autoridad. En respuesta, decidió apoyar a Siracusa para contrarrestar la expansión ateniense, lo que finalmente llevó a la confrontación armada. La batalla de Siracusa: preparativos Los preparativos para la batalla fueron extensos, con ambos lados movilizando grandes flotas y ejércitos. Atenas, bajo el liderazgo de sus estrategas, envió una de sus flotas más grandes a Sicilia, mientras que Esparta y Siracusa fortalecieron sus defensas y prepararon sus fuerzas para el asedio. La estrategia espartana estaba centrada en la defensa y el contraataque. La idea era aprovechar su superioridad en combate terrestre, mientras que Atenas confiaba en su poder naval para asegurar un punto de apoyo en la isla. Este período de preparativos y el contexto más amplio del conflicto entre Esparta y Atenas dejan claro que la política griega era mucho más compleja de lo que se puede pensar. La batalla de Siracusa no fue solo un enfrentamiento militar, sino un episodio que reflejaba las tensiones políticas, culturales y económicas que definirían el futuro de Grecia. Desarrollo de la batalla de Siracusa La batalla de Siracusa fue un enfrentamiento complejo que puso a prueba las capacidades militares tanto de Esparta como de Atenas. Los atenienses, con una flota poderosa y un ejército experimentado, desembarcaron en Sicilia con el objetivo de asediar la ciudad y establecer un dominio firme en la región. Esto no solo expandiría su imperio; también les aseguraría recursos vitales para continuar la guerra contra Esparta. Las fuerzas atenienses tuvieron éxito al principio. Establecieron algunas posiciones fuertes alrededor de la ciudad y comenzaron un sitio prolongado. Utilizaron tácticas de asedio muy avanzadas para la época, incluyendo el bloqueo naval y la construcción de murallas para aislar a Siracusa del resto de Sicilia. Sin embargo, la geografía de la zona, con su amplia bahía y fortificaciones robustas, proporcionó a los defensores ventajas significativas. Esparta, al darse cuenta de la amenaza que representaba la posible caída de Siracusa para el equilibrio de poder, envió refuerzos para romper el asedio. Los espartanos, bajo el mando de un hábil general, Gilipo, implementaron tácticas de contrasitio. Lanzaron ataques sorpresa y lograron cortar las líneas de suministro atenienses. La llegada de estos refuerzos fue crucial, pues cambió la dinámica de la batalla. Esparta también capitalizó su superioridad en combate terrestre para infligir daños significativos a las fuerzas atenienses. La batalla alcanzó su clímax cuando las fuerzas espartanas y sus aliados lograron romper el cerco ateniense, forzando una retirada desastrosa que resultó en grandes pérdidas de hombres, barcos y equipo. Esta derrota no solo fue un golpe táctico, sino también un duro golpe moral para Atenas. Impacto y consecuencias de la batalla La victoria espartana en Siracusa tuvo consecuencias duraderas para ambos contendientes y para el panorama geopolítico de Grecia. Para Esparta, la victoria reafirmó su estatus como una potencia militar dominante. Fortaleció sus alianzas y aumentó su influencia en Sicilia y otras regiones, al tiempo que demostraba su capacidad para defender y extender su esfera de influencia más allá del Peloponeso. Para Atenas, por contra, la derrota fue devastadora. Perdió una cantidad significativa de su flota y miles de soldados, lo que debilitó enormemente su capacidad militar. Además, afectó profundamente a su moral. La derrota en Siracusa fue uno de los factores clave que llevaron al declive de la potencia ateniense en el siglo siguiente. De hecho, la batalla afectó profundamente la política interna ateniense, lo que conllevó un período de inestabilidad y cambios en su liderazgo político. A nivel más amplio, la batalla alteró el equilibrio de poder en el mundo griego, contribuyendo a la prolongación de la guerra del Peloponeso y modificando las estrategias futuras de ambos lados. Este conflicto tuvo tanto impacto que se reflejó en la literatura y la historiografía de la época. Tucídides dedicó gran parte de los libros VI y VII de su obra a relatar los eventos de la expedición ateniense a Sicilia, el asedio de Siracusa y la desastrosa derrota ateniense. El legado de la batalla de Siracusa La batalla de Siracusa no solo cambió el curso de la guerra del Peloponeso, sino que también dejó una impresión duradera en la cultura y la historia mundial. A lo largo de los siglos, ha sido objeto de numerosas obras de literatura, tratados de estrategia militar y estudios académicos. En la literatura, la batalla ha sido retratada como un ejemplo clásico de hibris, con Atenas asumiendo que su superioridad naval garantizaría una fácil victoria. Historiadores como Tucídides han analizado extensamente las tácticas y las decisiones tomadas, convirtiendo la batalla de Siracusa en un estudio sobre el exceso de confianza y la estrategia militar. En el arte, pintores y escultores han capturado
Joan Prim, un personaje de novela
Hay pocas cosas más satisfactorias en la vida que ser partícipe de que otra persona logre su gran sueño. Y yo he tenido la inmensa suerte de vivirlo en varias ocasiones como profesor de narrativa gracias a mis alumnos, que han logrado el fabuloso logro de publicar sus novelas tras pasar por el curso PEN. Autoras como Concha Álvarez, Regina Román o Nieves Álvarez han publicado con grandes editoriales, pero no son las únicas. En breve, sobre marzo, será otro de mis alumnos el que se estrena, y además en la editorial más prestigiosa de novela histórica, Edhasa: Bosco Cortés está a punto de sacar Conspiración. ¡Matad al presidente! Una novela que además trabajamos mano a mano en el tercer ciclo del Método PEN. Es una historia extraordinaria que os hará alucinar. ¡Y no es porque sea su profesor! Lo comprobaréis vosotros mismos. Y una excusa tan maravillosa como esta me da pie a hablar de la época y el suceso en el que se ambienta la novela de Bosco. Se trata de un personaje fascinante de la historia contemporánea de España: el general Prim. ¡Apasionante! La España del siglo XIX Para entender la relevancia del asesinato del general Prim, antes hay que comprender cuál era el contexto en el que vivió. Pues Joan Prim i Prats nació en Reus justo después de que los franceses abandonaran España, en 1814. La guerra de la Independencia había terminado, el tratado de Valençay fue firmado y Fernando VII, el Deseado, aceptado por Napoleón como rey de una España ya independiente de nuevo. Un respiro para los Prim i Prats, pues el padre de Joan había sido capitán de la legión catalana. Sin embargo, la vida de Prim hijo no iba a ser un camino asfaltado. Al cumplir los 19 años ingresó también en el ejército para enfrentarse a los carlistas en un conflicto que, como no podía ser de otra manera, fue conocido como la Primera Guerra Carlista. Al igual que su padre, Joan Prim tomó partido por Isabel II y su madre, la reina regente María Cristina de Borbón, frente a los partidarios del infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII y tío de Isabel II, nombrada heredera por su padre Fernando. Menudo drama, ¿verdad? Joan Prim, soldado La vida militar de Prim no comenzó muy bien, pues su padre murió de cólera poco después del inicio del conflicto. A partir de ahí, la carrera de Prim fue un ascenso meteórico, aunque no sin esfuerzo. Hay que tener en cuenta que Joan tuvo que empezar desde lo más bajo a pesar de la influencia de su padre. Estuvo en primera línea de batalla, donde se ganó fama de ser un joven intrépido, hasta el punto de que a los pocos meses fue ascendido a oficial. Joan Prim se convirtió a partir de entonces en un líder al que los hombres bajo su mando no dudaban en seguir. Aquí es donde habría que buscar el auténtico germen del político que sería después. Cualquier otro se habría escudado en su rango para quedarse en la retaguardia, pero Prim no era de esos. En 1838, siendo capitán, participó en la toma de San Miguel de Serradell. ¿Sabéis quién capturó la bandera del batallón carlista? Sí, en efecto, el mismísimo Joan Prim. Y luego asaltó Solsona, en Lleida, cuyo fuerte escaló para poder abrir las puertas personalmente, lo que le valió ser nombrado comandante. Para entonces ya se había convertido en un héroe. Al finalizar el conflicto, tras participar en treinta y cinco misiones, fue condecorado y ascendido a coronel. Tenía sólo 26 años. Joan Prim, político La guerra carlista terminó con la victoria de Isabel II, pero como esta era una niña todavía, el trono siguió ocupándolo la regente María Cristina de Borbón (sí, la de la canción, aunque lo de «María Cristina me quiere gobernar» tiene doble mensaje). Ahora bien, hizo falta una sublevación (el motín de la Granja de San Ildefonso, en 1836), para que la gobernanta aceptara promulgar de nuevo la Constitución de 1812. Esto hizo posible que se convocaran elecciones para el 1841, para las cuáles los liberales se dividieron en moderados y progresistas. Joan Prim se unió a estos últimos por la provincia de Tarragona, y dada su bien ganada fama consiguió el escaño sin muchas dificultades. Los problemas vendrían después, ya que esto de la política tiene más peligro que soltarte en una trinchera (no parece que haya cambiado mucho, ¿verdad?). A algunos catalanes no les hacía mucha gracia la afiliación militar de Prim, sobre todo cuando fue nombrado gobernador de Barcelona y se vio obligado a reprimir algunas revueltas con mano dura. Prim estuvo implicado en los acontecimientos más importantes de un imperio que se desmembraba poco a poco. De hecho, fue él quien por un momento hizo soñar que se podía volver a tiempos gloriosos, cuando Marruecos atacó Ceuta y Melilla, en 1859. Junto con una compañía de voluntarios catalanes bajo su mando, Prim consiguió una victoria aplastante, lo que lo encumbró a lo más alto: fue nombrado marqués de los Castillejos y, por tanto, un Grande de España. Joan Prim, jefe de gobierno En ese instante, Prim lo tenía todo: poder político y además una popularidad enorme. ¡Hasta llegó a entrevistarse con Abraham Lincoln, durante la guerra de Secesión! Entonces llegó 1868 y el intento de cambiar a Isabel II por su cuñado, Antonio de Orleans. Eran los días de la Revolución de 1868, la Gloriosa, en la que se obligó a la reina isabelina a exiliarse. Prim optó por enfrentarse a la que en otra época tanto defendió, con lo que consiguió una nueva victoria. En honor de multitudes, su partido ganó las siguientes elecciones, convirtiéndose así en el jefe de gobierno. A partir de aquí, no voy a contaros nada más. Pues estaríamos entrando ya en el terreno que aborda mi querido Bosco en su novela, que gira en torno a la investigación sobre el atentado contra Prim. Pero os puedo
¿Por qué debemos leer los clásicos literarios?
Vivimos en un mundo donde todo parece efímero. Y desde luego la visibilidad de los libros lo es: cualquier novela recién publicada tiene una vida útil en las mesas de novedades de un mes. Después de eso, si no se ha convertido en un superventas, será relegado a la infame estantería de acuerdo a su género, donde quedará perdida entre tantas otras obras y apenas podrá lucir el lomo. Salvo que el aspirante a lector vaya en busca de ese título en concreto, lo más probable que en unas semanas el desangelado libro regrese a los almacenes de la editorial en una humillante caja de devolución. Sin embargo, unas pocas obras se salvan de la quema. Se convierten en bestsellers o al menos se mantienen lo suficiente para perpetuarse como obras de culto. Y de entre todas estas, un puñadito alcanzan la gloria de la vida eterna y se convierten en clásicos literarios. De ellos vamos a hablar en este artículo. ¿Qué entendemos por clásicos literarios? Si buscáis por Internet encontraréis multitud de definiciones para describir a un clásico literario. Algunas tienen incluso nivel poético. Pero yo voy a ser más pragmático e iré a lo evidente: una obra literaria se convierte en un clásico cuando trasciende el contexto en el que surgió (tanto histórico como geográfico y material) y se inmortaliza en el la conciencia popular. No es poca cosa. De hecho, es una meta que muy pocos libros consiguen si tenemos en cuenta la enorme cantidad de literatura que se publica en la actualidad. Y ojo, porque cuando hablo de «trascender» no me refiero simplemente a convertirte en un superventas. Eso ayuda, por supuesto, pero no es esencial. Es más, estoy convencido de que la mayor parte de los libros más vendidos de los últimos años dentro de medio siglo habrán quedado olvidados por completo. Ni Crepúsculo, ni 50 sombras de Grey, ni Juego de tronos. Quizás se salve la saga de Harry Potter, pero no lo tengo nada claro. Cuando hablo de clásicos me refiero a esas obras que, a pesar de los siglos, siempre serán una referencia: El Quijote, 20.000 leguas de viaje submarino, Los tres mosqueteros, La Odisea… Son obras muy antiguas, cierto, aunque también hay algunas más cercanas en el tiempo que entrarían en esa categoría: El Señor de los Anillos, Desayuno en Tiffany’s, Lolita, Cien años de soledad o 1984, por ejemplo. Todas estas obras están instaladas en la cultura popular. Han roto los límites propios de cualquier obra literaria: se han perpetuado en el tiempo, llegando más allá de los lectores de su época; han traspasado su naturaleza, al ser adaptadas a otros medios, como el cine; y lo más importante, han creado nuevas generaciones de escritores. ¿Cuántos autores han nacido gracias a la lectura de El Señor de los Anillos, sin ir más lejos? El género de la fantasía, tal y como lo conocemos hoy en día, se lo debe todo a Tolkien. La figura del vampiro, al Drácula de Bram Stoker. Y algunas de estas obras ni siquiera tuvieron éxito en su día. Lo que los clásicos literarios nos enseñan Podemos aprender tantas cosas de los clásicos… Sin ir más lejos, aquellos más antiguos son una puerta a épocas pasadas. Sin las obras de Homero, el conocimiento de la Grecia Clásica sería mucho menor. Y qué decir del contexto histórico de nuestra España del Siglo de Oro que nos traslada Cervantes en El Quijote, o la Francia previa a la Revolución francesa en Los Miserables. Son máquinas que nos llevan a otros tiempos, tanto o más que cualquier novela histórica creada hoy en día. Además, los clásicos son un magnífico documento para ver la evolución de nuestra literatura, y por tanto para que los escritores aprendamos estilos y estrategias de marcada calidad estilística. Son auténticos manuales de narrativa creativa, por eso yo siempre los recomiendo en mis cursos. La lectura de los clásicos es también indispensable para una buena educación humanística y por supuesto literaria. Leyendo El Quijote podemos comprender cómo éramos los españoles del siglo XVI y advertir que en ciertos aspectos no hemos cambiado tanto. De este modo seremos capaces de aprender de esos errores y aplicarlos a nuestro día a día. La tradición cultural del ser humano reposa, en buena medida, en esos libros clásicos. Cuándo leerlos Sé muy bien que afrontar la lectura de un clásico literario es algo poco atractivo a priori. No nos engañemos: con la cantidad de novelas que surgen cada día, elegir un libro que fue escrito hace cien años da una pereza monumental. Qué demonios, si leemos es para pasarlo bien, para entretenernos, y no parece que eso vaya a pasar leyendo La casa de Bernarda Alba. Los clásicos también pueden resultar intimidantes debido a su condición de joya literaria. En mi opinión, la lectura de los clásicos debe abordarse en los momentos adecuados y teniendo en cuenta las características de cada lector. Siempre me ha parecido absurdo que las lecturas obligatorias de los institutos incluyeran en su día obras como La regenta. ¿Cómo va a interesar un libro así a un adolescente? Es absurdo, ¿verdad? ¿Pero y si le pedimos que lea uno de los volúmenes de Harry Potter? ¿O Drácula? ¿O El hobbit? Si me apuráis, hasta los libros de Sherlock Holmes. Son clásicos más apropiados para ese público, con posibilidades de cautivar a los chavales y que les pique el gusanillo de la lectura. Probablemente de este modo algún día, convertidos ya en apasionados lectores, quieran probar algo más sibarita, como el Ulises de Joyce. Conclusiones Ya lo veis, leer clásicos literarios tiene muchas ventajas. Pero para finalizar os voy a dar la mejor de todas: si se han convertido en obras que traspasan el tiempo es porque su calidad está fuera de toda duda. Solo es cuestión de que encontréis el clásico que esté hecho para vosotros. Y tienes siglos de historias escritas para elegir.