Existen dos libros cuya fama está por encima de cualquier otro, que no importa cuántos años pasen, siempre serán los más conocidos (con permiso de nuestro amado Quijote). Uno de ellos es, por supuesto, la Biblia. Y el otro es aquel de cuya historia vamos a hablar hoy. Nació de una insulsa conversación y ha llegado a trascender incluso su concepción como libro físico. De hecho, él mismo ha batido récords absolutos, lo cuál no deja de tener su gracia. Estoy hablando, como no, del famosísimo Libro Guinness de los récords.
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Cómo nació el Libro Guinness de los récords
Sí, ya lo sé, no estamos hablando de un libro de carácter literario, pero no deja de ser un ejemplo de cómo un libro puede llegar a traspasar su naturaleza original hasta convertirse en un fenómeno de la cultura popular. Las anécdotas en torno al Libro Guiness de los récords darían para un ensayo, que empezaría sin lugar a dudas relatando que estamos ante la colección de libros bajo derechos de autor más vendida de la Historia. Más que El Señor de los Anillos, más que 50 sombras de Grey, más que Canción de Hielo y Fuego…
O sea que tenemos un libro de récords que es en sí mismo un récord. ¿Pero cómo nació una obra que todos hemos visto en algún momento de nuestras vidas? Bueno, el apellido que aparece en su título ya nos da una pista muy potente de que debemos viajar a Irlanda. En concreto, a Dublín, sede de la también mundialmente famosa Guinness Brewery, la empresa que elabora la cerveza del mismo nombre. Era 1951 y el director ejecutivo de la cervecería, el británico Sir Hugh Beaver, había salido de caza junto a unos amiguetes. La mañana no debía ir muy bien, por lo visto, ya que mientras esperaban poder dar algún escopetazo se pusieron a hablar de un montón de cosas en principio banales.
Y entonces, como quien no quiere la cosa, alguien se preguntó cuál era el ave más rápida en Europa. La respuesta estaba entre el urogallo escocés y el chorlito dorado, pero no estaban seguros, porque nadie había publicado ningún análisis al respecto. Conociendo la afición de los británicos a las apuestas, aquella discusión debió terminar con dinero de por medio. Y la idea saltó entonces en la mente de Beaver: ¿Por qué no hacía él un libro para solucionar todo este tipo de dudas?
Un monumental trabajo de documentación
Los escritores de novela histórica hablamos mucho del proceso de documentación que llevamos a cabo para crear nuestras obras. Yo mismo le dedico varias clases en mi curso de narrativa. Pero la tarea a la que había decidido enfrentarse Beaver se salía de toda escala. Recopilar las mayores hazañas realizadas por el hombre y la naturaleza, en una época donde no existía Internet ni los registros digitales, era una auténtica locura. Porque hoy en día el Libro Guinness de los récords sólo publica hitos realizados por personas, pero al principio también tenía espacio para hablar de cuál era el mamífero más rápido, el satélite más alejado del Sol y cosas así.
Beaver no podía llevar a cabo aquel proyecto por sí mismo, así que contrató a una agencia de documentación encargada de recopilar información para enciclopedias, medios de comunicación o agencias del gobierno. Aquella empresa, propiedad de los gemelos Ross y Norris McWhirter, aceptó el encargo, sin imaginarse que les llevaría largos meses recopilar todos los datos necesarios y trece semanas para ponerlos por escrito. Pero lo lograron: a finales de 1954 salió una primera edición limitada de mil ejemplares, que Beaver regaló a familiares, amigos y empleados de la cervecería. Esa fue su intención inicial, en realidad, que tuviera carácter publicitario. Pero gustó tanto que el 27 de agosto de 1955 se publicó la primera edición comercial. No tardó mucho en convertirse en el libro más vendido del Reino Unido, justo esa misma Navidad. El salto a Estados Unidos y al resto del mundo fue también un absoluto éxito.
La evolución del Libro Guinness de los récords
Desde entonces, el Libro Guinness de los récords no ha hecho más que calar en el imaginario popular, hasta convertirse en una marca reconocida a nivel mundial, igualando a otras como Apple o Google. Como decía, durante gran parte de su historia, en el Libro Guinness de los récords tuvieron cabida todo tipo de récords. Algunos fueron auténticos exponentes de la capacidad de superación humana, como el de Roger Bannister, el primer hombre en recorrer una milla en menos de cuatro minutos. Hito que estuvo en la primera edición del Libro Guinness de los récords, ya que tuvo lugar en 1954. De hecho, quizás sin este récord no habría existido la publicación. El cronometrador de la carrera de Bannister era ni más ni menos que Norris McWhirter, y gracias a este récord Sir Hugh Beaver pudo contactar con él y ofrecerle la elaboración del libro.
Por desgracia, la historia del Libro Guinness de los récords también está manchada de sangre. En 1975, el conflicto en Irlanda del Norte estaba en pleno apogeo. El grupo terrorista del IRA tenía en la mira a muchos irlandeses que consideraba enemigos por su estrecha relación con los británicos. Uno de ellos era Ross McWhirter, quien ese mismo año fue asesinado por dos miembros del IRA. La peor faceta de la condición humana acabó con quien tanto había trabajado por mostrar lo mejor de dicha condición humana. Su hermano tuvo que hacerse cargo en solitario de las actualizaciones del libro, hasta que en 1995 decidió jubilarse.
El Libro Guinness de los récords: un reflejo de la naturaleza humana
Hoy en día el proyecto ha superado la simple obra en papel que fue en sus inicios. La cervecera Guinness ni siquiera está ya detrás de la publicación del libro, ahora a cargo de una editorial canadiense. El calado del Libro Guinness de los récords es tal que se tuvo que formar un equipo de administración muy amplio, encargado de refutar la veracidad de los récords, cuyo método de trabajo es muy estricto. Las exigencias para aprobar no ya un récord nuevo, sino una simple solicitud, son durísimas. En torno al 60% de las peticiones son rechazadas por diversos motivos.
Tampoco nos engañemos: a día de hoy gran parte de las hazañas que aparecen en el Libro Guinness de los récords son hitos tan absurdos que sólo se entienden desde un punto de vista humorístico, como la mayor reunión de personas disfrazadas de pitufos (1253 se juntaron en Klasbleyni, Irlanda, en 2008). Pero no importa, porque también este tipo de récords ayudan a reflejar la naturaleza humana.