La transición de poder en la España del siglo XVII entre Felipe III y Felipe IV fue un período de gran trascendencia histórica que marcó un cambio significativo en la dirección del Imperio español. Este cambio dinástico no solo representó una transferencia de poder de padre a hijo, sino que también estuvo marcado por una serie de desafíos políticos, sociales y económicos que impactaron profundamente en la sociedad española. Durante el reinado de Felipe III, España enfrentó una serie de crisis y conflictos que socavaron su posición como potencia mundial. La influencia del duque de Lerma, como valido principal, fue dominante en la corte, y su gestión del gobierno estuvo marcada por la corrupción y el descontento popular. Esta situación exacerbó las tensiones internas y debilitó la posición de España en el escenario internacional. El cambio de era La muerte de Felipe III en 1621 marcó el comienzo de una nueva era en la historia española, con el ascenso al trono de su hijo, Felipe IV. Sin embargo, la juventud e inexperiencia de Felipe IV planteaban desafíos adicionales para la estabilidad del reino. En este contexto, los validos jugaron un papel crucial en la toma de decisiones y en la gestión del gobierno español. En este artículo, y coincidiendo con que este mes se cumple el aniversario del inicio del reinado de Felipe IV, exploraremos en detalle los eventos clave que rodearon esta transición de poder, desde la crisis política y social durante el reinado de Felipe III hasta el ascenso de Felipe IV y el papel de los validos en la corte. Analizaremos cómo esta transición de poder afectó el destino del Imperio español y sentó las bases para los acontecimientos posteriores en la historia de España y Europa. El Reinado de Felipe III El reinado de Felipe III, que se extendió desde 1598 hasta 1621, fue un período de gran importancia en la historia de España. A pesar de ser considerado un monarca piadoso y conservador, Felipe III se encontró constantemente bajo la influencia y el control del duque de Lerma, su valido principal. Este período estuvo marcado por una serie de desafíos y crisis que pusieron a prueba la estabilidad del Imperio español en múltiples frentes. Uno de los principales rasgos distintivos del reinado de Felipe III fue la creciente centralización del poder en la corte, donde el duque de Lerma ejercía una influencia casi absoluta. Esta concentración de poder en manos de un solo individuo llevó a la corrupción y al favoritismo en la administración pública, debilitando la eficacia del gobierno y alimentando el descontento entre la población. Las crisis Además, el reinado de Felipe III estuvo marcado por una serie de crisis políticas, económicas y sociales que afectaron profundamente a España. La economía española experimentó dificultades, con una creciente deuda pública y una disminución de los ingresos del estado debido a la gestión ineficiente de los recursos y los altos costos de las guerras en el extranjero. En el ámbito político, España se vio envuelta en conflictos internos y externos que debilitaron su posición como potencia mundial. La revuelta de los moriscos en Valencia en 1609 y la pérdida de la guerra de los Treinta Años en los Países Bajos son ejemplos de los desafíos que enfrentaba el Imperio español bajo el reinado de Felipe III. En resumen, el reinado de Felipe III estuvo marcado por una serie de desafíos y crisis que pusieron a prueba la estabilidad del Imperio español. La influencia del duque de Lerma y la centralización del poder en la corte fueron características destacadas de este período, que sentaron las bases para los eventos posteriores en la historia de España. La transición de poder en la España del Siglo XVII: El duque de Lerma como valido El duque de Lerma, figura central en la corte española durante el reinado de Felipe III, ejerció una influencia sin precedentes sobre el monarca y los asuntos del reino. Su ascenso al poder como valido marcó el comienzo de una era de dominio político y económico que dejó una profunda huella en la historia de España. Sus problemas Conocido por su ambición desmedida y su astucia política, el duque de Lerma tomó el control de la corte y consolidó su posición como el hombre más poderoso del reino. Sus políticas y decisiones, aunque controvertidas, moldearon el curso de la historia española durante este período crucial. Sin embargo, su reinado estuvo marcado por la corrupción y el favoritismo, con acusaciones de enriquecimiento personal a costa del erario público y el agotamiento de las finanzas del reino. A pesar de su habilidad para mantener el control sobre Felipe III y la corte, su gestión del gobierno español fue objeto de críticas y cuestionamientos por parte de la nobleza y el pueblo. El duque de Lerma es una figura apasionante y compleja que ha cautivado la imaginación de muchos a lo largo de los siglos. Su papel como valido y su influencia en la toma de decisiones durante el reinado de Felipe III son elementos fundamentales en la trama de mi novela “El trono de barro”. A través de su protagonismo absoluto, la novela ofrece una perspectiva única sobre este período turbulento de la historia española y la intrigante figura que lo dominó. Si te interesa conocer más sobre su vida, este artículo te gustará. Política exterior e interior del duque de Lerma En el ámbito de la política exterior, el duque de Lerma se enfrentó a una serie de desafíos, incluida la guerra con los Países Bajos y las tensiones con Inglaterra. Su enfoque en la diplomacia y la negociación, en lugar de la guerra abierta, reflejó su deseo de mantener la paz y la estabilidad en Europa. Sin embargo, sus intentos de consolidar alianzas y resolver conflictos no estuvieron exentos de críticas, y muchos lo acusaron de debilidad y falta de liderazgo en asuntos internacionales. Además, el duque de Lerma se opuso a la expulsión de los moriscos de España, una medida impulsada por algunos
10 Ejercicios de escritura creativa
La escritura creativa es un arte que se nutre de la práctica constante y la exploración de nuevas técnicas. En este artículo te sumergirás en un viaje fascinante a través de diez ejercicios de escritura creativa cuidadosamente seleccionados para estimular tu imaginación, superar bloqueos y potenciar tu escritura de manera significativa. Imagina un mundo donde tus ideas fluyen libremente y tus palabras cobran vida en el papel. Desde la escritura libre hasta la reinvención de cuentos clásicos, cada ejercicio que exploraremos aquí te llevará más cerca de convertir esa visión en realidad. Prepárate para descubrir nuevas formas de expresión, desafiar tus límites creativos y explorar territorios inexplorados en tu proceso de escritura gracias a estos ejercicios de escritura creativa. ¿Estás listo para embarcarte en este emocionante viaje? Sigue leyendo y descubre cómo estos ejercicios de escritura creativa pueden abrir nuevas puertas en tu viaje creativo. Ejercicio de escritura creativa 1: Diario de escritura El diario de escritura es mucho más que un simple registro de eventos diarios; es un espacio casi sagrado donde puedes explorar las profundidades de tu mente y corazón y que te ayudará a desarrollar tu escritura creativa. Dedica unos minutos cada día a esta práctica, creando un hábito que te permita sumergirte en un mundo íntimo y personal. Sin preocuparte por la calidad de lo que escribes, permite que tus pensamientos fluyan libremente sobre el papel o la pantalla. Este ejercicio te brinda la libertad de explorar nuevos territorios en tu escritura, ya sea reflexionando sobre tus proyectos actuales, explorando nuevas ideas o simplemente liberando emociones reprimidas. Además de ser un ejercicio de creatividad, el diario de escritura puede servir como una herramienta terapéutica, permitiéndote procesar tus pensamientos y emociones de manera saludable y constructiva. En este artículo sobre lograr rutinas de escritura puedes encontrar más información útil en este sentido. Ejercicio 2: Escritura libre La escritura libre es un ejercicio liberador que te permite romper barreras mentales y dejar fluir tus pensamientos de manera ininterrumpida. Al escribir sin detenerte durante un período de tiempo determinado, te sumerges en un estado de flujo creativo donde las ideas surgen naturalmente y sin filtro. Este ejercicio es especialmente útil cuando te sientes bloqueado o sin inspiración, ya que te brinda la oportunidad de explorar tu subconsciente y liberar tu creatividad sin preocuparte por la calidad del resultado. Al practicar la escritura libre regularmente, desarrollarás una voz auténtica y única en tu escritura, lo que te ayudará a conectar más profundamente con tus lectores y a expresar tus ideas de manera más efectiva. Ejercicio 3: Desafío de palabras aleatorias El desafío de palabras aleatorias es una forma divertida y estimulante de ejercitar tu creatividad y expandir tu vocabulario. Al elegir palabras al azar y usarlas como punto de partida para escribir una historia o un poema, te desafías a ti mismo a encontrar conexiones inesperadas entre términos aparentemente inconexos. Este ejercicio te obliga a pensar fuera de la caja y a explorar nuevas asociaciones de ideas, lo que puede llevar a resultados sorprendentemente creativos. Puedes generar las palabras aleatorias utilizando herramientas en línea o simplemente eligiéndolas al azar de un diccionario, y luego dejar volar tu imaginación para crear una narrativa coherente y convincente a partir de ellas. Ejercicio de escritura creativa 4: Personajes improvisados Crear personajes improvisados es una forma emocionante de desarrollar tu habilidad para construir personajes complejos y realistas. Al inventar personajes sobre la marcha y desarrollar historias a su alrededor, te sumerges en un proceso creativo que te desafía a explorar diferentes personalidades y motivaciones. Comienza asignándoles características básicas como edad, ocupación y rasgos distintivos, y luego imagina cómo se desenvolverían en diferentes situaciones. Este ejercicio te permite experimentar con una variedad de arquetipos y roles, lo que te ayuda a entender mejor la psicología humana y a crear personajes más auténticos y memorables en tus escritos. Ejercicio 5: Escritura en colaboración La escritura en colaboración es una experiencia enriquecedora que te permite explorar nuevas ideas y perspectivas mientras desarrollas habilidades de comunicación y trabajo en equipo. Al unir fuerzas con otros escritores, te expones a diferentes estilos y enfoques, lo que te ayuda a expandir tu horizonte creativo y a descubrir nuevas formas de expresión. Puedes colaborar en la creación de historias, ensayos o proyectos creativos, compartiendo ideas y retroalimentación con tus compañeros de escritura. Este ejercicio fomenta la creatividad colectiva y te brinda la oportunidad de aprender y crecer junto a otros escritores, rompiendo la monotonía y encontrando inspiración en la diversidad de ideas y experiencias. Ejercicio 6: Exploración de géneros Experimenta con diferentes géneros literarios para ampliar tu repertorio creativo y desafiar tus habilidades como escritor. La exploración de géneros te invita a salir de tu zona de confort y a sumergirte en nuevos mundos narrativos. Prueba con géneros como la ciencia ficción, el romance, el misterio o la fantasía, adaptando tu estilo de escritura a las convenciones y expectativas de cada uno. Este ejercicio te permite expandir tu horizonte literario, descubrir nuevas formas de contar historias y encontrar tu voz única como escritor. Ejercicio 7: Escritura basada en imágenes Utiliza imágenes como fuente de inspiración para tus escritos, explorando la conexión entre lo visual y lo narrativo. Las imágenes pueden evocar emociones, despertar la imaginación y servir como punto de partida para historias fascinantes. Selecciona una imagen que te llame la atención y sumérgete en su mundo, explorando los detalles, colores y atmósfera. Este ejercicio desarrolla tu capacidad de observación y descripción, permitiéndote encontrar inspiración en el arte visual que te rodea. Ejercicio 8: Cartas a personajes Profundiza en la psicología y motivaciones de tus personajes escribiendo cartas desde su punto de vista. Este ejercicio te ayuda a entender mejor a tus personajes y a darles voz y personalidad única. Escribe cartas desde la perspectiva de un personaje principal, secundario o incluso antagonista, explorando sus pensamientos, emociones y deseos más íntimos. Al entrar en la mente de tus personajes, podrás comprender sus motivaciones más profundas y enriquecer la construcción de
La novela de aprendizaje
Los personajes son el alma de cualquier novela. En el mundo literario, pocos axiomas son tan importantes como este. Los escritores solemos decir a menudo que historia con malos personajes jamás podrá sostenerse, mientras que con unos buenos personajes podemos salvar un argumento flojo. Y como tanto le digo a mis alumnos del Método PEN, los buenos personajes son aquellos que, entre otras cosas, evolucionan a lo largo de la novela. Dicho de otro modo: cuando llegan al final de la novela ya no son los mismos que al comenzar. Pues bien, aunque esto debe cumplirse en todo tipo de novelas, hay algunas en las que cobra tal importancia que conforman un subgénero propio. Me refiero a la novela de aprendizaje. Qué es la novela de aprendizaje En realidad, la novela de aprendizaje es muy fácil de definir: también llamada «de formación» o «educativa», es toda aquella novela que enmarca su trama en el camino que lleva al protagonista de la niñez a la vida adulta. Sencillo, ¿verdad? En este tipo de novelas, el protagonista siempre será un niño o una niña, como mucho un adolescente, que tendrá que enfrentarse a algún tipo de conflicto. En ese proceso, el personaje madurará, tomará conciencia de las dificultades de la vida y también de lo que realmente es importante. Aprenderá lo que es la responsabilidad, el amor, el trabajo duro, la vida familiar… Vamos, todo aquello por lo que pasamos al crecer en el mundo real. Entenderéis que esto hace de la novela de aprendizaje un género con el que cualquier lector puede empatizar. Incluso los que ya empezamos a tener una edad, quizás incluso con más fuerza, pues no deja de ser un ejercicio de nostalgia. Al fin y al cabo, todos hemos sido jóvenes, todos hemos pasado por lo mismo. Recordamos incluso cuando estábamos en esa edad del pavo en la que creíamos que no había consecuencias para nuestros actos. Así que no importa si la novela de aprendizaje se enmarca en la fantasía, la ciencia ficción, la romántica o la novela histórica. Al final, esa evolución del protagonista será muy similar a la que el lector ha tenido en algún momento de su vida. Características de la novela de aprendizaje Como ya hemos dicho, la novela de aprendizaje se basa en el proceso de crecimiento del protagonista, desde su condición de niño o joven ignorante de la envergadura que tiene la vida, hasta el adulto en el que todos nos convertimos. Lo habitual es que dicho recorrido esté plagado de obstáculos de toda índole, que a veces surgen de tramas que tienen poco índole intimista. Es el caso de la saga fantástica Añoranzas y pesares, donde Simón Cabezahueca, un adolescente ingenuo, torpe y despreocupado se enfrenta a una amenaza de tintes épicos que le obliga a madurar para sobrevivir. No obstante, no siempre nos encontramos con una gran amenaza grandilocuente de proporciones apocalípticas. También son muy habituales las historias más personales y mundanas. En cualquier caso, la premisa de este tipo de historias suele ser parecida: el personaje sufre una pérdida o vicisitud al inicio de la novela, que le obliga a emprender algún tipo de viaje (real o interior). Será en esta travesía por el desierto donde el protagonista madurará. Sí, a base de palos, porque si no ya me contaréis qué interés tendría la historia. Este esquema es claramente una variante del camino del héroe, por cierto. Generalmente, ese proceso de evolución acaba bien, y el protagonista se convierte en una persona mejor, más madura, aunque a veces encontramos finales no tan buenos, incluso catastróficos. La cuestión es transmitir al lector los valores que la sociedad identifica con un individuo que ha alcanzado la madurez. Ejemplos de la novela de aprendizaje El término «novela de formación» fue propuesto por primera vez en 1819, por el filólogo alemán Johann Karl Simo Morgenstern, aunque no fue popularizado hasta 1905 por Wilhelm Dilthey). Sin embargo, las primeras semillas de este tipo de historias en torno a un protagonista joven que va madurando a lo largo de una trama podemos encontrarlas mucho antes. Es fácil identificarlas sobre todo en el género picaresco nacido en el Renacimiento. ¿Acaso no es una novela de aprendizaje El lazarillo de Tormes? Todo gira en torno a un protagonista, Lázaro, que tiene que aprender a desenvolverse en un mundo duro, donde todos sus amos tratan de abusar de su condición de niño. Es cierto que actualmente rara vez nos referimos a las novelas protagonizadas por jóvenes como novelas de aprendizaje. Las características del subgénero se han difuminado bastante en géneros tan populares como la fantasía juvenil o la romántica juvenil, donde la evolución del personaje no siempre sigue las pautas de la novela de aprendizaje: ese crecimiento a la madurez no está presente o no tiene el peso suficiente. Pero aún así, todavía podemos encontrar ejemplos que, aunque no se vendan con tal etiqueta, tienen elementos claros de la novela de aprendizaje. Algunos os sorprenderán, pues seguro que jamás habéis pensado en ellos como novela de aprendizaje. Como Dune, de Frank Herbert; o El guardián entre el centeno, de Salinger; Cómo se hace una chica, de Caitlin Moran; El bosque del Cisne Negro, de David Mitchell; o una novela tan maravillosa como La piel de la memoria, de Jordi Sierra i Fabra. Un autor, éste último, que basa gran parte de su amplia obra en ese proceso de crecimiento personal de los jóvenes. Conclusiones Como veis, la novela de aprendizaje es un subgénero con historias y obras apasionantes, encuadradas en diversos géneros distintos. Porque al final da igual si hablamos de un Paul Atreides en su camino para convertirse en el Kwisatz Haderach o de Sofía, una niña que descubre el mundo a través de la filosofía. Lo importante es que estas historias no son las de Paul o Sofía, son nuestra propia historia, la de esos muchachos empanados que sólo pensaban en chicos o chicas, pero que al final tuvieron que convertirse en adultos.
La compra de Luisiana
Seguro que habéis visto multitud de referencias en películas y series americanas al tema del que vamos a hablar hoy. Quizás pueda parecer en principio que es un episodio histórico que nada tiene que ver con la historia de España, pero nosotros también estuvimos involucrados en todo aquel fenomenal embrollo, al menos al principio. Y además rondaba por ahí un tal Napoleón Bonaparte, lo que aumenta el interés de esta historia. Así que hoy os acerco de la que podría considerarse el negocio más rentable de la historia (con permiso de la adquisición de Manhattan): la compra de Luisiana. Porque éste, queridos míos, es el origen del lejano Oeste de las películas clásicas. ¿Cómo no va a ser eso apasionante? Los orígenes de la compra de Luisiana Toda esta historia empieza allá por el 1800, durante las guerras napoleónicas, con un intrigante acuerdo secreto entre España y Francia: el tratado de San Ildefonso. Aquello fue un auténtico intercambio de cromos: España ofreció sus regiones norteamericanas a cambio de diversos territorios franceses en la Toscana. ¿Y de qué regiones hablamos? Pues poca broma, porque era un territorio de dos millones de km2 que iba desde el actual estado de Luisiana, en el golfo de México, hasta Montana, estado fronterizo con Canada. El supuesto (y no muy meditado) truco en el que se amparaba España era en que, según ese tratado, Francia tenía la obligación contractual de ofrecer dicho territorio de manera preferente a España en caso de querer venderlo. Podría parecer un mal negocio para España, pero teniendo en cuenta que el antaño glorioso imperio estaba sumido en ese entonces en una situación económica desastrosa, quitarse de encima un territorio que sólo le aportaba gastos pareció una magnífica idea. Los franceses, unos lumbreras Tanto era así que a los dos años de haber conseguido dicho territorio, y sin saber qué hacer con todas aquellas tierras, los franceses ya querían quitárselo de encima. Su colonia en Haití se había declarado independiente, así que la zona de Luisiana dejaba de tener importancia estratégica para los galos. Sin embargo, ni por asomo querían vendérselo a los españoles (que tampoco habrían podido pagarlo) como dictaba su anterior acuerdo. Napoleón, por aquel entonces primer cónsul francés, no tenía muy claro cómo proceder. Con los españoles fuera de la mesa de negociaciones, sólo cabía dos opciones: mantener la región en posesión pero dejarla abandonada a su suerte, con el riesgo de que los británicos se hicieran con ella tarde o temprano; o vendérsela a un tercer actor en liza con unas ganas locas de expandirse: los estadounidenses. Napoleón no imaginó lo que la compra de Luisiana por parte americana comportaría a largo plazo (el establecimiento del país más poderoso del planeta), pero en ese momento era el menor de los males para Francia. Según declaró el propio líder galo, el beneficio económico de esta venta no iba a ser muy relevante. No, era más bien una estrategia con un doble sentido: por un lado debilitar la influencia de los ingleses introduciendo un nuevo competidor, los Estados Unidos; y además evitar que las colonias españolas en Norteamérica volvieran a reunificarse. La negociación de la compra de Luisiana Y de este modo, Francia le ofreció a los Estados Unidos la compra de Luisiana. Cabe destacar que al principio los estadounidenses no tenían interés alguno en adquirir todo el territorio. De hecho, los emisarios del presidente Thomas Jefferson fueron a Francia, en 1801, con la idea de negociar sólo por la parte ribereña que daba al golfo de México. Imaginad su sorpresa cuando los franceses pusieron sobre la mesa toda la región que controlaban, de norte a sur. Esto suponía extensas regiones no sólo deshabitadas, sino también inexploradas. Lo hemos visto en cientos de películas sobre el salvaje Oeste (aunque eso vendría luego). La oferta fue tan inesperada que no todos los estadounidenses vieron con buenos ojos la compra de Luisiana. No sólo porque suponía quebrantar en cierta medida algunos postulados de la Constitución, sino porque temían que Gran Bretaña no se tomara la compra muy bien, dadas sus pretensiones de conseguir ese territorio. Además, suponía un acercamiento a Francia, el gran enemigo de los ingleses en ese momento. Era un movimiento hasta cierto punto peligroso. La firma de la compra de Luisiana Pero al final el negocio era tan evidentemente lucrativo que Estados Unidos aceptó firmar el contrato. El Senado lo ratificó con una mayoría amplia y el acuerdo con Francia se cerró en París con las firmas de Robert R. Livingston, el presidente James Monroe y el senador francés Barbé Marbois. El montante final se quedó en tres centavos por acre, unos 23 millones de dólares. Es cierto que para un país casi recién nacido era una cifra muy a tener en cuenta, pero habida cuenta de lo que vendría después, no cabe duda de que aquella fue una de las mayores gangas de la historia. Aunque es cierto que queda muy por detrás de la compra de la isla de Manhattan a los indios canarsie, que costó… 24 dólares. En cualquier caso, de la noche a la mañana Estados Unidos había duplicado su territorio. El 10 de marzo de 1804, franceses y estadounidenses formalizaron el traspaso definitivo del territorio. La bandera francesa dejó de hondear en suelo ya de Estados Unidos, aunque el proceso había comenzado unos meses antes. Las tropas del ejército de Estados Unidos llevaban todo ese tiempo ocupando las zonas adquiridas para mantener el orden y facilitar el traspaso de poderes. Y en cuanto al territorio todavía por descubrir, empezaron a planearse diversas misiones para cartografiar el territorio e iniciar la ocupación. Entre ellas, la más famosa de todas, la expedición de Lewis y Clark, y que daría paso a esa época que nos resulta tan familiar, la del salvaje Oeste. Pero de eso hablaremos en otro artículo si veo que os gusta la idea. ¡Decídmelo en los comentarios!
Cómo pasar de la poesía a la novela
A lo largo de más de quince años como profesor de narrativa, me he encontrado una gran variedad de alumnos. Cada uno de ellos venía con unas enormes ansias por aprender a construir una novela, pero también con un bagaje particular en cada caso: desde alumnos que ya tenían una experiencia previa como escritores a otros que jamás habían creado ni siquiera un simple relato. Entre todos ellos, también me he topado con casos muy particulares de alumnos que provenían de un formato literario muy distinto a la narrativa, la poesía. Y precisamente de eso quería hablaros hoy: de las diferencias que existen entre estas dos modalidades literarias y cómo pasar de la poesía a la novela. Características de la poesía Lo primero que deberíamos hacer es definir ambos formatos, ¿verdad? Empezaremos por la poesía. Si nos vamos al diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, nos encontraremos varias definiciones con ciertos matices. Nosotros nos quedaremos con la cuarta, la que dice: «Poema. Composición en verso». Por tanto, la poesía es toda aquella composición literaria creada en verso. Es cierto que esta es una definición tremendamente básica, pero nos vale para empezar. La poesía tiene unas características muy particulares que la alejan de la narración en prosa, de ahí que sea tan complicado pasar de la poesía a la novela (y viceversa). Por un lado, tiene una estructura formal propia, que se fundamenta en unidades como las estrofas, o sea, un conjunto de versos. Pero es que además esta composición está regida por normas muy marcadas, incluso podríamos decir que muy estrictas. Me refiero a la métrica, la rima y la sonoridad. Por supuesto, no vamos a profundizar en esto, porque si no el artículo sería muy largo. Un detalle curioso: aunque asociamos la poesía con las rimas, no todos los versos son rimados. Existen también los versos sueltos, los versos blancos o los versos libres. Estos últimos, además, y como su nombre indica, no sólo no riman, sino que también se alejan de la métrica y la cantidad de sílabas. Características de la prosa Y ahora vayamos con la definición de la prosa, que es incluso más sencilla: «Forma de expresión habitual, oral o escrita, no sujeta a las reglas del verso». Y además la RAE nos pone cono sinónimo la palabra «narrativa» y como antónimo «verso». Lo cuál deja bastante claro que poesía y prosa son manifestaciones literarias totalmente opuestas. Y esta diferencia la vemos en primer lugar en las características de la prosa: en primer lugar, no tiene ningún tipo de regla sobre la métrica o la sonoridad. Las frases que construimos no deben constreñirse a una extensión o a una cantidad de sílabas. Además, su estructura es muy distinta a las estrofas. En prosa tenemos la unidad básica, la oración (recordad: enunciados con un sentido completo), que a su vez forman párrafos (grupos de oraciones alrededor de un tema central). Como se puede apreciar con facilidad, la prosa es una forma de literatura mucho más natural, porque al fin y al cabo es la manera en que articulamos el lenguaje en nuestro día a día, a la hora de hablar. Ni qué decir tiene que del mismo modo el lenguaje oral es muy diferente al escrito, el cual tiene unas exigencias mayores en cuanto a elaboración y corrección, pero ambos se consideran prosa. Pasar de la poesía a la novela En realidad considero que lo realmente difícil sería pasar de la prosa novelística a la poesía, más que pasar de la poesía a la novela, dado que en aquel caso tendríamos que ir desde un punto de casi absoluta libertad creativa a uno con más reglas. Pero como este blog está enfocado a la novela, hablaremos del camino «fácil». Un adjetivo bastante engañoso, porque sigue siendo algo muy complicado cambiar de un formato en verso a uno en prosa. Resulta obvio que es una manera de escribir opuesta en todos los aspectos. En primer lugar, a la hora de formar esas unidades básicas de la prosa, las oraciones. Cuando un escritor está acostumbrado a tener unas reglas que seguir, si de repente se las quitan puede sentirse perdido. Un autor de poemas tiene interiorizado cómo debe construir un verso atendiendo a la métrica y el ritmo que quiere imponer. ¿Pero qué pasa si no hay nada que te diga qué debes hacer? A veces, la libertad absoluta puede ser abrumadora, por eso cuesta tanto pasar de la poesía a la novela. Otro problema a tener en cuenta es el de los vicios heredados. El autor poético está tan acostumbrado a construir estructuras de gran carga lírica que es muy posible que importe ese estilo a su prosa. Esto puede implicar un estilo demasiado recargado de elementos poéticos que afecte a la fluidez de la narración e incluso a la transmisión y desarrollo de la trama. Imaginad eso a lo largo de toda una novela. Conclusiones Todo esto haría referencia al plano puramente de retórica, pero es que quedan las cuestiones más peliagudas a la hora de pasar de la poesía a la novela. Como por ejemplo, la creación de un argumento. Una novela es una historia larga, compleja, que se desarrolla poco a poco. Tiene montón de elementos estructurales y conceptuales que exigen una planificación a medio y largo plazo enfocada en una metodología distinta. Simplemente, la manera de abordar la creación de una obra de poesía no tienen nada que ver con la de una novela. Por tanto, es normal que los autores acostumbrados a la poesía se encuentren ante un muro difícil de escalar cuando tratan de dar el salto a la narrativa novelística. Y la gran pregunta: cómo pasar de la poesía a la novela. Pues bien, sólo hay un camino, nada de atajos o fórmulas mágicas: hay que formarse específicamente. O sea, leer mucha prosa, estudiar los conceptos de la escritura en prosa y la construcción de una novela… y escribir, escribir, escribir. Todo esto lleva tiempo, mucho tiempo.
Amanirena, la reina nubia que desafió a Roma
¡Vamos con una historia sobre reinas guerreras! En concreto, con una mujer que plantó cara al mismísimo Imperio romano. Y no, no me refiero a la más famosa de estas reinas guerreras, la insigne Boudica. O a Cleopatra, de la que ya hablamos un poco en el artículo sobre el Primer Triunvirato. ¿Creéis que fueron las únicas que se enfrentaron a Roma? ¡En absoluto! Hoy os descubriré a otro personaje fascinante, tanto o más que la britana o la egipcia, y del que no se habla mucho. Viajamos a África para conocer a Amanirena, la reina nubia que se opuso, y esta sí tuvo éxito, al imperio más poderoso de la época. El establecimiento de Roma en Egipto Para Amanirena los problemas empezaron cuando Egipto cayó definitivamente en manos romanas. Octavio, futuro emperador bajo el nombre de Augusto, había derrotado a Marco Antonio en Egipto, lo cuál dio por concluida otra más de esas guerras civiles a la que eran tan aficionados los romanos. La consecuencia inmediata fue el suicidio conjunto de Marco Antonio y Cleopatra. Este fue el fin de la dinastía helénica ptolemaica en Egipto, instalada tras la muerte de Alejandro Magno. Ya nada impedía la anexión total de Egipto como otra más de las provincias del Imperio de Roma. Sabemos muy bien lo que eso significó para Roma y para Egipto. Pero, ¿qué representó para los pueblos vecinos alrededor de dicho territorio? Porque no olvidemos que Egipto se extendía de norte a sur tanto como el Nilo se lo permitía, que no es poca cosa. Tenía contactos frecuentes con un montón de reinos, que de pronto veían con incertidumbre la llegada de ese imperio conocido por su hambre insaciable de nuevas tierras. ¿Se conformarían con Egipto, o querrían extenderse más todavía? Y, en todo caso, ¿cómo afectaría eso al comercio, a su subsistencia? Amanirena, reina de Kush Uno de estos pueblos era el Reino de Kush. Situado a lo largo del valle del Nilo, coincidiría más o menos con lo que hoy conocemos por Nubia y Sudán. Su conexión con Egipto era absoluta debido al temprano interés que los de las pirámides tuvieron por los recursos naturales de Kush, en especial las ricas minas de oro que se extendían por todos lados. Se enviaron expediciones desde tiempos del faraón Narmer, hasta que en la época del Imperio Medio conquistaron la región. Pero los kushitas, como iremos viendo en el artículo, eran de armas tomar, así que recuperaron su territorio un tiempo después, aprovechando los movimientos por parte de los hicsos. Ya sabéis cómo va esto: el Reino de Kush fue pasando de manos a lo largo de los siglos. Egipto lo reconquistaba y luego los kushitas volvían a recuperarlo. Para la época de Amanirena, el reino era ya plenamente independiente de nuevo, pero su contacto con Egipto a nivel comercial era vital para ambas potencias. Es más, incluso construyeron pirámides y otras manifestaciones artísticas propias de los egipcios. No es de extrañar que la conquista romana de Egipto fuese vista con preocupación, porque obviamente iba a alterar la estabilidad de la región. Y vaya si lo hizo. Octavio, ya convertido en Augusto, envió en el 25 a.C. una expedición para tomar posesión de unas minas de oro más allá de la frontera con el Reino de Kush. Era un primer paso para una futura invasión de Kush, o al menos así lo vieron sus dos reyes: Teriteqas y su esposa Amanirena. Amanirena, una reina con todas las de la ley Algunas crónicas hablan de que Amanirena era sólo una reina consorte por aquel entonces, mientras que otras aseguran que su autoridad estaba al mismo nivel que la de su esposo Teriteqas. Sea como fuere, en la cultura nubia las reinas ostentaban en esa época una enorme relevancia en las cuestiones de estado. Y no sólo eso: se las consideraba también guerreras. Era más que habitual que participaran en las batallas comandando a sus propias tropas, bajo el doble título de Qore y Kandake. Así pues, cuando el Reino de Kush decidió atacar a los romanos por traspasar sus fronteras y acabar con los tratados pacíficos que tenían con la dinastía ptolemaica, Amanirena estuvo ahí, en el campo de batalla. Pero los nubios no eran unos guerreros estúpidos que se lanzaban al ataque sin más, sobre todo ante un rival tan poderoso como aquel, así que ese primer embate no se dio de inmediato. Fue la propia Amanirena la que decidió que debían prepararse, sí, pero también esperar al momento oportuno. La oportunidad llegó cuando Elio Galo, el prefecto de Egipto, dejó la región para conducir una expedición hacia la península arábica. En cuanto las crestas rojas de las gáleas romanas se perdieron en el horizonte, a los kushitas les faltó el aire para dar comienzo a su rebelión. Eso sólo para empezar, porque en cuanto recuperaron el control de las fronteras se lanzaron ni más ni menos que a la conquista de Egipto. Amanirena, la reina que doblegó a Roma El enfrentamiento con Roma fue largo y lleno de pérdidas para los kushitas. Teriteqas murió durante las primeras fases, y tiempo después lo haría el hijo de ambos reyes, Akinidad. Pero lejos de amedrentarse, Amanirena continuó la guerra como única reina y general de las tropas. Bajo su mando, los nubios derrotaron a los romanos que se atrevieron a plantarles cara en el sur de la provincia egipcia. Cuenta la leyenda que Amanirena decapitó al emperador Augusto. Bueno, más bien a una estatua suya, cuya cabeza se llevó a su palacio real para que los suyos escupieran y la patearan. Pero Roma nunca ha sido de quedarse con los brazos cruzados y menos aún de retirarse. Publio Petronio y un buen puñado de tropas (unas diez mil) recuperaron el terreno perdido y se adentraron en territorio de Kush. Aún así, la vigorosa defensa de Amanirena impidió que alcanzaran la capital, Meroe. La situación se volvió tan comprometida para los romanos que poco después se decidió negociar
El narrador múltiple
Una de las primeras decisiones a las que debe enfrentarse cualquier autor al empezar a escribir su novela o relato es la elección del narrador que le contará la historia al lector. Y creedme, no es una decisión fácil, sobre todo si todavía no dominas los muchos tipos de narradores que existen. En el curso del Método PEN dedicamos cuatro clases enteras a desarrollar este elemento fundamental en la creación de cualquier obra, así que imaginad la importancia y complejidad que tiene. De todos ellos os hablé de manera resumida en un artículo de hace unos años ya, La voz del narrador: Cómo saber quién debe contar tu historia, así que no voy a volver sobre cada uno de los tipos de narradores. En realidad, en este artículo nos detendremos en todos ellos al mismo tiempo, pues hay una estrategia narrativa que puede aunar a varios narradores distintos. Es lo que conocemos como narrador múltiple. Qué es el narrador múltiple Seguro que debes estar pensando que eso del narrador múltiple es una técnica muy difícil de aplicar. Y sí, es cierto, lo es. Por ese motivo yo nunca recomiendo a mis alumnos que la utilicen en su primera novela. El narrador múltiple exige un dominio de cada tipo de narrador individual que es un muro demasiado alto para un autor que está empezando y todavía no controla algunos de esos narradores. Lo mejor es practicar el uso de cada uno de esos narradores mediante, por ejemplo, relatos cortos. Una vez dominados, ya podríamos empezar a pensar en hacer cosas más difíciles. ¿Pero qué es un narrador múltiple? El término puede llevar a cierta confusión conceptual. Para ser lo más claro posible, lo definiré como una técnica que combina distintos narradores que cuentan una misma historia desde puntos de vista distintos. De este modo, podemos abordar absolutamente todo lo que ocurre en un relato (o lo que nos interese abordar, claro). Pero la clave aquí es a qué nos referimos con «distintos narradores». Y literalmente es eso: cada uno de los narradores que utilizamos en esta estrategia es una entidad distinta, como personas diferentes contando una misma historia. Para complicar la cosa, cada uno de esos narradores puede usar el mismo formato o no. O sea, podemos tener distintos narradores en primera persona, o uno en tercera y otro en primera, o un omnisciente y un equisciente… Hay un montón de combinaciones posibles. ¿Entendéis ahora por qué es tan difícil para un autor primerizo? Si dominar un tipo de narrador ya es complicado, la cosa se sale de madre cuando tenemos que usar varios en una misma historia. Características del narrador múltiple Vamos a enumerar las características que puede tener esta técnica tan avanzada: Ejemplos de novelas con narrador múltiple Estoy seguro que todos habéis leído diversas novelas con narrador múltiple, y la mayoría de las veces ni os habéis dado cuenta. De hecho, el ejemplo más famoso de todos ni siquiera lo parece. Me refiero a la serie de novelas de Canción de hielo y fuego, de George R.R. Martin. Al leerla, nos encontramos con un narrador que se centra única y exclusivamente en cada uno de los protagonistas, según el capítulo (que de hecho se titulan con el nombre del personaje protagonista). Cada uno de estos narradores actúa con la forma de narrador equisciente, o sea, un narrador que conoce lo mismo que el protagonista pero desconoce lo que sienten o piensan los demás personajes. Y esto se repite en cada uno de los capítulos con un protagonista distinto. Esto puede llevar a confusión, porque el lector podría pensar que tenemos a un único narrador equisciente que va saltando de un protagonista a otro. Pero eso sería un error, ya que un narrador equisciente, por definición, está limitado a un único personaje. Por tanto, ¿qué tenemos en Juego de tronos y el resto de novelas de esta saga? Pues ni más ni menos que un narrador múltiple, o sea, muchos narradores distintos. Aunque todos ellos actúen con equisciencia. Esto no rompe la regla principal del narrador múltiple de contar la misma historia desde perspectivas diferentes. Otras obras escritas con narrador múltiple que podemos mencionar serían Cumbres borrascosas, de Emily Brontë; Drácula, de Bram Stoker; o el mismísimo Quijote, de Miguel de Cervantes, donde tenemos hasta cuatro narradores diferentes, entre los que encontramos dos narradores en primera persona, un narrador omnisciente en tercera y, para rizar el rizo, un narrador testigo. ¿Queréis saber las características de cada uno de ellos? Pues ya sabéis, leed el artículo que os he puesto antes. Y si no es suficiente, siempre podéis inscribiros en el Método PEN, donde profundizamos en esto y mucho más. Conclusiones Como veis, el narrador múltiple es una estrategia complicada de utilizar. Es cierto que tiene varios grados de dificultad, ya que podemos limitarnos a compaginar dos narradores distintos en el mismo tiempo verbal y con la misma persona, lo cuál sería bastante manejable. Incluso el modo en que lo hace George R.R. Martin es factible. El reto monumental viene con la combinación de tiempos y personas distintas, con puntos de vista diferentes: un narrador epistolar en primera persona mezclado con un tercera equisciente, un narrador testigo, un omnisciente y para rematar el berenjenal, un narrador en segunda. Un puzle semejante puede ser tremendamente original e impactante, si dominas bien la narrativa, o un completo desastre si no estás preparado.
Agripina y Nerón: una familia muy particular
Suele ocurrir que cuando escribimos novela histórica utilizamos personajes que incluimos para dar profundidad al contexto histórico, por su importancia relevancia, por su carisma natural, pero que en realidad no nacen con afán de protagonismo. Y aún así son imprescindibles. Es imposible entender una novela sobre el Imperio romano del siglo I sin hacer referencia a uno de los emperadores más famosos (y repudiados) de la historia: Lucio Domicio Enobarbo, más conocido como Nerón. El lector está esperando que se le mencione, que se hable de él. Así que, obviamente, así lo hice en mi novela Muerte y cenizas. Y, aunque de este personaje se ha dicho ya todo, ¿qué tal si le dedicamos un artículo un tanto distinto, con una co-protagonista a la altura? Ni más ni menos que la propia madre de Nerón, Agripina. Nerón, destinado a ser un monstruo Cuando se casó con el cónsul romano Cneo Domicio Enobarbo, Julia Agripina no podía imaginar lo que el futuro le depararía. Pero por lo visto su marido sí. En un alarde de amor paterno (nótese la ironía), Domicio dijo, literalmente, que «de la unión de Agripina y yo sólo puede salir un monstruo». Visto ahora, con el conocimiento de la historia que tenemos, nos sentimos tentados a pensar que el cónsul tenía el don de la premonición. De todos modos, había mimbres para ser pesimistas. Agripina, la futura madre de Nerón, era ni más ni menos que la hermana de otro emperador de funesto recuerdo, Calígula. De las supuestas depravaciones de éste han corrido ríos de tinta, entre ellas las relaciones sexuales que mantuvo con todas sus hermanas, incluida Agripina. De quien además se dice que se prostituyó con diversos miembros de la corte y que, incluso, acabó encamándose también con el propio Nerón. Agripina y Nerón se hacen con el poder Todo parecía indicar pues que el reinado de Nerón estaba destinado a los excesos de su emperador. Su camino hacia el poder fue un buen indicativo, ya que no habría ascendido al trono de no ser por la caída de su tío Calígula, quién además había dejado de ver con buenos ojos a Agripina. Pero cuando Calígula murió y Tiberio Claudio se hizo con el imperio, su camino quedó allanado, en especial porque Claudio tomó como esposa a Agripina, su sobrina. Ya veis que aquí todo queda en familia. Nerón se convirtió en el heredero de Claudio cuando éste decidió adoptarlo, allá por el año 50, momento en el que tomó el nombre por el que todos lo conocemos: Claudio Nerón César Druso. De estar destinado a ser olvidado por la historia, a la inmortalidad de la fama, ya que incluso su cara apareció en las monedas que su tío emitió durante su reinado. Normal que se le subiera a la cabeza. Sobre todo cuando, a los catorce años, se le nombró procónsul y tuvo acceso al Senado. Y para no perder la tradición familiar, se casó con su hermanastra Claudia Octavia. Nerón contra Agripina Y entonces, un buen día (o uno malo, depende de a quién preguntemos), Nerón ascendió al trono del Imperio romano. Lo cuál sólo podía significar que su padrastro, Claudio, había muerto. Un inicio un tanto perturbador, ya que dicen las malas lenguas que el anterior emperador fue asesinado nada más y nada menos que por su esposa y madre del heredero, nuestra ya tan querida Agripina. Sólo son rumores, pues jamás se encontró una prueba y por supuesto una acusación formal del regicidio. Ayudado o no por Agripina (qué no haría una madre por su hijo), el caso es que Nerón tomó posesión como emperador a unos tiernos dieciséis años. Esto implicó que durante sus primeros tiempos al mando la influencia de su madre fuera patente. Quizás por eso fue una época benigna para todos: Agripina sería muchas cosas, pero como administradora demostró estar a la altura de un emperador, pues trató de manera efectiva los asuntos que se les presentaron, dejando además que el Senado también tuviera influencia, lo cual evitó agravios y posibles conspiraciones. Pero las cosas estaban a punto de complicarse para aquella madre coraje (de nuevo, ironía). Como es ley de vida, el muchacho entró en la edad del pavo y empezó a dejarse llevar por el ímpetu propio de un adolescente. Aunque para entonces Nerón ya estaba casado con Claudia Octavia, el chaval tenía las hormonas revolucionadas y se encaprichó de una liberta llamada Claudia Actea. Cuando su madre se enteró de aquella infidelidad, se puso de parte de Octavia y le ordenó a Nerón que dejara a Actea. Y claro, basta que le prohibas algo a un adolescente para que lo haga con más ganas. Conclusiones La relación entre madre e hijo se agrió cada vez más, sobre todo por culpa de cierto consejero y tutor de Nerón, un tal Séneca. El cuál, por cierto, le fue comiendo también la oreja con respecto al supuesto rival más destacado del emperador, Británico, hijo biológico de Claudio. Oponente que a su vez había sido camelado por una Agripina airada al verse apartada del gobierno. Problema que, milagro de los dioses, se solucionó cuando Británico murió de manera bastante conveniente y sospechosa. Lo cuál llevó a que Nerón echara definitivamente de su vida a Agripina. A partir de entonces, Nerón no hizo más que aumentar su poder hasta convertirse en un auténtico megalómano y en el tirano por el que pasaría a la historia. El gobierno empezó a resentirse de sus cada vez más extravagantes decisiones, en especial conforme se deshacía de sus consejeros. Aunque la peor parte, por supuesto, se la llevó su madre, y de nuevo por un calentón: esta vez se enamoró de Popea Sabina, esposa del futuro emperador Marco Salvio Otón, y con la que quiso casarse. Como necesitaba el permiso de su madre, y sabía que ésta se opondría, ¿cuál fue la imaginativa solución que se le ocurrió? Habéis acertado: ordenó su asesinato, allá por el año 59. Aunque también se discute
La línea de tiempo de nuestra novela
Hay una consigna que escucharás de mi boca a todas horas, sobre todo si en algún momento decides convertirte en uno de mis alumnos del Método PEN: planifica. Escribir no es sólo sentarse y empezar a teclear esa idea que te ronda la cabeza desde hace semanas o meses. El éxito a la hora de construir una novela comienza mucho antes de escribir la primera frase de la obra, durante el proceso de planificación. Es el momento en que tenemos que organizar nuestras ideas en torno a las estructuras y características de la narrativa. La cronología de los acontecimientos dentro de dicha historia es uno de los elementos fundamentales, y para ello podemos usar una herramienta clásica de la que os hablaré hoy: la línea de tiempo. Qué es una línea de tiempo Aunque la definición de línea de tiempo pueda parecer obvia, nunca está de más refrescar conceptos. Una línea de tiempo es la representación gráfica de una serie de acontecimientos. Sencillo, ¿verdad? No es algo exclusivo de la construcción narrativa, por supuesto. Es más, seguro que habréis visto y usado muchas líneas de tiempo durante vuestra época de estudiantes. Yo al menos las utilizaba a la hora de esquematizar, por ejemplo, las lecciones de historia, porque me ayudaban a visualizar los sucesos de tal o cual época, sociedad o conflicto histórico. En ese sentido, una línea de tiempo muestra los eventos en orden cronológico: del momento más antiguo al más reciente. Por ejemplo, si queremos visualizar la cadena de sucesos que se dieron lugar en la Segunda Guerra Púnica, el primer punto representado será el asedio de Sagunto por parte de Aníbal; y el último sería la derrota del líder cartaginés en la batalla de Zama. Entre un punto y el otro, colocaríamos cada acontecimiento relevante que conduce a dicha conclusión. La utilidad de la línea de tiempo en la narrativa Como herramienta de estudio, la valía de una línea de tiempo es evidente: está más que demostrado que una representación gráfica permite que los datos se graben en nuestra memoria con mayor eficiencia. Sin embargo, el uso que como escritores queremos darle a una línea de tiempo es distinto en nuestro caso. Nosotros no queremos memorizar nada, queremos usar esa línea de tiempo como ayuda para estructurar la trama de nuestra novela. De hecho, podemos hacer varias líneas de tiempo, tantas como subtramas tengamos. Por ejemplo, si queremos escribir una novela río con multitud de protagonistas, cada uno de los cuáles se mueve en escenarios distintos (en plan Canción de hielo y fuego), podríamos tener una línea de tiempo para cada personaje. La ventaja que esto nos proporcionará es tremenda. Gracias a la línea de tiempo, podemos hacer un seguimiento de los acontecimientos que vive cada personaje, y saber en qué punto cronológico ocurren. Tendremos la posibilidad de saber, por ejemplo, qué estaba haciendo Frodo mientras Pippin y Merry conocían a Bárbol; o dónde estaba Daenarys mientras Ned Stark era encarcelado. De este modo tendremos claro todo lo que ocurre y no incurriremos en incoherencias, además de saber cómo debemos situar los distintos capítulos, en función del lugar que ocupan en la línea de tiempo. Cómo (y cuándo) crear una línea de tiempo ¿Cuándo? Siempre. De hecho, al menos en nuestra cabeza, siempre crearemos una línea de tiempo. Pero a nivel de herramienta de planificación podemos considerar la línea de tiempo como una especie de escaleta guía para saber cómo distribuir los capítulos de nuestra novela. Lo cuál nos lleva a la clave del asunto: la línea de tiempo debe construirse antes de empezar a escribir. No nos serviría de mucho si la hacemos después, ¿verdad? Lo que pretendemos es tener una guía en la que nos basaremos cuando nos pongamos a escribir. Un esquema que además podremos retocar si necesitamos hacer cambios en el futuro, de manera sencilla, y permitiéndonos trasladar dichas modificaciones a lo que ya tengamos escrito. ¿Cómo hacer dicha línea de tiempo? La representación más clásica es dibujar una línea horizontal (o vertical, a gusto de cada uno), en cuyos extremos situaremos el inicio y el final de la historia. Luego toca ir situando los acontecimientos en dicha línea. Sencillo y siempre práctico. Pero no tiene por qué ser una línea como tal, hay otras maneras. Puedes usar un formato de lista numerada, por ejemplo, o aprovecharte de las funciones que aportan procesadores avanzados como Scrivener, que te permite crear carpetas y archivos y ordenarlos sólo con arrastrarlos (y que en nuestro caso organizaríamos de manera cronológica). Conclusiones Lo que sí es importante es marcar las distintas partes de la estructura de tu novela en dicha línea del tiempo (adopte la forma que adopte). Me refiero, por supuesto, a nuestros queridos planteamiento, nudo y desenlace. Así tendremos muy claro los acontecimientos que abarca cada parte. También es interesante indicar en la línea del tiempo dónde se sitúan elementos como el detonante, indicar el conflicto y, como no, el clímax. Cualquier dato relevante debe quedar contemplado: un giro importante, un momento de gran intensidad emocional, una pista para resolver la trama, la aparición de un personaje clave, una gran revelación… Y, como no, la premisa más importante de una línea del tiempo es, precisamente, eso, el tiempo narrativo (tal y como hablamos hace un tiempo en este artículo). ¿Cuántos minutos, horas, días, semanas, meses o años pasan entre cada suceso anotado? Cuanto más claro te lo dejes a ti mismo, menos problemas tendrás luego a la hora de plasmar toda esa información cuando te pongas a escribir. La creación de la o las líneas del tiempo te llevará bastante tiempo (valga la redundancia), dependiendo de la envergadura de la historia que quieras crear, pero te aseguro que compensará con creces. Ningún dato se te perderá por el camino durante el largo proceso de escritura (que como bien sabes puede prolongarse meses). A la larga, ahorrarás mucho tiempo, y tu novela será más sólida y tendrá una cohesión a prueba de bombas.
Egeria y sus viajes
Hace unos pocos meses empecé un artículo diciéndoos que me encantan las novelas basadas en grandes viajes. ¿Os acordáis? Y luego os hablé de un viajero casi olvidado por la historia, Ibn Battuta, que había recorrido una distancia mayor incluso que Marco Polo. Pues bien, hoy os voy a hablar de otro personaje que tiene poco que envidiarle. De hecho, es una rareza incluso mayor, porque si ya es extraño que un hombre abandone cualquier comodidad para echarse a los caminos por el simple placer de descubrir el mundo, y más en épocas tan antiguas, mucho más lo es que lo hiciera una mujer. Os presento a Egeria, una viajera y escritora que, partiendo desde la Hispania romana, alcanzó lugares tan remotos como Siria y Mesopotamia. Quién era Egeria Como suele ocurrir cuando buceamos en épocas tan antiguas, y más tratándose de una mujer, existen pocos datos personales sobre Egeria. Hasta su nombre está sujeto a discusión, porque cada documento donde se la menciona utiliza un apelativo distinto: Aetheria, Etheria, Heteria… La forma Egeria es la que más se ha popularizado, aunque sólo la encontramos en una crónica del año 750, mucho después de los tiempos de la propia Egeria. En cuanto a sus raíces, no cabe discusión alguna de la tierra que la vio nacer: la Gallaecia, por aquel entonces provincia romana de Hispania. Poco más se puede concretar, aunque hay quienes hilan más fino y señalan El Bierzo, que en esos tiempos formaba parte de la Gallaecia interior. De hecho está más o menos constatado que inició su viaje desde esa región. Lo que está claro es que Egeria era de familia acomodada. Al igual que vimos con el caso de Ibn Battuta, un viaje como el que estaba a punto de emprender Egeria hubiese sido inviable para alguien de condición humilde. Algunos historiadores se atreven incluso a decir que era pariente de Aelia Flacila, la primera mujer de Teodosio el Grande. Desde luego eso explicaría que tuviera los medios para su odisea y que además dispusiera de una notable cultura, fruto de la educación que sólo la nobleza podía permitirse. Las condiciones del viaje de Egeria Egeria debió demostrar a muy temprana edad una curiosidad innata y difícil de contener, como todo gran viajero. Este afán de conocer nuevas tierras sería alimentado por el acceso a la cultura y los escritos de otros viajeros. Así que en cuanto tuvo la oportunidad, se echó a los caminos. Egeria partió en el año 381 y estuvo en constante movimiento durante tres años. ¿El final del camino? Tierra Santa, por supuesto. No podemos olvidar que Egeria era una persona con un gran fervor religioso. Pero no creáis que Egeria cogió el petate y se puso a viajar ella sola. Habría sido complicado que su familia le permitiera lanzarse a los caminos sin más. Aunque en sus escritos no deja detalles sobre la comitiva que la acompañó, se da por hecho que debió ir escoltada por una guardia personal. También hay que tener en cuenta que hablamos de una época de esplendor en las peregrinaciones, debido sobre todo al circuito de redes viarias del Imperio romano. La infraestructura de carreteras ofrecía rutas seguras, bien señalizadas, con frecuentes postas y posadas en las que pernoctar. Cada región por la que pasó Egeria contaba con guarniciones militares, algo que queda claro en su texto al mencionar cómo algunas patrullas de soldados la escoltaron en diversos tramos. El Itinerario de Egeria Egeria puedo sacar provecho de todas estas ventajas, así como de los privilegios que le otorgaba su condición de noble. Probablemente dispondría de algún salvoconducto, por el cuál las autoridades civiles y eclesiásticas la trataron con respeto. Todo esto se aprecia en la crónica que nos dejó para la posteridad, el Itinerario de Egeria. En formato epistolar, a través de cartas enviadas a sus amigas residentes en Gallaecia, cuenta las costumbres y particularidades de cada pueblo con el que se encontró. Comenta, por ejemplo, que allá por donde pasó todos la recibían de manera hospitalaria. Es una visión muy bucólica, así que los historiadores sospechan que Egeria prefirió guardarse las inevitables penalidades de cualquier viaje largo. ¿Pero qué lugares recorrió Egeria? Su itinerario empezó, como decíamos, en Gallaecia. De allí se fue directa hasta los Pirineos, donde tomó la Vía Domitia, la carretera más importante que unía Hispania con Italia. Cruzó la Galia Narbonense, recorriendo los Alpes como lo hiciera Aníbal siglos antes (aunque sin elefantes). Tras llegar a la costa oriental de la península itálica, embarcó hasta tierras de Macedonia, para luego seguir a pie hasta Constantinopla. Usando la ruta militar, recorrió la península de Anatolia hasta alcanzar Antioquía, y de ahí partiría hasta su destino final, Jerusalén. Pero Egeria no quedó del todo satisfecha. Se asentó una larga temporada en la ciudad santa, desde donde realizó varios viajes cortos. Debió pensar que ya que había llegado tan lejos, ¿por qué no aprovechar la ocasión y visitar lugares como Menfis, en Egipto? También recorrió diversos parajes bíblicos, como el río Jordán, el monte Sinaí o el lago Tiberíades. Al fin, en la Pascua del año 384, decidió emprender la vuelta siguiendo la ruta que la acercaba a Mesopotamia. Pero los persas, que ocupaban por entonces la parte oriental de Siria, le obligaron a buscar de nuevo la ruta hacia Constantinopla, la misma que había usado en su viaje de ida. Conclusiones El relato de Egeria se interrumpe justo en ese punto, en Constantinopla. A día de hoy no sabemos si esta gran viajera logró regresar a su hogar ni cómo lo hizo. Es posible que la cosa no acabara bien. En la actualidad, los viajes de Egeria pueden parecernos poca cosa, pero debemos tener en cuenta el contexto histórico en el que tuvo que moverse. A pesar de las ventajas que tuviera por su condición aristocrática, aquel viaje fue más que una aventura: fue un peligro real y constante. En cualquier caso, su crónica nos ofrece una invaluable información. A través