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Los pecados del autor novel (II)

Seguimos con nuestra serie sobre los pecados del autor novel, que empezamos hace unos días. Hoy vamos a hablar de cosas más enfocadas en el aspecto del estilo narrativo, ese gran desconocido para el autor que empieza. Es habitual que los escritores inexpertos le presten más atención al fondo de sus novelas (o sea, a la historia que quieren contar), que a la forma. Gran error. Porque no importa lo que quieras contar. Por muy apasionante que sea esa historia, si tu narrativa no es adecuada será difícil que logres cautivar al lector. ¡Por eso es tan complicado ser escritor!


Demasiados adjetivos

Ya imaginaréis por dónde voy, así que dejadme aclarar una cosa antes: los adjetivos son palabras muy importantes e imprescindibles. No quiero transmitir la idea de que adjetivar es algo a evitar, en absoluto. Estamos ante la herramienta más poderosa para describir y ambientar, por lo que debe ser utilizada… de manera correcta.

Porque estamos de nuevo ante uno de los grandes pecados del autor novel. Es muy habitual que, obsesionados por conseguir que el lector nos entienda, creamos que hay que ser muy detallistas a la hora de describir un personaje. Tenemos que mostrar su aspecto sin dejarnos nada: hay que decir si es alto o bajo, de qué color tiene el pelo y cómo va peinado; o cuál es su constitución, que es robusto o por el contrario delgado; o que es bellísima… Lo mismo con los paisajes: si los protagonistas están viajando a través de un bosque, hay que describir que es frondoso y la luz apenas pasa entre las hojas; o quizás el mal esté suspendido en el aire… Nos vemos en la obligación de decirlo todo. Y para ello, no se nos ocurre nada mejor que tirar de adjetivos. Uno tras otro. Como quien regala caramelos.

adjetivos

Sin embargo, esto va en contra de una de las premisas básicas de la literatura: la economía. O dicho de otro modo: si puedes describir algo con dos palabras, no utilices jamás tres. Por ejemplo: si decir que tu protagonista es un «tipo robusto» basta para que el lector se haga una imagen mental, ¿para qué necesitas añadir que era un «tipo robusto y recio»? Es lo mismo. Quizás creas que de este modo estás reforzando esa representación visual, pero en realidad te estás repitiendo, y si lo haces de manera habitual, si eso se convierte en un vicio, el lector lo va a notar enseguida. Por si fuera poco, un exceso de adjetivación es muy probable que te haga caer en las temidas redundancias.


Adjetivos antepuestos

Después de lo que os he comentado, uno pensaría que los adjetivos crean más problemas de los que solucionan, ¿verdad? Pues aún hay más. Porque de nuevo nos hacen pecar como pardillos cuando se utilizan en una posición incorrecta: antes del nombre al que están conectados. ¡Ni os imagináis la de veces que he visto este tipo de errores cuando hago correcciones!

Bueno, en realidad habría que aclarar que, siendo estrictos, anteponer adjetivos al nombre no es un fallo como tal. De hecho en algunos casos es obligado anteponerlos, como en ciertas expresiones fijas: mero trámite, libre albedrío, largo plazo, alta mar… En otros pasa todo lo contrario y es obligado posponerlos al sustantivo, sobre todo cuando nos referimos a gentilicios. Nadie dice «español turista», si no «turista español».

Incluso a veces anteponer un adjetivo se puede utilizar como un recurso estilístico, en lo que conocemos como epíteto. Sea como sea, las reglas de la gramática nos permiten utilizarlo sin lugar a dudas, pero debéis entender que en literatura uno más uno no siempre son dos. De hecho, en ocasiones el que vaya delante o detrás puede cambiar el significado de lo que pretendemos decir. Os pondré un ejemplo:

«Ayer me puse un vestido nuevo.»

«Ayer me puse un nuevo vestido.»

En la primera frase estamos diciendo que nos hemos puesto un vestido que es nuevo, o sea, que nadie se ha puesto antes, por estrenar. En la segunda, en cambio, apreciamos que ese vestido que nos hemos puesto es nuevo en nuestro armario, que lo acabamos de adquirir, pero no necesariamente está por estrenar. Otro ejemplo:

«Era un pobre hombre.»

«Era un hombre pobre.»

Este es incluso más claro, ¿verdad? En el primer caso «pobre» tiene un significado diferente al del segundo. ¿Advertís dónde está el matiz que los diferencia? Pues ponédmelo en los comentarios.

adjetivos antepuestos

Así pues, salvo en estos casos, o cuando de manera intencionada queramos utilizar un epíteto, en general se recomienda que el adjetivo vaya después. ¿Por qué? Porque la palabra importante en esta pareja es el nombre. El adjetivo es un complemento para describirlo. ¿Qué es más importante, que un guerrero sea diestro o que sea un guerrero?

¿De dónde viene este pecado del autor novel, por cierto? Se trata de una carga heredada de las obras clásicas épicas. En muchas de ellas, colocar el adjetivo antes que el nombre daba una sensación de grandilocuencia, de potencia lírica. De algún modo esto ha quedado impreso en el subconsciente de los escritores noveles, sobre todo cuando hablamos de géneros como la fantasía y la histórica, quienes creen de manera errónea que la única manera de conseguir esa épica es con este recurso. Sin embargo, hay infinidad de maneras de conseguir esas sensaciones sin retorcer y complicar nuestra narrativa. Os lo prometo.

Y hasta aquí esta segunda entrega de los pecados del autor novel. ¿Os habéis sentido identificados con estos pequeños vicios? ¡Decídmelo en los comentarios!

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Sobre mí

Teo Palacios

Hace 10 años yo era como tú, un autor más con una novela bajo el brazo que nadie quería publicar. Hoy tengo cinco novelas publicadas por editoriales internacionales en ocho países, tengo firmados los contratos de dos novelas que aún no he escrito y ¡vivo de la literatura!

  • Maritza Carrillo Alfaro

    Buen artículo, gracias

  • Roberto Lopez

    Muy buena la info, Teo. Muchas gracias por la enseñanza. Hay mucho que aprender.

  • Manuel Rodríguez Florencio

    En la primera frase, “era un pobre hombre”, el adjetivo denota, tal vez, desdicha, infelicidad, debilidad de espíritu,…; en la segunda, “era un hombre pobre”, necesidad, precariedad de medios,… pobreza en términos económicos.

    Si te digo la verdad, Teo, soy un desastre narrando, mi léxico es limitado e incurro en estos errores, tengo estos vicios, precisamente porque me gusta mucho la novela histórica y me pierdo en la descripción de personajes, sucesos, escenas de combate,…

    Muchas gracias por esta segunda entrega. Me encantan tus artículos. Y es todo un acierto que sean cortos.

  • Pilar

    Interesantísimos estos artículos sobre “Los pecados del autor novel”.

    Pobre hombre: un hombre sin importancia.

    Hombre pobre: un hombre con pocos recursos económicos.

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Teo Palacios

Escritor y creador del Método Pen

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