Del papel de la mujer en la sociedad de la Roma Antigua se han escrito cientos o incluso miles de obras a nivel académico (aunque no tantas en novela). En líneas generales, y aunque las mujeres nacían tan libres como los varones y tenían la condición de ciudadanas, tenían restringidos ciertos derechos, como la posibilidad de ocupar cargos públicos o votar. Y aún así existieron mujeres asombrosas que ejercieron papeles vitales para la historia de Roma, como Epicaris, la esclava que intentó matar a Nerón. Pero hoy quiero hablaros de una serie de féminas que se adentraron en un «oficio» que solemos asociar en exclusiva con los hombres. Porque sí, también hubo mujeres guerreras en Roma: las gladiatrix.
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ToggleCómo surgen las gladiatrix
En primer lugar hay que hacer una matización importante: en realidad, los romanos nunca llamaron a estas luchadoras con el apelativo de gladiatrix. O al menos no aparecen citadas con tal denominación en ninguna fuente clásica de la época. Dicho termino parece ser que se popularizó mucho después, en la edad contemporánea. Aún así, su existencia, que otro tiempo se creyó un simple mito, está ya fuera de toda duda. Así nos lo aseguran las evidencias arqueológicas y literarias, como por ejemplo el Decreto de Larinum que se promulgó en tiempos de Tiberio, y que especificaba que ninguna mujer descendiente de senadores podía tomar las armas en modo alguno, ya fuera para entrenarse o actuar como gladiadoras. La mención específica a esta actividad sugiere con total claridad que existían y era conveniente regular su participación.
Por lo visto, las primeras gladiatrix aparecieron durante el gobierno de Nerón. Según Tácito, por aquel entonces se celebraron unos juegos para agasajar la visita del rey de Armenia, Tiridates I, que fue coronado por el emperador en el año 66. Cabe destacar que esta iniciativa no partió de Nerón, sino que fue algo ideado por los propietarios de estos espectáculos, que siempre estaban buscando fórmulas novedosas con las que sorprender al público. De hecho, una inscripción hallada en el antiguo puerto de Roma menciona a un tal Hostilinarius como el primero en utilizar mujeres gladiadoras. Aunque si me preguntáis a mí, eso me suena a fanfarronada.
Gladiatrix, las nuevas amazonas
La participación de mujeres guerreras tuvo un enorme éxito entre el vulgo que acudía a los anfiteatros. No podía ser de otro modo: ver a dos mujeres luchando tenía un fuerte componente exótico y, por qué no decirlo, erótico, ya que solían combatir con los pechos al descubierto. Eran de algún modo la personificación de las míticas amazonas, personajes de la mitología griega que los romanos también adoptaron como propios hasta el punto de que el mismísimo Julio César las usó de argumento durante una discusión en el senado romano.
Aún así, la falta de información sugiere que las gladiatrix jamás tuvieron la misma presencia que sus contrapartidas masculinas. Es de lógica: el negocio de los gladiadores se nutría de prisioneros de guerra, y las mujeres no acudían a luchar. Por tanto había menos esclavas con capacidad para el combate. Además estaba el recatado y por momentos misógino carácter de los romanos. Una doble moral que por un lado hacía que se excitaran ante aquellas luchas entre mujeres a pecho desnudo y por otra las tomaran por una afrenta a la dignidad de las feminae, las damas que cumplían con las buenas normas morales. Esto hacía que casi todas las gladiatrix fueran libertas, mientras que las ciudadanas respetables ni se plantearan esta actividad. Aunque hubo emperadores que trataron de dignificar los deportes femeninos, como Septimio Severo o nuestro ya conocido Cómodo. Con escaso éxito, tanto que en el 200 d.C. el propio Severo tuvo que prohibir los combates entre gladiatrix a pesar de que le encantaban.
Las fieras gladiatrix
¿Y en qué consistían estos combate? Se diferenciaban en diversos aspectos de los realizados por los gladiadores masculinos. Por una parte, las gladiatrix jamás llevaban cascos protectores, lo cual tenía todo el sentido del mundo: había que dejar bien claro que se trataba de mujeres. Motivo por el cual además tampoco se cubrían el pecho. Aunque esto también se hacía para deleitar a los espectadores varones con la visión de los senos de las protagonistas. Por lo demás, contaban con una panoplia similar a la de los hombres: escudo, protectores para las piernas y brazos, y por supuesto el arma principal era el gladius romano.
Sin embargo, las gladiatrix no se limitaban a luchar en la arena, sino que también ofrecían favores sexuales a los nobles romanos en las fiestas que estos celebraban. Pero lo hacían por voluntad propia. Como ya hemos dicho, la mayoría de las gladiatrix eran libertas, y por tanto mujeres libres, que a diferencia de los gladiadores esclavos podían decidir con quién yacían, o incluso negarse a luchar si en algún momento se hartaban de ello. Nadie las obligaba, saltaban al combate por sus ansias de aventura, por notoriedad o, para qué negarlo, porque aquella práctica estaba muy bien remunerada dada la escasez de luchadoras.
Conclusión
No nos han quedado muchos nombres de gladiatrix para la posteridad, por desgracia. La arqueología es la única vía para identificar algunas, como Achillia y Amazona, que aparecen en una placa de mármol hallada en Halicarnaso (actual Turquía). Aunque nos tememos que estos no eran sus nombres reales, sino aquellos que usaban durante los combates. En Inglaterra también se encontró un esqueleto femenino rodeado de objetos relacionados con los gladiadores, aunque no está claro si fue una gladiatrix o la esposa de un gladiador común. En cualquier caso, la historicidad de estas mujeres guerreras ha dejado de estar en entredicho. Una vez más, el mito se ha convertido en realidad.