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¿Los vulgarismos hay que evitarlos siempre?

¡Hola a todos, queridos amantes de las letras! Hoy voy a empezar con una frase que no es mía, pero que dejaré caer para que la analicéis, porque luego reflexionaremos sobre ella. Es esta: «¡Mia tú, Chiripa, que dice que pué más que yo!». Quizás más de uno la reconozcáis, pero de eso hablaremos luego. Ahora quiero que os fijéis en el vocabulario que utiliza el autor de la oración. Resulta obvio que tiene varias incorrecciones que en apariencia están muy fuera de lugar en un texto de carácter literario. Ese «mia» y ese «pué» no aparecen en el diccionario por ningún lado, y eso es porque se trata de un tipo de términos llamados «vulgarismos», que es de lo que hablaremos hoy. ¡Empezamos!


Qué son los vulgarismos

En realidad casi no hace falta ni explicarlo, ya que la propia palabra es bastante esclarecedora acerca de su significado, pero nunca está de más desarrollarlo un poco (me puede la vena de profesor de cursos de narrativa): los vulgarismos son esos términos o incluso expresiones utilizados durante nuestro habla del día a día y que no se consideran correctos dentro del estándar lingüístico. Los conocéis de sobra, ya que por fortuna o por desgracia los utilizamos a todas horas. ¿Quién no ha escuchado alguna vez a alguien decir amoto o haiga? ¡Seguro que incluso habéis pecado de eso vosotros mismos!

Tenemos tendencia a pensar que el uso de vulgarismos es un signo de ignorancia, de falta de estudios o de pertenencia a una clase social baja. Y aunque este es uno de los escenarios en el que proliferan los vulgarismos, no siempre es así. Hay mucha gente culta a la que se le escapan los vulgarismos cuando habla. A mí mismo me ocurre en ocasiones, que para eso soy andaluz, sobre todo cuando estamos en un ambiente distendido. Y a diferencia de lo que pueda parecer, no hay ningún problema en ello, siempre y cuando sea algo que podamos controlar y sepamos hablar (y sobre todo escribir) de manera más correcta cuando la situación lo requiera.

incultura


Tipos de vulgarismos

Los vulgarismos más evidentes y prolíficos tienen que ver con el aspecto fonético, ya que derivan del lenguaje hablado. Hay que tener mucho cuidado con ellos para que no salpiquen nuestra escritura de manera descontrolada, lo cuál no es fácil al principio de nuestra carrera como autores, ya que algunos están tan arraigados en nosotros que podemos llegar a pensar que esas palabras realmente se escriben así. Este tipo de vulgarismos se llaman prosódicos, y en ellos se sustituyen o se agregan sonidos (abuja por aguja; o el famoso amoto), se cambia su orden (naide por nadie), se reduce la palabra (usté por usted) o se altera la posición de un acento (intérvalo por intervalo).

Otros vulgarismos en cambio tienen que ver con el aspecto morfológico, por ejemplo cuando confundimos el género de las palabras («la alma» en vez de «el alma») o por conjugar de manera incorrecta algunas formas verbales. De estas hay muchas y en ocasiones dan lugar a construcciones hilarantes: haiga (por haya), bendicir (por bendecir), ves (ve, del verbo ir), satisfació (en vez de satisfizo), semos (por somos) o tie (por tiene). También tendríamos los vulgarismos léxicos, derivados de la confusión de ciertas palabras (“destornillarse de risa” en vez de “desternillarse de risa”) o los sintácticos, que no son más que las típicas incoherencias de concordancia verbal: «Han habido veinte asesinatos» cuando lo correcto sería «ha habido veinte asesinatos».

tipos de vulgarismos


¿Hay que evitar los vulgarismos siempre?

La mayoría de estos vulgarismos son herencias que recibimos del estrato social y regional donde hemos crecido. En mis clases de escritura tengo a alumnos de diversas nacionalidades hispanohablantes, y cada uno tiene dejes muy propios. Como digo, en condiciones coloquiales, fuera de lo formal, muchos de estos vulgarismos no pasan de ser rasgos curiosos e incluso adorables propios de los localismos de una zona concreta. A título personal nunca he tenido ningún problema con eso, siempre y cuando el uso de estos vulgarismos no sea algo que impida una comunicación y entendimiento fluido con la persona con la que hablo. No soy tan talibán como para afear a nadie por soltarme un pa qué mientras hablamos.

Obviamente, la literatura es harina de otro costal. Cuando escribimos nos debemos, entre otras cosas, a la corrección. No es aceptable cometer faltas ortográficas (porque eso son en el fondo), ni siquiera amparándonos en que esos vulgarismos forman parte de nuestro habla tradicional. ¿Pero es siempre así? ¿Nunca debemos usar vulgarismos en nuestros escritos? Bien, ahora es cuando vamos a volver a la frase del inicio. ¿La recordáis?:

«¡Mia tú, Chiripa, que dice que pué más que yo!».

Técnicamente hablando, está mal escrita, y mucho. ¿Pero y si os dijera que esta oración forma parte de una de las obras más destacadas de la literatura hispana? Algunos lo habréis adivinado: Se trata de La Regenta, de Leopoldo Alas «Clarín». ¿Cómo puede ser que semejante autor cometiera tal error? Pues porque no lo ha cometido. De hecho, son sus personajes quienes lo cometen. Y esta es precisamente la excepción de la regla: los vulgarismos no sólo son aceptables cuando los utilizamos en personajes, sino que son una herramienta excelente para caracterizarlos. Forma parte de su esculpido. De hecho, cuando hablo de la construcción de los personajes a mis alumnos en mis talleres literarios, es algo en lo que incido de manera muy concreta.

vulgarismos, crear personajes

Conclusiones

En resumen, en la vida real no deberíamos agobiarnos ante el uso de vulgarismos, siempre que no afecte a la comunicación con los demás. Es más, este es el método en que los idiomas evolucionan, a base de los cambios que sutilmente se producen por parte de los hablantes. Cuando escribimos, en cambio, tenemos que ser mucho más estrictos y evitar cualquier palabra o expresión que no sea correcta, sobre todo cuando habla el narrador. Salvo que dicho narrador sea también un personaje. Tanto en este caso como en los diálogos, se puede permitir el uso de vulgarismos, ya que nos ayudan a caracterizar a los personajes, a hacerlos más reales. Porque no tiene mucho sentido que un campesino de los años veinte hable como lo haría un abogado de ciudad.

Aún así, no debemos caer en el exceso y plagar todos los diálogos de tal cantidad de vulgarismos que el lector se vea abrumado y no entienda la mitad de las cosas. Recordad siempre que el principal objetivo de la literatura es comunicar una historia, y por tanto la comprensión es fundamental.

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Sobre mí

Teo Palacios

Hace 10 años yo era como tú, un autor más con una novela bajo el brazo que nadie quería publicar. Hoy tengo cinco novelas publicadas por editoriales internacionales en ocho países, tengo firmados los contratos de dos novelas que aún no he escrito y ¡vivo de la literatura!

  • Donaldo Rhenals

    Interesante artículo mi estimado, hay que evitar vulgarismos sobre todo aquellos que cargamos desde nuestras regiones, o regionalismos. Doble error

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Escritor y creador del Método Pen

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