Como resulta obvio, en nuestro día a día ni siquiera nos planteamos el origen de todo aquello que nos rodea. Como por ejemplo, de dónde provienen los servicios habituales de los que disfrutamos en la actualidad. Pero ya sabéis que en este blog tenemos debilidad por la Historia. Y hoy vamos a aprovechar que es el Día Internacional de los Bancos para asomarnos a los orígenes de estas entidades, tan criticadas hoy en día, pero tan importantes en la evolución de nuestra sociedad.
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Bancos que no guardaban moneda
¿Qué es el dinero, al fin y al cabo? En el fondo, poco más que un objeto con el valor suficiente para ser intercambiado por un bien o servicio deseado. Así que, cuando el ser humano todavía no había inventado las monedas como pieza para realizar transacciones, cualquier cosa podía ser susceptible de utilizarse como pago. El trueque es el sistema monetario más básico y antiguo, y así está atestiguado desde la prehistoria.
Pero los intercambios económicos entre personas empezaron a cobrar otra dimensión conforme la civilización avanzaba. Y el primer gran punto de inflexión lo encontramos en una ciudad que ya conocemos en este blog: la Uruk mesopotámica de nuestro viejo conocido Gilgamesh. Está constatado que una de las prácticas de los comerciantes sumerios era hacer de prestamistas a los agricultores que llevaban su mercancía a la ciudad. Ahora bien, ¿dónde podían guardar de manera segura esos productos dejados en custodia? Pues en el único lugar donde nadie se atrevía a robar, un lugar inviolable y protegido por los guardianes más temibles de todos: los templos.
¿Quién iba a atreverse a enfadar a las coléricas divinidades que protegían los santuarios sumerios? A nadie se le ocurriría, no fuera que a Utu, el dios del sol y la justicia, se le cruzaran los cables y lanzara alguna plaga o les arrebatara la lluvia, que tampoco es que les sobrara. Recordemos que lo que para nosotros sólo es mitología para los antiguos seres humanos eran una realidad absoluta, y por tanto el miedo a molestar a dichas deidades estaba presente en todo lo que hacían. Nadie en su sano juicio tentaría a la suerte por robar un puñado de grano o incluso un poco de cobre o plata.
Los bancos griegos
Las cosas empezaron a cambiar un poco durante la Antigua Grecia. Las primeras monedas acuñadas aparecen en la región de Anatolia, en Lidia (actual Turquía), en torno al siglo VII a.C. Los persas extendieron este sistema hasta tierra de los griegos, que de inmediato entendieron las posibilidades que aquello brindaba y lo adoptaron sin dudarlo. Atenas acuñó su primer dracma, de plata fina, apenas unos años después, y el uso masivo que empezó a hacerse consiguió que se expandiera por cualquier región conocida, incluso territorios considerados «bárbaros». Incluso aquí, en la península ibérica, diversos pueblos íberos acuñaron moneda propia en muchas cecas, como en Sagunto, Saití o Emporion. De esta manera, el comercio con los comerciantes griegos se facilitaba.
La consolidación de la moneda llevó también a una edad dorada de los servicios «bancarios» (aunque todavía no podamos hablar de bancos propiamente dichos). Aparecieron los «trapezitas», unos individuos que proporcionaban diversos servicios a través de lo que podríamos considerar «bancos privados»: eran cambistas, prestamistas, y te permitían empeñar tus objetos de valor o te los guardaban, entre ellos el dinero, claro. A pesar de todo, las grandes riquezas (en manos de unos pocos, no lo olvidemos) seguían guardándose en templos de Asclepio que había en casi todas las polis, y que custodiaban unos centinelas muy particulares, los neócoros.
Llegan los bancos modernos
Durante la época romana este sistema se mantuvo más o menos inalterado, aunque los banqueros privados fueron ganándole la partida a las instituciones religiosas. En Italia, a partir del siglo XIII, fue donde más auge tuvieron, ya que allí proliferaron un montón de empresas comerciales en torno al movimiento de bienes económicos, en especial en Génova. Muchos de estos conatos de bancos tuvieron a clientes muy ilustres: funcionarios, gobernadores, aristócratas de toda condición, reyes o incluso el mismísimo Papa.
Las actividades bancarias en la Edad Media cobraron una importancia tal que podría recordarnos a nuestro presente. Y todo se articulaba desde Italia, que era algo así como el centro neurálgico bancario del mundo civilizado. ¿En qué otro sitio podía aparecer lo que se considera el primer banco moderno de la Historia? Fue en el momento de mayor esplendor del Renacimiento, en la Siena del siglo XV, perteneciente a uno de los núcleos financieros más potentes de todo el mundo: la República de Florencia. Y allí nació ese primer banco… que todavía está en funcionamiento.
El Monte dei Paschi di Siena
El Monte dei Paschi di Siena surgió en 1472 como una entidad benéfica para ayudar a los más damnificados por los estragos de la plaga, lo que por aquel entonces se conocía como un «monte de piedad» o «montepíos». La institución fue creada por el propio gobierno de la República de Siena (anexionada luego por la de Florencia). Al principio se conoció sólo como Monte de Piedad, y su labor inicial de ayuda bancaria se extendió también hasta los pobres en general. Con el tiempo acabó asumiendo funciones recaudadoras, hasta que en 1624 el duque Fernando II de Médici lo reformó, avalando los depósitos del Monte de Piedad con sus propias tierras ducales. Regiones extensas de pastoreo, llamadas «paschi», termino que dio nuevo nombre al banco: Monte dei Paschi di Siena.
Y desde entonces, hasta ahora. El Monte dei Paschi di Siena, aunque ahora bajo el control del Estado italiano, sigue operando en la actualidad. Algunos dicen que no es el más antiguo en realidad, y que ese honor lo tiene el Berenberg Bank de Hamburo, que aunque fue creado en 1590, ciento veinte años después que el italiano, nunca ha cambiado de dueños. De hecho, sigue siendo propiedad de la misma familia.