Hay momentos de la historia cuya relevancia es tal que si se hubieran resuelto de otro modo el mundo habría sido completamente distinto. ¿Y si Aníbal hubiese atacado Roma? ¿O cómo sería nuestro presente si los Reyes Católicos jamás se hubiesen casado? No sé a vosotros, pero a mí este tipo de especulaciones, que en literatura se llaman ucronías (y de las que hablaremos próximamente), me resultan fascinantes. En cualquier caso, uno de estos momentos críticos en la historia fue sin duda alguna el enfrentamiento que marcó el destino de la Gran Armada Española de Felipe II (sí, ya sabéis, la mal llamada «Armada Invencible», en donde participó nuestro querido Juan Lobo). Me refiero cómo no a la batalla naval de Gravelinas. Hoy hablaremos un poco de un combate que, si se hubiese resuelto de otro modo, habría cambiado el rumbo de la historia para siempre.
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Toggle¿Por qué se llama la batalla de Gravelinas?
En primer lugar habría que aclarar que existe otra batalla de Gravelinas, aunque no tiene mucho que ver con la que nos atañe hoy. Se dio justo treinta años antes, en la misma población. Pero aquella transcurrió en tierra firme y supuso el final de la guerra entre Francia y el Imperio español (una de tantas). Tras aquello, Enrique II de Francia tuvo que rendirse y firmar una paz por la que cedía los territorios italianos en posesión francesa, a través del tratado de Cateau-Cambrésis.
Pero aunque apasionante, esta no es la batalla de la que hoy quería hablaros. La que a nosotros nos importa tuvo lugar el 8 de agosto de 1588. Como sin duda ya sabéis, Felipe II montó la mayor flota naval española vista hasta la fecha: 130 barcos se reunieron en Lisboa, incluyendo galeones, galeazas, fragatas y urcas, con más de 30.000 hombres entre marineros y soldados. Su objetivo, el más ambicioso que pudiera imaginarse nadie: la conquista de Inglaterra. O, como la llamó el propio monarca, la empresa de Inglaterra.
¿Y qué demonios hacía dicha flota atravesando el canal de La Mancha? Porque bien podría haber desembarcado en la costa suroeste y empezar la conquista hacia el norte. Pero para eso faltaba alguien: el duque de Parma, que comandaba a la flor y nata de las fuerzas militares españolas. Sí, estoy hablando de los tercios de Flandes. Su presencia era esencial para lograr la victoria en territorio inglés, pues eran la élite, las tropas más temidas, las mejor preparadas. Su participación era tan vital que toda la planificación se hizo con la idea de que los hombres del duque de Parma embarcaran, por lo que la Armada debía ir en su busca.
Con los ingleses hemos topado
Sin embargo, la flota inglesa, liderada por el comandante Charles Howard y el famoso Sir Francis Drake, fue advertida de la invasión e inició una serie de ataques contra los barcos españoles. Pero todos estos intentos, aunque molestos y peligroso, apenas lograron retrasar a los españoles. La Felicísima logró cruzar el canal de La Mancha y llegó a Calais el 27 de julio de 1588, donde debían estar esperándoles las tropas del duque de Parma.
Pero allí no había nadie. Ni rastro de los tercios, y todo porque una serie de desafortunadas desgracias impidieron que el primer mensaje, anunciando que la flota había partido de Lisboa, jamás llegó a manos del duque de Parma. Imaginaos qué trago tuvo que pasar el pobre hombre: de pronto le llega un mensaje diciéndole que tiene que estar en un par de días con todo su ejército en Calais, y sin tiempo para nada tuvo que movilizar un enorme contingente. A prisas y corriendo, como buenos españoles.
La batalla de Gravelinas
El duque de Medina Sidonia, al mando de la Armada, no tuvo más remedio que anclar la flota cerca del puerto de Calais para esperar la llegada del duque de Parma. Con el miedo en el cuerpo, por cierto, pues sabía que los barcos ingleses rondaban por ahí. Se olía una jugarreta, pues colocó pinazas y zabras como escudo, ante el temor de que los británicos lanzaran un ataque con brulotes. ¿Y qué es un brulote? Pues ni más ni menos que un barco suicida cargado con explosivos. Seguro que te suena de cierta serie y saga de fantasía, sólo que en esta ocasión no era fuego valyrio, sino simple pólvora.
Dicho y hecho: en cuanto cayó la noche, los ingleses enviaron hasta ocho de estos terribles brulotes. Dos de ellos fueron rechazados, pero el resto tuvo éxito: obligaron a que muchos navíos españoles tuvieran que levar anclas para esquivarlos. Buscaron formar una línea de batalla, pero debido a las fuertes corrientes y vientos, la formación se deshizo. Los barcos españoles se encontraron dispersos y separados unos de otros, lo que los hizo vulnerables a los ataques de la flota inglesa. Y, sobre todo, al cada vez más enrabietado temporal.
El enfrentamiento posterior fue de órdago. Los cañones escupieron a diestro y siniestro, en especial desde los barcos ingleses, que andaban bien sobrados de munición. Se dice que los navíos llegaron a acercarse tanto que unos y otros podían insultarse de un barco a otro. Pero a pesar de la supuesta superioridad inglesa, la mayor fortaleza de los galeones españoles pudo soportar el tiroteo. Los ingleses al fin se quedaron sin munición y no tuvieron más remedio que regresar.
¿Victoria?
¡Victoria! O eso estaréis pensando. Ya os digo yo que los soldados y marineros españoles no vitorearon muy alto ni durante mucho tiempo. Pues por mucho que los ingleses se habían retirado, la Armada había quedado en unas condiciones tan lamentables que aquello de triunfo no tuvo nada: fue una derrota sin paliativos. Se perdieron varios barcos debido al terrible oleaje, lo que hizo ya imposible volver a anclar en Calais para esperar a los tercios del duque de Parma. Así que el duque de Medina Sidonia no tuvo más remedio que dar una orden que iba a poner la puntilla de tan desgraciada empresa: el regreso a España bordeando las islas británicas por el mar del Norte. Lo cual… Bueno, fue peor el remedio que la enfermedad. Hasta sesenta buques naufragaron en las costas de Irlanda, ocho mil almas españolas perdidas en aguas irlandesas, y unos pocos, muy pocos supervivientes que, como ya os conté, darían lugar al mito de los black irish.
Supongo que no seremos pocos los que imaginamos otro final para esta batalla, pues, como a ti, a mí también me ha seducido siempre. Sí que hay escritas algunas ucronías sobre el tema, pero son de autores anglosajones que, de acuerdo a la leyenda negra que llevan en los genes, imaginan un futuro mucho más oscuro para ese mundo alternativo, donde la Iglesia Católica y la Inquisición campan a sus anchas. Creo que va siendo hora de que haya otra visión desde esta orilla, pues estoy seguro que la cultura latina tenía más bondades que las reconocidas. ¿Te animas a recoger el guante?