Mucho antes de los reinos de Taifas de La predicción del astrólogo, de la Hispalis romana de Muerte y cenizas, e incluso de los íberos que vimos en el artículo de hace unas semanas, existió en nuestra querida península una civilización cuya importancia estuvo a la altura de todas las que os acabo de mencionar. Una sociedad de la que, al igual que la ibérica, rara vez nos acordamos y que en cambio es un cimiento fundamental a la hora de comprender no sólo el pasado de la tierra que los españoles pisamos hoy en día, si no también de la historia de la civilización occidental. Se la conoce como la cultura del Argar, y fue nuestra particular Troya.
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ToggleLos descubridores de la cultura del Argar
La historia comienza en 1869, en una pequeña región de Murcia conocida como La Bastida de Totana. El protagonista: un ingeniero de caminos llamado Rogelio de Inchaurrandieta reconvertido en arqueólogo cuando encontró unos restos que no pertenecían a ninguna cultura antigua conocida. Aquel descubrimiento llamó la atención de dos ingenieros de minas que también se pasaron al bando de los arqueólogos, los hermanos belgas Enrique y Luis Siret. Porque todos estaremos de acuerdo en que hacer de Indiana Jones es mucho más divertido que ser un simple minero.
Los Siret se centraron al principio en la zona arqueológica de El Argar y La Gerundia, donde hallaron el premio gordo: un poblado prehistórico de la Edad del Bronce con pruebas de una nueva cultura prehistórica de vital importancia para la comprensión de la evolución social de los seres humanos. A aquella civilización se le dio el nombre del lugar donde fue hallada: la cultura del Argar.
Las envergadura de la cultura del Argar
Lo primero que llamó la atención a los Siret de la cultura del Argar fue que esta sociedad no tenía conexión directa con los pueblos calcolíticos localizados en fases anteriores, como el de la cultura de Los Millares (de esa hablaremos otro día), situada en el mismo espacio geográfico. La cultura argárica se desarrolló aproximadamente entre el 2300 y el 1600 a.C., por lo que sería contemporánea de, por ejemplo, la cultura minoica que en esos momentos se alzaba en Creta. Pensadlo un poco: mientras que en la otra punta del Mediterráneo nacía el mito del Minotauro y se construía el palacio de Cnosos, aquí estaba creciendo un pueblo que no tenía nada que envidiarle a aquel del que nacerían los mitos griegos.
La cultura del Argar se extendió por todo el sureste peninsular, en especial a lo largo del territorio almeriense y murciano, aunque su área de influencia llegaría a alcanzar algunas zonas de Alicante y Ciudad Real. La opinión de los historiadores es que dicha expansión se debería a una de las características principales de esta sociedad. Pues aquel pueblo no estaba compuesto por simples granjeros o pacíficos comerciantes, como los minoicos. En absoluto. Los argáricos fueron guerreros.
Un pueblo guerrero
Sí, en efecto. La sociedad argárica se caracterizó por estructurarse en torno a un militarismo más que evidente por los ajuares hallados en sus tumbas, donde abundaban las armas. Los arqueólogos e historiadores comprendieron de inmediato que estaban ante una sociedad estructurada en varios niveles que giraban en torno a la menor o mayor posesión de armas:
- La élite masculina que gobernaba, alabarda y espada en mano.
- Las mujeres y niños de dicha élite.
- Guerreros supeditados a la voluntad de sus gobernantes, con armas menos elaboradas (hachas y puñales).
- La clase libre productora, como campesinos, mineros, ganaderos, artesanos…
- Siervos y esclavos.
Ni qué decir tiene que cuando más arriba en esa sociedad piramidal, más privilegios. Los mejores alimentos estaban reservados para los caudillos y sus familias, de ahí que su esperanza de vida fuera mucho mayor. Privilegios que tenían carácter hereditario. Era además un pueblo patriarcal, donde la mujer estaba ausente de los asuntos importantes, aunque este punto sigue en discusión.
Pero la evidencia más incuestionable del belicismo de la cultura del Argar la encontramos en la arquitectura de sus poblados. De sus fortificaciones, más bien. La mayoría de estos monumentales bastiones se construían en zonas de altura y difícil acceso. Los más importantes levantaron fabulosas murallas y torres ciclópeas que habrían sido consideradas dignas de lugares míticos como Troya o Micenas. Sin embargo, casi todas estas aldeas eran pequeñas, lo que indica que en ellas vivían las élites y como mucho las clases intermedias. Tiene todo el sentido que los productores residieran allá donde estaban sus lugares de trabajo.
El final de la cultura del Argar
La importancia de la cultura del Argar, además de en lo expuesto, se halla en que muchos historiadores consideran que estaríamos ante el primer ejemplo del concepto de «Estado» dentro de la zona de Europa. Los defensores de esta hipótesis, no demostrada en realidad, aseguran que el sistema de control político de las élites argáricas pueden considerarse construcciones políticas con similitudes a las que sí están confirmadas en Oriente Próximo.
Sin embargo, el gran misterio de esta sociedad tan fascinante no se halla en sus orígenes, si no en el final. Porque a día de hoy todavía no se sabe con certeza por qué a partir del 1600 a.C. entró en decadencia. Se hundió en menos de cien años, un período de tiempo muy breve cuando hablamos del desarrollo de una sociedad establecida con firmeza. Hay varias hipótesis sobre esta desaparición, pero la más firme es que la intensa explotación agropecuaria causó un mal que hoy en día nos resulta muy familiar: una deforestación del terreno que llevó a un inevitable colapso medioambiental. Sin la base alimentaria y productiva, el resto del sistema se desplomó, y con él toda la cultura argárica. Para tomar nota.