Hace unas semanas hablábamos de María Pita, la defensora de A Coruña, uno de esos símbolos de la resistencia combativa que han quedado en la historia popular. Pero si existe alguien que represente la oposición militar a una fuerza mayor e invasora es sin duda alguna el personaje del que vamos a hablar hoy. Su fama es tal que ha quedado inmortalizado hasta el día de hoy, y no han pasado pocos años precisamente. Me refiero al gran Viriato, el rebelde lusitano que puso en jaque a la todopoderosa Roma.
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Orígenes
Qué personaje el tal Viriato, ¿verdad? Bien que merecería una película, algo mejor que aquella serie que se hizo hace unos años, de cuyo nombre no quiero acordarme. Es cierto que tendríamos algunos problemas para encontrar información de sus primeros años, pues apenas conocemos nada de sus orígenes. Los historiadores no saben en qué lugar nació ni la fecha, aunque debió ser en torno al 180 a.C. Algunos especialistas mencionan Beturia, entre el Guadalquivir y el Guadiana; otros incluso aseguran, no sin cierto atrevimiento, que era un íbero de la actual Valencia. Aunque la tradición portuguesa asegura que Viriato llegó al mundo en algún punto de la Sierra de la Estrella, en la zona occidental del sistema Central.
Del mismo modo, tampoco queda claro a qué pueblo pertenecía. Siempre se ha hablado de que era lusitano de origen, pero algunos autores hacen un apunte muy interesante: la expresión «lusitano» podía englobar en aquel momento a otros pueblos, como los célticos. Un poco a modo de lo que ocurría con los íberos, que en realidad eran un compendio de un montón de clanes distintos, como los edetanos, los contestanos, los bastetanos… Hay que tener en cuenta que en aquella época las terminologías provenían del mundo «civilizado» griego y latino, que tendían a simplificar a todos aquellos que no pertenecieran a su sociedad.
Viriato, el pastor que se convirtió en líder rebelde
Según dejó escrito el cronista clásico Tito Livio, nuestro intrépido Viriato comenzó sus días siendo un sencillo pastor. Se cumpliría así el tópico del héroe que sólo quiere vivir en paz, pero las circunstancias le obligan a tomar las armas para enfrentarse al invasor romano. Muy novelístico, qué duda cabe, y por eso nos fascina tanto. Sin embargo, el alejandrino Apiano da otra versión: Viriato fue un guerrero con todas las de la ley, el dux del ejército lusitano, un jefe elegido que rompió la tradición de ser elegido por sucesión hereditaria, como era habitual, y que se alzó entre los suyos por tener unas virtudes muy apreciadas: dotes de mando, atrevimiento a la hora de luchar y, lo más importante supongo, ser justo en el reparto de los botines.
Su enfrentamiento con Roma se emplazaría en la prolongada conquista de Hispania (doscientos años, ni más ni menos), concretamente en una de las etapas más decisiva: las guerras lusitanas. Todo empezó más o menos en el 194 a.C., cuando tropas romanas penetran en territorio lusitano por primera vez. Os haré una versión resumida, porque esto da para novela: los enfrentamientos entre lusitanos y romanos se sucedieron uno tras otro durante aquellos primeros años, y estuvieron dándose espadazos y rompiendo acuerdos de paz durante décadas. Al menos hasta que llegó un hombre que iba a cambiarlo todo, y no se llamaba Viriato. Era el pretor Servio Sulpicio Galba.
Viriato contra Galba
La historia pinta a Galba como uno de esos personajes malos de verdad. Vamos, que sería ese villano al que acabas odiando con todas tus fuerzas y gritas de satisfacción cuando el héroe lo derrota. Aunque ya sabéis que la historia no es como un cómic o una película. A Galba no se le ocurrió otra manera de lidiar con los lusitanos que ofrecerles un pacto de paz, prometiéndoles un buen reparto de tierras. Los reunió a todos en grupos diversos, para llevar a cabo dicho reparto… y entonces masacró a buena parte de los incautos lusitanos. Las crónicas hablan de casi diez mil asesinados y otros veinte mil que fueron enviados como prisioneros a la Galia. Sólo unos pocos escaparon de dicha suerte, unos mil, entre los cuáles estaría Viriato.
Ante semejante traición, al bueno de Viriato se le hinchó salva sea la parte y decidió que hasta ahí llegaban las tonterías. Reunió a los lusitanos supervivientes y cuantos pudo reunir para hacer una incursión en la Turdetania y empezar a causar daño a las tropas romanas con las que iba encontrándose. Se fue llevando una victoria tras otra a lo largo de los años (con alguna retirada de vez en cuando), recorriendo media península y engrandeciendo su leyenda poco a poco. Incluso se atrevió a atacar Segobriga, ciudad aliada de Roma, aunque la mayoría de los enfrentamientos que Viriato planteaba eran razzias y combate de guerra de guerrillas. La asfixia a la que sometió a Roma hizo que en el 140 a.C. obligara a Quinto Fabio Máximo Serviliano a firmar un acuerdo de paz, en el que se le entregó el título de «amigo del pueblo romano».
El final de Viriato: puro Juego de Tronos
Pero esa paz no estuvo bien vista por otros generales romanos, que se deshicieron de Serviliano y pusieron a su hermano, Quinto Servilio Cepión, que relanzó la guerra. Las cosas se complicaron cada vez más para Viriato, quien tuvo que aceptar una nueva negociación de paz, para la cual Roma envió a tres turdetanos como embajadores: Audax, Ditalco y Minuro. Cepión les prometió el oro y el moro, pero no por conseguir un buen acuerdo, sino por algo bastante más escabroso: matar a Viriato.
Era el 139 a.C., tras reunirse con Cepión, Viriato se fue a dormir como cualquier hijo de vecino. Los tres turdetanos aprovecharon para colarse en su tienda y acuchillarlo en el cuello, ya que el jefe lusitano tenía el buen tino de dormir con el peto puesto. Una vez cumplido el encargo, el trío se fue al campamento romano a pedir que se les pagara lo acordado. Y entonces Cepión escurrió el bulto con esa famosa frase que ha quedado para la posteridad: «Roma no paga a traidores». Aunque esta frase queda de lujo en una novela, lo más probable es que jamás fueran dichas por Cepión, y que fueran una invención posterior de los romanos para no quedar como unos asesinos cobardes. Sea como sea, Viriato acabó muerto. Una muerte terrible y a la vez épica, que lo encumbró a la figura legendaria que ha quedado en la posteridad.
Excelente historia, sin duda hay material para una novela. Gracias por el envío.
Hola, Teo.
Curiosamente, estoy leyendo “A viaxe do castrexo”, de Alexandre Plaza Poutás, una novela histórica ambientada en los castros de Vigo,
pasando por el de A Guarda, hasta llegar a la actual Braga. Y en él se habla de Viriato como un “gran dolor de muelas” para los romanos.
Solo lo vencieron cuando consiguieron que uno de los suyos lo traicionase.
Como ves, sigo leyéndote.
Un saludo cariñoso: Rosa Reboredo