No hay nada más fascinante que la historia del Imperio Romano. En mi novela “Muerte y cenizas” os relato una historia que se desarrolla en la sociedad romana de la antigua Sevilla, la cual en ese entonces era una gran ciudad romana conocida como Híspalis.
Uno de los aspectos más llamativos de los romanos, que se extendía a todo su Imperio, era su organización social.
A lo largo del libro hago referencia a algunos aspectos sobre esta interesante sociedad, tan distinta a la actual, pero también con ciertas semejanzas. Por ello, hoy os quiero contar más sobre la organización social durante los tiempos del Imperio Romano.
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ToggleLas clases sociales del Imperio Romano
Las clases sociales, de una forma u otra, siempre han sido parte de la organización de nuestras sociedades y el Imperio Romano no es ninguna excepción.
La división social de los romanos se caracteriza por dos periodos. Durante el primer periodo, la sociedad estaba divida en dos clases: los patricios, que pertenecían a la clase alta, y los plebeyos, que representaban la clase trabajadora.
Mientras que a lo largo del segundo periodo se produjo un cambio de paradigma. Se da una lucha de poder entre patricios y plebeyos, denominada el Conflicto de las Órdenes. El cual revoluciona completamente la organización social de los romanos. De hecho, tras el conflicto la sociedad romana queda definida por cinco clases sociales:
- Patricios
- Equites
- Plebeyos
- Libertos
- Esclavos
Preconceptos sobre patricios y plebeyos
La parte interesante de todo esto es que tradicionalmente imaginamos los patricios como la nobleza terrateniente y los plebeyos como los pobres sin tierras.
Aunque según diferentes historiadores, sí es cierto que los patricios eran la clase dominante, pero al mismo tiempo también había muchas familias plebeyas poderosas. Por lo tanto, ser plebeyo no equivalía necesariamente a ser pobre.
Además, a medida que avanza la historia del Imperio Romano, muchas familias patricias pierden parte de su poder y riqueza, mientras que la fortuna de las familias plebeyas fue mejorando.
Esto no parece ser tan inverosímil, sobre todo si se tiene en cuenta que la clase plebeya se dedicaba a profesiones lucrativas en diferentes áreas laborales como la artesanía, la arquitectura, la agricultura…
Nuevas clases sociales del Imperio Romano
Tras el Conflicto de las Órdenes no solo cambian los derechos de los plebeyos, sino que aparecen tres categorías más en la estratificación social del Imperio Romano.
Los equites surgieron a raíz de los caballeros reales. Estos, durante el primer periodo del Imperio, eran parte de los varones de la clase patricia y recibían una cantidad de dinero definida para comprar y cuidar de su caballo.
Así, en el segundo periodo, se asociaron al comercio y al intercambio, formando parte de la clase alta que se ocupaba de los negocios. Inferiores a los patricios del senado, terminaron teniendo su propia clase social. Dedicándose a actividades como la dirección de los bancos, la recaudación de los impuestos, la gestión del comercio de los esclavos y de las casas comerciales, así como la importación y la exportación de todo tipo de mercancías.
Los libertos, a los que también se les llamaba “liberados”, eran aquellos esclavos que habían podido progresar al estatus de hombres libres. Esto sucedía o a través de la liberación por parte de sus propietarios, o por la compra de su propia libertad. Tenían algunos derechos, pero no podían ocupar cargos políticos. Por otro lado, si tenían hijos estos adquirían plenos derechos al igual que cualquier otro ciudadano del Imperio Romano.
La última clase social, y la menos respetada, eran los esclavos.
La importancia de los esclavos
Los esclavos, como ya os imaginaréis, era la clase más baja de la sociedad. No tenían ningún derecho y se les consideraba objetos, mera propiedad del amo al que pertenecían.
Esto claramente determinaba de que la calidad de sus vidas fuera muy variable, ya que dependían del trato que les reservaba su amo y del tipo de trabajo que ejercían. Por ejemplo, un esclavo trabajando en una mina tenía una vida más dura de la de otro que servía a su amo como músico. De todas maneras, fuera cual fuera su situación, no hay que olvidar de que esta clase social estaba siempre sujeta a los caprichos de su amo, que podía hacer con ellos lo que quisiera.
No obstante, aunque esta clase social fuera la más baja también resultaba ser la más importante. Ya que, los habitantes del Imperio Romano, dependían en gran medida de los esclavos para realizar muchos trabajos y actividades cotidianas.
Por ello, las revueltas de los esclavos fueron uno de los grandes temores de las otras clases sociales del Imperio.
La familia, epicentro social y político
Otro aspecto muy valioso para la sociedad del Imperio Romano era su núcleo: la familia.
De hecho, la familia constituía la base de toda comunidad, pues permitía una sociedad estable y era el componente fundamental de la estricta jerarquía social de la época. Basada en el género, la ciudadanía, el rango social y las posesiones.
El ambiente familiar estaba organizado jerárquicamente. El pater familias era el jefe de la casa, al que le seguían su esposa, sus hijos y, en algunos casos, sus hermanas solteras, madres viudas, o padres ancianos.
De la misma manera, la organización política también estaba relacionada con la familia, siguiendo las reglas de la sociedad patriarcal a la que pertenecían los romanos. El emperador era el líder en la cima, seguido por el senado, los jueces y las asambleas. Aplican el mismo esquema.
El patriarcado, en ambas esferas, se guiaban por las reglas del patronazgo. Esto quería decir que los poderosos tenían la obligación de cuidar de los que estaban por debajo de ellos.
La importancia del contexto en la novela histórica
Si queréis escribir una novela histórica ubicada en el Imperio Romano, o en cualquier otra época, es esencial investigar este tipo de información.
Esto no quiere decir que tengáis que añadir todos los detalles que vayáis aprendiendo sobre el contexto espacio-temporal en el que se desarrolla vuestra obra.
Será suficiente con que conozcáis la realidad a la que pertenecieron vuestros personajes, ya sean ficticios o reales, y que seáis capaces de entrar en esa realidad para transportar en ella a través de las palabras a vuestro lector.